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Historia de un superviviente

Océano Atlántico En este océano pase lo que ahora sé que fueron alrededor de 3 meses de mi vida, pero créanme, se sentía mucho más que eso, cada minuto desde que me subí al barco fue una aventura, pero no de las lindas.

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EUROPA Lorem ipsum dolor amet mustache knausgaard +1, blue bottle waistcoat tbh semiotics artisan synth stumptown gastropub cornhole celiac swag.

Adana Esta ciudad fue mi primer hogar, pero nunca me sentí tratado como se trata a alguien en un hogar, cuando pienso acerca de mi antigua casa, lo único que se me viene a la cabeza son los malos tragos pasados en 1915, me pongo muy mal al recordarlo.

Mi historia comienza en Adana, Turquía donde nací en el seno de una familia Armenia. Toda mi niñez transcurrió escuchando las barbaridades cometidas de los turcos contra los armenios, por el simple hecho de serlo. Hasta que un día, 22 de abril de 1915, comencé a vivir en carne propia esa persecución, la familia de mi mejor amigo y compañero de clase Aram, de ascendencia Armenia, fue cruelmente acuchillada.

Adana, el principio

Como dije, esto no era algo nuevo, todos los días corría la voz de una familia víctima distinta, que era desaparecida, llevada a un lugar mejor o fusilada públicamente. Mi mamá me dijo que esto pasó porque el papá de Aram era importante.

Dos días después, sucedió algo que en todos estos años nunca pude borrar de mi memoria. Desperté en un ambiente de caos, gritos, correteadas y disparos. Los jóvenes turcos estaban asesinando a todo armenio que se encontraban por el camino. Con mi familia no fue distinto, una de mis hermanas mayores, embarazada, murió asesinada de un espadazo en su panza, mi padre y mi metzairik (abuelo) fueron fusilados, junto a otros de mis hermanos, incluido el más chico de todos, de tan solo 7 meses. En ese terrible momento, entendí que mi vida había cambiado para siempre. Lo unico que pude hacer ante tan terrible situación fue escapar. Me escabullí en la parte de atrás de una carreta, entre telas y otras cosas viejas, hasta llegar a lo que era un puerto. Pensé que ya estaba a salvo, pero no podía estar más equivocado. Ese lugar estaba plagado de soldados, eran como hormigas, controlando cada centímetro de ese lugar.

Adana, el estallido

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Adana, el escape

Veía como muchas familias llegaban con la esperanza de salvarse, pero eran encontradas y asesinadas sin piedad. Sabía que no podía arriesgarme a no ser identificado, por eso, estuve observando un par de horas, y vi unos movimientos raros en un barco. No pensé en las posibles consecuencias y me arriesgué. Salté de la carreta y corrí como nunca lo hice, hasta encontrarme con un hombre anciano, que me ofreció sacarme de ese lugar, si seguía sus instrucciones. Ese anciano yo lo conocía. Era amigo de mi metzairik (abuelo), por lo que confié en él. Me dijo que decida que camino quería seguir: uno decía Argentina y el otro USA. Elegí el primero, sinceramente no me importaba, ya que solo quería escapar.

Al subirme a ese barco, encontré a muchos otros armenios, algunos heridos, otros enloquecidos, pero todos escapando, como yo. A los pocos minutos zarpamos. No sabíamos lo que nos esperaba ni cuánto tiempo íbamos a estar navegando, pero lo cierto era que no iba a ser un viaje placentero. Al paso de los días, ya encaminados hacia nuestro desconocido destino, varios de los pasajeros estaban muy mal de salud: vomitaban, lloraban, gritaban y otros ya habían perdido la vida.

Eran días y noches interminables. Hasta que llegamos al puerto de Génova-Italia. Allí pudimos descender del barco por 2 días para descansar, tomar un poco de aire, comer, mover las piernas, mientras que unos hombres abastecían el barco de provisiones y herramientas para la parte más larga del trayecto, que era cruzar el océano Atlántico. En estos dos días, los que estaban en peor estado de salud se bajaron del barco y se quedaron en Italia, mientras que el resto continuamos con el viaje.

Puerto de Génova

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Desde que zarpamos en Génova, las condiciones del barco habían mejorado. El ambiente era distinto, la mayoría de los pasajeros ya estábamos más tranquilos, mientras que otros estaban cada vez más locos. Yo no hablaba mucho. Había pocos niños. La mayoría eran adolescentes y adultos jóvenes, que tampoco tenían mucho ánimo de charlar entre ellos. También había varios bebés. Ninguno sobrevivió al viaje. Lo mismo pasó con los más ancianos. Sus cuerpos no resistieron estar navegando en esas condiciones, bajo lluvia, sol, frío y calor.

En el medio de la nada

Algo que me quedo intacto en la memoria, fue como tiraban los cuerpos sin vida al mar. Eso sí que era fuerte. Ver como ese cuerpo sin vida flotaba en el mar, y mientras nos alejábamos, el cuerpo se hacía cada vez más pequeño en la inmensidad del océano, hasta perderlo de vista. Una vez incluso el capitán se vio forzado a tirar al mar a un chico de algo así como 17 o 18 años, porque su condición mental ya era insoportable Le había pegado a un niño y estaba constantemente gritando, haciendo escándalos o tratando de pelear con el primero que se le cruzaba. Sentí mucha pena por él, pero también alivio de poder estar seguro otra vez en el barco. Me pregunto qué habrá pensado él en ese momento, ver cómo el barco se alejaba sin dar la vuelta, perdiéndose en el horizonte.

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Finalmente, luego de mucho tiempo de navegar, vimos tierra firme. ¡Llegamos a Argentina! Sentí un alivio increíble. Sin embargo, esto me duró poco, porque nuevas preocupaciones entraron en mi mente. ¿Qué me esperaba en esta nueva tierra? ¿Cómo iba a hacer con el idioma, la comida? Debía encontrar rápido un trabajo. ¡No sabía por dónde empezar! Pero bueno, eso iba a ser un problema para después. Bajamos del barco en el puerto de la ciudad de Buenos Aires

ARGENTINA, la llegada a BsAs.

Había muchas personas, todos inmigrantes como yo.De inmediato nos enviaron a un hotel de inmigrantes para hacer algo que llamaban “cuarentena”, para evitar contagios de alguna enfermedad que hubiéramos contraído durante el viaje. Después de unos días en el hotel, meditando y pensando acerca de mi futuro, escuché que había una ciudad a 700 km de Bs.As que podría ser mi hogar, un lugar tranquilo pero con buenas oportunidades de trabajo. Esa ciudad se llamaba Córdoba. Me subí al tren en dirección hacia Córdoba. Estaba repleto de gente. Me pude colgar de un barandal, y al pasar unas horas llegué a lo que sería mi nuevo y definitivo hogar, pero no lo sabía.

Cuando llegué, lo primero que hice fue averiguar si existía alguna comunidad de armenios o al menos un barrio. Y por mi suerte si existía un Club de armenios llamado “Antranik”. Alejado un poco de la ciudad, se encontraba este club. Al llegar, me encontré con muchas personas, todas en mí misma situación de inmigrante recién llegado, habiendo escapado del genocidio perpetrado por los turcos.¿Cómo empezar una vida? Era lo que nos preguntábamos a nosotros mismos. Algunos ya venían con profesiones, entonces se les hacía más fácil encontrar trabajo. En cambio yo sin profesión, tuve que iniciar a probar con algunos oficios. Inicié vendiendo botones y cordones de casa en casa. Después fui albañil, es más, fui uno de los que construyeron el Palacio de Justicia de la ciudad. También fui carnicero y zapatero. Era lo que podía hacer en función de lo que se necesitaba en el momento.

CÓRDOBA, una nueva vida

Pasaron un par de años, y yo empecé a pensar acerca de formar una familia. En Turquía mi familia me había elegido quien sería mi esposa, una chica de otra familia armenia. Pero obviamente por causa de la guerra perdimos contacto. Mas tarde supe que ella había emigrado hacia Estados Unidos. Por lo que le mandé una carta, le dije que, si y sólo si estaba disponible y quería seguir con lo acordado por nuestras familias, yo la esperaba en Argentina, pero si era su voluntad yo la libraba de nuestro matrimonio.

El encuentro tan esperado

Al pasar de unas semanas, me llegó una carta de ella, diciéndome que estaba muy contenta de saber que yo también había sobrevivido, y que vendría a Argentina para casarnos lo antes posible. Hasta el día de hoy sigo fingiendo que no, pero me hubiera puesto muy triste si ella se hubiera quedado allá. Pero bueno lo importante es que, al pasar 1 mes de esa carta, ella llegó a Córdoba. Yo la esperé en la estación de trenes, y nunca me voy a olvidar de lo hermosa que estaba al bajarse del vagón. Su belleza era única y resaltaba entre la multitud. Cuando ella me vio, vino lo más rápido posible y nos dimos un beso, nuestro primer beso.

Ahora lo que seguía era organizar la boda, estuvimos varios meses en esto, en realidad. Su familia se ocupó de casi todo, pero bueno supongo que si mi familia hubiera estado ellos también se habrían preocupado por mi casamiento.Así fue como un 17 de febrero de 1946, me casé con el amor de mi vida, Ercilia. Yo vestía un traje azul marino y ella, mi novia, un vestido blanco inmaculado. En la boda comimos platos típicos de Armenia y realizamos todas las prácticas tradicionales que se suelen hacer en la cultura de nuestro pueblo, bailes, ritos, etc.

Finalmente, la conformación de un hogar

Esa fue la mejor noche de mi vida, después del nacimiento de mis hijos, claro. La disfruté de principio a fin, nunca me había sentido tan feliz, finalmente después de tanto tiempo podía sentar cabeza y formar una familia.Un año después de esto, y con esto quiero terminar mi historia, nació la que iba a ser la primera de mis 3 hijos. La llamé Rebeca, como mi madre. En una noche lluviosa de un 4 de Enero, la ilusión de mi primera hija es algo que nunca se puede igualar, tener tu propia princesa, diminuta que apenas entra en tus brazos, amarla incondicionalmente con apenas verla y no querer soltarla nunca. Eso es ser padre.

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