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Transcript

Relatos de un jardín marchito

- El ñañandy que hay no nos deja caminar con facilidad- grito el tío Hugo a lo lejos. Decidí sentarme en la roca más cercana y esperar a que los hombres acaben su trabajo. Al frente, se mostraba la fachada de la construcción que alguna vez fue el hogar de mi abuela. La observaba miedosa, como si nunca la hubiera visto. Su aspecto abandonado no coincidía con los recuerdos vagos que tenía en aquel lugar de mis días infantiles en donde pasaba las horas con quien me consentía con dulces, gaseosas y postres azucarados a escondidas.

El ambiente se mostraba tétrico, melancólico con aquel toque oculto que siempre parecía mostrar el jardín cuando la tarde se convertía en noche. A lo lejos oía a los hombres de mi familia conversar sobre como eliminar todo rastro de su madre en esta construcción para ponerlo a la venta. No deseaba aquello, no cuando el recuerdo de mi abuela seguía tan vivo en la vida de todos, de mí. Pensaba, en mi inocencia aún no despojada por la vida, que el cariño y la nostalgia de los hijos por su madre perduraría un tiempo más prolongado antes de convertirse en una guerra por el valor monetario de sus recursos dejados en el campo terrenal.

Ire a escucharlas

Aburrida, decidí dar un paseo por lo que alguna vez fue un jardín colorido recordando todas las ocasiones en donde mi abuela me relataba que cada hoja, pedazo de vida regalado por la naturaleza, tenía consigo una historia que contar a quienes estaban dispuestos a escuchar. Seguramente las historias de sus plantas y flores me ayudarían a recordarla.

Chivato
Yacaranda
Jazmín
Tajy
Santa Rita
Mango

¿qué dira la santa rita?

Doña Julia saco su sillón de mimbre a la sombra del joven mango. Muchos de sus frutos aun colgados, fueron picoteados por aves de paso que solían despertarlas por las mañanas. Febrero había llegado hace unos días, trayendo consigo el viento fresco que se podía apreciar a estas horas. La mujer de ochenta y ocho años miraba con tranquilidad su vereda casi completamente escondida por el portón negro descolorido. Pensaba en sus hijos y nietos, ¿Hace cuánto no la visitaban? El domingo anterior había venido Alberto con la víbora de su esposa a quien Doña Julia tenía un nulo aprecio. Además, Hugo no la visitaba hace ya un tiempo a pesar de sus pocas responsabilidades, tampoco lo hacía Sebastián con los niños y la si quería nuera. Comenzaba a sentir los vestigios de la partida de Miguel, que la abandono para estar con Dios hace cuatro años. Pensó fugazmente que sí, el estuviera aun, la acompañaría, sentado al lado suyo leyendo el diario de ayer quejándose de alguna noticia política. El mango dejo caer un fruto asustándola. Intentaba distraerla, de su pronta nostalgia.

Escuchemos al tajy

- Nairití amano ha ha´eche mosesema ko´agui. - se dijo a si misma mientras se sacaba los mocasines marrones y buscaba sus zapatillas.

Doña Julia mantenía una expresión de enojo que ni siquiera su querida nieta Sara pudo sacar con sus relatos escolares. Alberto le había pedido vender su casa y repartir el dinero entre los hijos. Iracunda, lo dejo hablando solo, sabía que esas eran ideas que su esposa le metía en la cabeza. ¿Acaso nunca pensó que su madre vivía allí? Doña Julia almorzó con desgano los tallarines que su nuera había preparado mientras su hijo hablaba sobre un tema del que no tenía interés de escuchar. No se quedó para el postre. Decidió llamar a un taxi y salir lo más rápido posible de la casa de aquella familia a la cual pertenecía. Al llegar, encontró a Gus esperándola moviendo la cola alegremente mientras jugueteaba entre las hojas caídas de la Santa Rita que hace pocos días había florecido. La saludo ladrando y Doña Julia pensó que pasaría con el animal el día que ella muera, ninguno de sus hijos le tenian el mismo cariño a Gus que ella.

¿Y el Jazmín?

Agosto había traído consigo un viento gélido que se intensificaba por las noches. Doña Julia rezaba el rosario antes de dormir, siendo sus plegarias silenciadas por los sonidos de las ráfagas de viento. Gus acostado cerca suyo, miraba a través de la ventana. El tajy, ubicado en la esquina de la vereda, bailaba a un ritmo violento, sacudiendo sus flores con frenesí. Su dueña miraba aquel espectáculo recordando el día que su Miguel trajo aquella planta a su hogar. Mi amor te traje un regalito- había dicho mientras descubría aquella ramita con pocas hojas- creo que es rosa, tu color favorito. - ¡Ay! Que linda y que chica que es. - No te confíes, que después termina agarrando todo el patio. Doña Julia sonrió ante aquel recordatorio. Guardo su rosario y se preparó para ir a dormir con el pensamiento de que quizás, dentro de poco podría ver a su amado. El pensamiento le causo miedo, pero también, un alivio que nacía desde el fondo de su pecho y se extendía por sus extremidades. El viento había cesado, el tajy se encontraba tranquilo.

¿Dónde está el yacaranda?

Doña Julia regaba su hermoso jazmín, la blancura de sus pétalos brillaba con el sol ofreciendo una vista que solo podía crear la naturaleza. Un mareo repentino hizo que cesara sus actividades súbitamente y se refugiara en la cocina, sentándose en una silla de madera. No era la primera vez que le sucedía, el cansancio abrazador que envolvía su cuerpo y la aterraba era cada vez más frecuente. Su tiempo estaba llegando más ella seguía negándolo, apurada por seguir realizando todo aquello que disfrutaba en compañía con su acostumbrada soledad. Pensó en sus hijos, sus nietos, en Gus ¿Qué pasaría con ellos cuando ella no estuviera? Los niños llorarían, los hermanos pelearían por su casa y el pobre perro seguramente acabaría en la calle. No sabía los futuros acontecimientos ni siquiera imaginarlos con certeza, pero no deseaba la pronta despedida que la vida parecía estarle preparando. El jazmín la observaba gracias a la puerta abierta que conectaba con la cocina, silenciosa, presenciaba el llanto de Doña Julia.

El chivato está llorando

El cocido de la mañana no tenía sabor alguno. Doña Julia se desperezaba lentamente, sin ánimos de nada. Pensó en barrer su vereda, para que sus vecinos metiches no comiencen a quejarse de que las calles del barrio se encontraban sucias, mas desistió de su tarea ante el dolor repentino de su espalda y caderas. Recordó vagamente el medicamento que el doctor le había recetado para aquellas aflicciones que aparecían momentáneamente y a paso apresurado lo busco en el cajón de arriba de la cocina. Gus expectante, observo como su dueña tragaba la pastilla sin mucha dificultad para luego salir al patio. Doña Julia, decorada por un vestido largo de algodón, descansaba en su ya habitual sillón de mimbre recordando la vida con dulzura. Recordó a Hugo su primer hijo, inquieto y tan curioso, a Sebastián, el segundo que fue seguido rápidamente por Alberto, con quien siempre jugaba a las escondidas, ensuciándose con la arena roja que antes, cuando la juventud aun habitaba en esa casa, rodeaba al Yacaranda aun pequeño y joven, que les brindaba una pequeña sombra calmante del sofocador calor de la tarde. Recordó a Miguel, a su dulce voz y sus manos fuertes, a su espíritu valiente y corazón blando, lo vio instantáneamente al mirar distraídamente al chivato que él había cultivado.

- Espérame un rato, me quiero despedir bien. - Entonces, ¿vas a venir? - Sí, me voy contigo, pero a la noche- dijo riendo, recordando como en su juventud siempre ponía escusas ante las invitaciones súbitas de su amado solo para molestarlo. - Bueno, te busco a la noche entonces – le respondió el, sonriendo con inocencia. Esa noche, doña Julia durmió con la tranquilidad recorriendo cada centímetro de su cuerpo. Miguel, su amado perpetuo, la busco como prometió y volvieron a estar juntos, eternamente.

- Si mi amor, Miguel soy. Ejuna chendive, rohechaga´u nio

- Julia che reina, que linda estas. - ¿Miguel? - le pregunto Julia a la figura confusa que hablaba.

- ¡Sara ya nos vamos! – grito mi papá desde lo lejos. – Hay que despedirse de todos. - ¡Ya voy! - respondí mientras me acercaba a ellos. El pasto húmedo rozaba mis tobillos mientras caminaba apresurada. Me hubiera encantado quedarme más tiempo escuchando historias acerca de mi abuela, pero todos parecían tener prisa. - Papá, ¿Qué van a hacer con la casa de abuela? - le pregunte cuando el semáforo rojo no dejaba avanzar al auto por la avenida. - Todavía no sabemos. Tu abuela recién se fue y creo que todavía es muy pronto. Lo mejor es esperar. Mire hacia la ventana conforme con la respuesta, recordando que Gus me esperaba en mi hogar.