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TRETAS Y ARTIMAÑAS

La policía atrapó a uno de los sospechosos luego de haber transcurrido la investigación del caso que había conmocionado a un pequeño pueblo escondido en un paraje serrano. Debido a que el detective me conocía por sus idas y vueltas a la ciudad, solicitó mi ayuda con el interrogatorio. Necesitaba de mis herramientas profesionales como psiquiatra para valorar los posibles trastornos mentales del sospechoso. Se trataba de un caso extraño y querían saber si el acusado estaba en pleno uso de sus facultades mentales a la hora del crimen.

Sus antecedentes arrojaban datos muy valiosos para la investigación: no siempre respondía al mismo nombre, en su expediente figuraba que había estado en un hospital psiquiátrico la mayor parte de su adolescencia, manifestaba pérdida de memoria (amnesia) de ciertos sucesos personales y cierta distorsión en la percepción de las personas y cosas, entre otras cuestiones. Cuando tomé conocimiento del caso, quise delegarlo a un psiquiatra colega ya que hacía un tiempo que no estaba ejerciendo mi profesión. Pero el detective insistió en que yo me encargara del mismo. Según él, no quería que se hiciera muy popular y lo quería dejar “entre conocidos”.

Moviendo algunos hilos, conseguí el informe del ex-paciente en el hospital psiquiátrico y me enteré que tenía TID, es decir, trastorno de identidad disociativo o como se le llamaba antes: “múltiples personalidades”. Le comenté al detective la información hallada y orgullosamente acepté encargarme del interrogatorio. Después de estudiar casi de memoria el informe, estaba listo para el interrogatorio. Iba apelar a las herramientas de una terapia conversacional, ya que es la más indicada para los tratamientos. Primero necesitaba saber con quién hablaba, es decir, con qué personalidad me encontraba.

Llegada la hora comencé con algunas preguntas rutinarias: nombre, trabajo y edad. Ahora estaba hablando con Juan, su expresión no fluía demasiado, siempre midiendo sus palabras, cerrado como una carcasa. Sólo pude averiguar que él consideraba que tenía unos 40 años de edad. Pero respecto al asesinato, dijo muy seguro de sí mismo que no había participado del delito. Luego de unas preguntas, comenzó a hablar solo y a responderse preguntas que yo no había hecho. Esto claramente denotaba otra de sus personalidades distintas. En ese momento no caí en el error que había cometido con Juan y esa vez grabé la conversación.

BAUTISTA

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De repente empezó a respirar hondo. Su mirada se perdía, su rostro temblaba, sus ojos titilaban, su cuerpo se mostraba tenso. En ese momento, supe que estaba cambiando de personalidad. Por 10 minutos se mantuvo en silencio, quieto como estatua, como si estuviera eligiendo quién se presentará después. Las interrogaciones no estaban dando sus frutos y el detective a cargo ya quería resultados. No sabía si la falta de práctica había quitado mi lucidez o simplemente era difícil sonsacar una información novedosa a alguien así. Por una cuestión de autoestima, tuve que quedarme con la segunda teoría. Por lo tanto, le dije al detective que necesitaba armar un perfil psicológico del paciente, ya que la información del hospital psiquiátrico no representaba una gran ayuda a la hora de desglosar el crimen.

Me resultó curioso que el detective no estuviera de acuerdo con determinar al sujeto como paciente, él prefería el término de “culpable o asesino''. Yo tuve que explicarle que una de sus identidades era la autora del crimen, pero no todas. Volví a entrar a la sala de interrogatorios, un pequeño cuartucho con paredes grises, dos sillas y una mesa metálica atornillada al suelo. Allí estaba otra vez, mirando hacia el infinito. No se percató de mi presencia. Esta vez, me propuse conocer un poco más de su pasado.

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MIGUEL

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alejandro

Por 5 min estuvo en silencio. Hasta que…

El día había terminado. La larga sesión de interrogatorios estaba resultando y poco a poco comenzaba a empatizar con estos sujetos y su forma de vida. Pero algo no me cuadraba. Cómo podría esta persona o estas identidades haber cometido ese asesinato, haber acabado con la vida de Anita, una joven incapaz de molestar a una mosca. Entonces ¿por qué este ser decidió amargar la vida de sus padres, su familia y del pueblo en general? Si bien no se había integrado socialmente, nunca fue tratado con hostilidad. Juan, Bautista, Miguel y Alejandro… no encajaban en lo más mínimo con el perfil de un asesino, entonces ¿por qué…?

Necesitaba obtener más pruebas. El caso que antes estaba por rechazar ahora consumía toda mi atención, necesitaba resolverlo porque, claramente, el detenido no había cometido ningún crimen. Enfrenté al detective, y le planteé mi situación. No me soltó las evidencias tan fácil, tuve que insistir e insistir y así las recibí. Me daba la sensación de que me ocultaba algo. Las pruebas contra estos personajes consistían en el hacha, el arma asesina, unas fotos que mostraban al detenido con Anita algunos días antes y el llamado de un testigo anónimo.

Resultaba que el tema de la llamada anónima era solo un título, solo unas palabras en un papel, y no había detalles acerca de lo que se habló en esa conversación tan misteriosa. Si el detective no ofrecía la evidencia que necesitaba, la iba a tener que conseguir yo mismo. Tal como sucede en la vida de los pueblos, nunca dejaban las puertas cerradas y cuando observé que el detective salió de su oficina, ví mi oportunidad. Me lancé sobre su precaria computadora y comencé a buscar el informe del caso. Una vez que leí todo, comencé a conjeturar para atar cabos sueltos. Con la excusa de olvidarme algo volví a ciudad de la cual soy oriundo, con el hacha que robé de la sala de evidencias. Cobré un par de favores con un amigo que trabaja en el laboratorio e hice analizar el arma.

Luego de los resultados avisé a Asuntos Internos para que se lleven al detective. Él era la tercera huella en el arma. La llamada anónima era falsa; el detective inventó eso. ¿Y por qué el detenido tendría fotos de él con Anita?. Evidentemente, fue un momento de celos del oficial en alguna disputa amorosa. Ya lo resolverá Asuntos Internos -me dije. No resultó nada complicado estigmatizar a Juan, Bautista, Miguel y Alejandro, ya que se lo conocía como “el loquito del pueblo”. De esta manera, fue utilizado como “chivo expiatorio'' para evadir la investigación policial del hecho. La justicia hará su trabajo, Yo confío en ello…

Fin