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Comienza tu viaje por esta minihistoria que, para contarse, se entrelaza.Elige tu camino haciendo click en los botones y posando el cursor sobre las imágenes

Ella

Él

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Encuentro

Desencuentro

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El hueco en la tierra es un vientre laberíntico de sinuosos caminos. En la roca cavernosa la mujer espera al amante. La bestia la ronda y también lo requiere. Lo necesita para seguir siendo bestia.En los pasadizos bifurcados de piedra yace un espacio de hierba seca amorosamente preparado.

Abrir los ojos

Continuar con los ojos cerrados

Ella está desnuda cuando el amante acude a la cita y se abre, exótica, a las manos intratables y ásperas del hombre que la ama con sus dedos como espadas y las palmas como escudo.Con los ojos cerrados lo espera y él la besa sobre la carne y en el fluido de los cuerpos son dos seres ardidos.Ella sabe que dará a luz por el filo de una espada.La bestia asecha, ronda. Ella la percibe con los ojos que no abre y él la intuye sabiamente con la valentía enamorada del tonto.

Perseo.

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El enredo de los cuerpos se ha extinguido, la bestia alcanza la mujer con toda su bestialidad y mira al amante desde los ojos cerrados de la amada laberíntica y ella lo mira también.Naturaleza del ser y esencia del monstruo; mujer pasional. Él ya es piedra, el pétreo destino de Medusa esperará por

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Él le besa las manos y el cuerpo y los labios y ella daría todo por mirarlo a la cara, por contemplar su rostro, por acariciarlo también con la mirada. Sin embargo sabe que el monstruo está cerca, le conoce las marcas, los tajos de algún otro amante con otra espada. Él se impone amándola y Medusa enfrenta su destino ciego. Tal vez esa decisión cambie los planes de Perseo.

Lo alcanza

Se fue

Ella está desnuda y esperando. Él se esfuerza por resistirse y ella lo sabe.Él cree escuchar la respiración de un mostruo y se aterra. Él está enamorado, pero ahora siente que la piel se le vuelve metálica, como de un miedo pasional.Decide marcharse, atender a un instinto más fuerte que el de la pasión de la carne.Ella lo percibe, lo huele a él y a sus decisiones. Desnuda, como se encuentra, sale en su búsqueda con la posibilidad de alcanzarlo aún cerca.

En el afuera montañoso, se escucha el eco de unos pasos apresurados en la caverna. Ella ha llegado a la entrada y él está de espaldas, yéndose. La traición enoja al monstruo, la sangre del escorpión bulle por sus venas y el amor da un salto al odio. Ella lo mira y el sabe que no debe, pero tal vez por eso, por saber que no debe, se da la vuelta. Frente a frente, un destello en los ojos de ella; piedra en la mirada de él. Sellado el destino de Medusa.

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Corre incluso lastimando su cuerpo sobre el suelo pedregoso y áspero. Su prisa desafía tormentas. Afuera todo es calma rota tras sus gritos, su llamado desmedido, su súplica que en el viento suena como un "no me dejes".Solamente cuando está segura de que ese afuera pétreo está solo, ella abre los ojos. Para suerte de su amante su mirada se posa sobre la nada. Él se ha ido, solo ve un destino quieto, absolutamnete quieto, como de ´piedra.

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El paisaje se vuelve a cada paso más férreo. Ya no hay vegetación a esa altura de los riscos ni animal a la vista más que algún tipo de serpiente escondida en las hendijas de la piedra. Él va a encontrarla en su terreno, la ama y sabe que ella le ofrecerá un espacio cómodo, un nido suave aun en la tierra pétrea.En el fondo él le teme, sabe que ella lleva el erotismo de la bestia.

Abrir los ojos

Continuar con los ojos cerrados

El erotismo pudo más que la bestia y el hombre ingresa por los pasillos cavernosos tallados por las palpitaciones profundas del planeta. La cueva es un vientre laberíntico y filoso, todo a su paso podría ser síntoma de una terrible cefalea.Mareado y guiado solo por su institnto amatorio, en el centro de esa migraña la encuentra a ella desnuda, frágil, poderosa, delicada y polvorienta. Los dos han cerrado ahora los ojos. Pero él los abre, la mira y le besa los párpados, le acaricia las cejas y ruega su mirada. Sabe que en esa mirada habita la bestia, pero no, a él no, no le haría daño.

Abrir los ojos

Continuar con los ojos cerrados

La bestia acabó con el erotismo. Él se pregunta si vale la pena el esfuerzo, la travesía... a ella la ama, pero podría amar a otra más cercana en distancia y esencia.Advierte que la cueva es una madriguera y justo en la entrada se detiene como alertado por una sensación que no es pasajera sino perdurable en su piel que se paraliza, en su voz que no habla para llamarla a ella.Él la ama, pero también sabe del monstruo que habita la casa, ese cuerpo con el que ella lo espera y él ha deseado hasta perder el aliento. Pero es el aliento lo último que se pierde cuando ya también se perdió la esperanza. Entonces presiente que ella lo intuye ahí, en la entrada de la caverna y va a su encuentro.

Ella no soporta la sed de mirarlo, de reeconocer su rostro no solo con las manos. Quiere atesorar el momento. Él la sigue besando. Si ella abriera sus ojos esa escena de amorío y romance que él ejecuta quedaría así para siempre en su cuerpo joven, sin las marcas del paso del tiempo. ´Él piensa eso y se sorprende de sus pensamientos y la mira a ella ya con mirada de piedra. Medusa tiene los ojos abiertos.

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En el esfuerzo por rescatarla de su destino es él quien cierra los ojos y le ruega que así se queden los dos, ciegos, entre los pasadizos de piedra. Una caricia, apenas sobre los muslos marcados por alguna espada lejana que no consiguió más que un rasguño, es suficiente para convencerla. Se aman incluso ante la posibilidad de un descuido que se convertiría en tragedia. Los dos renuncian a la mirada. Ella lo intuye pero él lo sabe, lo escuchó entré las gargantas ardidas por el alcohol en alguna taberna: un tal Perseo necesita una cabeza.

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Él se está yendo pero no puede dejar de escuchar el eco de pasos que se acercan en un zigzagueo de tiempo. Debería apurar su camino, sabe que debería apresurarse y huir, pero no puede. Él no solo la ama, también la compadece. La ama y le teme y la compadece. Esos sentimientos no pueden tomarse con ligereza, por eso los pasos de ella ya no son un eco, ahora es el grito de traición lo que lo detiene; "traidor", escucha.Él sabe que no debe hacerlo, que ahora el mostruo la posee por completo, pero cómo renunciar a una palabra, a un último gesto. Ruega que ella haya cerrado los ojos y se da la vuelta. Un destello instantáneo en la mirada de ella y un destino sellado para ambos en la quietud implacable de la piedra.

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Se ha ido. Sabe que ella caerá en la desesperación y nunca llegará el olvido ni el perdón, ni el entiendo el porqué de tu partida. Ella no comprenderá. En el viento que fluye y confluye entre los riscos, cree escuchar los gritos como un llamado: No me dejes, no me dejes, parece decir la súplica.la imagina así, en pie, desnuda y suplicante como una flor carnívora en el desierto gris y áspero de la piedra. Seguirá su marcha y su destino. Medusa también encontrará el suyo.

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Adán Resiale