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Murillo pintó muchos cuadros para la iglesia, haciendo pinturas para conventos e Iglesias. Empezó a especializarse en los dos temas iconográficos que mejor caracterizan su personalidad artística: la Virgen con el Niño y la Inmaculada Concepción, de los que realizó multitud de versiones. Sus representaciones de la Virgen María son siempre mujeres jóvenes y dulces, inspiradas seguramente en sevillanas conocidas del artista.

¡Buenos días, queridos amigos! Mi nombre es Bartolomé Esteban Murillo y nací aquí, en Sevilla, en el año 1617, ¡hace más de 400 años! Tuve muchos hermanos, 14 ni más ni menos, y yo era el más pequeño. Me quedé huérfano con 9 años, pero mi hermana Ana, que era mayor que yo, se hizo cargo de mí. Ana era muy buena y me llevaba al taller de su pariente Juan del Castillo, que era pintor. Allí aprendí a pintar y a usar los colores. Mi primer gran encargo constaba de trece cuadros para el Claustro de San Francisco el Grande, y quedaron tan bien, que me hice famoso y no me faltaba el trabajo. Me casé con mi querida Beatriz y tuve 9 hijos. Lo que más me encargaban eran cuadros religiosos, sobre santos o la Virgen. Sin embargo, a mí me gusta mucho pintar a las personas normales que veo por las calles de esta preciosa ciudad. Pinto a muchos chiquillos de las calles, para reflejar la vida popular de Sevilla.

Cabe destacar entre ellos el de la Muchacha con flores, una niña casi adolescente, cuya sonrisa sensual y confiada puede rivalizar con la misteriosa y distante de la Gioconda. O el de las Vendedoras de frutas que cuentan las monedas y muestran al descuido su mercancía de uvas y membrillos, un magnífico bodegón de resonancias flamencas.

Esta serie de cuadros sobre niños de la calle sigue un mismo patrón. En uno de los ángulos del primer término suele aparecer un bodegón de frutas, muy al estilo barroco, que ya de por sí vale todo un cuadro. Los niños, plenamente integrados y adaptados a su situación, muestran actitudes alegres y desenfadas, mientras comen, juegan o negocian, como un triunfo de la vida sobre el dolor.

CUATRO FIGURAS EN UN ESCALÓN La risa será una de las principales protagonistas en las pinturas de género realizadas por Murillo. El joven muchacho de la izquierda que aquí contemplamos dirige su mirada hacia el exterior y esboza una amplia sonrisa que contrasta con el gesto de la hermana que parece contener su divertida actitud. La madre abandona su tarea de despiojar a un niño para mirar también hacia el exterior, a través de sus anteojos. ¿Qué ocurre en el exterior para que todos dirijan su mirada hacia allí? Algo similar podemos encontrar en las "Mujeres en la ventana" creando un juego con el espectador que hoy por hoy es imposible de descifrar pero que en la época sí tendría su lógica. En esta imagen Murillo se muestra como un excelente pintor de gestos y expresiones, recogiendo con sus pinceles las diferentes actitudes de los personajes.

Tal vez el Murillo más conocido por el público sea el de las Inmaculadas, pero hay otro Murillo, nuestro Murillo, el de los niños de la calle, el de los pilluelos harapientos y piojosos que se reparten un melón robado, juegan a los dados o comparten almuerzo en aquella Sevilla que se hundía en la miseria. En el Niño espulgándose encontramos el primer tratamiento no religioso de los niños. Se trata todavía de un cuadro de luces crudas, al estilo de Zurbarán, que desprende una sensación de tristeza y abandono.