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Cuentospara reflexionar

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https://tucuentofavorito.com/cuentos-sobre-amor-propio-y-autoestima-para-adolescentes-y-adultos/

Apprends avec Béa- Beatriz Mar Lescieur

Cuando era pequeño, me encantaba el circo. Con todo ese ambiente de fiesta, ese colorido, esa alegría… Pero de todo ello, lo que más me gustaba eran los animales. Y de todos los animales, me fascinaba el elefante. Era tan grande, tan fuerte… Pero hay algo que siempre me llamó la atención: antes y después de cada espectáculo, el elefante permanecía atado a una diminuta estaca por una cadena. Y yo pensaba, ‘¿cómo es posible que el elefante, tan grande y fuerte, no se intente liberar de esa minúscula cadena y esa débil estaca clavada en el suelo?’.Esa duda me atormentaba, y comencé a preguntar a los adultos, en busca de una respuesta. Todos se encogían de hombros, no sabían qué contestar. Hasta que un día, un hombre se acercó a mí y se puso a contemplar el elefante a mi lado. Entonces le hice la pregunta y él, observando al elefante, respondió: No intenta liberarse porque desde muy pequeño estuvo atado a esa estaca y no pudo escapar de ella. Entonces, se rindió. Y yo comencé a imaginar al pequeño elefante encadenado a la estaca, intentando soltarse de ella con todas sus fuerzas. Pude sentir su lucha y su frustración cada vez que caía al suelo agotado, sin ninguna victoria. Pensé en el día en el que el pequeño elefante se tumbó junto a la estaca resignado y asumió su destino. Ese día que decidió dejar de luchar por soltarse de la cadena. Ese día que asumió su derrota para siempre. Por eso, entendí entonces, el elefante ya no lucha. Porque piensa que no puede.

El elefante encadenado

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El desafío

Hace mucho, un anciano campesino, harto de tener que sufrir para proteger su campo de las tormentas o la sequía, decidió hablar con Dios: – Escúchame, Dios, necesito pedirte algo. – ¿Qué quieres? – respondió Él. – Estoy cansado de trabajar cada día el campo y perder muchas veces la cosecha de trigo por culpa de una tormenta o una despiadada ola de sequía. La gente termina pasando hambre… Tal vez no sepas como yo, que soy campesino, cómo debe ser el tiempo. Deja que yo decida durante un año y verás cómo desaparecen la pobreza y el hambre. Dios le miró compasivo y asintió. – De acuerdo, acepto el reto. Tú me dirás durante un año cómo quieres que sea el tiempo. Y así fue: durante un año entero, el campesino iba pidiendo sol o lluvia según lo deseaba. Y todo fue muy tranquilo. Apenas tuvo que trabajar y en primavera, justo un año después, fue a hablar con Dios. El trigo había crecido mucho, más que ningún otro año, y el campesino estaba orgulloso: – ¿Ves como tenía razón? – dijo el anciano-. El trigo está tan alto que tendremos alimento para varios años. – Ya veo- respondió Dios- Cierto, ha crecido mucho. Pero… ¿Te has asegurado de que los granos sean buenos? El campesino tomó entonces un grano de trigo y lo abrió. ¡Estaba vacío! – ¿Cómo es posible? – preguntó alarmado el campesino. – Sin obstáculos, es imposible crecer. Sin desafíos, sin tormentas, truenos o granizo, el trigo no se fortalece. Le pusiste todo tan fácil, que el trigo creció sin alma, vacío… El campesino entonces lo entendió todo.

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El café

Había una vez un joven al que la vida le pesaba enormemente. Creía que todo se ponía cuesta arriba y que nunca sería capaz de superar los obstáculos. El joven se deprimió y dejó de intentar nada. – ¡Estoy cansado de luchar!- le dijo a su padre- Cada vez que soluciono un problema, aparece otro. Su padre, no dijo nada, pero llenó tres ollas con agua y las puso al fuego. En la primera olla, echó zanahorias. En la segunda, huevos. Y en la última, unos granos de café. El hombre dejó hervir durante un tiempo el agua en las ollas. Después apagó el fuego de todas. Escurrió las zanahorias y las colocó en un plato. Lo mismo hizo con los huevos. Y por último, coló el agua que hervía con los granos de café y al momento un delicioso aroma inundó la habitación.– Hijo- le dijo entonces el hombre- Estos tres elementos se han enfrentado a las mismas adversidades, el agua. Pero cada uno ha reaccionado de forma diferente: Las zanahorias parecían ser duras pero el agua las ha reblandecido y han perdido su fuerza. Ahora son débiles. Y los huevos… los huevos parecían frágiles. Su interior era líquido y el agua lo ha endurecido en extremo. Pero si te fijas bien, el café sin embargo, ha cambiado el color, el aroma y hasta el sabor del agua. Ha sido el único capaz de reaccionar utilizando a su favor las adversidades. Y dime, hijo, ¿tú quién quieres ser? ¿Quieres ser como la zanahoria que entristece y se viene abajo ante la adversidad? ¿Tu corazón se convertirá en una piedra y endurecerá como le sucedió al huevo? ¿O vas a ser como el café, capaz de transformar los problemas?

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El cántaro agujereado

Un campesino muy pobre que vivía en lo alto de una montaña, bajaba todos los días desde su casa hasta el río con dos cántaros a la espalda. Los llenaba de agua y subía la colina con ellos para regar sus plantas. De esta forma, conseguía cada año un cultivo espléndido. Pero una calurosa tarde de verano, el hombre se sentó a la sombra de un árbol a descansar, y una piedrecita hizo un pequeño agujero en uno de los cántaros. Al cabo de unos meses, el cántaro intacto le dijo al otro: – No sé cómo no te das cuenta de que eres un estorbo y no sirves para nada. Nuestro amo no hace más que bajar y subir de la montaña al río y del río a la montaña… Yo le ofrezco todo el agua, pero tú en cambio la vas perdiendo por el camino. No llevas ni la mitad de agua. ¡Con todo el esfuerzo que hace él! El cántaro agujereado se puso muy triste. Al día siguiente, le dijo a su amo: – Amo, no deberías llevarme al río. Ya no sirvo para nada. – ¿Por qué dices eso?- preguntó él. – Porque tengo un agujero y cada vez que subes cargado conmigo por la montaña, voy perdiendo el agua que recogiste en el río. – Eres más valioso de lo que piensas– dijo de pronto el campesino- ¿O acaso no te fijaste en que ahora el camino de vuelta a casa está repleto de hermosas flores? Es porque al ver que tenías un agujero, fue echando semillas por el camino para que nacieran y adornaran de colores el camino de vuelta. El cántaro entonces comenzó a sentirse mucho mejor

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El niño que pudo hacerlo

Dos niños patinaban en un lago helado cuando de pronto el hielo se abrió y uno de los niños cayó al agua. La corriente le arrastró un poco más adelante y el niño no podía salir. Estaba atrapado bajo la capa de hielo. Su compañero comenzó a gritar pidiendo auxilio pero no había nadie cerca. Se dio cuenta de que lo único que podía salvar a su amigo era abrir un agujero en el hielo. Así que buscó una piedra y comenzó a golpear el hielo con todas sus fuerzas. Una y otra vez, sin parar. Hasta que de pronto el hielo se rompió y pudo ofrecer su mano para que el otro niño se agarrara. Así, de esta forma, pudo salvar a su amigo.Cuando llegaron al pueblo y contaron a todos lo que acababa de suceder, ninguno podía creer su historia. – ¿Cómo un niño tan pequeño como tú ha podido romper una capa de hielo tan gruesa? ¡Eso es imposible! – Eso, eso- decía otro- ¿cómo pudiste hacerlo? Entonces, un anciano se acercó y dijo: – Yo sí sé cómo pudo hacerlo. Todos le miraron con atención. Entonces, el anciano añadió: – Porque no había nadie cerca para decirle que no podía hacerlo.

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Las dos hormigas

Una hormiga vivía plácidamente en una montaña de azúcar. Otra hormiga vivía cerca de allí, en un montículo de sal. La hormiga que vivía en la montaña de azúcar vivía feliz, porque disfrutaba de un alimento muy dulce, mientras que la hormiga que vivía en la montaña de sal, siempre tenía una terrible sed después de comer. Un día, la hormiga de la montaña de azúcar se acercó a la montaña de sal: – ¡Hola, amiga!- le dijo. – ¡Hola!- contestó extrañada la hormiga del montículo de sal- ¡Que bueno ver otra hormiga por aquí! Comenzaba a sentirme muy sola… – Pues vivo muy cerca de aquí, en una montaña de azúcar. – ¿Azúcar? ¿Y eso qué es?- preguntó extrañada la hormiga de la sal. – ¿Nunca probaste el azúcar? ¡Te va a encantar! Si quieres, ven mañana a verme y te dejaré probar el azúcar. – ¡Me parece una idea fantástica!- contestó intrigada la hormiga de la montaña de sal. La hormiga de la montaña de sal visita a la hormiga del azúcar.Al día siguiente, la hormiga del montículo de sal decidió aceptar la invitación de su vecina. Pero antes de partir, pensó en llevar en la boca un poco de sal, por si acaso el azúcar no le gustaba. Así tendría algo que comer. Y después de andar un poco, enseguida descubrió la brillante montaña de azúcar. En lo más alto, estaba su vecina. – ¡Que bueno que viniste, amiga! Sube, que quiero que pruebes el sabor del azúcar. – ¡De acuerdo!- contestó la hormiga de la sal. Una vez arriba, la hormiga vecina le ofreció un poco de azúcar, pero como ella tenía sal en la boca, el azúcar le supo a sal. – ¡Vaya, qué curioso!- dijo la hormiga de la sal- Resulta que tu azúcar sabe igual que mi sal. Debe ser lo mismo. Tú la llamas azúcar y yo la llamo sal. – No puede ser- dijo extrañada la otra hormiga- Yo he probado la sal y no se parece en nada… A ver, abre la boca. Entonces, la hormiga se dio cuenta de que tenía guardada sal en la boca. – ¡Claro! ¡Ahora lo entiendo! Anda, escupe la sal y prueba de nuevo… La otra hormiga obedeció y esta vez sí, el azúcar al fin le supo a azúcar. – ¡Mmmmmm! ¡Deliciosa! ¡Es una maravilla!!- dijo la hormiga entusiasmada. Y se quedó a vivir con su nueva amiga, disfrutando del maravilloso y dulce sabor del azúcar.

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Cuentan que un hombre que amaba las montañas, se estuvo preparando toda la vida para subir a la cima del Aconcagua. Cuando sintió que ya estaba listo, comenzó la expedición, pero quiso hacerla solo. Comenzó a subir y a subir y el cielo se oscureció. Pero él deseaba llegar a la cima y siguió subiendo, sin descansar ni preparar ningún campamento base. El sol se ocultó y el cielo se oscureció. No se veían ni estrellas, porque el cielo estaba cubierto de nubes. Así que en un momento dado, el montañero se escurrió y cayó por un precipicio. El hombre cayó a gran velocidad y pensó que moriría. Por su mente comenzaron a pasar decenas de imágenes de todo lo que había vivido hasta el momento. Pero justo cuando ya llevaba un buen tramo cayendo en el vacío, un fuerte golpe le frenó en seco. Como montañero experimentado, había asegurado su ascenso con una cuerda y ahora esta le sostenía en el vacío. La difícil decisión del montañero Con un pequeño hilo de voz, y las manos congeladas por el frío, gritó: – ¡Dios, ayúdame! El hombre estaba rodeado por una intensa oscuridad y no podía ver lo que tenía alrededor. Para su gran sorpresa, una profunda voz le respondió: – ¿De verdad crees en Mí? ¿Piensas que puedo ayudarte? – ¿Eres Dios? ¡Claro que sí! ¡Ayúdame! ¡Confío en Ti! – Entonces, corta la cuerda que te sostiene. El hombre se quedó petrificado, en silencio, sin saber qué hacer…. Al día siguiente, con los primeros rayos de sol, unos montañistas descubrieron el cuerpo sin vida de aquel montañero, con las manos congeladas y aferradas con fuerza a una cuerda que le sostenía en vilo a menos de dos metros del suelo.

La cuerda de la vida

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Cuentan que un hombre que era atleta partió de un pueblo para competir en las olimpiadas en una ciudad lejana. Todos le conocían y sabían que era endeble y débil. Pero cuando este hombre regresó, comenzó a contar a todos sus grandes hazañas: – ¡Teníais que haberme visto en Rodas! Di un salto tan grande que todos me ovacionaron con fuerza. Un salto que jamás ningún otro atleta había conseguido dar jamás. Las gradas se pusieron en pie y comenzaron a gritar mi nombre. Fue algo muy emocionante. Me colmaron a felicitaciones. El hombre añadió además que tenía testigos en Rodas por si alguien los pedía… – Oye amigo- dijo de pronto uno de los oyentes- Nosotros no necesitamos testigos. Esto es Rodas. Da ese salto aquí y te creeremos.

El fanfarrón

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Cuentan que un joven visitó un día a un sabio maestro del budismo. Necesitaba entender por qué se sentía tan poco valorado. – Maestro- le dijo- siento que no valgo nada, que nadie me valora. Siento que soy un auténtico inútil en la vida. El maestro se incorporó y respondió: – Cuánto lo siento, muchacho… pero antes de ayudarte, necesito resolver un problema y tú puedes ayudarme. Después, te ayudaré a ti. El joven volvió a sentirse mal. De nuevo postergaban su problema… se sentía menos valorado aún, pero no podía negarse a ayudar al maestro. – De acuerdo- le dijo. Entonces, el sabio se quitó un anillo pequeño que llevaba en el dedo meñique y se lo dio, diciendo: – Toma este anillo. Necesito que lo vendas en el pueblo. Puedes usar mi caballo para llegar antes. Pero no lo vendas por menos de una moneda de oro. El joven hizo lo que el maestro le pidió: cabalgó hasta el pueblo e intentó vender el anillo en el mercado. Pero todos se reían de él. – ¿Una moneda de oro por esto? ¡Vamos, muchacho, que el oro vale mucho y tu anillo no debe costar más de una moneda de plata…como mucho! Un anciano se apiadó de él y le ofreció una moneda de plata y un cacharro de cobre a cambio, pero la consigna era clara, y no quiso vender el anillo por menos de una moneda de oro. Al final del día, desesperanzado, regresó a la casa del maestro con el anillo. El valor de las cosas: cuánto valía el anillo – Lo siento… nadie quiso darme una moneda de oro por él. Y el sabio le dijo: – Vaya, no importa… Tal vez primero debamos saber cuánto vale en realidad, ¿no crees? Así sabremos qué pedir por él. Toma el anillo de nuevo y visita al joyero del pueblo. Que te diga cuánto pagaría por él. Es experto en oro y sabrá con exactitud lo que vale este anillo. Pero no se lo vendas. Vuelve para contarme qué te dijo… El muchacho hizo lo que el maestro le pidió. El joyero sacó su lupa y estuvo observando el anillo con detenimiento. Después, levantó la cabeza y dijo: – Dile a tu maestro, que le daré 57 monedas de oro por él… – ¡57 monedas de oro!- exclamó el joven entusiasmado. – Sí, sé que es poco… con el tiempo podríamos sacar hasta 70 monedas de oro, pero si tiene prisa por venderlo, es lo que le puedo dar. El joven regresó muy contento a la casa del maestro y al llegar le dijo: – ¡Maestro! ¡El anillo vale muchísimo! ¡57 monedas de oro! Y el sabio asintió sonriendo. Luego le dijo: – Lo mismo sucede contigo. No todos van a valorar lo que realmente vales. Solo aquellos que puedan verte de verdad, aquellos que como el joyero, sepan valorar. No le des importancia a lo que piense el resto.

El valor de las cosas

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Un día un grupo de ranas caminaba por un bosque cuando dos de ellas cayeron en un pozo muy profundo. Las demás ranas se reunieron alrededor y vieron que no podían rescatarlas. ¡Era demasiado profundo! Las dos ranas, movidas por un impulso de supervivencia, comenzaron a saltar, intentando salir del agujero, pero el resto de ranas les gritaban desde arriba: – ¡No insistáis! ¡No podréis salir nunca! ¡Dejadlo! Las dos ranas siguieron saltando, aunque una de ellas comenzó a desanimarse cada vez más… – ¡No saltéis más! – gritaban aún más fuerte sus compañeras- ¡No podéis salir! ¡Asumid vuestro destino! Las ranas gritaban y hacían gestos con los brazos para que las ranas se dejaran morir sin más. Y una de ellas, al final cedió y cayó al suelo, en donde al fin murió. Sin embargo, la otra rana seguía saltando cada vez más, con más fuerza, con más intensidad… y en uno de sus grandes saltos, consiguió alcanzar el borde del agujero y salir al exterior. Cómo consiguió la rana sorda alcanzar su meta Las demás ranas la miraron boquiabiertas, sin saber qué decir. Estaban realmente sorprendidas de que aquella rana hubiera conseguido salir del agujero, a pesar de que todas le decían que lo dejara… – ¿Cómo es que has conseguido salir?- le preguntó una de ellas- ¿No escuchabas cómo te decíamos que pararas? Y la rana, se encogió de hombros, les hizo señas para explicar que era sorda, y les dijo con signos que quería darles las gracias por haber confiado en ella. La pobre rana sorda se pensaba que en lugar de decir que parara, le estaban dando ánimos para que consiguiera salir.

La rana sorda

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