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Los fusilamientos, GOYA

El ejército francés, absolutamente ordenado, aparece alineado en perfecta formación. Ninguno de sus soldados tiene rostro. Goya ha representado con ello su “deshumanización”. Todos le dan la espalda al espectador, convertido en testigo de la escena mortal. Alineados todos sus fusiles, cuya horizontalidad rompe las diagonales del lienzo, parecen, según una guía del Museo del Prado, una “eficiente máquina de matar”. Sus uniformes, en tonos marrones y grises, tienen un tratamiento cezannesco. El pintor ha suprimido el volumen y el claroscuro, y ha optado por trazos gruesos que forman masas planas de color. Así pintados, los soldados parecen un muro de muerte, cerrado, impenetrable, plano y gris.

La escena parece encuadrarse en un espacio real: la montaña del Príncipe Pío, aunque algunos intérpretes difieren en sus observaciones. Al fondo, se pueden ver dos estructuras. Aparentemente se trata del convento de Doña María de Aragón y el cuartel del Prado Nuevo, hoy en día inexistentes. En el centro del lienzo, manchones y trazos indefinidos parecen mostrar una muchedumbre de personas. No queda claro de quién se trata. Para la artista Concha Jerez, una hipótesis coherente es que Goya haya representado a las élites que se mantuvieron ajenas a celo del pueblo para defender la causa del reino. El horizonte de la franja superior del cuadro se remata con una apesadumbrada noche cerrada, sin que el firmamento muestre ni siquiera una sola estrella. El luto invade el cielo madrileño, pero en el corazón del pueblo la luz resplandece.

Compositivamente, los condenados a muerte no tienen ni orden ni línea, el caos domina la sección. Los personajes no poseen atributos de guerra como armas o uniformes. Se hace evidente una clara desigualdad entre los bandos. Se distinguen cuatro grupos entre las víctimas, los cuales rompen la linealidad: el grupo principal está al centro de la sección y permanecen de rodillas. Otro grupo está a la derecha esperando su turno. En la base de la imagen, yacen los ya asesinados. Pero a la izquierda en el fondo, se distingue una sombra. Parece una mujer sosteniendo a alguien en brazos, casi como una piedad. Las víctimas tienen rostros y en ellos se ve el horror ante la muerte que se avecina. Solo dos de los personajes esconden el suyo, incapaces de soportar la escena. Todos son personajes anónimos, arquetipos de la gente del pueblo que fueron sacrificados por los franceses. Entre las víctimas no hay ni soldados ni representantes de la élite.