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Oihana de Andrés, navarra de 37 años, y Álex Ciprés, barcelonés de 34 años, se instalaron hace dos años en Otsagabia. Han puesto en marcha un apartamento rural que ahora, con la relajación de las restricciones, empieza a funcionar. “Hay oportunidades de negocio en los pueblos. Pero emprender cuesta mucha energía”, asegura Álex, que trabaja también como quesero. Oihana, que se fue con 16 años a estudiar la secundaria a Pamplona, explica que muchos de su generación no han vuelto. “Yo me crié aquí y tengo muy buenos recuerdos. Los niños crecen de una manera muy sana y con mucha libertad”.

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El navarro Matías Layana, de 24 años, vive desde hace cinco en Otsagabia y se ha comprado un apartamento. Es chapista mecánico, le gusta la naturaleza y de vez en cuando sube con sus perros al monte. Tomó la determinación de mudarse de las cercanías de Pamplona, donde vivía con sus padres, al pueblo, donde venía cuando era pequeño. “No era la calidad de vida que quería. El cambio da miedo de primeras, pero a la larga sale bien”, comenta. Varios colegas de su cuadrilla viven por la zona. “Hay un efecto llamada: cuando la gente ve que se puede socializar, tomar algo, hacer lo que te gusta, pues se interesan”, argumenta.

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En Izal, otro de los pueblos del Pirineo navarro, viven Aimar Marcos, de 20 años, y Javier Calavia, de 22. Ambos son amigos de Ansoáin. Aimar lleva dos años en el pueblo y Javier llegó hace tan solo un mes. Se mudaron para trabajar en la construcción. Viven de alquiler en una casa antigua de dos plantas. Tienen un pequeño huerto en el que juega su perro Jack. “Si estás dispuesto a trabajar duro hay puestos, sí. Mis padres están contentos. Me ven bien”. Javier completa: “Por ahora estamos a gusto. No sé cuánto me quedaré”.

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Elena Ayerra, de 55 años y trabajadora en una empresa textil, vive en Izal desde hace tres años, aunque desde hace tres décadas venía desde Sangüesa todos los fines de semana. Decidió establecerse cuando a su marido le concedieron una incapacidad laboral. A su lado, Marina Orgiles, de 21 años y novia del hijo de Elena, se mudó desde Alicante para trabajar en la misma empresa textil. Viven los cuatro juntos y son una especie de familia ampliada. “Es otro ritmo. Hay tranquilidad. La gente no va a su bola”, afirman.

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Margarita Cedeño, de 58 años y trabajadora en una residencia de ancianos, y Joffre Moreira, carpintero de 56 años, volaron desde Ecuador a Otsagabia hace dos décadas. Fueron los primeros residentes extranjeros del municipio. A Jofre se le presentó una oportunidad laboral y no tuvo dudas. Recuerdan la primera nevada y cómo sus hijos, tras las fiestas de los quintos, dijeron que de ahí no se movían. “Nos quedamos por ellos y no nos arrepentimos. Aunque a nosotros nos tira la tierra y en el futuro… ¡veremos!”, terminan.