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Una de las razones por las que arte hecho en México ha alcanzado reconocimiento internacional es el apoyo y difusión que ha tenido de nuestros gobiernos, algunas veces más que otras y debido a muy distintos factores. Esto propició, por lo menos hasta el final de la etapa muralista, que el arte mexicano tuviera fuertes tintes nacionalistas.

Los años inmediatos al repunte de la pintura figurativa mexicana fueron testigo de otro fenómeno que permitió no sólo que algunos de estos artistas se cotizaran en altos precios nunca antes vistos, sino que también accedieran a mercados internacionales, principalmente en el noreste y sur de Estados Unidos

Sin embargo, la iconografía patriótica con la que estamos tan familiarizados se fortaleció enormemente a partir de la Revolución, pero los gobiernos posrevolucionarios se fueron alejando considerablemente de los ideales de ésta con el transcurrir de los años.

Para entender el neomexicanismo como un fenómeno posmoderno debemos comprender la situación política en México durante las últimas décadas del siglo XX. El nacionalismo mexicano, sólo comparable con el de muy pocos países del mundo, tiene orígenes muy complejos, basados principalmente en una confusión de identidad que inicia con la Conquista si no es que antes.

El neomexicanismo se apropió de diversos elementos de identidad, rescató la iconografía patria, religiosa, popular, costumbrista, urbana y rural de la historia de nuestro país: imágenes y clichés provenientes del pasado que recontextualizó en discursos plenamente contemporáneos. Se sirvió de la hibridación, el pastiche y el reciclaje, para crear una estética kitsch; recurrió al humor, la ironía, la irreverencia, la parodia y la sátira, con el fin de cuestionar la Historia —con H mayúscula—, el poder, el sistema político mexicano, la cultura oficial, la high culture

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