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TEMPLE DE LA SAGRADA FAMÍLIA (BARCELONA) El templo fue concebido inicialmente por san José Manyanet como un templo dedicado a san José y recibió el apoyo de la Asociación de devotos de san José de la ciudad que contaba con centenares de socios. El fundador de esta Asociación, Josep M. Bocabella, editor y librero muy amigo del padre Manyanet, fue el gran promotor de este templo que lentamente fue cambiando el nombre a Sagrada Familia. Es famoso en el mundo entero por su arquitectura sin igual, obra del gran arquitecto Antoni Gaudí. Aún sin terminar es un referente para todos los que aman a san José en su misterio familiar. SANT JOSEP DE LA MUNTANYA (BARCELONA) En Barcelona existe el primer santuario dedicado a san José, conocido como “Sant Josep de la Muntanya”, que desde 1895 irradia amor al mundo entero. Lo fundó Madre Petra de san José. A los pies de la bella imagen de san José, se ven millares de cartas a san José, llegadas de todo el mundo. Son mensajes de solicitud urgente y agradecimiento.

SANCTUAIRE SAINT-JOSEPH DU BESSILLON (FRANCIA) En el monte Bessillon, tuvo lugar la única aparición de san José reconocida oficialmente por la Iglesia. Fue en 1660 y se apareció al pastor Gaspar Ricard. Actualmente, hay un bello santuario a san José, donde se encuentran los padres benedictinos.

SANTUARIO DE KALISZ (POLONIA) Es una iglesia que, fue dedicada a la Virgen en el misterio de la Asunción; pero, desde hace más de tres siglos, se le llama Santuario o Colegiata de san José, a causa de un cuadro de la Sagrada Familia, al que se llama la imagen milagrosa de san José por los milagros realizados por intercesión de este santo. El 31 de mayo de 1873, el Papa Pío VI permitió coronar esta imagen milagrosa, colocando una corona en la cabeza de los tres miembros de la Sagrada Familia. Durante la primera sesión del concilio Vaticano II, el Papa Juan XXIII envió su anillo papal para que fuera colocado en la mano de san José. Esto se realizó el 13 de enero de 1963.

ORATOIRE DE MONTREAL El santuario más grande, famoso e importante, dedicado a san José se halla en Canadá. Lo fundó el beato André en Mont Royal, en una colina de Montreal. Allí el beato André construyó un pequeño oratorio, que con el tiempo ha dado lugar a un santuario enorme, terminado en 1966. Es el santuario más grande de la Iglesia católica después de la iglesia del Vaticano de Roma. Tiene capacidad para 3.000 personas sentadas y 10.000 de pie. Anualmente, lo visitan unos tres millones de fieles. Y Dios sigue haciendo maravillas por intercesión de san José, como las hacía en vida del beato André.

El beato PÍO IX (1846-1878), queriendo poner la Iglesia bajo la especial protección de san José, lo nombró patrono de la Iglesia universal el 8 de diciembre de 1870, mediante el decreto Quemadmodum Deus, por ser el esposo de María y padre putativo de Jesús. Eran tiempos muy difíciles, pues el Papa estaba prisionero en su palacio del Vaticano. El 7 de julio de 1871 confirmó este decreto con el Breve Inclytun Patriarcham, escribe: “Dios omnipotente quiso que el ilustre Patriarca San José, elegido sobre todos los demás santos, fuese con toda verdad en esta tierra el esposo de la Inmaculada Virgen María, y tenido por padre de su Hijo único Jesucristo. Para cumplir con toda perfección misiones tan sublimes, lo enriqueció y colmó con gracias completamente singulares. Por esta razón, ahora que está coronado en el cielo, la Iglesia católica le dedica los mayores honores y le dirige los testimonios de la más rica piedad” (Breve Inclytum Patriarcham, en Francisco Canals, San José en la fe de la Iglesia (BAC, Madrid 1007) 235).

LEÓN XIII (1878-1903), en la encíclica Quamquam pluries, del 15 de agosto de 1889, exhorta al pueblo cristiana a ser muy devotos de San José y a pedir su intercesión. Añade por esto una oración dedicada al Santo Patriarca. Escribe en la Encíclica: “La razón específica por la que San José es considerado Patrono de la Iglesia y ésta espera muchísimo de su tutela y patrocinio consiste en que él fue esposo de María y padre, según era considerado, de Jesucristo. De aquí dimana toda su dignidad, gracia, santidad y gloria. Es cierto que la dignidad de Madre de Dios es tan alta que nada podría superarla. Sin embargo, como entre San José y la Virgen María mediaba el vínculo conyugal, no hay duda de que San José se cercó más que nadie a aquella excelentísima dignidad por la que la Madre de Dios es superior a todas las naturalezas creadas… De esta doble dignidad se derivaban los deberes que la misma naturaleza señala a los padres de familia, de tal modo que la casa divina que San José presidía tenía en él el custodio, cabeza y defensor legítimo y natural. […] Ahora bien, la casa que José gobernó en Nazaret con potestad paterna contenía los principios de la Iglesia naciente... Conviene, por consiguiente, que San José, que en otro tiempo cuidó santamente a la Familia de Nazaret en sus necesidades, así ahora defienda y proteja, en su celeste patrocinio, a la Iglesia de Cristo” (Enc. Quamquam pluries en ASS 22 (1889-1890) 661-668).

PÍO XII (1939-1958) proclamó el dogma de la Asunción de María (1950) e introdujo las fiestas de María Reina (1954) y la de San José Obrero (1955). Compuso una a San José y escribió una Carta dirigida a los emigrantes, titula Exsul Familia. Durante varios años dirigió sus alocuciones a los esposos cristianos proponiéndoles el ejemplo de San José y la Sagrada Familia. “Mirad la cueva de Belén. ¿Es acaso una morada que llegue a convenir a unos modestos artesanos? ¿Qué significan estos animales, qué dicen estas alforjas de viaje, por qué esta absoluta pobreza? ¿Es esto lo que María y José habían soñado para el nacimiento del niño Jesús, en la íntima dulzura de su casita de Nazaret? Tal vez José, desde hacía ya varios meses, sirviéndose de algunos trozos de madera del país, había aserrado, cepillado, pulido y adornado una cuna, coronada por un racimo de uvas entrelazadas. Y María - bien podemos pensarlo -, iniciada desde su infancia en el templo en las labores femeninas, había cortado, festoneado y bordado con algún gracioso dibujo, como toda mujer a quien anima la esperanza de una próxima maternidad, los pañales para el deseado de las gentes” (Discorsi e Radiomessaggi di Sua Santità Pio XII (Milano) I, 466).

San JUAN XXIII (1858-1963) se llamaba José y era muy devoto de san José a quien nombró patrono y confió la preparación y realización del concilio Vaticano II; estableció que se incluyera su nombre en el Canon romano de la misa (1962) y renovó el altar dedicado a San José en la Basílica Vaticana (1963). El 19 de marzo de 1961 publicó la carta Apostólica Le voci en la que renueva su devoción a San José y lo nombra patrono del Concilio Vaticano II: ¡Oh San José! Aquí está tu puesto como Protector universalis Ecclesiae. Hemos querido ofrecerte a través de las palabras y documentos de nuestros inmediatos Predecesores del siglo pasado, de Pío IX a Pío XII, una corona de honor como eco de las muestras de afectuosa veneración que ya surgen de todas las naciones católicas y de todos los países de misión. Sé siempre nuestro protector. Que tu espíritu interior de paz, de silencio, de trabajo y oración, al servicio de la Santa Iglesia, nos vivifique siempre y alegre en unión con tu Esposa bendita, nuestra dulcísima e Inmaculada Madre, en el solidísimo y suave amor de Jesús, rey glorioso e inmortal de los siglos y de los pueblos. ¡Así sea!” (Carta apostólica Le Voci, en AAS 53 (1961) 205-213).

San PABLO VI (1963-1978) sobre San José no tiene un documento específico, pero en 9 homilías y/o alocuciones puso de manifiesto la misión de San José al lado de Jesús y María. Además, es notable el discurso en Nazaret (1964), en el que recoge varias lecciones que implican también a San José. Se trascribe un fragmento de la homilía pronunciada en la fiesta de San José de 1868: “San José se nos presenta en los cambiantes más inesperados. Hubiéramos podido suponer en él un hombre poderoso, en actitud de abrir el camino a Cristo que llega al mundo, o acaso un profeta, un sabio, un hombre de actividad sacerdotal, para acoger al Hijo de Dios entrado en la generación humana y en medio de nosotros. Por el contrario, se trata de lo más corriente, modesto y humilde que pueda pensarse. Está bien que meditemos el aspecto singular que revisitó la venida de Jesús a la tierra. Fue el que dispuso que el cuadro privado y personal para esa, su venida, fuese de extremada sencillez. José debería dar al señor, diríamos, su estado civil, su inserción en la sociedad. […] ¿Qué es entonces lo que entrevemos en nuestro querido y modesto personaje? Vemos en él docilidad, excepcional prontitud en obedecer y ejecutar. No discute, no duda, no aduce derechos ni aspiraciones. Se somete totalmente a la palabra que se le dirige. Sabe que su vida ha de desenvolverse a la manera de un drama, aunque transfigurado a un nivel extraordinario de pureza y sublimidad, y muy superior a de todo anhelo o cálculos humanos. José acepta su destino porque se le ha dicho: “No temas recibir a María como a tu esposa, puesto que el que ha nacido en ella es obra del Espíritu Santo” (Homilía en la fiesta de San José, en L’Osservatore Romano, 24-3-1968).

San JUAN PABLO II (1878-2005) bebió de niño la devoción a San José en el convento de carmelitas descalzos de Wadowice. tiene numerosas intervenciones sobre San José (homilías, alocuciones, etc.) pero sobresale la Exh. Redemptoris Custos, del 15.8.1989, con motivo del centenario de la Encíclica de León XIII. Inserta así a San José en el gran tema de la Redención (Redemptor Hominis (1879), Redemptoris Mater (1987) e ilustra su figura y misión en la vida de Cristo y de la Iglesia. El Papa no concluye este documento con la “bendición apostólica”, sino con la súplica a San José para que bendiga a la Iglesia: “José y María, precisamente en vista de su contribución a la Encarnación del Verbo, recibieron la gracia de vivir juntos el carisma de la virginidad y el don del matrimonio. La comunión de amor virginal de María y José, aun constituyendo un caso especialísimo vinculado a la realización concreta del misterio de la Encarnación, sin embargo, fue un verdadero matrimonio. […] El Concilio Vaticano II ha sensibilizado de nuevo a todos hacia las grandes cosas de Dios, hacia la “economía de la Salvación”, de la que José fue particularmente ministro. Encomendándonos, por tanto “a la protección de aquel a quien Dios mismo confió la custodia de sus tesoros más preciosos y más grandes”, aprendamos al mismo tiempo de él a servir a la “economía de la salvación”. Que San José sea para todos un maestro singular en el servir a la misión salvífica de Cristo, tarea que en la Iglesia compete a todos y a cada uno” (Enc. Redemptoris custos, en AAS 82/I (1990) 5-34).

BENEDICTO XVI (2005-1013), que se llama José, escribió un libro de teología sobre la vida de Jesús, que firmó como Joseph Ratzinger/Benedicto XVI, anteponiendo el teólogo al Papa. En el primer volumen La infancia de Jesús, dedica un apartado al anuncio a José retratándolo con gran profundidad teológica. Dedicó y bendijo la Fuente de San José inaugurada en los jardines vaticanos en julio de 2010. En esa ocasión constató que: “Estos seis episodios representados en los relieves son los Desposorios de José y María; la prueba sufrida por José de la que sale fortalecido por la intervención angélica; el nacimiento de Jesús en la gruta de Belén; la escena dramática de la huida a Egipto a causa de la persecución tramada por Herodes; la pérdida y el encuentro de Jesús a los doce años en Jerusalén; y finalmente la representación del taller de Nazaret en donde san José ejercía su oficio de artesano y donde junto a él trabajaba también Jesús "el hijo del carpintero" (Mt 13, 55). […] A su intercesión -concluía Benedicto XVI- encomiendo los anhelos de la Iglesia y del mundo. Que, junto con la Virgen María, su esposa, guíe siempre mi camino y el vuestro, a fin de que seamos instrumentos gozosos de paz y de salvación” (Bendición de la Fuente de San José, 28-07-2010).

FRANCISCO (2013-...) inició su pontificado el día de san José de 2013 con una preciosa homilía. A través de un decreto de la Congregación del Culto Divino introdujo el nombre de San José en las Plegarias Eucarísticas II, III y IV, inmediatamente después del nombre de la Virgen María. Es conocida su devoción por san José y la imagen que tiene de Él, dormido, en su despacho se ha popularizado. El 8 de diciembre de 2020, con motivo del 150 aniversario del patrocinio de san José sobre la Iglesia publicó la Carta apostólica Patris corde y convocó el año de San José. “¿Cómo vive José su vocación como custodio de María, de Jesús, de la Iglesia? Con la atención constante a Dios, abierto a sus signos, disponible a su proyecto, y no tanto al propio; y eso es lo que Dios le pidió a David, como hemos escuchado en la primera Lectura: Dios no quiere una casa construida por el hombre, sino la fidelidad a su palabra, a su designio; y es Dios mismo quien construye la casa, pero de piedras vivas marcadas por su Espíritu. Y José es «custodio» porque sabe escuchar a Dios, se deja guiar por su voluntad, y precisamente por eso es más sensible aún a las personas que se le han confiado, sabe cómo leer con realismo los acontecimientos, está atento a lo que le rodea, y sabe tomar las decisiones más sensatas. En él, queridos amigos, vemos cómo se responde a la llamada de Dios, con disponibilidad, con prontitud; pero vemos también cuál es el centro de la vocación cristiana: Cristo. Guardemos a Cristo en nuestra vida, para guardar a los demás, para salvaguardar la creación” (Homilía en la fiesta de San José, 19-3-2013).

BENEDICTO XV (1914-1922) incluyó el nombre de san José en las invocaciones Bendito sea Dios, después de la Exposición del Santísimo Sacramento (23-02-1921) y extendió la fiesta de la Sagrada Familia a la Iglesia universal. El 25 de julio de 1920, con motivo del 50 aniversario de la proclamación del patrocinio de San José, escribió el Breve Bonum sane: “El desenvolvimiento de la devoción de los fieles hacia San José traerá consigo como una consecuencia necesaria el culto a la Sagrada Familia de Nazaret, de la que San José fue el jefe augusto. Naturalmente, una de estas devociones hace brotar la otra. José nos conduce directamente a María, y por medio de María a la fuente de toda santidad, Jesús, que santificó las virtudes familiares por su obediencia a José y a María. Llenos de confianza, pues en el patrocinio de San José, cuya vigilancia y solicitud quiso Dios confiar a u Unigénito Hijo encarnado y a la Virgen Madre de Dios, encomendamos a todos los obispos de mundo católico a que exhorten a sus fieles a implorar la asistencia de San José, con tanto mayor fervor cuando más difíciles son los tiempos para el catolicismo” (Breve Bonum sane: AAS 12 (1920() 313-317).

PÍO XI (1922-1939) en la Encíclica Divini Redemptoris (1937) en la que condena el comunismo, confía a San José la lucha contra el mismo. En otras muchas oraciones se refirió a San José con párrafos muy densos y ricos en contenido. Por ejemplo, el 19 de marzo de 1928 dijo: “Entre estos dos grandes personajes [San Juan Bta. y San Pedro], entre estas dos misiones, he aquí que aparecen la persona y la misión de San José, el cual, sin embargo, pasa silencioso, como desapercibido y desconocido, en la humildad y en el silencio, un silencio que no debía iluminarse sino después de algunos siglos, un silencio al que debía, ciertamente, suceder, verdaderamente resonante, el clamor, la voz de la gloria, pero sólo después de los siglos. Pero allí donde es más profundo el misterio, y más espesa la noche que lo cubre, donde es más profundo el silencio, allí es donde es más alta la misión, más ricos el cortejo de virtudes requeridas y el mérito que, por la feliz necesidad, debía corresponder a tal misión. Esta misión única, grandiosa, la de custodiar al Hijo de Dios, al Rey del universo, la misión de custodiar la virginidad de María, la de cooperar, como único llamado a participar en la conciencia del gran misterio escondido a los siglos, en la Encarnación divina y en la Salvación del género humano” (Alocución, en L’Osservatore Romano (20/21-3-1928) 1).

BENEDICTO XIV (1740-1758) que, en 1725, fijó definitivamente la fiesta de los desposorios de José y María para el 23 de enero, dedicó una hermosa consideración de carácter histórico y jurídico sobre dicha fiesta. Además, el 19 de diciembre de 1726, mandó introducir el nombre de san José en las Letanías de los santos. “En cuanto a la cualidad del voto de virginidad de la bienaventurada Virgen, a saber, si se ligó absoluta y simplemente con tal voto o bien bajo laguna condición, enseña Santo Tomás (S.Th. III, q. 28, a. 4) que, en tiempo de la Ley mosaica, lo principal de los varones y de las mujeres era la generación de hijos. De aquí que la bienaventurada Virgen, antes de casarse con José, hizo voto de virginidad sólo con esta condición, si esto plugiese a Dios: “No es creíble que la Madre de Dios, antes de desposarse a José, hubiese hecho un voto absoluto de virginidad, sino que, aunque lo hubiese hecho en el deseo, confió sobre esto su voluntad al divino arbitrio…. La bienaventurada Virgen, antes de contraer matrimonio con José, fue divinamente certificada de que José tenía idéntica intención” (De las fiestas de la bienaventurada Virgen María, cap. I, en Card. José Vives y Tutó, Summa Iosephina (Instituto Pío X, Roma 1907) 302-303.

Padre personificado, de acuerdo con nuestro teologúmenon, José, por ser padre (poco importa bajo qué título), posibilita al Padre celestial personificarse en él, asumiendo su realidad concreta, con todas las funciones que la paternidad implica.

Padre mesiánico, padre de quien fue el Mesías, de origen davídico. Entronca con “padre davídico”.

Padre virginal: aquí se responde a la pregunta sobre la intimidad sexual entre José y María. La tradición que viene desde los tiempos evangélicos atestigua que María fue siempre virgen. La virginidad de María posterior al parto no depende sólo de su propia opción personal, sino también de la opción de José, que la apoyó y se adhirió al propósito de su esposa.

Padre educativo: nuevamente se restringe la paternidad a la función, aunque importante, de introducir a Jesús en la cultura y en las tradiciones religiosas y espirituales del pueblo.

Padre funcional: sería un padre meramente exterior a la familia, con la función de cuidar, nutrir y educar, una especie de encargo recibido de Dios.

Padre nutricio es el que nutre y provee a las necesidades vitales del hijo; lo que san José, naturalmente, hizo.

Padre matrimonial: la paternidad de José brota de su matrimonio con María, matrimonio verdadero y legítimo.

Padre adoptivo: sin ser padre por naturaleza, se puede ser padre adoptando a alguien como hijo. Lo único que no hace es engendrar, pero es padre afectivo, psicológico y moral. Parece haber sido ésta la actitud de José. Al ponerle el nombre de "Jesús", asume al niño con todo lo que esto implica en cuanto a compromisos y deberes.

Padre legal: sería el padre jurídico, por convivir con María, su madre.

Padre putativo, es decir, padre reputado o supuesto. Por mal que suene ha tenido mucho éxito. De ahí el diminutivo Pepe para los Josés.

Padre davídico, porque al imponer el nombre a Jesús, lo inserta en el linaje de David, de quien se esperaba viniese el Mesías.

Padre espiritual por oposición a carnal.

  • Para que no fuera tenido por ilegítimo.
  • Para tener carácter jurídico.
  • Para que tuviera padre y sustento.

  • Para librarla de la infamia y lapidación.
  • Para que tuviera auxilio en José.

  • Para simbolizar a la Iglesia desposada con Jesucristo.
  • Para honrar la virginidad y matrimonio.

  • José se hace necesario para ocultar un misterio tan alto que sólo revelado paulatinamente podía ser aceptado.

José trabajaba, claro está, la madera. Pero también la piedra y el hierro. Tiene mucho de constructor. Hace casas, repara tejados, construye todos los aperos para el campo, yugos, palas etc. Posiblemente tiene en el jardín de su propia casa el taller. Pero también trabaja donde se le llama y hoy se da como probable que participara –con Jesús– en la reconstrucción de Séforis. Fue una orden de Herodes y todos los artesanos de la zona fueron requisados.

Es obvio que José, inmerso en una sociedad agrícola, tendría también su propio huerto para completar el jornal. En Galilea se dan muy bien las manzanas, las peras, las uvas, las almendras, las ciruelas, las nueces y las moras silvestres. Abundan legumbres, como las lentejas, las habas, las cebollas y el ajo. Se conocen las calabazas, las berenjenas, los pepinos, los melones, los pimientos, además de las verduras como el perejil, la achicoria y la lechuga, o las hierbas de olor como el comino, el orégano, el azafrán y el anís.

Los clásicos han visto en el oficio de José un claro paralelismo con Dios Padre, constructor del mundo, creador del universo.

"En el crecimiento humano de Jesús “en sabiduría, en estatura y en gracia” tuvo una parte notable la virtud de la laboriosidad, dado que el trabajo es un bien del hombre, que transforma la naturaleza y hace al hombre, en cierto sentido, más hombre”. (Redemptoris Custos)

"Después de muerto Herodes, un ángel del Señor se apareció en sueños a José, allá en Egipto, y le dijo: - 'Ponte en camino con el niño y con su madre y regresa con ellos a Israel, porque ya han muerto los que querían matar al niño: José preparó el viaje, tomó al niño y a la madre y regresó con ellos a Israel. Pero, al enterarse de que Arquelao, hijo de Herodes, reinaba en Judea en lugar de su padre, tuvo miedo de ir allá. Así que, advertido en sueños, se dirigió a la región de Galilea y se estableció en un pueblo llamado Nazaret. De esta manera se cumplió lo que habían anunciado los profetas: que Jesús sería llamado Nazareno" (Mt 2, 19-23).

Mateo comienza con Abrahán y termina así: “Jacob fue padre de José, esposo de María, y de María nació Jesús, llamado Cristo" (1, 16). Lucas comienza con José, cuyo padre no es Jacob, sino Elí, y termina en Adán y en Dios. Dice así: "Cuando Jesús empezó su ministerio tenía treinta años y pasaba por hijo de José" (3, 23).

"Pasados ya los días de la purificación prescrita por la ley de Moisés, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor en el Templo. Los padres del niño Jesús llevaban a su hijo al Templo para hacer con él lo que ordenaba la Ley. Los padres de Jesús estaban asombrados por lo que se decía de él { .. }. Después de haber cumplido todos los preceptos de la ley del Señor, volvieron a Galilea, a su pueblo, Nazaret" (LC 2, 22. 27.33.39).

"Jesús fue a su tierra y se puso a enseñar en la sinagoga, de tal manera que la gente, sin salir de su asombro, se preguntaba: ~ ¿Cómo sabe tanto este hombre? ¿Cómo puede hacer los milagros que hace? ¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No es María su madre, y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? Y sus hermanas ¿no viven todas ellas aquí entre nosotros?' "(Mt 13, 54-56). "Todos le manifestaban su aprobación y estaban maravillados por las hermosas palabras que había pronunciado. Se preguntaban: ¿no es éste el hijo de José?" (Le 4,22). - 'Hemos hallado a aquel de quien escribió Moisés en el libro de la Ley y del que hablaron también los profetas; es Jesús, hijo de José y natural de Nazaret' (Jn 1,45). Los judíos comenzaron a criticar a Jesús porque había dicho que él era el pan que ha bajado del cielo. Decían: “Éste es Jesús, el hijo de José. Conocemos a su padre ya su madre ¿Cómo se atreve a decir que ha bajado del cielo? (Jn 6, 41-42).

Según Lucas: "En el sexto mes, el ángel Gabriel fue enviado de parte de Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen, prometida en matrimonio a un hombre, llamado José, de la casa de David {..}. Dijo María al ángel: ¿Cómo puede ser esto, pues no conozco varón?" (1) 26-27.34). Según Mateo: "[ . .] María, su madre, estaba comprometida para casarse con José; pero antes de vivir con él como esposa, quedó embarazada por la acción del Espíritu Santo. José, su esposo, que era un hombre justo, no quiso denunciar públicamente a María, sino que decidió separarse de ella de una manera discreta. Andaba él preocupado por este asunto, cuando un ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: - José, descendiente de David, no tengas reparo en recibir en tu casa a María, tu esposa, pues el hijo que ha concebido es por la acción del Espíritu Santo. Y cuando dé a luz a su hijo, tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados [..}. , Cuando José despertó del sueño, recibió en su casa a María, su esposa, conforme a lo que le había mandado el ángel del Señor. La cual, sin que él antes la conociese, dio a luz a su hijo, al que José puso por nombre Jesús" (1, 18-21. 24-25).

Según Lucas: ''Augusto, el emperador romano, publicó por aquellos días un decreto disponiendo que se empadronaran todos los habitantes de su imperio. Cuando se hizo este primer censo, Cirino era gobernador de Siria. Todos tenían que ir a empadronarse, cada uno a su ciudad natal. Por esta razón, también José, descendiente del rey David, se dirigió desde Nazaret, en la región de Caldea, a Belén, el pueblo de Judea de donde procedía el linaje de David. Fue, pues, allá a empadronarse juntamente con su esposa, María, que se hallaba embarazada [..}. Los pastores se dijeron unos a otros: - “Vamos a Belén, a ver eso que ha sucedido y el Señor nos ha dado a conocer”. Fueron, pues, a toda prisa y encontraron a María, a José y al recién nacido acostado en el pesebre" (2, 1-5. 15-16).

"Cuando ya se habían ido los sabios de Oriente, un ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: - 'Levántate, toma al niño ya su madre y huye con ellos a Egipto. Quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matado: José se levantó, tomó al niño ya la madre y partió de noche con ellos camino de Egipto, donde permaneció hasta la muerte de Herodes" (Mt 2, 13-15).

''Los padres de Jesús iban todos los años a Jerusalén, a celebrar la fiesta .de la Pascua. Cuando el niño era ya de doce años, fueron todos juntos a la fiesta, como tenían por costumbre. Después, pasados aquellos días, emprendieron el regreso. Pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén sin advertirlo sus padres. Ellos pensaban que iría mezclado entre la caravana, y así continuaron el camino durante todo un día. Al término de la jornada comenzaron a buscarlo entre los parientes y conocidos, y, en vista de que no lo encontraban, se volvieron a Jerusalén para seguir buscándolo allí. Por fin, al cabo de tres días, lo encontraron en el Templo, sentado en medio de los maestros de la Ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas, y todos los que lo escuchaban estaban asombrados de su inteligencia y de sus respuestas. Sus padres se quedaron atónitos al verlo, y su madre le dijo: “Hijo, ¿por qué has hecho esto? Tu padre y yo hemos estado muy angustiados buscándote”. Jesús les contestó: ¿Y por qué me buscaban? ¿No sabían que debo ocuparme de los asuntos de mi Padre? Pero ellos no comprendieron lo que les decía. Después el niño regresó a Nazaret con sus padres y siguió sumiso a ellos" (Lc. 2,41-5l).

El sacerdote busca esposo para María.

José, anciano y viudo.

Los desposorios de José y María.

Los nombres de Joaquín y Ana, padres de la Virgen.

La Virgen se educa en el Templo.

Lentamente, muy lentamente, José se ha abierto paso en la liturgia. Cierto que tenían sus oficios propios Carmelitas y otras congregaciones. Pero durante siglos su devoción se refugió en el seno del pueblo cristiano que “inventó” mil modos de celebrarlo. En principio san José es asociado a las fiestas de María o de Cristo. En el siglo IV aparecen los primeros testimonios de veneración en la Iglesia copta. En la Iglesia romana, a partir del siglo VIII, se constata un culto litúrgico a san José, esposo de María, en Iglesias locales. A partir del XIII Carmelitas, Dominicos, Franciscanos, Benedictinos, Siervos de María y muchos otros tienen sus propias celebraciones litúrgicas de san José. A partir de ahí, Sixto IV (1480) fijó su celebración el 19 de marzo como fiesta simple. Fue Gregorio XV (1621) quien estableció como fiesta de precepto el día 19 de marzo. Pío IX lo declaró en 1870 Patrono de la Iglesia Universal e instituyó la fiesta del Patrocinio que se celebraba primer el tercer domingo y después el miércoles de la segunda semana de Pascua.

La solemnidad de San José del 19 de marzo, desde 1956, comprende la doble celebración como esposo de María y patrono de la Iglesia universal. La fiesta de San José obrero (Día Internacional del trabajo) es el 1 de mayo. Fiesta instituida por Pío XII en 1955, para exaltar el valor cristiano del trabajo humano. También está incluido en la Fiesta de la Sagrada Familia que se celebra el domingo después de Navidad. San José se menciona en las cuatro plegarias eucarísticas. San Juan XXIII decretó (1962) que el nombre de San José se añadiera al antiquísimo Canon Romano (Plegaria Eucarística I), como esposo de María. Benedicto XVI quiso que se añadiera a las demás plegarias eucarísticas, lo que fue confirmado por el papa Francisco. Desde el 1 de mayo de 2013 la Congregación para el Culto Divino dispuso que “el nombre de San José, Esposo de la Bienaventurada Virgen María, se añada de ahora en adelante en las Plegarias Eucarísticas II, III y IV de la tercera edición típica del Misal Romano, colocándose después del nombre de la Bienaventurada Virgen María”.

1) La justicia del mundo hebreo poco tiene que ver con la justicia romana, concepto que Occidente ha heredado. Justicia es hoy dar a alguien aquello que le corresponde ya sea dinero, fama, trabajo o reputación.

2) En el mundo bíblico justicia está más cerca de lo que hoy entendemos como santidad. Y como en la auténtica santidad, el justo bíblico tiene una proyección en la comunidad. Es el judío piadoso referente de todos, que educa con el ejemplo a los más jóvenes, conquista con su conducta íntegra e inspira confianza.

3) Su vida muestra la verdad de su fervor religioso y su entereza lo hace un modelo de adhesión a Dios. El conjunto de estos valores constituye al "justo" según la comprensión bíblica, o bien el camino del justo, tan cantado por los salmos.

4) El Salmo 1 ofrece la imagen clásica del «justo». Así pues, podemos considerarlo casi como un retrato de la figura espiritual de san José. Justo, según este salmo, es un hombre que vive en intenso contacto con la Palabra de Dios; «que su gozo está en la ley del Señor» (v. 2). Es como un árbol que, plantado junto a los cauces de agua, da siempre fruto. La imagen de los cauces de agua de las que se nutre ha de entenderse naturalmente como la palabra viva de Dios, en la que el justo hunde las raíces de su existencia. La voluntad de Dios no es para él una ley impuesta desde fuera, sino «gozo». La ley se convierte espontáneamente para él en «evangelio», buena nueva, porque la interpreta con actitud de apertura personal y llena de amor a Dios, y así aprende a comprenderla y a vivirla desde dentro.

5) Mientras que el Salmo 1 considera como característico del «hombre dichoso» su habitar en la Torá, en la Palabra de Dios, el texto paralelo en Jeremías 17,7 llama «bendito» a quien «confía en el Señor y pone en el Señor su confianza». Aquí se destaca de manera más fuerte que en el salmo la naturaleza personal de la justicia, el fiarse de Dios, una actitud que da esperanza al hombre. Aunque ninguno de los dos textos habla directamente del justo, sino del hombre dichoso o bendito, podemos no obstante considerarlos con Hans-Joachim Kraus la imagen auténtica del justo veterotestamentario y así, aprender también a partir de aquí lo que Mateo quiere decirnos cuando presenta a san José como un «hombre justo».

6) Se nos muestra una vez más un rasgo esencial de la figura de san José: su finura para percibir lo divino y su capacidad de discernimiento. Sólo una persona íntimamente atenta a lo divino, dotada de una peculiar sensibilidad por Dios y sus senderos, podía asumir el sorprendente plan salvífico de Dios.

SAN JOSÉ, HOMBRE JUSTO

SAN JUAN CRISÓSTOMO (344-407) es uno de los cuatro grandes Doctores griegos y patrono de los oradores sagrados. La presencia de San José en los hogares cristianos y su ejemplaridad en las dimensiones más cotidianas de la vida cristiana pueden atribuirse especialmente a este santo. “No pienses, oh José, que por haber sido concebido Cristo por obra del Espíritu Santo, puedes tú ser ajeno a esta divina economía. Pues, aunque es cierto que no tienes parte alguna en su generación y la madre permanece Virgen intacta, sin embargo, todo cuanto corresponde al oficio de padre, sin que atente en modo alguno contra la virginidad, todo te es dado a ti. Tú le pondrás el nombre al hijo, pues tú harás con él las veces de padre. De ahí que, empezando por la imposición del nombre, te uno íntimamente con el que va a nacer” (In Mat., Hom. 4, 6: BAC 141, 70).

SAN PEDRO DAMIÁN (1007-1072), benedictino, doctor de la Iglesia. En uno de sus opúsculos dirigido al papa Nicolás II en defensa del celibato sacerdotal, escribe: “Así, pues, si nuestro Redentor amó tanto la integridad de un floreciente pudor que no sólo naciese de un seno virginal, sino que también fuese cuidado por un padre nutricio virgen, y esto siendo todavía Niño en l cuna, ¿por quiénes —pregunto— quiere ser ahora tratado su Cuerpo, cuando reina, inmenso, en los cielos? Si quería ser llevado en manos limpias al ser puesto en el pesebre, ¿cuánta limpieza quiere que rodee a su cuerpo ya sublimado en la gloria eterna” (Opúsculo XVII, Sobre el celibato sacerdotal, n. 378 (PL 145,384).

SAN PEDRO CRISÓLOGO (406-450) es doctor de la Iglesia nombrado por razón de su elocuente fervor en la predicación y, por lo mismo, un testimonio de la conciencia de la Iglesia sobre José y María escogidos por Dios como cónyuges al servicio de la venida al mundo del Verbo Encarnado. “José, hijo de David, no temas”, se le exhorta a no temer por causa de la esposa; y, verdaderamente, el ánimo piadoso más teme cuanto más compadece. “José, hijo de David, no temas”, no sea que mientras estés seguro sobre la conciencia tiembles por el desconocimiento del misterio. “José, hijo de David, no temas”, lo que ves es virtud, no crimen; aquí no encontramos una caída humana, sino una intervención divina; aquí hallamos un premio, no una pena; aquí tenemos un incremento del cielo, no un detrimento del cuerpo; aquí no estamos ante la caída de una persona, sin ante un secreto del juez; aquí la palma del triunfador, no una pena del suplicio; no es un huerto humano, sino un tesoro divino; aquí no estamos ante una causa de muerte, sino de vida. Y, por eso, no queras temer, ya que la que ha dado a luz para vida no merece ser condenada. “José, hijo de David, no temas recibir a María como tu cónyuge”. Llamar cónyuge a la esposa es aquí Ley divina: pues, así como es Madre permaneciendo la virginidad, así también es cónyuge estando intacto el pudor. “José, hijo de David, no temas recibir a María como cónyuge, pues lo que de ella ha nacido proviene del Espíritu Santo!” (Sermón 145, “José custodio de la virginidad de María”, en Summa Iosephina, 336-337).

SAN AGUSTÍN (354-430), “doctor de la gracia”, se mueve, más que cualquier otro, en lo fundamental de la obra redentora, las precisiones y alusiones a San José. Afirma con claridad el matrimonio virginal y la paternidad de San José. “La respuesta del Señor Jesucristo: Convenía que yo me ocupara de las cosas de mi Padre no indica que la paternidad de Dios excluya la de José…. Ellos eran padres en el tiempo; Dios lo era desde la eternidad. Ellos eran padres del Hijo del hombre, el Padre lo era de su Palabra y Sabiduría, era Padre de su Poder, por quien hizo todas las cosas”. (Sermo 51, 19, 20). “Ya he hablado bastante sobre por qué no debe preocupar el que las generaciones se cuenten por la línea de José y no por la de María: igual que ella fue madre sin concupiscencia carnal, así también él fue padre sin unión carnal… No lo separemos porque careció de concupiscencia carnal. Su mayor pureza reafirme su paternidad, no sea que la misma santa María nos lo reproche. Ella no quiso anteponer su nombre al del marido, sino que dijo: Tu padre y yo, angustiados, te estábamos buscando… Si decimos que José no es su padre porque no lo engendró por medio de su carne, él replicará: «¿Acaso ella le dio a luz por obra de la suya?». Lo que obró el Espíritu santo, lo obró para los dos. Siendo —dice— un hombre justo. Justo era el varón, justa la mujer. El Espíritu Santo, que reposaba en la justicia de ambos, dio el hijo a ambos” (Ibíd. 30).

SAN BERNARDO DE CLARAVAL (1091-1153), en varias de sus homilías, presenta al Santo Patriarca sosteniendo en sus brazos, abrazando y besando a Aquél a quien no alcanzaron a ver los profetas y reyes. “Este José, con quien se desposó la Madre del Salvador, fue hombre bueno y fiel. Siervo fiel y prudente, repito, a quien Dios constituyó consuelo de su madre, nutricio de su carne. Finalmente, a él solo en la tierra, coadjutor fidelísimo del gran misterio. Allégase a esto el referirse también a que era de la casa de David. … Sí, repito, hijo de David, no por la carne, sino por la fe, por la santidad, por la devoción, a quien Dios halló, como a otro David, según su corazón, para encomendarle, con seguridad, el secretísimo y sacratísimo arcano de su corazón. A quien, como a otro David, manifestó los secretos y misterios de su sabiduría, dándole a conocer aquel misterio que ninguno de los príncipes de este siglo conoció; a quien, en fin, se concedió en ver a Aquel a Quien muchos reyes y profetas, queriéndole ver, no le vieron, y queriéndole oír, no le oyeron. No sólo verle y oírle, sino tenerle en sus brazos, llevarle de la mano, abrazarle, besarle, alimentarle y guardarle” (Homilía Super Missus, 2, en Obras completas de San Bernardo I (BAC, Madrid 1953) 184).

SAN BERNARDINO DE SIENA (1380-1444) ocupa un lugar singular en la difusión del culto a San José. Su Sermón ha sido calificado como el más famoso pronunciado sobre el Santo Patriarca, en él llama por primera vez “Santa Familia” a la unión de Jesús, María y José: “Hay que creer piadosamente, aunque no afirmarlo con certeza, que el piadosísimo Hijo de Dios, Jesús, dotó al que era considerado como su padre con el mismo privilegio que a su madre Santísima, de modo que, así como ella fue asunta al cielo gloriosamente en cuerpo y alma, así también, en el día de su Resurrección, el Señor tomó consigo al santísimo José en resurrección gloriosa. Así como aquella Santa Familia, Cristo, María y José, en esta trabajosa vida y amorosa gracia vivieron juntos en la tierra, así ahora, con amorosa gloria reina, en cuerpo y alma, en el cielo, según la regla del Apóstol (2 Co 1): “Así como fuisteis compañeros de las penas, así lo seréis de la consolación” (Sermón 2, Sobre San José, en Summa Iosephina, 1-9).

SANTA BRÍGIDA (1303-1373), religiosa, mística y teóloga, patrona de Suecia, es también una de los patronos de Europa. Tuvo además la misión de llevar mensajes a líderes religiosos y políticos. Todos ellos provienen de las llamadas Visiones y profecías de Santa Brígida. En una de ellas escribe: “José me sirvió de tal suerte, que jamás se oyó en sus labios una palabra frívola ni una murmuración, ni el menor arranque de ira; pues fue pacientísimo en la pobreza, solícito en el trabajo cuando era menester, mansísimo con los que le reconvenían, obedientísimo en obsequio mío, prontísimo defensor contra los que dudaban de mi virginidad y fidelísimo testigo de las maravillas de Dios. Hallábase también tan muerto para el mundo y la carne, que nada deseaba sino las cosas del cielo, y creía tanto las promesas de Dios, que continuamente decía: ¡Ojalá viva yo y vea cumplirse la voluntad de Dios!” (Visiones y profecías sobre la vida de la Virgen María, cap. 44).

SAN BUENAVENTURA (1221-1274), religioso franciscano y doctor de la Iglesia. Puede afirmarse que su modo de ver al Niño Jesús, a su madre, María, y al Patriarca José, hace presente en la Iglesia los sentimientos e ideas de San Francisco de Asís. En uno de sus sermones en la celebración de la Navidad, invita a mirar a Dios Padre, al Hijo, a María, a José, a los pastores y a los ángeles. Transcribimos las “miradas” a los tres: “Por parte del Hijo que viene, hemos de considerar y bendecir la admirable benignidad de su dignación, la prontitud de su obediencia al Padre; la impensable clemencia y piedad hacia nosotros; su compasiva pobreza, humildad y austeridad. Por parte de la Madre, que da a luz, hemos de considerar y bendecir la virginidad íntegra, la gloriosa fecundidad, el modo singular de su parto feliz y gozoso y su feliz graciosidad. Por parte de José, tendremos que considerar y bendecir la profundidad de su reverencia, la abundancia de su justicia, lo cuidadoso de su obediencia, la indefectibilidad de su amor” (Sermón 29, en Summa Iosephina, 430-432).

SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ DE BALAGUER (1902-1975), sacerdote y fundador del Opus Dei, tuvo siempre una especial devoción a san José, que resumía refiriéndose a él como aquel “a quien tanto quiero y venero”. En Es Cristo que pasa, escribe: “José ha sido, en lo humano, maestro de Jesús; le ha tratado diariamente, con cariño delicado, y ha cuidado de Él con abnegación alegre. ¿No será ésta una buena razón para que consideremos a este varón justo, a este Santo Patriarca en quien culmina la fe de la Antigua Alianza, como Maestro de vida interior? La vida interior no es otra cosa que el trato asiduo e íntimo con Cristo, para identificarnos con Él. Y José sabrá decirnos muchas cosas sobre Jesús… Maestro de vida interior, trabajador empeñado en su tarea, servidor fiel de Dios en relación continua con Jesús: éste es José. Ite ad Ioseph. Con San José, el cristiano aprende lo que es ser de Dios y estar plenamente entre los hombres, santificando el mundo. Tratad a José y encontraréis a Jesús. Tratad a José y encontraréis a María, que llenó siempre de paz el amable taller de Nazaret” (Es Cristo que pasa, 56).

SAN JUAN BOSCO (1815-1888), fundador de la familia salesiana, tiene muchos escritos sobre san José recogidos en sus Memorias biográficas y en otros opúsculos. El texto que sigue corresponde a una exhortación del 19 de febrero: “Hoy empieza también el mes de San José y me gustaría que todos vosotros lo hicieseis con verdadera devoción. Este santo Esposo de la Virgen María nos obtendrá del Señor muchísimas gracias, sin sabemos conseguir su amistad. No quiero que hagáis nada extraordinario, ni que ayunéis u os abstengáis de un pedazo de pan, no; más aún, sedeo que no hagáis ninguna obra, por muy santa que ella sea, sin permiso expreso del superior; yo os dirá cómo deseo que honréis a San José. En el Oratorio hay muchos gandules. No digo que la mayor parte de vosotros lo seáis, no; pero abundan. Sé que la mayor parte de vosotros es diligente en e cumplimiento de sus deberes, y hasta me glorío de ello cuando lo pienso, y estoy orgulloso de tener en el Oratorio tantos y tan buenos muchachos siempre dispuestos a cumplir sus deberes. Por esto os digo a todos: honrad a este Santo siendo en todo y por todo exactos y ejemplares en clase, en el estudio, en la iglesia, en el comedor, en el dormitorio; y que lo que no lo fueron tanto en el pasado, procuren serlo en adelante. Tanto más cuando que San José es abogado de los que han de examinarse; y por lo tanto encomendaos a él y estad seguros de que saldréis muy bien” (Memorias biográficas VI, 53).

SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO (1696-1787), doctor de la Iglesia y ferviente devoto de San José, le dedicó un extenso panegírico fundamentando la veneración que se le debe como padre de Jesús y esposo de María, estableciendo su cooperación singular a la obra de la Redención: “El solo ejemplo de Jesucristo que en esta tierra quiso de tal manera honrar y someterse a san José, debiera inflamar a todos a ser muy devotos de este gran Santo. Jesús, por cuanto su eterno Padre le asignó en la tierra a José en su lugar, siempre, lo miró como padre, y como padre lo respetó y obedeció por espacio de treinta años. Et erat subditus illis (Lc 2,51), lo que significa que en todos aquellos años la única tarea del Redentor se ejercitó en la obedecía a María y a José. A José en todo aquel tiempo le correspondió el oficio de mandar, como quien había sido constituido cabeza de aquella pequeña familia” (Septenario de meditaciones en honor de San José, Meditación introductoria, en Opere di S. Alfonso Maria de Liguori (Marietti, Torino, 1887) Vol. II, 423).

SANTA TERESA DE JESÚS (1515-1582), doctora de la Iglesia, con su experiencia josefina ha tenido una influencia singular e incomparable en la historia de la piedad cristiana. En El Libro de la vida narra su particular devoción a San José: “Tomé por abogado y señor al glorioso san José, encomendéme mucho a él. Vi claro que así de esta necesidad como de otras mayores de honra y pérdida de alma este Padre y Señor mío me sacó con más bien que yo le sabía pedir. No me acuerdo, hasta ahora, haberle suplicado cosa que la haya dejado de hacer. Es cosa que espanta las grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio de este bienaventurado santo, de los peligros de que me ha librado, así de cuerpo como de alma, que a otros santos paréceles Dios haber dado gracia para socorrer en una necesidad, pero a este glorioso santo tengo experiencia que socorre en todas, que quiere el Señor darnos a entender que, así como le fue sujeto en la tierra, que como tenía nombre de padre siendo ayo, así en el cielo hace cuanto le pide. […] Querría yo persuadir a todos fuesen devotos de este glorioso santo por la gran experiencia que tengo de los bienes que alcanza de Dios. No he conocido persona que de veras le sea devota y le haga particulares servicios, que no la vea más aprovechada en la virtud, porque aprovecha en gran manera a las almas que a él se encomiendan… Si fuera persona que tuviera autoridad de escribir, de buena gana me alargara en decir, muy por menudo, las mercedes que me ha hecho este glorioso santo a mí y a otras personas... Sólo pido por amor de Dios que lo pruebe quien no me creyera, y verá por experiencia el gran bien que es encomendarse a este glorioso Patriarca y tenerle devoción... Quien no hallare maestro que le enseñe oración, tome este glorioso santo por maestro y no errará en el camino...” (Libro de la Vida 6, 6-8).

SAN FRANCISCO DE SALES (1567-1622), gran doctor de la Iglesia, tiene en la historia de San José, un lugar singularísimo y muy eminente. Sus sermones le presentan no sólo en su santidad sino, por lo mismo, en su ejemplaridad imitable y orientadora para la vida cristiana. “Si los príncipes de esta tierra ponen tanto cuidado, por ser una cosa tan importante, en dar a sus hijos un ayo que sea de los más capaces, pudiendo Dios hacer que el ayo de su Hijo fuese el hombre más colmado del mundo en toda clase de perfecciones, según la dignidad y excelencia de Aquél que le confiaba, que era su Hijo gloriosísimo, príncipe universal del cielo y de la tierra, ¿podría ocurrir que no quisiera hacerlo y no lo hiciera? Luego no cabe duda alguna de que San José estuvo dotado de todas las gracias y de todos los dones que merecía el cargo que el Padre eterno quería darle de administrador temporal y doméstico de Nuestro Señor y de jefe de su familia, compuesta de tres personas, que representaban el misterio de la santísima y adorable Trinidad, no porque exista punto de comparación, excepción hecha por lo que atañe a Nuestro Señor, que es una de las personas de la Santísima Trinidad, mientras las otras dos son puras criaturas, sino porque es una trinidad en la tierra, que representa de alguna manera a la Santísima Trinidad. María, Jesús y José; José, Jesús y María: Trinidad maravillosamente recomendable y digna de ser honrada” (Sermón en la fiesta de San José, en Obras selectas de San Francisco de Sales, I (BAC, 1953) 341 ss.).

SAN JOSÉ MANYANET (1833-1901), fundador de los Hijos e Hijas de la Sagrada Familia, hizo honor a su nombre y tuvo una especialísima devoción al Santo Patriarca. Le nombró “Procurador General del Instituto”. En el epistolario y en muchos de escritos muestra su amor especial a San José. El texto que sigue corresponde a uno de sus sermones sobre el santo: “Si queremos fijar además nuestra atención en su inefable grandeza, encontraremos que excede a todo cuanto se pueda imaginar; pues ante la sola consideración de que José es el esposo de María y el que se representa como Padre de Jesús, todo cuanto se pueda imaginar de grandioso es pequeño; todo cuanto se pueda suponer de magnífico, brillante y extraordinario, todo resulta pálido, oscuro e insignificante. Pretender analizar las grandezas del esposo de María y del Padre legal del Redentor sería casi lo mismo que querer escalar los cielos, descubrir sus secretos y penetrar sus misterios más impenetrables. Decir que José es el esposo de María y padre legal de Jesús, es lo mismo que decir que en todo el mundo no había un hombre más digno de serlo; un hombre más merecedor de tanta grandeza como José, porque es muy natural que el Padre Eterno diese por esposo a su hija el mejor de los hombres y a su Hijo el más perfecto custodio y protector. Ahora pues, siendo tantas las virtudes y tan inefables las grandezas y excelencias de nuestro venerado Patriarca, ¿qué corona de gloria, qué premio y qué lugar tan distinguido no estará reservado para él en el cielo? ¿Y qué valimiento no tendrá ante la presencia de Jesús? ¿Qué no se podrá alcanzar de Él, habiendo sido su fidelísimo custodio y habiendo cumplido las obligaciones de un Padre el más cariñoso y lleno de amor?” (Sermón Un viaje al cielo. Exordio sobre San José, en Obras completas VIII (BAC, Madrid 2018, 1062).

SANTA TERESITA DEL NIÑO JESÚS (1873-1897), doctora de la Iglesia y ejemplar y maestra de infancia espiritual, fue devotísima de San José, y ponía en el mismo plano la devoción que sentía por él con la que sentía por María. Resalta sobre todo la humildad y completo abandono a la voluntad de Dios del Santo Patriarca: “Pedí también a San José que fuera mi custodio. Desde mi infancia, la devoción hacia él se confundía con mi amor a la Santísima Virgen. Todos los días rezaba la oración: ‘¡Oh San José, padre y protector de las vírgenes!’, sentíame muy protegida y cubierta de todo peligro” (Historia de un alma, VI, en Obras completas de Santa Tersa del Niño Jesús (Burgos 1943). “Lo que más me edifica cuando medito el secreto de la Sagrada Familia es la idea de su vida de todo ordinaria. La Santísima Virgen y San José sabían ciertamente que Jesús era Dios, y, sin embargo, muchos misterios les estaban ocultos y, como nosotros, vivían de fe. ¿No le ha extrañado esta afirmación del texto sagrado: ‘Ellos no comprendieron lo que les decía?’ Y aquella otra, no menos misteriosa: ‘Sus padres estaban maravillados de lo que se decía de Él?’ ¿No es de creer que aprenderían algo? Porque esta admiración arguye alguna sorpresa” (Consejos y recuerdos, 99).

El siglo XIX es una eclosión de santos y promotores de la devoción a san José. A finales del siglo destaca la figura del Cardenal Lepicier con su tratado San José, esposo de la Santísima Virgen María, que el papa elogió profusamente. Y ya en el siglo XX remarcamos que en lo que más se ha evolucionado, respecto a José, es precisamente en la investigación. La teología josefina tiene en este siglo numerosos tratados. Destaca Bonifacio Llamera con su Teología de San José (1953). Por los años cuarenta comenzó a aparecer la primera revista de investigación especializada, Estudios Josefinos (Valladolid); le siguen Cahiers de Joséphologie (Montreal). Aparecen los Centros josefinos: Valladolid, el pionero, el del Oratorio de San José de Montréal, México, Chile, Polonia, Corea y muchos otros. Se organizan, desde 1970, simposios internacionales sobre san José. Con Juan Pablo II aparece la Exhortación apostólica dedicada a San José, Redemptoris Custos. Son ya numerosos los estudiosos de José, Destacan: T. Stramare, R. Gauthier, G.- M. Bertrand, A. Doze, P. Grelot y otros.

En el siglo XVII el gran teólogo jesuita Francisco Suárez (1617), profesor de Salamanca, escribe De mysteriis vitae Christi (sobre los misterios de la vida de Cristo), en el que por primera vez se sitúa a José en el orden hipostático. Marca un antes y un después en la visión que tenemos, los cristianos, de José. El barroco es, en cierto modo, el siglo de oro josefino: expanden su devoción carmelitas, jesuitas, franciscanos, capuchinos, teatinos, cistercienses por toda Europa y América.

En el siglo XV destaca Juan Gerson (1363-1429), canciller de la Universidad de París, hombre de gran prestigio. Redactó la misa y oficio para celebrar la fiesta de los desposorios de José y María y compuso el primer poema dedicado a San José, la Josefina de 4.800 versos. Presenta un José joven y destierra la imagen del anciano. Este tiempo es conocido también por los predicadores populares; se hicieron notables por divulgar la devoción a san José: san Bernardino de Siena (t 1444), san Vicente Ferrer (t 1418) y Jean Eck (t 1453).

Durante más de quince siglos, san José permaneció en la oscuridad teológica. Cierto que los Padres de la Iglesia tienen textos preciosos, homilías antiguas. Pero, en general, aparece en el misterio de Navidad. No es por sí mismo objeto de estudio teológico. No obstante, las homilías de San Hilario, San Agustín, san Ambrosio y otros van propiciando la reflexión teológica en la que mucho tienen que ver los escritos de los santos.

En los siglos XIII-XIV destaca la escuela franciscana, con Juan Pedro Olivi (1298), el cual escribió un pequeño tratado sobre san José en su Postilla super Matthae (Anotaciones sobre el Evangelio de Mateo).

En el siglo XVI aparece el primer estudio teológico sobre san José. Es obra de del teólogo dominico Isidoro de Isolani (1528), y se titula Summa de donis Sancti Joseph (Suma sobre los dones de san José). Este texto será punto de referencia de todos los estudios posteriores.

Bajo el racionalismo y el cientificismo ilustrado la figura de José parece no encontrar su espacio en la reflexión teológica. Es en este siglo cuando los misioneros y los santos siguen enardeciendo la devoción y amor a san José: san Leonardo de Puerto Mauricio (t 1751) y San Alfonso María de Ligorio (1787). Entre los teólogos hay que nombrar a Antonio de Peralta, de México, que en 1727 publicó un extenso tratado, Dissertationes scholasticae de Sancto Joseph (Disertaciones escolásticas sobre san José).

Enséñanos, José, cómo se es no protagonista, cómo se trabaja sin exhibirse, cómo se avanza sin pisotear, cómo se colabora sin manejar, cómo se ama sin reclamar. Dinos cómo se vive siendo número dos... o tres, cómo se hacen cosas formidables desde un segundo puesto. Dinos cómo la inmensa mayoría de nosotros tenemos que ocupar estos lugares. Los segundos lugares, en los que está nuestra verdadera y oculta grandeza. Dinos cómo se vive con elegancia siendo no importante. Convéncenos de que se puede y debe ser útil, fiel, efectivo, hasta héroe, siendo "no importante". Explícanos cómo se es grande sin exhibirse, cómo se lucha sin aplausos, cómo se avanza sin publicidad, cómo se persevera y se muere sin que nos hagan estatuas u homenajes. Cómo se hace para ser útil, positivo, generoso sin necesidad de ser "importante" y todavía más difícil, cómo se hace para darlo todo, sin ser protagonista, y a pesar de ello, sentir por dentro una paz, una felicidad, un gozo profundo. ¡Enséñanos, José! Amén. (Javier Leoz)

San José, hombre justo y bueno, que te abriste al valor de la confianza en Dios, y del silencio en medio de la tormenta y el desconcierto. Hombre tierno y cariñoso para prodigar caricias a Jesús, valeroso y decidido en la defensa de él y de su madre. Enséñanos a hablar desde el silencio a Dios y a nuestros hermanos, a velar por ellos y derrochar ternura en sus momentos de apuro, a defender a los Jesús y María que Dios pone en nuestro camino. (Cardenal Carlo María Martini)

Glorioso patriarca san José, cuyo poder sabe hacer posibles las cosas imposibles, ven en mi ayuda en estos momentos de angustia y dificultad. Toma bajo tu protección las situaciones tan graves y difíciles que te confío, para que tengan una buena solución. Mi amado Padre, toda mi confianza está puesta en ti. Que no se diga que te haya invocado en vano y, como puedes hacer todo con Jesús y María, muéstrame que tu bondad es tan grande como tu poder. Amén. Sobre esta oración dice el Papa Francisco: "Todos los días, durante más de cuarenta años, después de Laudes, recito una oración a san José tomada de un libro de devociones francés del siglo XIX, de la Congregación de las Religiosas de Jesús y María, que expresa devoción, confianza y un cierto reto a san José”, También es el Papa Francisco quien propone la siguiente oración: Salve, custodio del Redentor y esposo de la Virgen María. A ti Dios confió a su Hijo, en ti María depositó su confianza, contigo Cristo se forjó como hombre. Oh, bienaventurado José, muéstrate padre también a nosotros y guíanos en el camino de la vida. Concédenos gracia, misericordia y valentía, y defiéndenos de todo mal. Amén.

Glorioso Padre San José, alcanzadme una fe viva en Dios, una voluntad pronta y un corazón ardiente Y fervoroso que me muevan amarle con ardor como buen hijo, y agradecerle todos sus beneficios. * * * Vos, Padre mío, san José, por aquel singular privilegio con que os honró y favoreció el Padre Eterno de ser ya santificado antes de nacer, y en consecuencia por la pureza de vuestro corazón, que conservasteis a través de tantas y tan duras pruebas, os ruego que, alcanzándome un verdadero arrepentimiento de todas mis pasadas culpas, examine mi conciencia para descubrir los defectos que más se oponen a mí santificación, a fin de evitarlos a mayor honra vuestra y santidad de mi alma. Amén. (Visita 7ª) (San José Manyanet)

A vos, bienaventurado San José, acudimos en nuestra tribulación, y después de invocar el auxilio de vuestra Santísima Esposa, solicitamos también confiadamente vuestro patrocinio. Por aquella caridad que con la Inmaculada Virgen María, Madre de Dios, os tuvo unido y, por el paterno amor con que abrazasteis al Niño Jesús, humildemente os suplicamos volváis benigno los ojos a la herencia que con su Sangre adquirió Jesucristo, y con vuestro poder y auxilio socorráis nuestras necesidades. Proteged, oh providentísimo Custodio de la Sagrada Familia la escogida descendencia de Jesucristo; apartad de nosotros toda mancha de error y corrupción; asistidnos propicio, desde el Cielo, fortísimo libertador nuestro en esta lucha con el poder de las tinieblas y, como en otro tiempo librasteis al Niño Jesús del inminente peligro de su vida, así, ahora, defended la Iglesia Santa de Dios de las asechanzas de sus enemigos y de toda adversidad, y a cada uno de nosotros protegednos con perpetuo patrocinio, para que, a ejemplo vuestro y sostenidos por vuestro auxilio, podamos santamente vivir y piadosamente morir y alcanzaren el Cielo la eterna felicidad. Amén. (León XIII)

Oh José, tú que sufriste el peso del cansancio y la fatiga para procurar el sustento de Jesús y María, protege nuestro trabajo, aleja todo peligro; no permitas que nos falte el medio de alimentar dignamente a la familia. Alivia la angustia de los desempleados y la ansiedad de los inmigrantes; haz que en el respeto de los derechos y en la dignidad del trabajo, podamos imitar con tu ejemplo en nuestra vida los designios ocultos que Dios nos ha reservado. (San Juan XXIII)

Letanías a San José Señor, ten misericordia de nosotros. Cristo, ten misericordia de nosotros. Señor, ten misericordia de nosotros. Cristo óyenos. Cristo escúchanos. Dios Padre celestial, ten misericordia de nosotros. Dios Hijo, Redentor del mundo, ten misericordia de nosotros. Dios Espíritu Santo, ten misericordia de nosotros. Santa Trinidad, un solo Dios, ten misericordia de nosotros. Santa María, ruega por nosotros. San José, ruega por nosotros. Ilustre descendiente de David, ruega por nosotros. Luz de los Patriarcas, ruega por nosotros. Esposo de la Madre de Dios, ruega por nosotros. Casto guardián de la Virgen, ruega por nosotros. Padre nutricio del Hijo de Dios, ruega por nosotros. Celoso defensor de Cristo, ruega por nosotros. Jefe de la Sagrada Familia, ruega por nosotros. José, justísimo, ruega por nosotros. José, castísimo, ruega por nosotros. José, prudentísimo, ruega por nosotros. José, valentísimo, ruega por nosotros. José, fidelísimo, ruega por nosotros. Espejo de paciencia, ruega por nosotros. Amante de la pobreza, ruega por nosotros. Modelo de trabajadores, ruega por nosotros. Gloria de la vida doméstica, ruega por nosotros. Custodio de Vírgenes, ruega por nosotros. Sostén de las familias, ruega por nosotros. Consuelo de los desgraciados, ruega por nosotros. Esperanza de los enfermos, ruega por nosotros. Patrón de los moribundos, ruega por nosotros. Terror de los demonios, ruega por nosotros. Protector de la Santa Iglesia, ruega por nosotros. Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo: perdónanos, Señor. Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo: escúchanos, Señor, Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo: ten misericordia de nosotros. V/. Le estableció señor de su casa. R/. Y jefe de toda su hacienda. Oremos: Oh Dios, que, en tu inefable providencia, te dignaste elegir a San José por Esposo de tu Santísima Madre: concédenos, te rogamos, que merezcamos tener por intercesor en el cielo al que veneramos como protector en la tierra. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

Glorioso San José, esposo de María, concédenos tu protección paterna, te suplicamos por el corazón de Jesucristo. Oh tú, cuyo poder se extiende a todas nuestras necesidades y puede hacer posible para nosotros las cosas más imposibles, dirige tu mirada de padre a las necesidades de tus hijos. Con confianza recurrimos a ti en los problemas y las angustias que nos afligen. Dígnate tomar bajo tu caritativa protección este importante y difícil asunto, que es la causa de nuestras preocupaciones. Haz que su feliz desenlace sea para la gloria de Dios y para el bien de tus devotos siervos. Amén. (San Francisco de Sales)