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¿Para que sirve?

La filosofía ayuda a sentar tesis sólidas sobre los fundamentos de un cierto saber

La filosofía sirve para...

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La filosofía sirve para... Antes de comenzar a desmenuzar cual es la utilidad de la filosofía cabe aclarar que cualquier utilidad que se le pueda asignar dependerá de la definición de filosofía que contenga el lector. En este caso nos referimos a la definición por la cual la filosofía es un saber que ayuda a sentar tesis solidas sobre los fundamentos de otros saberes. No querremos reducir la filosofía a simplemente la lógica, pero si estamos vinculándolas estrechamente. Al decir que la filosofía sirve para sentar tesis sólidas sobre los demás saberes, queremos decir que ella es necesaria para sentar las bases de todo saber, pues, a diferencia de cualquier saber particular, la filosofía resuelve preguntas tan generales que ningún saber puede abarcar, al menos no por sí solo, preguntas relacionadas directamente con dicho saber. Los ejemplos ilustran mejor: La pregunta sobre las personas de la Trinidad es una pregunta religiosa, pero la pregunta por el porqué debemos creer en Dios es una pregunta relacionada con la religión pero que la religión no puede responder desde ella misma; y no puede hacerlo porque la necesidad de creer en Dios es uno de sus postulados. Si un religioso responde a esta pregunta diciendo algo como “el hombre cree en Dios porque necesita de Él” o algo parecido, este hombre comienza a traspasar los límites de la religión y entrar en los feudos de la filosofía. De la misma forma, la pregunta por la ley de la gravitación es una pregunta científica, pero traspasamos el límite cuando queremos indagar por el fin último de la naturaleza, e incluso, por la posibilidad de que, efectivamente, la naturaleza tenga una finalidad. Es más, cuando sabemos que la aceleración de la gravedad es una cantidad matemática, comenzamos a filosofar cuando nos preguntamos por la validez de la “matematización” de la naturaleza, o por nuestra confianza en las matemáticas mismas. La política tampoco escapa de estas cuestiones. En la historia, cuando narramos los hechos de un acontecimiento que cambió la vida de muchas personas estamos haciendo trabajo histórico, pero cuando indagamos por la trascendencia de esos hechos, por su significado, repercusiones, y aún más, si queremos demostrar que la historia tiene una cierta dirección, unas ciertas leyes y una regularidad, o también si queremos demostrar todo lo contrario, lo que estamos haciendo dejó de ser historia para convertirse en filosofía de la historia. Cuando un psicólogo o un psiquiatra quieren curar a un paciente de una cierta fobia, o un trauma de niñez, sencillamente hacen la labor de su saber particular. Pero cuando quieren desentrañar las relaciones mente-cuerpo, y cosas parecidas, ya hacen filosofía, al igual que un médico hace su trabajo cuando extrae un tumor maligno de un paciente, pero cuando comienza a investigar por la vida y la muerte más allá de lo biológico, entonces dejó de practicar la medicina, pero no se desvinculó de ella. Los ejemplos son innumerables, pero como hemos demostrado, ayudan a dar sustento a nuestra definición. No sólo muestran que la filosofía ayuda a sentar tesis sólidas sobre los fundamentos de un cierto saber, sino que es ella misma un saber porque es un conocimiento acerca de los fundamentos últimos de todo saber distinto de ella. Si recordamos además que esta característica de ser un saber sobre los fundamentos de todos los demás saberes le es dada porque responde preguntas generales relacionadas con saberes particulares que no pueden ser respondidas desde ellos mismos, entenderán por qué la filosofía no solo es un saber general o universal (contrapuesto a saber particular), sino que por ello mismo es un saber teórico y estrictamente racional (contrapuesto a saber práctico y empírico). Ahora bien, si tenemos un saber de esta naturaleza, ¿qué utilidad podría tener?: Muchísima. Imaginemos un filósofo que estudia los fundamentos de las matemáticas. Puede asesorar a los ingenieros o científicos sobre el uso de las matemáticas, darles un conocimiento sobre las bases filosóficas en las que descansa no sólo la matemática sino, también, nuestra confianza en ella, y en especial, podría exponer los límites de la “matematización” y alertar acerca de los peligros de sobrepasar esos límites, por ejemplo, llegar a tratar a las personas como meros objetos de cálculo. Incluso un filósofo de la política ayudaría a los políticos a dilucidar en sus respectivas tendencias o ideologías la naturaleza humana supuesta en ellas, la cual puede no ser conforme con lo que los políticos buscan, y en dicho caso, el filósofo podría sugerir reformas. También sería de utilidad para sugerir críticas que podrían recaer sobre una cierta tendencia política, y valorarlas teniendo en la mira lo que los políticos buscan con ella. En el caso del psicólogo, el historiador, y el médico, la utilidad del filósofo es similar a la que hemos expuesto en los casos anteriores.

Es una pregunta absurda

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La pregunta por la utilidad de la filosofía es una pregunta absurda Otro tipo de respuesta que ya se ha vuelto famoso en la filosofía analítica es el de responder a una pregunta (filosófica) argumentando en favor del absurdo de la pregunta misma, argumentación que descansa sobre un análisis de los elementos que conforman la pregunta, en especial, por lo que se entiende por cada uno de ellos. La finalidad de esta argumentación no es responder a la pregunta sino sustentar los errores de su enunciación. La pregunta ¿para qué sirve la filosofía? trae consigo dos conceptos importantes: el de “servir” o “servicio”, y el de “filosofía”. Si no se hace una diferencia tajante entre servicio y utilidad, es bastante probable que la persona que pregunta tenga una noción más o menos vaga de ambos conceptos, pero no obstante, todo el que pregunta por la utilidad de la filosofía lo hace con base en la utilidad de otras materias. Por ejemplo: si a alguien le preguntan ¿para qué sirve la medicina?, dirá, seguramente, que para curar enfermos o lesionados, o al menos para intentar hacerlo. Lo mismo responderá un psicólogo respecto a la salud mental. Es decir, preguntar por la utilidad de un cierto saber es preguntar por la finalidad que busca, es preguntar por su propósito último, un propósito para el cual “sirve”. El filósofo o aspirante a filósofo puede responder a dicha pregunta de la siguiente manera: debe preguntar ¿qué es la filosofía? o ¿qué entiende usted por “filosofía”? La pregunta está justificada porque el interlocutor introduce el término en su pregunta ¿para qué sirve la filosofía?, de modo que en, principio, podemos suponer que tiene una noción de lo que la filosofía es. Ahora, el interlocutor puede hacer tres cosas; puede dar una definición igual o parecida, puede dar una definición diferente y quizá personal respecto de la filosofía, e incluso, puede decir que no sabe qué es la filosofía. En el primer caso, podemos recriminarle que la utilidad de la filosofía está implícita en dicha definición, de modo que sólo faltaría mostrarle cómo se liga esa definición con la utilidad de la filosofía. El segundo caso es diferente; si la persona trata de dar una definición de la filosofía diferente, e incluso una definición personal, podemos recriminarle que no tiene una definición correcta; esto podemos hacerlo dado que, en la mayoría de los casos, quien pregunta es alguien que no conoce la filosofía, o al menos no la conoce a fondo, razón por la cual es bastante probable que su definición (sobre todo si es personal) no sea una definición correcta o al menos compatible con lo que la filosofía es. El tercer caso presenta dos subcasos: el primero consiste en que el interlocutor no sepa qué es la filosofía, pero tema que al decirlo se muestre ignorante, razón por la cual inventará, aprisa, una definición a partir de sus cursos de filosofía del bachillerato o lo que escasamente haya escuchado. En este subcaso procedemos igual que en el segundo caso; sencillamente le mostramos (o demostramos) a la persona que su definición es errónea. El segundo subcaso consiste en que el interlocutor admita que ignora lo que es la filosofía, en cuyo caso, debemos mostrarle que la pregunta por la utilidad de la filosofía supone el concepto de filosofía, de modo que la pregunta se hace absurda cuando notamos que el propio interlocutor no sabía ni siquiera qué era aquella cosa o aquel saber por cuya utilidad preguntaba. De ese modo, vemos cómo la pregunta por la utilidad de la filosofía se vuelve absurda: quien pregunta ¿para qué sirve la filosofía? supone una noción de filosofía. Si la tiene, y ésta es válida, podemos recriminarle que la pregunta no tiene sentido al tener la definición en la mano y no deducir de ella la utilidad de la filosofía. Si la tiene, pero ésta es incorrecta, podemos tratar de deducir de ella la utilidad de la filosofía. Si no se deduce la utilidad, llegando a la conclusión de que la filosofía no sirve para nada, también la pregunta es absurda, pues si no sirve para nada, ¿para qué preguntamos por su utilidad?

Si la filosofía es la que impone el propósito a los demás saberes, no solo se refuerza lo absurdo de preguntar por la utilidad de la filosofía, sino que podemos llegar a pensar que, efectivamente, la filosofía no sirve para nada.

¿Y si la filosofía no sirve para nada?

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¿Y si la filosofía no sirve para nada? En la actualidad utilizamos expresiones como “bueno para nada”, lo peyorativo de esta expresión hace que el filósofo sienta escozor cuando contempla que la respuesta a la pregunta ¿para qué sirve la filosofía? podría ser sencillamente: para nada. Lo que vamos a argumentar en este aparte es que incluso si la filosofía no sirviera para nada, no por ello es una profesión despreciable. Todo el problema se halla en la noción de “utilidad”. Sostuvimos que cuando alguien preguntaba por la utilidad de la filosofía, lo hacía basado en la utilidad que se entrevé en otras materias. Pero si hemos definido a la filosofía como un saber respecto a los fundamentos de todo conocimiento, no podemos comparar la utilidad de la filosofía con la utilidad de cualquier otro saber particular. En principio, todo saber particular parece tener un propósito específico; la medicina busca la cura de los enfermos, la psicología busca la salud mental, la ingeniería en sus diversas ramas busca solucionar problemas de construcción, producción, programación informática, la física y la química buscan las leyes de la naturaleza y sus elementos para su posterior control y aprovechamiento, las matemáticas nos ayudan a simplificar cálculos útiles a todas las demás ramas del saber. Con la filosofía sucede algo distinto. El hecho de que la filosofía sea un saber acerca de los fundamentos de todo saber distinto de ella, la deja en un puesto bastante curioso frente a la utilidad. Por ejemplo: decimos que la utilidad de la medicina es curar a los enfermos, pero el médico no admite una pregunta del siguiente calibre ¿por qué hay que curar a los enfermos?, esta es una pregunta filosófica que no parece que se pueda responder desde la medicina, lo que quiere decir que el fin o propósito de la medicina se lo puso la filosofía, cuando algún filósofo o conjunto de ellos justificó que los enfermos debían ser curados. Entonces la filosofía queda como la que impone la utilidad o propósito a otras ramas debido a que dichos fines o propósitos necesitan, para mantenerse, de una justificación que resista el escrutinio filosófico, por lo cual, la utilidad debe ser filosófica. De ese modo, si la filosofía es la que impone el propósito a los demás saberes, no solo se refuerza lo absurdo de preguntar por la utilidad de la filosofía, sino que podemos llegar a pensar que, efectivamente, la filosofía no sirve para nada. Sin embargo, contemplar la posibilidad de un saber “inútil” tampoco debe ser algo peyorativo o denigrante para la filosofía. El mundo se divide en medios y fines, donde los fines son aquello a lo que se aspira, y los medios son las herramientas para conseguir los fines. De modo que podemos decir que el fin de la filosofía está en ella misma, o que ella misma es su fin, lo cual nos lleva a que la filosofía no sirve para nada.

Desde la primera vez que hemos escuchado sobre el concepto la filosofía, ha existido dentro de nosotros una profunda pregunta que, a pesar de parecer simple, implica más de lo que parece. Su respuesta, que aún no hemos encontrado, parece muy importante teniendo en cuenta lo indispensable que es la filosofía. Es por esta enorme duda que, para la realización de este trabajo, hemos elegido como tema la pregunta “¿Para qué sirve la filosofía?

"El verdadero interes de un filosofo no es tratar de cambiar el mundo, sino entenderlo"

Entrevista a Bertrand Russell

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Quien pregunta ¿para qué sirve la filosofía? supone una noción de filosofía. Si la tiene, y ésta es válida, podemos recriminarle que la pregunta no tiene sentido al tener la definición en la mano y no deducir de ella la utilidad de la filosofía. Si la tiene, pero ésta es incorrecta, podemos tratar de deducir de ella la utilidad de la filosofía. La pregunta es absurda, pues si no sirve para nada, ¿para qué preguntamos por su utilidad?

Bertrand Arthur William Russell (18 de mayo de 1872 - 2 de febrero de 1970) fue un filósofo, matemático, lógico y escritor británico ganador en 1950 del Premio Nobel de Literatura. Es conocido por su influencia en la filosofía analítica junto con Gottlob Frege, su compañero G. E. Moore y su alumno Ludwig Wittgenstein y A. N. Whitehead, coautor de su obra Principia Mathematica. Su trabajo ha tenido una influencia considerable en las matemáticas, lógica, teoría de conjuntos, filosofía del lenguaje, epistemología, metafísica, ética y política. Russell fue un destacado activista social pacifista contra la guerra. En opinión de muchos, Bertrand Russell posiblemente haya sido el filósofo más influyente del siglo XX, al menos en los países de habla inglesa, considerado junto con Gottlob Frege como uno de los fundadores de la Filosofía analítica. Es también considerado uno de los lógicos más importantes del siglo XX. Escribió sobre una amplia gama de temas, desde los fundamentos de las matemáticas y la teoría de la relatividad al matrimonio, los derechos de las mujeres y el pacifismo. También polemizó sobre el control de natalidad, los derechos de las mujeres, la inmoralidad de las armas nucleares, y sobre las deficiencias en los argumentos y razones esgrimidos a favor de la existencia de Dios. En sus escritos hacía gala de un magnífico estilo literario plagado de ironías, sarcasmos y metáforas que le llevó a ganar el Premio Nobel de Literatura.