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La epopeya de 4ºESO

Transcript

Las herinaides

La epopeya de 4ºESO (basada en sueños reales)

Herina era una joven muchacha de cabellos rojizos como las llamas del Hades, ojos grises penetrantes y sabios como los de la diosa Atenea y piel clara como la mismísima Galatea. Herina era conocida en el pueblo por sus grandes virtudes y su enorme corazón.

Un día, paseando cerca de las orillas del río Tálamo, se encontró con un martín pescador, veloz como Hermes y de brillantes plumas azuladas. Era distinto, pues se veía inteligencia en sus ojos y un poco de picardía. De pronto, el ave echó a volar y ella, cual centaura, lo siguió, adentrándose por el oscuro bosque. En un momento de despiste, perdió el camino de vuelta. En ese instante, aquel pequeño martín pescador se convirtió en lo que era de verdad, el gran Poseidón.

— Ven a mis brazos pequeño y escurridizo salmonete.— exigió Poseidón con voz profunda. — ¡Chao pescao! — contestó con voz cortante Herina. A Poseidón le hirió esa flecha de plomo en su aguado corazón. Las corrientes del río Tálamo se desbordaron, acelerando el pulso de nuestra protagonista. Rápidamente, ante esa situación, Herina empezó a correr de vuelta a casa, con las revoltosas aguas pisándole los talones

Empapada, se dirigió a la chimenea de su hogar dispuesta a olvidar lo ocurrido cerca del fuego. Pero este se encontraba más ardiente que nunca. Con una mezcla entre curiosidad y miedo, se acercó lentamente hacia aquel extraño fuego. Cuando estaba ya a pocos centímetros de este, escuchó una voz, firme y seductora. Las llamas se transformaron, dando lugar a una sombría figura humana, Herina no dudó; era el temeroso Hades.

—Ven conmigo, ardiente llama y sé mía.Herina gritó y consiguió escabullirse de sus brazos. "¡Qué pesados estos dioses!" Justo en ese momento, llegó el arrebato de Hades y su pequeña casa comenzó a arder. Herina salió de allí como pudo, con los ojos rojos y llorosos y la ropa llena de pequeñas cenizas. Hades no terminaba de asimilar que una simple mortal le hubiese rechazado de aquella manera. Era un dios muy sensible y tendía a deprimirse.

“El que faltaba” pensó y apareció junto a ella el poderoso Zeus.— He apagado el incendio. — se rio con una voz bastante aguda para ser el señor de los cielos. Herina no daba crédito. Miró fijamente a los ojos azules y tormentosos de Zeus y le espetó:

— ¿Có-cómo es posible que me haya rechazado? ¿Será mi olor a muerto? — JAJAJAJA —se ufanaba Zeus— Veréis cómo se hace. De repente comenzó una grandiosa tormenta que apagó el fuego. Los árboles se movían, la lluvia volvía a empaparla y un rayo pasó junto a ella.

— Antes de ser vuestra esposa, prefiero mil veces estar en lo más profundo del Tártaro. Las risas del resto de dioses se escuchaban por todo lo alto. Zeus, herido por sus palabras, se llenó de ira y exclamó: — Tus deseos son órdenes.

De pronto, una brumosa niebla empezó a nublarle la vista. Cada segundo que pasaba esta se hacía más y más densa. Herina se encontraba muy desubicada, no sabía dónde estaba y cada partícula de su esbelto cuerpo se dispersaba hasta convertirse en la propia niebla. Poco a poco toda aquella niebla se disipó y sus ojos se fueron acostumbrando a la oscuridad...lo primero que le puso los pelos de punta fueron los alaridos de los castigados, reclamándola por su nombre, y el olor a huevos podridos que penetraba por su nariz. Era un sitio con una gran oscuridad, pero eso no impedía que hiciera un calor sobrehumano. Miró a derecha e izquierda y vio unas grandes llanuras rocosas donde las tres Furias vigilaban desde las alturas. Una de ellas se lanzó al suelo aterrizando sobre una persona.

Sus afiladas garras empezaron a abrir en canal a aquel cuerpo demacrado que gritaba agonizando de dolor. La furia sacó sus entrañas y se las comió, mientras aquel chico seguía vivo. Antes de apartar la vista de aquella sangría, observó la mirada de locura de aquella criatura. No había ninguna duda; estaba en el Tártaro.

Herina luchaba por no derrumbarse, pero todos los días eran iguales, una eterna tortura infinita y un calor insoportable…para no desquiciarse por completo, empezó a cantar. Una canción lenta que su madre le cantaba cuando era niña. Era tan encantadora esa melodía que incluso los gritos de auxilio de los condenados, así como la bochornosa temperatura que emanaba del río Flegetonte parecieron menguar..

Cuando terminó la canción, escuchó una voz muy grave diciéndole que cantaba como las musas. Herina le agradeció su comentario y empezó a preguntarle cosas a él y él a ella. Se contaron hazañas, deseos...poco a poco, se fue encendiendo una llama entre ellos.

Un día, Herina le preguntó si le podía ver. Él le dijo que no, porque al verle se asustaría. Herina le aseguró que lo que a ella le importaba era lo de dentro y que fuera como fuese, ella le iba a querer como ya le quería. El ser de la voz profunda le creyó y decidió dar el paso.

Un enorme hecatónquiro, con cincuenta cabezas y cien brazos, apareció ante ella; un descendiente del mismísimo Cronos. Giges, el hecatónquiro, quiso esconder sus cincuenta rostros con sus cientos de brazos, lloraba desconsolado, pues sabía que Herina nunca volvería a hablarle ni mucho menos amarle ahora que le había visto. Sin embargo, Herina reaccionó de la mejor manera posible: le besó en una de sus caras…era un beso cálido y lleno de cariño. Ambos se echaron a llorar, enternecidos por el amor que por fin habían conseguido. Incluso hubo un momento en el que se olvidaron del lugar tan horripilante en el que estaban.

Ahora las horas parecían más plácidas y llenas de júbilo. En una de esas charlas íntimas, Giges le contó que nunca había visto la luz del sol ni había pisado la hierba o había escuchado los pájaros cantar, y movido por su deseo de salir al mundo de los mortales, decidió que ya era hora de ayudar a Herina a salir del Tártaro. Fueron 12 días de viaje por el inframundo, esquivando criaturas violentas, viendo los castigos sangrientos como el de Ticio o las Danaides y engañando al cancerbero para poder salir de allí. Al final, vieron la luz del sol.

Una vez fuera, construyeron una hermosa casita en el campo, para poder mostrarle a Giges la belleza extraordinaria del mundo. Por fin pudo ver las mariposas revoloteando, a los pájaros piar y pudo sentir el cosquilleo de la hierba entre sus pies. La magia del amor hizo el resto y alrededor de unas semanas, Herina se quedó embarazada.

Zeus, el que amontona las nubes, llevado por la envidia y por el odio, ordenó a Ilitia, la diosa de los partos, que no ayudara a Herina a dar a luz. Sin embargo, en el momento del nacimiento, Hera le dijo a Ilitia que desobedeciera las órdenes de Zeus y asistiera al parto, ya que la diosa del matrimonio consideraba que Herina había actuado con valentía al rechazar a Zeus. Ilitia accedió a responder a las órdenes de Hera porque pensaba de la misma forma y fue a asistir rápidamente a Herina.

Los nervios de Herina corrían por su piel, aunque ella mostraba una fuerza externa que le hacía seguir hacia delante... Herina empujaba pensando en la familia que estaba a punto de formar. Todo parecía ir bien hasta que Zeus, fulminador, se percató de que Ilitia estaba ayudando a Herina. Arrojó un rayo al cielo para que la diosa de los partos se retirara inmediatamente de allí. Ilitia, oyendo la orden, se retiró inmediatamente. Como reprimenda ante tal desobediencia, ante tal vil engaño, Zeus, padre de los dioses, ordenó a las Moiras que acabaran inmediatamente con la vida de Herina y con la de sus doce hijas.

Pero Hera, con ojos de vaca, intervino en la disputa. —Amado mío, padre de todo cuanto hay, dios inventor del universo, ¡supremo comandante del barco de la vida!… —¿Qué quieres, Hera?—atajó Zeus, viéndola venir. —¿Por qué has de matar también a las Herinaides? ¿Acaso su madre no mostró fortaleza y valor al rechazarte? Entiendo que quieras matar a Herina por la ofensa, pero perdona, al menos, a las pobres crías, que ellas son inocentes.

Mientras Giges se comía a besos con cada uno de sus rostros a sus doce hijas, sus doce Herinaides, todas preciosas debido a su gran parecido, la vida de su querida se apagaba. Herina empezó a sentir un dolor inmenso en el pecho. Estaba tan pálida como la luna y sus labios, del color de las ciruelas. El oxígeno cada vez era más escaso, y la vista menos clara. Estaba ante su último suspiro y los ojos se le cerraban. Era una agonía tener el futuro que siempre había querido frente a sus ojos y que se le escapase. Giges se dio cuenta de que algo no iba bien e intentó ayudarla, pero sabía que no podía reclamar a los dioses nada después de haberse escapado del Tártaro.

—No olvides que la belleza está dentro de ti.—Herina notó que eran sus últimos momentos e hizo un último esfuerzo para encomendar una misión a su amado antes de marcharse—Protege a nuestras hijas. Herina llegaría a los Campos Elíseos, ningún dios podría negarlo. Giges no pudo contener el dolor: un grito feroz recorrió el silencio del campo y doce llantos le siguieron.

—Vuestra madre me ha devuelto la vida y os prometo que os protegeré con esta. Al atardecer de ese mismo día, Giges enterró a Herina al pie de un majestuoso ciruelo para que su alma floreciera junto a las hermosas flores de este árbol ante la atenta mirada de los dioses del Olimpo.

Pasaron dieciocho años. Las herinaides crecieron y adoptaron la gran belleza de su difunta madre, sus cabellos rojizos y su tez blanca. Aunque eran muy parecidas, cada una tenía un carácter muy marcado y diferente al de sus hermanas. Giges, desesperado y apenado por el vacío de su amada y viendo que sus hijas ya podían valerse por sí mismas, bajó al Tártaro para intentar salvarla. Mientras tanto, sus hijas siguieron cada una su fatal destino...

Falianina

Falianina odiaba estar con sus perfectas hermanas, tan bellas, tan listas, tan parecidas a su madre...ella era la que menos se parecía. Falianina quería estar sola, por eso recurrió a Atenea, la diosa de la sabiduría, que la entendió y le concedió un mundo paralelo: si traspasaba ese espejo, se encontraría en un jardín maravilloso, lleno de rosas, petunias, margaritas y mandarinos en flor. Pasaba horas y horas allí, disfrutando de la soledad, hasta que Hestia se enteró. Hestia, la diosa del hogar, no pudo soportar que no quisiese a su familia...e ideó el peor castigo para Falianina.

Falianina cruzó a su mundo como de costumbre, pero lo que encontró allí le dejó aún más asombrada que la primera vez: estaba su familia al completo. No daba crédito. No quería estar en ese sitio y las maldijo, sin saber que no eran ellas, era solo una ilusión creada por Hestia, un bucle temporal. Al maldecirlas, se convirtieron de cadera para abajo en preciosos peces con escamas de colores, eran sirenas. Pero allí no había agua, de tal modo que tuvo que presenciar cómo su familia se ahogaba sin que ella pudiese hacer nada. Día tras día, presenciaba ese horrible episodio. Se despertaba, cruzaba el horrible espejo sin quererlo, presenciaba la muerte de sus hermanas y su madre, pasaba el resto del día sola y vuelta a empezar. Hestia se sentía satisfecha, pues había conseguido demostrarla lo que era apartar a tu familia y sentir la verdadera soledad.

Halia

Halia tenía el pelo repleto de tirabuzones y unos grandes ojos verdes protegidos por largas y rizadas pestañas; era muy bella, a pesar de las cicatrices que decoraban su rostro por culpa de sus torpes caídas.Uno de los pasatiempos favoritos de Halia era pintar en una playa de fina arena. Todas las mañanas se levantaba antes de que Helio saliera con su carro de fuego y preparaba a su yegua Ventisca de capa alazana, cargaba las pinturas y las hojas en las alforjas y montaba. Galopaba aproximadamente dos horas hasta llegar a su lugar de dibujo, dejando únicamente una estela roja.

Un día presenció cómo Poseidón raptaba a una náyade, ninfa de las aguas, y lo plasmó en un lienzo el cual mostró a todo el pueblo. Cuando ya estaba oscureciendo, se dispuso a recoger, pero su yegua se asustó y se fue galopando. Halia se quedó sola de noche en medio de la playa. De repente, apareció una silueta siniestra sin rostro que la empezó a perseguir por toda la orilla, hasta que encontró un camino bordeado por conchas de todos los colores y tamaños, que siguió hasta llegar a una cabaña que desprendía una potente luz azulada. Cuando entró, la puerta desapareció de detrás de su espalda.

Delante de ella apareció el rey de los mares y le espetó: — Eternamente pintarás para mí en lo más profundo del océano.— movió una mano y Halia cerró los ojos.Al despertar, lo primero que vio la dejó atónita: miles y miles de kilómetros de agua en todas direcciones, el inmenso fondo marino a sus pies. Miró hacia abajo para hacerse a la idea de la profundidad de aquél arrecife, pero ya no había pies, sino ocho tentáculos llenos de ventosas. Del susto a Halia se le escapó la tinta comprendiendo que era un calamar y que ya nunca más volvería a ver la superficie.

Amara

Amara tenía el cabello de color rojizo, con una cara llena de diminutas y marrones pecas. Todas las mañanas, se despertaba, se vestía, y se iba en busca de su mejor amigo Enzo. Juntos recorrían todo el pueblo, se metían dentro de sencillas tiendas y por los más escondidos matorrales, en busca de objetos perdidos. Ya fuese un precioso jarrón o un simple tenedor oxidado, ellos lo guardaban en el bolso que siempre tenían a mano por si acaso encontraban algo de forma inesperada, no por necesidad sino por su gran avaricia.

Un día, encontraron un agujero enorme en medio del bosque. Nada más verlo no dudaron en lanzarse dentro de él; levantaron la mirada y vieron un verdadero paraíso.Un día, encontraron un agujero enorme en medio del bosque. Nada más verlo no dudaron en lanzarse dentro de él; levantaron la mirada y vieron un verdadero paraíso. Aquel agujero estaba lleno de antigüedades perfectas. Lo cogieron todo, y, al cabo de un par de días, el agujero estaba vacío. Nunca se habrían imaginado que todas esas cosas preciosas pertenecerían a un gran titán, Caos.

Cuando este se dio cuenta de que todas sus cosas habían desaparecido, decidió castigar a los responsables de aquello y encerrarlos en una habitación diferente de la del otro.Ambas habitaciones estaban completamente vacías. Sin cosas antiguas, sin su hermosa y pequeña cabaña, sin ninguna compañía. Enzo y Amara jamás se habían imaginado cómo sería estar en la nada, y ahora lo iban a experimentar para el resto de la eternidad por su desmesurada codicia.

Elipse

Elipse era la hermana más graciosa, siempre estaba de risas y pocas cosas la entristecían. Elipse, con mechas plateadas, fue castigada por Ares, peste de los hombres. Un día, la joven decidió gastar una broma con sus amigos a uno de los panaderos del pueblo. Este abandonó su puesto y fue al bosque. Los chicos, de risas, nunca imaginaron que el pobre señor podía sufrir un accidente: uno de los jabalíes del bosque atacó al hombre y murió. Ares, manchado de homicidios, viendo lo sucedido secuestró a Elipse y la llevó a uno de esos modernos parque de atracciones.

Era de noche y el siniestro lugar estaba vacío. Había una alfombra al principio de la entrada que conducía a una caseta. Elipse entró, e inmediatamente se metió en un laberinto de espejos. Ares la encerró allí y le dijo que encontrara la salida mientras se reía vilmente.Elipse iba avanzando por el laberinto y empezó a escuchar voces aterradoras que le indicaban direcciones y a tener alucinaciones a través de los espejos, sobre un payaso macabro que lo que hacía era confundirla. Elipse corría y corría intentando salir de su encierro pero no llegaba a ningún lado, siempre volvía al mismo sitio y solo aparecían imágenes reflejadas en aquellos trozos de cristal en las que el payaso mataba a sus amigos. Terminó volviéndose loca y sin poder escapar de su propio reflejo.

Mininona

Mininona, tan insufrible como siempre, volvía a abalanzarse a la copa de ese gran árbol de su jardín, que en época de florecer cubría su patio de preciosas flores rosas. Pero no todo era tan bonito, porque la belleza de ese gran árbol, se veía tapada por los abrumadores cantos de los jilgueros.

Mininona, atormentada por estos cantos, trepaba a la copa casi con tanta agilidad como un gato e intentaba hacer que esos cantos cesasen. Sin resentimiento alguno destrozaba los nidos, asustaba a los pájaros y robaba los huevos. Pero por muchos huevos que robase, o muchos nidos que destrozase, los cantores jilgueros volvían a posarse en la enorme copa del árbol. Mininona estaba ya muy harta de los pájaros y decidió cortar el problema de raíz. Taló el árbol y todos sus problemas desaparecieron, o eso parecía. Deméter, diosa de la naturaleza, que había visto todo desde el Olimpo, no pudo evitar enfurecerse y bajar a castigarla.

Deméter decidió levantar el árbol de nuevo y convirtió a Mininona en un precioso jilguero. Le preparó su nido y su hogar en una rama del gran árbol de su jardín para que conviviera con todos esos pájaros a los que había maltratado. Pero para hacerla sentir lo que habían sentido ellos, colocó un gato en el jardín, para que atormentarse sus días al igual que lo había hecho ella.

Zenda

Zenda era una de las hermanas más egoístas y también una de las más crueles, junto con Mininona. Siempre trataba mal a la naturaleza, destrozaba todas las plantas que veía, llenaba de patadas a los árboles, y tiraba basura a los azules ríos. Artemisa, la cazadora, viendo lo sucedido, fue a hablar con ella y le quiso dar una oportunidad para ver si cambiaba, pero nada fue a mejor. Para castigarla, decidió enviarla una colmena de horribles avispas.

Tenían un aspecto inusual, con un tono anaranjado por el torso , y de un tamaño descomunal. Los insectos empezaron a perseguirla y ella corrió hacia un hermoso bosque para huir de ellas.Cuando entró, el bosque se volvió oscuro y los árboles cobraron vida. Empezaron a atacarla y a agarrarla con sus espinosas ramas. Cada vez que gritaba, las avispas se volvían más y más grandes, hasta que la devoraron viva.

Karianna

Karianna era una mujer pequeña y delicada. Tenía la piel blanquecina con pecas, pelo anaranjado y ojos azul celeste. Era muy hermosa, no tenía imperfección alguna. Tenía el don de la elocuencia, podía convencer a cualquier persona de lo que fuera. Al principio lo usaba con el fin de convencer a las personas para que hicieran lo correcto, pero se dio cuenta de que, gracias a su belleza y a su don podría convencer a los hombres de que era Afrodita. Y así lo hizo. Convenció a algunos hombres y estos le daban dinero, joyas y banquetes. Una vez que conseguía lo que quería, desaparecía y se iba a la caza de otros hombres.

Un día, Karianna se fue a bañar a un lago cristalino que se encontraba en medio de un bosque. Mientras que estaba tranquilamente nadando, Afrodita le envío un lobo blanco y le ordenó perseguir a Karianna. El lobo corrió hacia el lago y Karianna salió del agua y comenzó la huida. Empezó a notar que las piernas no respondían y de pronto no podía caminar. Karianna intentó gritar pero no le salía la voz y se quedó en aquel bosque eternamente sin poder andar ni gritar para pedir ayuda y con el miedo de que en cualquier momento un lobo la pudiese devorar.

Hericha

Hericha era la hija más parecida a Herina. Zeus la guardaba rencor porque, al mirarla, solo veía la cara de Herina. Estuvo pensando mucho tiempo cómo deshacerse de ella, así que decidió enviar a unos guerreros vikingos, para que la liquidaran. Los vikingos aceptaron matar a Hericha, pero a cambio pidieron la mitad de las tierras de un pueblo cercano al suyo. Hericha iba galopando por el campo cuando los vikingos lanzaron una flecha a la yegua Ventisca por lo que ésta se asustó y se cayó.

Hericha empezó a correr a correr y a correr pero cada vez que corría pensaba que iba más lento porque los vikingos eran muy rápidos y al final la consiguieron alcanzar y la raptaron. Cuando Hericha se despertó estaba atada a un palo de madera. — Pobre mariposa a punto de volar y te vas a quedar sin alas. Sin embargo, Hera, con ojos de vaca, intervino en la disputa y convirtió a Hericha en una brillante mariposa verde para que escapara volando sin mirar atrás.

Olivia

Odiaba que la llamasen Olivia, todo el mundo la conocía como Liv. A Liv le encantaba estar siempre haciendo locuras y cosas nuevas, siempre innovando. Se pasaba el día correteando de un lado a otro, construyendo cosas, encontrando sitios nuevos, haciendo actividades… nunca paraba quieta. Una noche salió a dar un paseo a la luz de la luna.

Mientras andaba, contemplaba las miles y miles de relucientes estrellas que había en el cielo. Se sentó a la orilla del río, junto a una roca. Cogió un par de palos y empezó a frotarlos, con la intención de crear un fuego para cesar el frío. Frotó hasta que una llama salió de aquellos palos, cayendo en un pequeño arbusto. La vida de la llama empezó a crecer, y pocos segundos después todo lo verde que podía ver Liv estaba inundado de rojas llamas.

Liv salió corriendo dirigiéndose a su casa, cuando delante de su camino apareció Pan, dios del bosque. Pan no podía separar sus enormes pupilas de aquel color rojizo. Con el cuerpo entero lleno de ira, Pan no se lo pensó dos veces: convirtió el hermoso cuerpo de Liv en un enorme roble, posicionándole en el mismo lugar donde se había prendido aquel fuego. No sería capaz de moverse de ahí, viendo día tras día el daño que hizo a ese lugar.

Adela

Adela, la hija menor de Herina, tenía un corazón de oro y era incapaz de hacer daño a nadie. Era camarera de los dioses y bendecida por Dionisio, dios del vino, ya que se encargaba siempre de servir esta bebida. En una celebración organizada por este dios, ella repartió millones de litros del mejor vino a los dioses, hasta que se acabó. Pero ellos pedían más y más y ella no quería parar la fiesta, ya que siempre quería complacer a los demás.

Estaba pensando qué hacer cuando vio corretear un leopardo; sin pensarlo dos veces lo mató y entregó su sangre como vino a los dioses.Cuando se dio cuenta de que su amado leopardo era ahora el vino que escanciaba Adela, Dionisio, nacido dos veces, la encerró en una caja transparente con los ojos tapados por una venda, para que no pudiera ver ni mirar el sol.

Robina

Una vez más, cogiendo la puerta y con la maleta en mano, Robina, volvía a escapar antes de que la pillaran en aquella habitación que apenas tenía luz. ¿Nunca se cansaba? De tener que escapar siempre, dejarlo todo y tener que empezar de cero a kilómetros. Al fin y al cabo, ese era el camino que ella había escogido desde bien pequeña. Lo único que llevaba, sus fortunas robadas en esa gran maleta, nada más, eso era todo lo que tenía.

Dicen que luchó contra gigantes, escapó de un sátiro e incluso que amansó a un enorme lobo blanco. Las hazañas que había vivido Robina, eran famosas alrededor de todo el mundo, aunque nadie sabía si eran ciertas. Robaba joyerías, bancos, cajeros y dormía en sitios abandonados o en las calles. Después de huir de Corinto, llegó a Atenas, donde preparaba su próximo golpe.

Pensaba robar a Hades, el dios de las riquezas. Sabía que no sería fácil, pero había trazado un plan perfecto. Para ello, bajó al inframundo y allí se encontró con su primer problema: Caronte. Pero para eso también tenía un plan. En vez de pagar las dos monedas, estafó a Caronte con gran parte de su botín robado que guardaba en esa gran maleta. El barquero no se pudo resistir y aceptó. Una vez estaba en el dominio de Hades, el más aborrecido de los dioses, buscó sus riquezas hasta encontrarlas. Robina sabía que no debía permanecer mucho allí abajo, ya que un mortal no pasaba desapercibido.

Pero Hades era más listo que Robina y la pilló llenando la gran maleta de sus preciosas joyas. Primero castigó a Caronte encarcelándolo durante 3 años… y después llegó Robina. Robina fue castigada llenando aquella maleta, que no soltaba nunca, de joyas y riquezas de Hades, sin poder escapar una vez más. Y allí se quedó eternamente, custodiando el botín. Observando todo lo que pudo haber tenido, y que jamás tendrá.

Copelina

Otro día más, Copelina, triunfó en el teatro de la ciudad. Sentía el calor de los aplausos y el clamor del público, esa sensación de electricidad que le corría por todo el cuerpo, calentando cada poro de su piel y fue allí mismo, donde juró por la laguna Estigia que siempre volvería a ese teatro para sentir esa sensación. Otro día más, ese ciervo la miraba fríamente y la perseguía durante todos sus logros, recordándole lo mal que se había comportado con el dios Apolo, conocido por su destreza en las artes. Pero Copelina sabía que ese ciervo representaba la cara artística del dios.

Sí, era verdad que la joven era muy creída y fardaba de su aclamado éxito y encima había renunciado a la bendición de Apolo de ser siempre humilde, pero qué más daba, nadie podía hacerle daño en la cima de su glamurosa fama y menos en el teatro, repleto de butacas de terciopelo rojo con un pasillo central que conducía a su hogar, donde tantas veces se había transformado en otras mujeres, donde tantas veces había viajado a tantos lugares. Sí, era allí donde se sentía verdaderamente viva, donde dejaba de lado sus pensamientos para contar la historia.

¡Qué pena que se creyese tan superior, incluso más que los propios dioses! Pero para llegar allí, tenía que traspasar una interminable escalera de caracol, ella podía ser una gran actriz, pero a la hora de hacer ejercicio… le mataban las escaleras pero mayor era su afán por actuar. Apolo lo sabía, y no le caía muy bien desde que había rechazado su bendición, pero más aún cuando vio su horrible ego y cómo trataba a los otros actores. No pudo más, la ira se apoderó del dios y lanzó el castigo.

Al día siguiente, llegó el día del estreno de una obra muy importante para la protagonista, estaba muy nerviosa y eso le hacía ser aún más prepotente con los de su alrededor. Llegó la hora de la verdad y se dirigió a su mayor enemiga: la escalera. Tenía que llegar al escenario cuanto antes por lo que empezó a subir. A la mitad de las escaleras, giró su cabeza y sintió el aliento del ciervo en su cara. Asustada, comenzó a correr y correr, con el animal enfurecido a los talones. Cuando creía que ya llegaba arriba, se encontraba de nuevo en el inicio de las escaleras y vuelta a empezar. Copelina siguió corriendo y corriendo con la esperanza de algún día llegar al escenario; mientras, un dios se reía en lo más alto del Olimpo.

Tan distraído estaba Giges por la pérdida de su amada, que no se percató de que, una a una, fue perdiendo a todas sus hijas, sus doce herinaides, que quedaron atrapadas en sus propios infiernos ideados por cada dios. Cuando Hermes, el mensajero, se lo contó todo, Giges corrió al Olimpo, entró en el blanco templo y reunió a los dioses. Tras horas de intentar llegar a un acuerdo, Giges no consiguió convencer a todos los olímpicos, por lo que fue Atenea, diosa de la sabiduría, quien le propuso el trato definitivo: sólo podría salvar a una de sus hijas. La diosa quería comprobar si el hecatónquiro de verdad merecía el amor de Herina y ver si sería capaz de mandar al Tártaro a todas sus hijas al no poder elegir una.

Giges, al escuchar estas palabras saliendo de la boca de Atenea, solo podía pensar en que no podía cumplir la promesa que le hizo a su difunta amada antes de morir. Con un nudo en la garganta pronunció su respuesta: — No soy capaz, ni soy quien para sobreponer la vida de una antes que la de las otras. Con todo mi pesar, elijo la muerte de todas ellas. Los dioses se quedaron asombrados ante esta inesperada respuesta. Por primera vez, un hecatónquiro había dejado una ausencia total de palabras sobre los dioses.