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El salón de baile era la pieza más importante de las residencias de la alta burguesía. Como espacio de carácter público, donde también se realizaban reuniones y conciertos, la decoración estaba cuidada al máximo. El enfoque temático de esta sala se centra en el retrato, el género más practicado por los pintores españoles durante el Romanticismo.

José Aparicio Inglada La familia de Gaspar Soliveres 1831 Desde mediados del siglo XVIII se va a ir gestando un nuevo concepto de familia que culmina en la sociedad romántica. La unidad familiar, que hasta entonces había sido una institución consagrada a reforzar los lazos dinásticos, se convierte ahora en un núcleo afectivo cuyos miembros están unidos por una relación de cariño y respeto. Este monumental retrato nos muestra la nueva consideración de la familia durante el Romanticismo, en la que cada uno de sus miembros desempeña una función socialmente preestablecida: mientras que el padre representa la fuerza que sostiene a la familia y su proyección pública, la madre adquiere gran protagonismo dentro del hogar como protectora de los hijos y la moral familiar.

José Gutiérrez de la Vega Isabel II 1845 La concepción tradicional del retrato de corte va a sufrir transformaciones significativas en el segundo tercio del siglo XIX. Frente a la artificiosidad de los retratos oficiales del Antiguo Régimen, el Romanticismo favoreció una imagen regia de mayor cercanía y sensibilidad. Aunque en esta obra Isabel II aparece representada a la edad de quince años con la escenografía y los símbolos propios de los retratos de aparato, Gutiérrez de la Vega consigue crear una imagen de la reina de gran calidez mediante el embellecimiento de su fisonomía y la extremada delicadeza de las telas y las carnaciones. La soberana no manifiesta su poder con ostentación, sino con una sosegada naturalidad.

Francisco Lacoma y Fontanet Carmen Moreno, marquesa de las Marismas del Guadalquivir 1833 El retrato es el género por excelencia en el siglo XIX. Durante el reinado de Isabel II surge una nueva clase social dominante, la burguesía adinerada, que, en su deseo de emular a la aristocracia, encargará retratos como signo de distinción. El retrato no solo debía mostrar con fidelidad los rasgos físicos del personaje, sino también su posición social. En el Romanticismo será una práctica habitual retratar a los matrimonios por medio de cuadros individuales que forman pareja. Estos retratos, como los de los marqueses de las Marismas del Guadalquivir, subrayan los roles de género característicos de la rígida sociedad decimonónica a través de la actitud y el ámbito doméstico en el que posan los retratados.

Los bailes fueron uno de los eventos más importantes de la vida social en la España romántica. Había bailes públicos, pero era en los privados donde las clases altas, además de divertirse, podían reforzar su imagen en sociedad. En cuanto al tipo de bailes, el vals era el más importante, pero también formaban parte de los repertorios otros como el galop y el minué. En consonancia con su uso plenamente social, el salón de baile era la estancia más amplia y lujosa de la vivienda burguesa, donde no podían faltar cómodos asientos convertidos en iconos del bienestar burgués.

Ignace Pleyel & Cie. Piano de cola Mediados del siglo XIX En las reuniones sociales de los salones aristocráticos, además de la discusión política, el debate literario o la charla, se celebraban conciertos y recitales. La sociedad de buen tono se reunía en torno a estas tertulias musicales para escuchar música por placer, opinar sobre lo interpretado y convertir este acto de sociabilidad en un símbolo de distinción social. En vista del nuevo protagonismo que la música adquiere en las casas burguesas, en el salón de baile no podía faltar un piano de cola acompañado de otros instrumentos musicales como el arpa. Este lujoso piano fue construido expresamente por la prestigiosa compañía parisina Pleyel para la reina Isabel II, gran amante de la música.