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La primera mujer que formó parte de la Real Academia Española, pronunciando su discurso de ingreso en 1784.

María Isidra de Guzmán

EXCELENTÍSIMO SEÑOR Los altos y singulares favores con que vuestra excelencia se ha dignado honrarme [p. II], eligiéndome de común acuerdo por socia de esta Real Academia, me obligan a manifestar a vuestra excelencia los afectos de admiración y reconocimiento que han producido en mi ánimo tan distinguidos beneficios. ¡Fatal constitución! ¡Duro conflicto! ¡Ardua empresa! ¡Leyes santas del agradecimiento que [p. III] os hacéis sentir y respetar, no solo de los racionales, sino de las fieras! Por la primera vez que debo hablar en público, me obligáis a la espinosa empresa de tomar rumbo entre escollos y sirtes, entre Scila y Caribdis. Si quiero insinuar los íntimos sentimientos, que me animan con un respetoso silencio, muy debido [p. IV] al decoro de tan sabia, elocuente y respetable Academia, disimulo el beneficio, y falláis contra mi honor, condenándome de ingrata y desconocida.

Si quiero hablar, me precisáis al imposible de sustituir al femenil desmayo de mi lengua el entusiasmo: aquel ardiente dialecto tejido de expresiones sublimes [p. V], de figuras brillantes, de conceptos grandiosos, nacidos de una imaginación viva, penetrante, enardecida toda con aquel género de fuego que los más célebres poetas ennoblecieron con el majestuoso nombre de furor divino. ¡Cielos! ¿Qué medio entre dos extremos sobradamente viciosos? Ved aquí, señor [p. VI] excelentísimo, el único arbitrio que me resta y a que me debo acomodar por necesidad en tan estrecho conflicto, contando con la bondad de vuestra excelencia que no puedo dudar hará que iguale su indulgencia en disimular sus defectos, a la generosa facilidad con que ha querido distinguirse en honrarme.

Por no ofender [p. VII] a vuestra excelencia con el desaliño de mis expresiones, ni faltar a la justa obligación de insinuar mi agradecimiento, reduciré a breves humildes períodos lo que pedía dilatados y sublimes discursos. Publicaré el beneficio con labio balbuciente, sin disimular su singularidad y grandeza; y no hallando en mí caudal [p. VIII] para la justa correspondencia, expondré la sinceridad de mis deseos de mostrarme agradecida. Yo reconozco, excelentísimo señor, y debo confesar con admiración y sencillez, que vuestra excelencia no ha dispensado jamás favor tan singular, gracia tan cumplida como la de haberse dignado asociarme [p. IX] al Real Cuerpo de sus excelentísimos socios.

¡Dicha sin ejemplo! ¿Se ha visto en algún tiempo que vuestra excelencia haya contado en tan glorioso número sino próceres los más distinguidos y beneméritos de la república literaria? La Real Academia Española, ¡nombre glorioso!, ¿ha adoptado hasta hoy entre [p. X] sus esclarecidos individuos sino monstruos de ciencia, sabios de línea que, remontándose a la esfera de sublimes, tocan hasta aquel grado sumo y como sobrehumano que llamamos heroísmo? Si me fuese permitido nombrar aquí uno por uno los que desde su erección hasta ahora han merecido, logrado [p. XI] y desempeñado tan alto honor, ¿haría otra cosa con solo pronunciar sus nombres que colmarlos de los más completos elogios?

¿No se gloria vuestra excelencia de ver en sus sabios excelentísimos socios otros tantos Cicerones, Demóstenes, Quintilianos, Sénecas? ¡Gloriosos padres del honor, lustre y pureza de la lengua [p. XII] española! Si yo os dijese que habéis hecho renacer en España los siglos de Augusto, los siglos de oro, la época del honor y brillo de nuestra lengua, ¿sería otra cosa todo esto que un eco de los bien merecidos elogios que resuenan en la gran república de los sabios y justos estimadores de vuestro mérito? [p. XIII] ¡Genios rivales! ¡Lenguas atrevidas! ¡Émulos ciegos de nuestra gloria! Desmentidme si tenéis ánimo. Nuestro Guzmán y Lacerda, Mª Isidra Oración del género eucarístico... 3 brillante idioma ha padecido sus fases: se han eclipsado en algunas centurias sus claras luces, sus ricos tesoros han yacido largo tiempo sepultados. Es muy cierto.

¿No se gloria vuestra excelencia de ver en sus sabios excelentísimos socios otros tantos Cicerones, Demóstenes, Quintilianos, Sénecas? ¡Gloriosos padres del honor, lustre y pureza de la lengua [p. XII] española! Si yo os dijese que habéis hecho renacer en España los siglos de Augusto, los siglos de oro, la época del honor y brillo de nuestra lengua, ¿sería otra cosa todo esto que un eco de los bien merecidos elogios que resuenan en la gran república de los sabios y justos estimadores de vuestro mérito? [p. XIII] ¡Genios rivales! ¡Lenguas atrevidas! ¡Émulos ciegos de nuestra gloria! Desmentidme si tenéis ánimo. Nuestro Guzmán y Lacerda, Mª Isidra Oración del género eucarístico... 3 brillante idioma ha padecido sus fases: se han eclipsado en algunas centurias sus claras luces, sus ricos tesoros han yacido largo tiempo sepultados. Es muy cierto.

Si no pasase a más vuestra osadía, os [p. XIV] oíremos con gusto, bien lejos de darnos por ofendidos; porque nos traéis a la memoria uno de nuestros mayores timbres, que forma dilatada serie de hazañas, de portentos que se elevan sobre todos los cómputos del guarismo, y que han ceñido nuestras sienes de multiplicadas coronas de inmortales laureles en el [p. XV] casi continuado ejercicio de las armas. Este, este es el motivo glorioso (leed los anales extranjeros y propios) de que se hayan obscurecido algún tanto en los siglos pasados los bellos resplandores de la lengua española. No la barbarie, no la incuria culpable, no la falta de ingenio, ni habilidad de los [p. XVI] españoles. ¡Enorme osadía! ¡Solemne falsedad! ¡Insufrible calumnia! ¡Ea! Admitid, si tenéis valor para sostener vuestras imposturas, admitid el duelo a que os desafía una joven española que ha empleado sus pueriles ocios en la lección e inteligencia de vuestros diccionario: ponedlos en paralelo con el que acaba [p. XVII] de dar a luz nuestra Real Academia Española.

Cotejad el primor, tersura y brillo de sus voces; el nervio, énfasis y gala de sus frases; la prodigiosa variedad, multitud y gracia de sus proverbios, que me atrevo a llamar inimitables. Pasad después, si os agrada, a confrontar la elegancia de vuestras más selectas [p. XVIII] y bien ponderadas obras literarias, con las que han salido a luz a diligencia o pasadas por el crisol de nuestra Real Academia, y a pesar vuestro habréis de retratar vuestros dicterios y convertirlos en elogios, si no os obstináis contra la verdad.