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Cuatro Huellas en Almería de grandes escritoras

Carmen de Burgos

María Dolores Pérez Enciso

EL barco feminista del regreso

Celia Viñas Olivella

Ana Santos Payán

Generación del 98

Generación del 27

Posguerra

Época actual

Obras

  • Ensayos literarios, 1900.
  • Álbum artístico literario del siglo XX, 1901.
  • Notas del alma, 1901, (colección de coplas populares).
  • Moderno tratado de labores. Barcelona, Antonio Bastinos ed., 1904.
  • El divorcio en España, 1904.
  • La mujer en España, Valencia, Sempere y Cía., 1906.
  • El arte de saber vivir. Prácticas sociales. Valencia, Sempere, s. a. (1906).
  • Viajes por Europa. (Impresiones). Francia, Italia y Mónaco. Ilustrada con 234 grabados. Barcelona, Casa Editorial Maucci, 1906. Ibid. 1923.
  • Cartas sin destinatario (Bélgica, Holanda y Luxemburgo). Valencia, Sempere.
  • Confidencias de artistas. Prólogo de Ramón Gómez de la Serna. Madrid, Sociedad Española de Librería, 1916.
  • ¿Quiere Vd. conocer los secretos del tocador? Barcelona, Ramón Sopena, 1917, 1934.
  • ¿Quiere Vd. comer bien? Manual práctico de cocina. Barcelona, Ramón Sopena, s. a. Hay reediciones de 1931 y 1936.
  • Nuevos modelos de cartas. Barcelona, Ramón Sopena, 1914, 1932.
  • La mujer en el hogar: Economía doméstica. Guía de la buena ama de casa. Valencia, Prometeo, s. a.
  • Salud y belleza. Secretos de higiene y tocador. Valencia, Prometeo, s. a.
  • El tocador práctico. Valencia, Sempere, 1910.
  • La mujer moderna y sus derechos. Valencia, Sempere, ap.1920. Madrid, Ayuntamiento, 2007.
  • La mujer jardinero. Valencia, Sempere, s. a.
  • La voz de los muertos, Valencia, Sempere, 1911.
  • Giacomo Leopardi, su vida y sus obras. 2 vols. Valencia, Sempere,1911.
  • El voto, las escuelas y los oficios de la mujer.
  • Misión social de la mujer, 1911.
  • Cartas sin destinatario, 1912.
  • Arte de ser elegante, Valencia, Sempere, s. a.
  • Arte de saber vivir. Valencia, Sempere, s. a.
  • Tesoro de la belleza. (Arte de seducir). Tomo I de la segunda serie para la Mujer. Valencia, Sempere, s. a.
  • El arte de ser amada. Contiene todo aquello que puede interesar a la mujer para alcanzar la felicidad, embellecer su cuerpo y su espíritu, llegando a ser seductora y atrayente y lograr la eterna juventud.Valencia, Sempere, s. a.
  • La cocina moderna. Prólogo y arreglo de Carmen de Burgos Segui, profesora de esta asignatura en la Escuela de Artes e industrias de Madrid. Valencia, Sempere, s. a.
  • Nueva cocina práctica. Valencia, Sempere, s. a.
  • Impresiones de Argentina, 1914.
  • Confesiones de artistas, Prólogo de Ramón Gómez de la Serna. Madrid, V. H. de Sanz Calleja Eds., 1916.
  • Confesiones de artistas. tomo II. Madrid, V. H. de Sanz Calleja Eds., c. 1916.
  • Mis viajes por Europa. Suiza, Dinamarca, Suecia y Noruega. Madrid, V. H. de Sanz Calleja, c. 1916
  • Mis viajes por Europa. vol. II. Alemania, Inglaterra y Portugal. Madrid, V. H. de Sanz Calleja, c. 1916.
  • Peregrinaciones. Mis viajes por Europa. Suiza, Dinamarca, Suecia, Noruega, Alemania, Inglaterra, Portugal. Epílogo de Ramón Gómez de la Serna.Madrid, Imp. Alrederor del Mundo, 1917. 2.ª ed., V. H. Sanz Calleja.
  • Fígaro. (Revelaciones, "Ella", descubierta, epistolario inédito). Epílogo por Ramón Gómez de la Serna. Imprenta Alrededor del Mundo 1919.
  • Vademécum femenino. Valencia, Sempere, 1920.
  • El arte de ser mujer. (Belleza y perfección). Madrid, Sociedad General Española de Librería, 1922.
  • La Emperatriz Eugenia, 1920.
  • Modelos de cartas (contiene todas las reglas referentes al estilo epistolar. Valencia, Sempere, 1924.
  • Amadís. Libro de Caballerías compuesto sobre el Amadís de Gaula de Garci-Ordúñez de Montalvo, por Carmen de Burgos. Valencia, Sempere, 1924.
  • Las ensaladillas, Madrid, La Novela Corta, 1924.
  • La emperatriz Eugenia. Su vida, Madrid, La Novela Corta, 1925.
  • El arte de ser mujer (Belleza y perfección: Estética y la psicología de la moda. Los grandes maestros. El lujo y sus creaciones. Madrid, Juan Pueyo, s. a.
  • Hablando con los descendientes, Madrid, Renacimiento, 1929.
  • Gloriosa vida y desdichada muerte de D. Rafael del Riego (Un crimen de los Borbones). Madrid, Biblioteca Nueva, 1931. Sevilla, Ed. Renacimiento, 2013.
Novelas
  • Alucinación. Ilustraciones de Sánchez Gerona. Madrid, Viuda de Rodríguez Sierra, 1905. Colección Mignon XLII.
  • Los inadaptados, 1909.
  • El balcón. Valencia, Sempere, s. a. (1909).
  • La rampa (Cuentos), Madrid, Renacimiento, 1917.
  • Ellas y ellos ó ellos y ellas. Madrid, Imprenta Alrededor del Mundo, 1917.
  • El último contrabandista. Barcerlona, Sopena, 1918.
  • El retorno. Novela espiritista (Basada en hechos reales). Lisboa, Lusitania, 1922.
  • La hora del amor. Madrid, V. H. Sanz Calleja, 192?
  • La malcasada, 1923.
  • La malcasada. Introducción de Emilio Sales. Sevilla, Ed. Renacimiento, 2016.
  • Los espirituados. Madrid, Rivadeneyra, 1923.
  • La mujer fantástica, Valencia, Sempere, 1924.9
  • El tío de todos, 1925.
  • Los anticuarios.10Madrid, Biblioteca Nueva, 192?.
  • Quiero vivir mi vida. Con un prólogo del Dr. Marañón sobre el sentido de los celos. Madrid, Biblioteca Nueva, 1931.
  • Puñal de claveles, 1931. Stockcero, USA, 2009. Descrito Ediciones, Madrid, 2018.
Novela corta
  • Alucinación, Viuda de Rodríguez Serra, Biblioteca MIgnon, 1905.
  • El Novenario, Ilustraciones de Ernesto Durias, Publicaciones Nuevo Mundo, s.a..
  • El tesoro del castillo, El Cuento Semanal, Ilustraciones de Pedrero, 1907.
  • Senderos de vida, Ilustraciones de Posada, El Cuento Semanal, 1908.
  • El veneno del arte. Ilustraciones de Fernández-Mota, Los Contemporáneos, 1910.
  • La indecisa, El Libro Popular, 1912.
  • La justicia del mar, El Libro Popular, 1912.
  • Frasca la tonta, Ilustraciones de Luis Blesa, El Libro Popular, 1914.
  • Malos amores, El Libro Popular, Ilustraciones de Bartolozzi, 1914.
  • Villa María, La Novela Corta, 1916.
  • El hombre negro, La Novela Corta, 1916.
  • Los usureros, Ilustraciones de Bartolozzi, Los Contemporáneos, 1916.
  • Lo inesperado, La Novela con Regalo, 1916.
  • El perseguidor, La Novela Corta, 1917
  • Pasiones, La Novela Corta, 1917.
  • La mejor film, La Novela Corta, 1918.
  • Venganza, La Novela Corta, 1918. (Es Frasca la tonta con nuevo título).
  • ¡Todos menos ese! La Novela Corta, 1918.
  • Los negociantes de la Puerta del Sol, La Novela Corta, 1919.
  • Dos amores, La Novela Corta,1919.
  • El fin de la guerra, Portada de Y. Durán, Los Contemporáneos, 1919.
  • Confidencias, Los Contemporáneos, 1920.
  • La flor de la playa, La Novela Corta, 1920.
  • Los amores de Faustino, La Novela Corta, 1920.
  • Luna de miel, La Novela Corta, 1921.
  • La ciudad encantada, La Novela Corta, 1921.
  • La entrometida, La Novela Corta, 1921.
  • El artículo 438. Ilustraciones de Bartolozzi, Los Contemporáneos,1921.
  • La princesa rusa, La Novela Corta, 1922.
  • El suicida asesinado, La Novela Corta, 1922.
  • La mujer fría, La Novela Corta, 1922.
  • Los huesos del abuelo, Los Contemporáneos, 1922.
  • La prueba, Ilustraciones de Yzquierdo Durán, Los Contemporáneos, 1922.
  • El anhelo, Ilustraciones de Manchón, La Novela Semanal, 1923.
  • El extranjero, La Novela Semanal, 1923.
  • La pensión Ideal, La Novela Corta,1923.
  • El hastío del amor, La Novela Corta,1923.
  • La que se casó muy niña, Ilustraciones de Bradley, La Novela Corta, 1923.
  • La miniatura, Ilustraciones de Esplandiú, La Novela Corta, 1924.
  • La melena de la discordia, La Novela Semanal, 1925
  • La nostálgica, La Novela Semanal, 1925.
  • El "misericordia", La Novela Mundial, 1927.
  • La misionera de Teotihuacán, La Novela Mundial, 1926.
  • Se quedó sin ella, La Novela de Hoy,1929.
  • Los endemoniados de Jaca (Novela misteriosa), Novelas y Cuentos, 1932.
  • La que quiso ser maja, Ilustraciones de Loygorri, La Novela Pasional. reed. Sevilla, Renacimiento, 2000.
  • Hasta renacer, Prensa Popular.
  • El abogado
  • En la guerra
  • Honor de familia
  • Cuentos de Colombine
  • Mis mejores cuentos. Sevilla, Editoriales Andaluzas Unidas, 1986.
  • La flor de la playa y otras novelas cortas. Madrid, Castalia, 1989.
  • La mujer fría y otros relatos. Nota preliminar por Ediuardo Mendoza. Prólogo de Amparo Hurtado. Barcelona, Círculo de lectores, 1996.
  • La mujer fría (y otros relatos). Madrid, Ediciones Torremozas, 2012.
  • Ellas y ellos o Ellos y ellas: Novelas cortas de Carmen de Burgos, Colombine, Huso editorial, 2016.
  • Three Novellas: Confidencias, La mujer fría y Puñal de claveles. Manchester University Press, United Kingdon, 2016.

Carmen de Burgos

María del Carmen Ramona Loreta de Burgos y Seguí nació el 10 de diciembre de 1867 en Almería, Andalucía, España, primogénita de los 10 hijos de José de Burgos y Cañizares y su esposa Nicasia Seguí y Nieto. Se crio en Rodalquilar1(Níjar), donde su padre poseía tierras, minas y el cortijo La Unión. En 1872, su padre fue nombrado vicecónsul de Portugal en España, dependiente del consulado de Cádiz. En 1883, con dieciséis años2 y en contra del consejo paterno se casó con Arturo Álvarez y Bustos, un bohemio pintor y periodista, doce años mayor que ella. Este era hijo de Mariano Álvarez y Robles, gobernador civil de Almería, quien además tenía en propiedad la empresa tipográfica que imprimía el principal diario de la capital. Esto permitió a Carmen familiarizarse con el mundo de la prensa desde joven colaborando en distintos aspectos de la impresión. En junio de 1895 obtiene la titulación de maestra de Enseñanza Elemental Primaria y en 1898 la de Enseñanza Superior, en Madrid. En 1901 obtiene plaza mediante oposición en la Escuela normal de Maestras de Guadalajara. Carmen de Burgos hacia 1913. Desde el primer momento, el matrimonio constituyó una desilusión para Carmen, su marido resultó ser un vividor que le era infiel y sus tres primeros hijos fallecieron prematuramente. Desde 1898, comienza a pasar cada vez más tiempo en el hogar paterno y alejada de su marido. En agosto de 1901 tras la muerte su hijo Arturo, nacido en 1893, decide abandonar a su marido para comenzar una nueva vida sin él en Madrid, llevándose consigo a su única hija superviviente María (de los Dolores Ramona Isabel) Álvarez de Burgos, nacida en 1895. Inicialmente, se instaló con su tío el senador Agustín de Burgos y Cañizares, pero después de que este intentara propasarse abandona su casa. A partir de 1902 colaboró con el periódico El Globo en el que escribía una columna titulada Notas femeninas que analizaba asuntos como ‘La mujer y el sufragio’ o ‘La inspección de las fábricas obreras’. En 1903, Augusto Suárez de Figueroa fundó el Diario Universal y la contrató para llevar una columna diaria titulada Lecturas para la mujer, bajo el seudónimo de "Colombine", sugerido por el propio editor. Era la primera vez en España que una mujer fuera reconocida como periodista profesional. En su columna Carmen de Burgos trataba de modas y modales pero introducía ideas que ya se estaban popularizando en otros países europeos. Hizo campaña para que se legalizara el divorcio, lo que le valió la admiración de Giner de los Ríos y Blasco Ibáñez, pero ataques por parte de la Iglesia y de los sectores conservadores que buscaron desacreditarla. En 1905 consiguió una beca del Ministerio de Instrucción Pública para estudiar los sistemas de enseñanza de otros países, y viajó durante casi un año por Francia, Italia y Mónaco.3 En 1907 fue admitida en la Asociación de la Prensa de Madrid junto con Consuelo Álvarez Pool, Violeta. A finales de 1906 retomó su labor docente y periodística y lanzó una campaña en El Heraldo de Madrid a favor del sufragio femenino con una columna titulada «El voto de la mujer». A su regreso de Francia, creó una reunión semanal denominada ‘La tertulia modernista’, a la que acudían escritores, periodistas, músicos, artistas plásticos, poetas y artistas extranjeros de paso por Madrid. Allí conoció a Ramón Gómez de la Serna, entonces un desconocido estudiante de diecinueve años, veinte años menor que ella que se convierte en su admirador. Puntualmente, todos los días iba Ramón a visitarla a su casa a las cinco de la tarde, escribían juntos y luego paseaban por los cafés de la Puerta del Sol hasta medianoche. Sobre 1909 iniciaron una larga relación amorosa y literaria. Además aquella tertulia que se mantuvo varios años y estuvo en el origen de la Revista Crítica (1908-1909), de la que llegaron a salir seis números en que colaboraron Eduardo Zamacois, Salvador Rueda, Enrique Díez Canedo, Juan Ramón Jiménez, Antonio de Hoyos y Vinent, Rafael Cansinos-Assens, Ramón Gómez de la Serna y Tomás Morales, entre otros. También eran asiduos de la tertulia Eduardo Barriobero y José Francés. En 1907, con la llegada al gobierno del conservador Antonio Maura, el ministro de Instrucción Pública Rodríguez-San Pedro la destinó a Toledo para alejarla de Madrid, según su biógrafa Concepción Núñez. Pero Carmen seguía volviendo a su casa de Madrid todos los fines de semana para animar la tertulia literaria que había creado.3 Colombine, fotografiada en el verano de 1909 en Melilla por Goñi, rodeada de oficiales y soldados de artillería. Se relacionó con Galdós, Blasco Ibáñez, Cansinos Assens, Juan Ramón Jiménez, Tomás Morales, Alonso Quesada, Julio Antonio, Julio Romero de Torres, Sorolla, etc.3 Desarrolló además una estrecha amistad con la escritora portuguesa Ana de Castro Osório.45 Tras el desastre del Barranco del Lobo en el Rif en 1909, Carmen de Burgos decide acercarse a las tropas españolas que luchaban alrededor de Melilla. Allí ejerció de corresponsal de guerra del diario El Heraldo de Málaga. Una vez de vuelta a Madrid, publicó el artículo ¡Guerra a la guerra! en el que defendía a los pioneros de la objeción de conciencia.3 En 1909 falleció su esposo y quedó viuda. Carmen y Ramón Gómez de la Serna no se casaron, pero compartieron su vida y su pasión por la literatura durante unos veinte años, residiendo en distintos países, pero regresando siempre a Madrid. Escribían en revistas y periódicos, apoyaban proyectos de jóvenes autores y viajaron a Portugal y a Italia, manteniendo Carmen su interés por los temas sociales. Carmen esperaba que su hija María siguiera sus pasos como escritora, pero aunque logró ser publicada, prefirió dedicarse a la interpretación. En 1917, su hija se casa con el también actor Guillermo Mancha, y finalmente se trasladan a América. En 1929, tras el fracaso de su matrimonio su hija regresa con ella a Madrid, donde Carmen consigue para su hija, una actriz sin éxito y con problemas de adicción, un papel menor en la obra de Gómez de la Serna Los medios seres, que fracasaría en taquilla. El autor y su hija iniciaron un romance durante los ensayos, que duró menos de un mes y que terminó con una escapada a París de Gómez de la Serna. La longeva relación de Carmen y Gómez de la Serna se rompió irremediablemente, y si bien se distanciaron, esta no dejó de considerarle un amigo.6 Tumba de Carmen de Burgos en el cementerio civil de Madrid Con la proclamación de la Segunda República en 1931, la nueva constitución reconoció el matrimonio civil, el divorcio y el voto femenino, colmando así las aspiraciones de Carmen de Burgos. Se afilió al Partido Republicano Radical Socialista y fue nombrada "presidente" de la Cruzada de Mujeres Españolas y de la Liga Internacional de Mujeres Ibéricas e Hispanoamericanas. Fue también elegida ‘vicepresidente primero’ de la Izquierda Republicana Anticlerical, y en noviembre de 1931 ingresó en la masonería donde fundó la logia Amor de la que era Gran Maestre.3 El 8 de octubre de 1932, mientras participaba en una mesa redonda sobre educación sexual en el Círculo Radical Socialista, Carmen de Burgos empezó a sentirse mal y fue trasladada a su domicilio donde le atendieron tres médicos, entre los cuales estaba su amigo Gregorio Marañón, pero sin éxito. Falleció a los sesenta y cuatro años de edad, a las dos de la madrugada del día 9, y fue enterrada en el cementerio civil de Madrid en presencia de los principales políticos e intelectuales de la época. Clara Campoamor, junto con varios intelectuales, pidió que se diera su nombre a una calle de Madrid.3 Su hija falleció en 1939, con cuarenta y un años. Tras la Guerra Civil y la victoria del régimen franquista, su nombre fue incluido en la lista de autores prohibidos y sus libros desaparecieron de las bibliotecas y las librerías.3

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(Almería, 10 de diciembre de 1867-Madrid, 9 de octubre de 1932) fue una periodista, escritora, traductora y activista de los derechos de la mujer española, también conocida como Colombine también firmó con seudónimos como «Gabriel Luna», «Perico el de los Palotes», «Raquel», «Honorine» o «Marianela». Perteneciente a la generación del 98, se la considera la primera periodista profesional en España y en lengua castellana por su condición de redactora del madrileño Diario Universal en 1906, periódico que dirigía Augusto Figueroa.

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Almería, España, 31 de marzo 1908 – Ciudad de México, México, 1949) fue una escritora y periodista española perteneciente a la generación del 27.Empezó sus estudios en magisterio en Almería, y posteriormente Barcelona. Tras un breve matrimonio con Francisco del Olmo, se unió al Partido Comunista de España y durante la Guerra Civil actuó como delegada de la República. Después del conflicto, se mudó a Colombia con su hija huyendo de la Segunda Guerra Mundial, de donde pasó a Cuba y finalmente México, donde se unió a los miles de científicos, artistas e intelectuales llegados poco antes.En el país azteca escribió para la revista Paquita del Jueves y el diario El Nacional. Se reunió con otra escritora andaluza, Mercedes Rull, a quien había conocido en Cuba.

María Dolores Pérez Enciso

Su figura fue estudiada por el ya fallecido Arturo Medina, en esta obra que aquí reproducimos en parte. Otra especialista, Antonina Rodrigo, habla de la figura y la obra de esta poetisa a recuperar para los almerienses. Se le impuso el nombre de María Dolores y vino al mundo en una casa de la calle de San Ildefonso, la numerada con el 27. Una de aquellas casas -supongo- de una planta y una nave, reducida entrada y pasillo lateral, que, dando paso a dos exiguos dormitorios con camarilla, desemboca en minúscula cocina asomada a un patinillo sin techo, con retrete y pila de lavar. Blanqueado terrao de argamasa y fachada encalada en ocres y en azules. Así es muy modificada la que hoy ocupa el número veintisiete de San Ildefonso. ¿La de entonces? María fue la mayor de tres hermanos. Francisco, que murió tempranamente. Y Guillermo, exiliado como María y, andando el tiempo, catedrático de Filosofía en la Universidad de Caracas. Los padres: Francisco Pérez Castro, maquinista de una de las navieras de Juan March y Dolores Enciso Amat, de la burguesía almeriense acomodada. A poco de nacer Guillermo la familia marcha a Barcelona, para estar más en contacto con el padre. Enfermo éste regresan a Almería y se instalan en el número ocho de la calle Pedro Jover, domicilio de la abuela materna, donde se produce el fallecimiento. La madre habría de sobrevivir largamente a María. Apenas salió de Almería. Habitó con sencillez en sendas casillas de las Almadrabillas y del Zapillo hasta su defunción de cáncer en 1961, en el Sanatorio de don Domingo Artés y asistida por el Doctor Francisco Pérez Rodríguez. La niñez y la adolescencia transcurren en Almería y Barcelona. Y en esta ciudad, su juventud hasta la huida a Francia. Viuda la madre, instala ésta en La Almedina una mercería-tienda de regalos. En aquella especie de quincallería la conocí. Mi recuerdo es el de una joven morena, delgada, atractiva, de ojos grandes y largas y apretadas trenzas. De sus estudios he constatado únicamente su ingreso en la Escuela Normal de Maestras de Almería, y a la que debió acceder directamente de la escolaridad primaria. El plan de estudios vigente era el nominado de 1914, que no exigía bachillerato previo, sino, junto a los certificados de rigor, haber cumplido los quince años y verificar un examen, oral y escrito, sobre las materias que se impartían en las escuelas elementales. María superó las pruebas en septiembre de 1923. He manejado el expediente académico, y en él, su ejercicio escrito de ingreso. Con pulcra letra, en correcta exposición, no muy extenso y con unas disculpables faltas de ortografía en los nombres geográficos, la aspirante dijo lo que sabía acerca de las formas del relieve terrestre. Formación de las montañas. Principales montañas del globo. El hombre de los países montañosos. Y su firma, María Pérez, con rebuscada rúbrica que con el tiempo simplificaría hasta hacerla desaparecer. No cursó en Almería la carrera de magisterio. En octubre de ese 1923,. sin que explique los móviles, mediante autorización a su tío José Enciso solicita traslado -y se le concede- a la Normal de Barcelona, ciudad en la que no dejaría de residir, porque la cédula personal que presenta para el ingreso está expedida en la capital catalana en junio 1923. En su expediente barcelonés consta tan sólo que formalizó matricula extraordinaria en el mismo octubre de igual año. La instancia registra su domicilio: San Gervasio, 69. Avecinada en Barcelona, debió frecuentar los ambientes intelectuales y universitarios de la gran ciudad, y que fue asidua contertulia de la Residencia de Estudiantes de Ríos Rosas, lindante al Tibidabo en la tranquila zona de San Gervasio, lejos de la ciudad entre acacias y madreselvas. La Residencia, que fundó en 1919 y que dirigía el poeta y ensayista mallorquín Miquel Ramón Ferrá i Juan, era un notable y aglutinador centro cultural de la Barcelona de la anteguerra. Vivían en ella -declara María- un grupo reducido de estudiantes, profesores que fraternizaban con ellos o intelectuales extranjeros de paso por la ciudad. Allí trató y escuchó al Doctor Pi i Sunyer, al arquitecto José Rafols, a Eugenio D'Ors - que le desplace y al que moteja de pedante- al poeta Gabriel Alomar, al helenista Nicolau D' Olwer... Allí, en 1926, habría de deslumbrarle Gabriela Mistral, que en el jardín de la casona comentaba, ante un público absorto, de Chile, de su vida de maestra, de sus poemas... A pesar de no haberme sido posible rastrear de sus estudios catalanes más documentos que el de su matrícula en el primer año de magisterio, sé por Doña Amalia Tineo, hoy maestra jubilada y compañera de carrera de María, que ésta los realizó entre los cursos 23-24 y 26-27. Cuatro años en los que, según la Sra. Tineo, María descollaba por su inteligencia y su talante extrovertido y participativo, asegurándome que no pasó a la Universidad y que, con arreglo a su titulación, sospecha que trabajó como maestra en las Escuelas Públicas Primarias fundadas por la Generalidad. En todo caso, su larga conexión con la Residencia de Estudiantes y con lo que tal institución entrañaba, amén de sus estudios de magisterio en una Escuela del alto prestigio del que poseía la de Barcelona, son circunstancias positivamente esclarecedoras para dibujar a María Enciso como persona culta, inquieta, no acomodaticia, aperturista y receptiva. Cualidades, en cambio, que no me ofrecen base suficiente para enjuiciar apresurada y equivocadamente, por ejemplo, su matrimonio. Es seguro que casó joven con Francisco del Olmo, catalán acomodado y hombre de negocios, que pronto aparecieron desavenencias que condujeron a la separación y que de la unión quedó una hija, Rosa del Olmo Pérez, que acompañó a la madre al destierro y que vivió con ella hasta el final de María. No nos extraña que una mujer de tales características y formación desembocara en la militancia política. Ni tampoco que hiciese de la creación literaria el medio más adecuado de expresión a sus planteamientos intelectuales y convicciones. Por su rotunda, inequívoca adhesión a la causa de la República se vería inexorablemente envuelta en la riada de los vencidos. Cruzó la frontera por Cervere, cuando Cataluña iba siendo conquistada por las tropas de Franco. Así nos cuenta María su primer año fuera de la Patria: Salí de España en enero de 1939, con una misión oficial, Delegada de Evacuación en Bélgica. Por razones de mi cargo, presencié y acompañé la evacuación española. Recorrí todos los campos de concentración de Francia, para formar un grupo de niños que Bélgica acogía cariñosamente. Me acompañó en esta triste peregrinación, una delegación del gobierno belga, presidida por la diputada Isabelle Blume... En Bélgica residí, vinculada al Cuerpo Diplomático Sudamericano, hasta que fue invadida. El día 13 de mayo de 1940, salí del país, hacia Francia. Más tarde crucé Inglaterra y embarqué en Liverpool, en un barco inglés, hacia las playas americanas. Esto ocurría en los últimos días de junio. Es el conciso preámbulo que María escribió para su «Europa fugitiva», en cuyos capítulos se irá diseñando, más o menos explícitamente, en su agónico deambular, con su corazón sin regazo y sin cobijo, solo y frío. Gracias a este libro y a algunas de las páginas de «Raíz al viento» he podido reconstruir algo de su errática trayectoria, cuando, una vez pasados los Pirineos, se llevaba con ella -como León Felipe- la canción. En Francia acude a los campos de concentración. Sórdidos, infrahumanos campos de Argelés-sur-mer, Saint Cyprien, Clairmont Ferrand, Gueret, Perigueux..., que la aterran con su desolada fisonomía de hacinamiento, de multitud agrupada en una despiadada miseria. El espectáculo terrible de hambres, torturas, humillaciones, la conturba. Y le duele, le escuece hondamente tener que testificar, ella tan amante de Francia, que es en este país donde tales crímenes se cometen. De estos infiernos, de inhóspitos andenes de estaciones ferroviarias con niños perdidos, va reclutándolos, acomodándolos en hogares e instituciones belgas. O, en contados trances, devolviéndolos a los asilos de España. Son los niños los seres de la diáspora que más la conmueven, los niños sin infancia, los niños evacuados, caminando por tierras duras y extrañas. Aquellos niños tristes, envejecidos, niños especiales, de los campos de concentración. O amontonados en trenes, como rebaños, y luego, separados, dispersados al azar. Los niños convertidos en fríos nombres de un fichero inanimado. Duelo, quebranto, compasión, que los extiende a todos los que sufren similares crueldades y vilezas: Y siento un frío de congoja en el corazón, que también siente, que también está solo, angustiado, con los seres queridos esparcidos por el mundo, aventados por los aires, como cenizas de una inmensa hoguera que la guerra encendió. La agotadora lucha en favor de sus pequeños compatriotas prosigue en Bélgica. Bruselas, Ostende, Brujas, Malina... son ciudades en los que busca desolada alojamiento para sus niños. Por unos días se hospeda en la Place du Midi, en pleno centro de Bruselas. Recorriéndola se conmueve al ver a muchachos y a estudiantes pidiendo ayuda para los niños de España. Su mudó pronto a las afueras, a una pensión con balcón abierto a inmensa plaza sin urbanizar. Tras la ventana contempla soles y lluvias, transeúntes, refugiados como ella, perseverantes enamorados que acaban siendoseles familiares, el joven cartero que le agita a lo lejos las cartas que le envían... Yo era para ellos aquella triste emigrada española pegada a los cristales en aquella esquina solitaria, que se debatía entre la vida pasada y la presente, en un constante fraguarse de recuerdos y de esperanzas inciertas en el porvenir. En esta asentada, tremenda, soledad irá deshaciéndose implacable la vida de María. Entre el recuerdo y la esperanza. Una esperanza vacilante, que se le acrece o se le agota, pero de la que nunca quiso desprenderse, alimento para continuar viviendo. Y errabunda, anatematizada otra vez. Bélgica es invadida. María y su hija han de abandonarla. Fue casi de improviso: Una madrugada fría de mayo. Todo desapareció de repente, y yo también. Allí quedaron los cristales, anchos, transparentes, cara a la plaza sola, socavada, sin césped, sin parejas de enamorados, negra y sombría. Allí mis horas de recuerdos y desesperanzas. Allí mis melancolías, mis negras horas de amarguras, y mis desilusiones. La ocupación de Bélgica se consuma fulminante e inexorable. María comparte el llanto de impotencia y de coraje de muchos pacíficos belgas, incapaces de resistir la aplastante embestida. Rotas las defensas y replegado el ejército, María se une a las gentes que huyen a Francia, cruzándose con camiones de tropas y materiales, ambulancias, hombres y mujeres maduros, movilizados... todos hacia una frente de ya imposible defensa. Su hija, de cuatro años, la acompaña. La niña, con un osito de peluda felpa amarilla, con dos ojos brillantes, de cristal. Y María, con una maleta, pesada y fea. Tomaron el tren para Francia en la estación del Midi. Subimos a un tren largo, interminable, y tan colmado de gente que en los pasillos se acumulaban equipajes y personas en una confusión de hacinamiento improvisado, con un olor inconfundible a guerra, y una visión de horror, casi insensible, con una atrofia momentánea de los sentidos martirizados. Y cuando el tren emprende la lenta, alucinante marcha, la zozobra, el espanto de los sucesivos ametrallamientos de los aviones, de las alertas chirriantes, del ulular de las sirenas, de los cristales rotos, de los lamentos de los heridos... Una noche inacabable hasta desprenderse de la expedición en Eu, escondida estación de Normandía. Lloros sin consuelo de la hija, infinito cansancio, hambre, sueño... Y otro tren. Ahora, a París. Cómodo, casi vacío, que cruza verdes valles, entre altas montañas pobladas de árboles grandes, con una leve claridad de atardecer sereno en sus copas recortadas. Plácido fondo concordante con unos viajeros bien diferentes a los de las unidades de Bruselas. Sosegados, no inquietos en demasía, porque tienen confianza plena en el destino de Francia. El París con el que María topa no se ha dado cuenta de la tragedia que lo amenaza. Una ciudad con fisonomía irreal, bulliciosa y frívola, de espaldas todavía a la guerra que golpeaba ya sus puertas. María queda atónita ante la villa alegre y confiada. Tiene la certeza del inmediato derrumbe, y que en París ya no puede permanecer, que hay que proseguir la marcha. Sólo una fugaz visita a un organismo de ayuda a los refugiados españoles. No hay lugar para el reposo. De París al Havre en un tren llenísimo de gente de muy diversas nacionalidades, como una Babel histórica. Y del Havre a Southampton, surcando el Canal de La Mancha, en un buque sobrecargado de fugitivos. En la aduana, una agitación febril para conseguir el sello de salida lo antes posible. Como una fuga de verdadero pánico. A pesar de que las seguridades para llegar al otro lado del Canal eran mínimas, por los submarinos y los aviones, era necesario arriesgarse, menos peligroso en definitiva que esperar tranquilamente los sucesos de la invasión que iba acercándose aplastadora a París. Travesía tensa, de noche, eterna, en un silencio denso, agobiante, pero que termina felizmente. En Southampton son franqueadas las formalidades aduaneras. Y de nuevo, el tren, mientras maría en tropel confuso evoca, a una semana de su salida de Bruselas, los vertiginosos, alucinantes acontecimientos en los que la arrojó la marejada de la guerra, llevada por esta multitud como una masa inerte, sin sentido, como flotando en un espacio desconocido que da vueltas y más vueltas a mi alrededor. Inglaterra, por el cuido con que prepara su defensa, despierta su interés. Todo meditado, calculado, previsto... Todo admirablemente organizado. De Londres anota la proverbial flema inglesa. Y de Liverpool, final de trayecto en Inglaterra, su oscuridad y comercialización. De los ingleses le maravilla, al par que le desconcierta por latina, el comedimiento en el diálogo y el respeto a la libertad de expresión, y no acaba de entender la distante democracia británica que establece inflexibles barreras entre los diversos estamentos sociales. En Liverpool se aloja en un hotel de Nelson Street, nombre que le suscita aproximaciones románticas, y en donde reflexiona sobre los status gremiales de la ciudad portuaria y de los de la Europa entera, asolada por el desempleo. Crisis del siglo, que la guerra resolverá trágicamente, concluye. Partiendo de Liverpool, por el Mar de Irlanda y por el entonces peligroso, por vulnerable, Atlántico, rumbo a América. Veinte días de navegación a bordo de un trasatlántico británico, que en número no muy considerable, pero sí representativo, traslada a checos, judíos alemanes, belgas, holandeses, lituanos, austriacos, españoles... Es la Europa fugitiva, que se escapa por todas las fronteras hacia el ancho mar. Atrás queda la desolación, el miedo y las sombras. Todavía, frente a Irlanda, la estampa siniestra de barcos bombardeados a medio hundir. A la altura de España -de nuevo España, siempre España, aunque sea la triste España de la muerte- cree, escuchar en los aires los sonidos de las campanas de la Patria, vocingleras, repicando a muerto. Y era cierto, pero dentro de nuestro corazón. El buque influyen de continuo, machaconamente, y a través de la radio, las sucesivas derrotas de los ejércitos aliados: el desastre de Dunkerke, la caída de París, la entrada de Italia en la guerra. Amargos envíos, desoladores, que en los pasajeros se mitigan con la gozosa espectativa de la tierra de promisión. Escalas en las Bermudas y Jamaica. De ésta nos cuenta deslumbrada: Llegamos a Jamaica un amanecer dorado. Es la primera visión precursora de América que tenemos, y, ¡qué visión! Largo rato bordeamos la Isla, que es una montaña azul, alta, cuyo final no llega a divisarse. Da la vuelta completa, y aparece en un recodo el puerto. Nos adentramos lentamente en un maravilloso paisaje. La vegetación exuberante, en color y profusión, al lado de las doradas playas, y las aguas cristalinas, que el sol hace fulgir en miles de punto de color. La bahía tiene a trozos bancos de arena, tan altos, que se adivina su color dorado bajo la superficie del mar. Junto a ellos, barquitas de pescadores nativos bogan lentamente, salpicando de puntos oscuros las claras lejanías del puerto. ¡Qué diferente estado de ánimo a los que le acongojaron ante los campos de Bélgica y Francia, o ante las casas de Londres y de Liverpool! En aquellos mares caribeños, a considerable distancia de las escuadras alemanas, María, por primera vez, después de prolongadísimos meses de acosos y ansiedades, se siente protegida, a salvo, con su hija. Relajadamente respira los aires de paz, anchos, cálidos, perfumados, del continente americano. Eran los mediados de julio de 1940, y el puerto de arribada, Barranquilla. América, al fin... Las informaciones que tengo de los años postreros de María Enciso, esto es, de sus años americanos son para mí muy reducidas. He fracasado en mis intentos de conectar con el hermano y con la hija. Es más, ni incluso puedo sostener si todavía viven. Las fuentes que he manejado de aquella época -»Diccionario Enciclopédico» de México, los libros de Julián Amo, Mauricio Fresco...- por escasas raquíticas, y hasta erróneas, no las he tenido en consideración. Han sido sus libros -como ya anticipé-, la Revista «Las Españas» y unos textos de Manuel Andújar los que me han permitido contornear un devenir, que, en lo sobresaliente, se ajusta -sospecho- a lo que bien pudo ser la existencia de María Enciso en este tiempo de América. De su residencia en Colombia puedo afirmar que duró hasta 1944, y posiblemente, algo de 1945. Con absoluta fiabilidad también sabemos que en Barranquilla y en Bogotá le publicaron, respectivamente, «Europa fugitiva» y «Cristal de las Horas». Y que fue redactora del semanario «Sábado» y colaboradora de la «Revista de las Indias» y de «El Tiempo», ambas de Bogotá. Sobre estas actividades años más tarde el embajador de Colombia en México aseveraba que María en el periodismo y en la literatura encontró el trabajo redentor y al propio tiempo el consuelo y la razón de una nueva vida. Y agregaba que escribió, para periódicos y revistas colombianas, críticas literarias, cuentos, artículos, poemas. Bajo este prisma de periodista insisten igualmente Julián Amo y Charmion Shelby en la obra ya citada. De esta varia y disgregada producción sólo he tenido acceso a aquellos temas que la misma María Enciso seleccionó para algunos de sus libros. Ignoro qué razones inmediatas o concretas impulsan a María a abandonar Colombia, un país cuyos círculos periodísticos habían abierto para ella sus páginas, un país que detentaba unos medios que le habían permitido la publicación de sus primeros libros. Yo, a vía especulativa, escribía en 1980 que la maldición del desarraigo que marca agónicamente el desterrado podría subrayarnos la motivación profunda de su desgajamiento de Colombia, de su fugaz estancia en la Cuba de 1945, y de su posterior llegada en este mismo año a México, en donde... permanecería hasta su muerte. Ello es cierto. Es casi ley biológica que los trasterrados en sus primeros años de exilio se debaten angustiosamente ante unos ambientes que, en el mejor de los casos, son impermeables a la situación anómala a la que han llegado desde la confusión y la derrota. Situación que conlleva -como aludiendo a Emilio Prados comentan unos críticos actuales- la dolorosa conciencia de saber que el que se era ya no está con uno mismo. Así María Enciso en sus años colombianos, así -me permito asegurar- en todos sus años de destierro, buscando el norte salvador entre un vivir en crisis, un dirigir cabeza y corazón a tiempos irremediablemente idos y un debatirse ante problemas acuciantes y rutinarios. Huyendo de todo esto, en definitiva huyendo de sí misma, María deja Colombia, no se detiene en Cuba y recala irremisible en México. Cuba se nos queda en blanco, a no ser sus elogios a la fuerte personalidad de La Habana. ¿Breve permanencia? ¿Simple escala para México? Algo más conocemos de su vida en México gracias a los testimonios escritos de Manuel Andújar -amiga leal la llama-, y a los propios de María Enciso. En México firma trabajos para el suplemento cultural de «El Nacional», -que en aquellos tiempos era no sólo como hoy, periódico gobiernente, sino cardenista y revolucionario- y para la revista «Las Españas», aquella heroica aventura que pusieron en pie -y mantuvieron- Manuel Andújar y José Ramón Arana. De las tres etapas de la revista -de 1946 a 1963-, en la primera -hasta fines de 1950- María publicó en 1947 su «Almería, ciudad arábigo-andaluza» e incluido en la sección «España en el recuerdo». en la que los españoles en México evocaban -sangre contenida- sus lejanos lugares, en las que los exiliados daban muestras de sus señas de identidad. Entre otros, José Bergamin, Santullano, Manuel Andújar, Agustín Millares Carlo... María Enciso, que retomaría su pasado y su artículo, para, con irrelevantes modificaciones éste, reproducirlo en «Raíz al Viento». Hasta el número de julio de 1948 de «Las Españas» no reaparece María. Fue su última entrega: dos sonetos preciosistas «Abril» y «El aire», un romancillo en heptasílabos con acentos panteistas «Ocre», y las rubenianas tres coplas de «Azul». Habría de ser también «Las Españas» la que diese cuenta del fallecimiento de María Enciso. Fue en su número 12. El de abril de 1949. Justa y emocionadamente lo comunicaba Manuel Andújar: Con palabras de vida y esperanza debemos recordar a María Enciso, muerta a deshora, cuando el tiempo de España, de su libertad, la aguardaban... María Enciso la amiga leal es una limpia verdad literaria que se trunca, en el momento en que su emoción y su concepto poético alanzaba fecundo equilibrio, clara sazón. En ella, la dignidad de la forma animábase con una ferviente dedicación temática a su pueblo... En el curso de su exilio en Bélgica, en Colombia y en México, este sentimiento auténtico inspira el decir de María Enciso. Y su propia existencia. María Enciso, destino y destierro, poesía y España. Un delgado silencio vibrante. Ansiada de regresos, moría en muerte callada y a destiempo. Tenía cuarenta y un años. Vivía en la calle del General Prim, número 85, del noveno departamento del México D.F., y al decir de su amigo y prologuista Nieto Caballero era mujer serena, de ojos de extraordinaria dulzura, despertadora de simpatías, afectos y amistades, generosa, escritora de talento y poetisa inspirada y penetrante. Manuel Andújar alude, discretísimamente, en el prólogo a la edición española de «De mar a mar», a problemas personales, recónditos de María, y piensa que su vivir -externamente sereno más sometido a saudosa carcoma y quizás a enconados debates- traslucía una tónica conflictiva. Y que las realidades cercanas, o allegadas, violentaban en equis medida, su equilibrio íntimo y continuo quehacer. El buen amigo, no obstante, se lamenta no haberse arriesgado en las preguntas, no por inmiscuirse en interioridades, inviolables por ello, sino porque -investigador en cualquier caso- dada la indisolubilidad de la existencia y de la poesía de María Enciso..., esos rasgos de su espíritu y sino puede representar una de las palpitantes guías de sus versos. Que el transcurrir de María Enciso en México no fue fácil lo atestigua un comentario suyo, que de pasada vierte acerca de la ciudad de México -deduzco que recién incorporada María-, y que es harto elocuente: México es tierra que no se deja conocer fácilmente, la vida es dura, cuesta aprisionar su alma, es escurridiza como gran ciudad, recelosa y activa, pero a medida que nos vamos adentrarnos en ella, capta nuestra sensibilidad. El color y la música son su fisonomía esencial, el ruido y la promiscuidad su otra destacada fisonomía. Como en todas las grandes ciudades la vida en ella es múltiple y distinta. Más que en otras ciudades su espíritu es impenetrable. No, México no era la ciudad para María. María Enciso, pobre de amores, se encuentra perdida en la ciudad inmensa y cosmopolita. En aquel nido de águilas rodeado de volcanes no halla la acogida menuda y verdadera que su modo de ser y circunstancias demandaban. De desconcertante, escurridiza y recelosa la califica. ¿Hermética? ¿O fue acaso su hundido ánimo, encerrada en ella misma, el que alzó la barrera a toda posible comunicación? ¿Qué motivaciones la estimularon y sustentaron para sobrevivir en estos mundos a los que había entrado desde fuera y de improviso? Difícil, por no afirmar imposible, que se le cuajara en certidumbres un nuevo y ajeno estilo de vida. De mimada o ninguna tranquilidad -al decir de Andújar y su propia confesión lo testifican-, de apenas tiempo -cuatro años- son los dos principales condicionantes de que dispuso María en México para granar su «De mar a mar» y su «Raíz al viento». Cuatro años malviviendo, fantasma de sí misma. El teresiano vivo sin vivir en mí, aunque en otro orden de valores, bien podríamos aplicárselo a María, bien podríamos aplicárselo a muchos de estos seres sin patria. Porque en ellos, para su tragedia y gloria, como liberación, la muerte. (1) ANTONINA RODRIGO Escritora. Nacida en Granada, investigadora, ensayista y conferenciante. Autora de diferentes obras sobre García Lorca, ha escrito también sobre las figuras de Mariana Pineda, Margarita Xirgu y María Lejárraga. Colabora habitualmente en revistas especializadas y pertenece al Consejo de historia y vida. «María Enciso forma parte de ese grupo de mujeres de la República que lucharon por conseguir avances sociales» No sólo de hombres se compuso la Generación del 27. El mítico grupo literario contó con representantes femeninas que han quedado relegadas, incluso olvidadas, tras la imponente fachada de nombres míticos como Alberti, Lorca o Aleixandre. Sin embargo, su obra, hoy reivindicada, no se quedaba atrás de la de los hombres. Antonina Rodrigo, escritora e investigadora, acaba de finalizar un libro, titulado Mujer y exilio, 1939, en el que se recoge la vida y la obra de alguna de estas mujeres. Entre ellas, una almeriense: María Enciso. «Su caso», explica Rodrigo,»es el de muchas mujeres de la Guerra Civil y la República, que lucharon por sus derechos civiles, consiguiendo grandes avances que más tarde se malograron. Ellas mismas fueron represaliadas, o se fueron al exilio». María Enciso pertenecía, además, a la Generación del 27, dentro de un grupo reivindicado por figuras como Manuel Altolaguirre o Manuel Andújar, «los cuales les dedicaron unos juicios críticos hermosísimos», según explica Antonina Rodrigo. Pocas mujeres pertenecientes a ese grupo han superado la barrera del anonimato, como María Zambrano. Enciso sigue en ella, pese a los estudios publicados sobre su obra, como el que se reproduce aquí, obra de Arturo Medina. El libro de Rodrígo, en el que se recogen 27 figuras femeninas de la época, es uno de ellos. La estudiosa insiste en la necesidad de recuperar a la escritora almeriense, más aún cuando existen tan escasos ejemplos en la provincia de trabajos literarios como el de esta mujer, que vivió la «retirá» hacia el norte a medida que la península era tomada por las tropas fascistas, hasta llegar a Barcelona, desde donde salió, como delegada de la República, con un grupo de niños rumbo a Bélgica. «María Enciso pasó el desgarro de tener que separar a estos niños de sus madres, que estaban en los campos de concentración franceses», explica Antonina Rodrigo, «a los que llamaba «tristes y envejecidos niños especiales de los campos de concentración». El avance de la II Guerra Mundial hace que también deba abandonar Bélgica, para regresar a Francia. Desde allí, se inicia un periplo que culmina definitivamente en Sudamérica: primero en Colombia, después Cuba y, finalmente, en México, donde muere a la temprana edad de 38 años. Es en Colombia donde publica su primer libro, y posteriormente el resto de su obra, que estaría impregnada por una gran nostalgia hacia Almería y los recuerdos que de esta tierra poseía. Antonina Rodrígo no evita llamar la atención de los responsables culturales para «rehabilitar esta obra, que es hermosísima y en donde recoge imágenes en torno al mar, los paisajes y las gentes de Almería». «Son unos poemas entrañables, maravillosos, que todos ustedes se están perdiendo», insiste la investigadora, que recuerda además cómo se trata de un trabajo «asequible para todo el mundo, desde 8 años a 80. Es una poesía para todos, muy machadiana». Escrita, además, por una mujer que, como otras muchas en su época, trabajó por conseguir un fuerte avance social: a ello contribuyeron sus estudios de Pedagogía, muy avanzados en la República, y su militancia en el Partido Libertario y posteriormente en el Partido Comunista.

Publicaciones - Treinta estampas de la guerra (1941). - Un recuerdo del horror con unas palabras (1942). - IsabelleBlume (1942). - Cristal de las horas (1942). - Raíz al viento (1947).

At home

Celia Viñas Olivella

Primero su marido, Arturo Medina, que dio a conocer después de su muerte otras obras suyas: Como el ciervo corre herido, Canto, Poesía última; después sus compañeros (José Mª Artero, Juan Cuadrado, etc.) rememorando su enorme vitalidad y capacidad docente, así como los numerosos proyectos de animación literaria en los que colaboraron; y, por último, sus alumnos, muchos de ellos animados por Celia se dedicaron a las artes, y la relación con ellos no se interrumpió, como demuestra la correspondencia mantenida con Josefa Carretero, Tadea Fuentes, Gabriel Espinar, Cantón Checa, Luis Cañadas o Agustín Gómez Arcos. Gracias a todos ellos su memoria ha perdurado entre los almerienses hasta hoy. Le tocó vivir un periodo oscuro al cual aportó la luz cristalina del mediterráneo en la que se había bañado durante su infancia y adolescencia en Mallorca. Son palabras de G. Díaz-Plaja, que se completan con estas otras que destacan el estímulo que suponía para Celia el trabajo intelectual, docente, creativo y cultural en Almería, una ciudad bombardeada durante la guerra civil y amedrentada durante la posguerra. Los éxitos académicos la colmaron de satisfacción y generosidad hacia su primer destino como Catedrática de Lengua y Literatura Española. La luz de Almería permitía saltar por encima del dolor bélico y proyectar su sensibilidad hacia el pasado para encontrar en la luz de la adolescencia vivida en Mallorca un estímulo creador desbordante de escritura y poesía. Como han puesto de manifiesto diversos estudios recientes (Mª Adela Naranjo, Francisco Galera, Ana Mª Romero Yebra, etc.) fue la musa del movimiento pictórico conocido como «Indaliano», cuya figura más prominente era Jesús de Perceval, gracias a sus contactos con Eugenio D'Ors, Gerardo Diego y otros escritores e intelectuales. A nosotros nos interesa, para esta breve semblanza, el legado literario y su pasión por la ciudad de Almería. En poesía destacan: Trigo en el corazón (1946), Canción tonta del sur (1946), Del foc i de la cendra (1952), Palabras sin voz (1954), Como el ciervo corre herido (1955), Canto (1964), Poesía última (1979). Entre la narrativa de ficción hay que destacar El primer botón del mundo... y 13 cuentos más (1951), el libro de relatos con el que consiguió el accésit al Premio Nacional de Literatura y las dos novelas publicadas póstumamente por A. Medina, Tierra del Sur (fragmentos) (1945) y Viento levante (1946). También hay que destacar la biografía de Cervantes, Estampas de la vida de Cervantes (1949). Los temas de su obra enlazan con la renovación pedagógica recibida durante los años treinta que primaban lo próximo (Almería, el mar mediterráneo), lo telúrico (mar-tierra) y la lírica elegíaca de índole personal y social. En los poemas que reproducimos podemos observar este triple plano: Foto: Vela © OM Añoranza del verano Un verde-azul concha y nácar,hondonada, sombra y pino,chilla una blanca gaviota,regusto a hinojo de mar,sabor a sal en el labioy el cuerpo sobre la arena,joya la cala marina amarillo estío, triunfal... Canción de vela mecidapor el mar azul y el viento,beso en la encendida caradel risueño sol de junio,la ofrecida claridaddel camino de la estrella...¿Dónde, lasitud divinadel mediodía de miel? Y la cala, placidezde la ola pausada y quietacon el sencillo rumorde la música deshechapalpitante en el timóna la hora de la llegada...¿Dónde te hallaré, canción del tiempo de navegar? La búsqueda de lo nuevo y la añoranza de lo vivido encontramos en las interrogaciones que levantan el poema a su máxima luz («mediodía de miel») y a su próxima estación («tiempo de navegar»). Las descripciones de los motivos marinos (mar, gaviota, cala) se resumen en la octava final con la apoteosis de la música que emana de un mar amigo en una cala íntima: ola pausada, sencillo rumor, música deshecha. El silencio que busca su melodía y su canción en la placidez de las calas solitarias. Para terminar rindamos un homenaje a su sensibilidad como maestra y mujer entregada a la formación estética de sus alumnos. Ecos de Antonio Machado y de tantos otros pedagogos-poetas encontramos en el siguiente divertimento escolar: El primer resfriado Me duelen los ojos,me duele el cabello,me duele la puntatonta de los dedos.Y aquí en la gargantauna hormiga correcon cien patas largas.¡Ay, mi resfriado!Chaquetas, bufandas,leche calentitay doce pañuelosy catorce mantasy estarse muy quietojunto a la ventana.Me duelen los ojos,me duele la espalda,me duele el cabello,me duele la tonta punta de los dedos. La habilidad rítmico-narrativa se observa con claridad en la forma métrica del poema: una redondilla (4 versos), una décima (10) y una quintilla (5). Demostrando una magistral desenvoltura en esa décima central que desarrolla el tema presentado en el estribillo. Su finalidad didáctica es obvia y la sencillez expresiva acorde con los receptores a quienes se dirige. Reproducimos un fragmento, incluido en De esto y aquello (IEA, 1995, artículos recopilados por Arturo Medina), extraído del magnífico ensayo de Mª Jesús Soler Arteaga dedicado a Celia: “Los que no somos de Almería”: No ser de Almería en Almería no tiene importancia. Aquí no hay forasteros. En otras ciudades se distingue escrupulosamente entre los hombres de la ciudad y los forasteros. Almería se hace patria del corazón y, para muchos, es la ciudad media, dulce, soñada y ensoñada, donde el sosiego del vivir se cumple en la más grata soledad y el más escrupuloso silencio íntimo. Los que no somos de Almería sentimos a esta tierra, a esta patria de vocación tan nuestra, tan entrañablemente nuestra que hasta nos ruborizamos cuando un forastero nos pregunta extrañado si somos de Almería. Naturalmente que somos de Almería... Celia Viñas sintió la vocación de ser almeriense, de establecer su propia soledad en la soledad de Almería, una ciudad tranquila pero de contrastes, rendida al desierto y adormecida en los brazos del mar. El mar que amaba y el desierto que deseaba combatir unidos por la palabra, la palabra poética en sus textos y la palabra con la que enseñaba en clase, la palabra al servicio de los almerienses, porque Celia era almeriense de corazón. (Soler Arteaga, dixit).

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Nació en Palamós (Lérida) en 1915 y falleció en Almería en 1954. A la ciudad llegó como joven y prometedora catedrática de Lengua y Literatura en marzo de 1943 y desde entonces se convierte en la animadora, maestra y escritora de poesía, teatro, ensayo, cuentos, novelas y artículos de prensa. A través de dos relatos titulados: Tierra del Sur (1945) y Viento levante (1946) obtenemos una panorámica figurativa de Almería durante la década del cuarenta. Además en ellos se observa el impacto emocional de Celia por la luz, el mar, la ciudad, sus calles y personajes, abarcando más allá del recinto urbano hasta adentrarse en los pueblos próximos a la capital. La primera novela fue presentada a concurso al premio Nadal y representa un conjunto de estampas líricas que reflejan, según palabras de la propia escritora, «Dos años de alucinación provinciana aquí, en esta tierra que quiero hacer mía, me llevaron a mi primera novela que quizá fuera la primera novela almeriense, al menos en nuestra generación».

Título 3

Obras

Los indalianos se agruparon en la literatura alrededor de la poetisa Celia Viñas, y en la pintura, alrededor de la figura indiscutible de Perceval, para reivindicar una regeneración estética basada en los valores tradicionales del sur frente a las vanguardias del norte, lo cual se traduce en una pintura de realismo moderno capaz de plasmar el paisaje almeriense y la figura humana que se identifica con él, de tal manera que ha generado una icografía emblemática de la ciudad y la provincia.

Obras

  • Cármina, inédito, 1937, poemas bilingües
  • Tierra del Sur, 1945, novela
  • Viento levante, inédita, 1946, novela indaliana
  • Plaza de la Virgen del Mar, comedia almeriense estrenada en el Teatro Apolo de Almería, publicada en Almería en 1947
  • Trigo del corazón, Imp. Independencia, Almería, 1946, poesía
  • Canción tonta en el Sur, Imp. Marín Peláez, Almería, 1948, poesía
  • Estampas de la vida de Cervantes, Ed. Gredos, Madrid, 1949, prosa
  • El Amor de trapo, 1949, poesía amorosa
  • El primer botón del mundo y 13 cuentos más, 1951, narrativa (Cuentos para niños y para mayores), publicada en León en 1976
  • Palabras sin voz, Ed. Ifach, Alicante, 1953, poesía
  • Del foc i la cendra, Palma de Mallorca, 1953, poesía en catalán
  • Como el ciervo corre herido ("El ciervo que va huyendo..."), Almería, 1955, poemas sacros2
  • Canto, Col. Ágora, Madrid, 19643
  • Antología Lírica, Ed. Rialp, Col. Adonais, Madrid, 1934
  • Poesía Última, Almería, 1979, poesía (recopilatorio)4
  • Los Palos del telégrafo, poesía.
  • Las Islas del Amor Mío. Letra Impar. Dalías (Almería), 2015. El libro de las décimas.

Cuaderno gaviero

Ana Santos Payán

Descubridora de poetas Ana Santos Payán, fundadora y editora de El Gaviero junto con Pedro J. Miguel, era un ser extraordinario en el mundo editorial. No sólo por su honestidad y su rigor: ella se interesaba por los autores sin apellido, leía a los espontáneos y todo lo que publicaba terminaba brillando. Su inteligencia supo descubrir, allí donde otros no veían, poetas que ahora brillan arropados por sus cuidados: Elena Medel, María Eloy-García, Maite Dono, Ana Gorría, Kepa Murua, Ana Tapia, Alejandra Vanessa, Sara R. Gallardo, Sofía Rhei, entre tantos. Sí, también era una rara avis en el oficio, porque no ha obviado la experiencia de la mujer en este descreído y cínico mundo. "Que la belleza se concentre / en un tarro de miel cristalizada", escribió recientemente, y al hacerlo dejaba la mejor definición de su creación editorial, en la que se dedicó a honrar las fronteras geográficas y políticas de las palabras. También de los libros, cosidos, envueltos como territorios para ser explorados. Y garabateados. Para volver a ellos una y otra vez. Ana y Pedro han estirado las palabras durante una década, más allá de donde el mercado dictaba, mucho más lejos de donde los prejuicios menguan el color y el juego. Su labor de resistencia, lenta, paciente, incansable, sólo ha sido detenida por la enfermedad que a todos interrumpe. La innombrable, la maldita. Editar es un estado de ánimo llamado Ana Santos. Toca volver a empezar y continuar con su labor. Incorporación en el DRAE de la palabra "gaviera". Fue una de sus peticiones.Y así le gustaba que la llamaran "La gaviera".Gaviero significa:Marinero a cuyo cuidado está la gavia y el registrar cuanto se pueda ver desde ella. En primer lugar, suponemos que si hay marineras, también puede haber gavieras, pero la propuesta alude a cierto sentido figurado por el que los términos gaviero/gaviera se refieren a las personas que siempre buscan el horizonte, es decir, que muestran una actitud creativa, innovadora e inconformista.

Entrevista

Guadalajara 1972, Almería 2014. Directora de Gaviero Ediciones, un proyecto editorial que nació en 2004 con espíritu de cambio y renovación en el horizonte literario, y creadora de la genial revista 'Salamandria. Residía en Almería desde hacía varias décadas en Almería junto a su marido, Pedro J. Miguel, profesor de Lengua y Literatura.

eldiario.es 14/04/2014 Por Antonio Orejudo Ana empezó a hacerlo todo muy pronto, como si hubiera intuido desde el principio que sólo tenía 41 años para hacer las cosas. Conoció a Pedro cuando ambos eran casi adolescentes y tuvieron a Luna muy jóvenes, antes de terminar la carrera. Cuando la niña cumplió tres años, cruzaron España en el viejo expreso que llegaba al amanecer y pisaron Almería por primera vez un día que soplaba un fuerte viento de poniente. Quien haya estado allí sabe lo que quiero decir. Pero todas las incomodidades del viaje quedaron oscurecidas con la luz inverosímil que inundó todos los días la casa del Cabo de Gata donde pasaron aquel verano. Regresaron a Alcalá de Henares y una mortecina tarde de invierno se sentaron en un banco con una desazón inexplicable. ¿Qué les pasaba? Les pasaba que querían mirar a lo lejos y no podían, que llevaban varios días echando de menos Almería y la amplitud de su horizonte, como si fueran gavieros en tierra. Debió de ser una premonición, porque dejaron la noble Alcalá de Henares y volvieron a cruzar España con la niña pequeña y el consiguiente disgusto familiar, para instalarse definitivamente en este sur, como le gustaba decir. Corrían los primeros años de la década de los 90. Encontraron una ciudad en construcción, que pasaba de ser una de las zonas más deprimidas de España a figurar entre las más prósperas, pero cuyo desarrollo económico no iba acompañado de una estimulante vida cultural. —Cómo me molesta cuando la gente dice eso —solía repetir Ana—. ¿Qué ciudad de 200.000 habitantes tiene una estimulante vida cultural? Y además, si vas a un sitio que no tiene vida cultural, deja de protestar y hazla tú. Y eso fue lo que hizo Ana en Almería, nada menos: la vida cultural. No toda, pero sí una parte importante de ella. Es imposible hablar de Almería, de la trayectoria de la ciudad en los últimos veinte años, sin mencionar a esta pareja de prófugos que se estableció allí y que enseguida emuló a las plantas del lugar: con muy poca agua y en un clima adverso Ana y Pedro, Los Gavieros, hicieron florecer dos de las aventuras culturales más hermosas que se han visto por allí. Una de ellas fue Salamandria, subtitulada la revista de este sur ,y concebida como un proyecto de vida corta (¿otra vez un presentimiento?), una serie de trece números cada uno con formato diferente y armado alrededor de un tema. Los ejemplares de esta revista son hoy piezas de coleccionista, obras de arte bibliográfico que manifiestan un gusto exquisito y un amor patológico por la tinta y el papel. Pese a su belleza, Salamandria fue solo el preámbulo del proyecto vital de Ana, la editorial El Gaviero, que honraba con su nombre al gaviero Maqroll de Álvaro Mutis. Con muy pocos medios, haciendo al mismo tiempo de scout, de ejecutiva editorial, de editora de mesa, de diseñadora, de jefa de prensa, de comercial, de librera, de gestora de derechos y de community manager, Ana Santos consiguió con tesón, trabajo, buen gusto, criterio literario, con la ayuda de Pedro y con una permanente sonrisa en los labios que El Gaviero se convirtiera en una delicada y prestigiosa editorial de poesía y relato, en una referencia en el universo indie de los libros. Ana era así con todo: delicada como una niñita, terca como una mula y entusiasta como una groupie enloquecida con las cosas que le gustaban. Todo lo que pasaba por ella, por sus manos, por tu trato, acababa contagiado por su energía. Y eso sucedió para bien y sucedió para mal. Para bien: Ana consiguió, con la ayuda de Pedro, que la mortecina feria del libro de Almería se convirtiera en el LILEC, un vigoroso festival del libro y la lectura tan exitoso que los políticos locales tuvieron que cargárselo. Y para mal: el bicho, como ella lo llamaba, que le detectaron hace unos años, también se desarrolló con entusiasmo dentro de su menudo cuerpo. Dentro de él había combustible para mover un batallón. Pero ni siquiera el cáncer y el brutal tratamiento al que se sometió lograron borrar de sus labios la perenne sonrisa con la que todos sus amigos la recordamos. Ahora que por fin estás en la gavia, Ana, ¿qué ves?