Want to make creations as awesome as this one?

Transcript

DÍAS PARA NO OLVIDAR

PALACIO DE JUSTICIA: 33 AÑOS DEL HOLOCAUSTO

Por Santiago Jiménez Santana

Esta es mi verdad

Crónica y testimonio de soldado testigo de los hechos

Esta es mi verdad “Inteligencia militar S2, días antes de la toma, tenían información por interceptaciones de teléfonos, por las distintas torturas que le hicieron a algunas personas que fueron secuestradas por el S2, en donde quedaba el Batallón Guardia Presidencial, en los sótanos, en la morgue”. 20 de junio de 2018, 4:00 pm. El salón es oscuro, con una mesa redonda en la mitad, café y un poco astillada; hay unas cuatro o cinco sillas, me siento en una de ellas con mi cuaderno argollado y mi esfero de tinta negra. Afuera, la calle de la carrera 15 se ve agitada, como un día normal en Bogotá. El clima no está a favor de la incertidumbre que tengo de saber la historia del soldado del ejército, está venteando, a punto de llover. Él llega, se sienta mirándome, con su suéter negro a rayas, un poco motoso pero formal, su pantalón verde oscuro y unas botas Dr.Martens muy juveniles; saca una hoja en blanco y un esfero de tinta azul, le pregunto, ¿qué pasó en la toma del Palacio de Justicia?, empieza a hablar, empieza a contarme su historia. “Todos éramos bachilleres, entre los 16 y 17 años, prestando servicio militar, éramos de buenas familias, muchas conocidas, no éramos mayores de edad ni de los colegios públicos o del centro de la ciudad, éramos de los mejores colegios de Bogotá, como del San bartolomé de la Merced, Gimnasio Moderno, San Carlos; es decir, yo estaba rodeado de personas con poderes adquisitivos altos. El entorno social de Guardia Presidencial no era un entorno de segundo o de tercer nivel, en cuanto a qué personas son las que llevaban a prestar servicio (...)” La Guardia Presidencial siempre ha escogido personas para mostrar, personas físicamente atractivas y de buena descendencia familiar, ya que son los que acompañan al presidente en la Casa de Nariño en la Plaza de Bolívar. Él fue uno de los llevados para prestar su servicio en 1985, junto con otros pelados, todos menores de edad. Pertenecía a la banda de guerra, y aún se pregunta por qué le tocó vivir y hacer lo que sucedió el día de la toma, si un soldado de banda de guerra no hace lo mismo que otros soldados, disparar. El Batallón de Logística era el lugar donde llevaban a los soldados a practicar polígonos (disparos), ubicado en el sur de la ciudad en el barrio San Cristobal sur, donde también se encontraba lo que Derechos Humanos internacionales mandaron a quitar, el Batallón Charry Solano. “Dentro de este batallón había otro batallón que para la toma fue crucial, muchos no saben donde se encontraba, ahí está el dato, era liderado por Inteligencia S2 de la brigada XIII”. *** Una mujer de cabello cogido entra en el salón mientras hablo con el soldado, nos ofrece una bebida caliente para la charla, a lo que le digo que si; un tinto por favor, muy amable. *** “Ya se sabía que se iba a dar un golpe militar, se nos dijo a nosotros los de guardia presidencial que prestamos guardia en el cuadrante de la Plaza de Bolívar, y a mi grupo de la banda de guerra que la hacíamos una vez a la semana. Un día antes de la toma del Palacio, a nosotros, la banda, nos tocó turno de guardia, es decir, recorrí toda la plaza de 12:00 am del 5 de noviembre hasta las 6:00 am del 6 de noviembre. Se nos dijo que debíamos tener cuidado con lo que observaramos porque algo iba a pasar”. Para ese entonces, debido a la importantísima información que tenía el ejército sobre un ataque, se empezaron a realizar simulacros para mirar la reacción de un batallón de 1000 hombres al sonido de una alarma, “era una trompeta con un toque especial que todos sabíamos al momento de escucharla, que significaba ataque; entonces, sonaba esa trompeta y todo los soldados sin importar lo que estuviéramos haciendo, sabíamos que teníamos que tomar nuestro armamento y nuestra munición y dirigirnos a un punto de encuentro. Ya todo estaba planeado, eso fue como con dos meses de antelación”. La preparación de la guardia presidencial era cada dos días más o menos, para tener una continu.a estrategia de acción. “Como a la cuarta, quinta vez del simulacro, uno ya le pierde el respeto al simulacro, y a todos nosotros nos pasó lo del famosos pastorcillo mentiroso, igualitico. Fueron tantas las veces que nos hicieron el simulacro, que cuando realmente pasó esta toma, nosotros no reaccionamos de manera pronta”. *** La bandeja que sostenía la señora del cabello cogido se podía oler a lo lejos, ese aroma caliente de café recién hecho. Entra en el salón golpeando la puerta como para pedir permiso para ingresar, el soldado le dice que siga sin ningún problema. Un vaso desechable y otro de porcelana son para nosotros, con tinto espumoso y una pajita roja para revolver el azúcar. Mientras el soldado se da un sorbo, yo agarro con mi mano derecha el tinto y lo pruebo, creo que quedó muy dulce, seguimos charlando. *** El Batallón de Artillería fue otro que estuvo presente el día de la toma, comandado por el General Alfonso Plazas Vega, cuyo grupo estaba integrado por soldados regulares, bachilleres. “Regulares significa que todos estos son campesinos que han sido reclutados a la mala o por la fuerza bajo la falta de la libreta militar; casi todos boyacenses y santandereanos, y ¿por qué es importante saber esto?, porque todos fueron entrenados para pelear contra la guerrilla, es decir, eran soldados contra-guerrilla, y tenían una característica particular, eran guerreros”. Cada unidad tiene un nombre y un color de reconocimiento en su insignia, una es la de Artillería con insignia negra, otra es Caballería con insignia amarilla, Infantería con insignia roja y los Ingenieros Militares con insignia morada. Para el soldado, Plazas Vega fue el chivo expiatorio del ejército. Es aquel que se enfrenta a los medios sensacionalistas que en sus palabras, no han cambiado,“ y ¿qué dice el chivo?, maestro, nos toca retomarnos el Palacio. Es un hombre que respira y se apasiona por el conflicto”. Tuvo la oportunidad de estar con el coronel Plazas recién ingresó al ejército en la Escuela de Artillería, “fueron tres días donde vi y conocí a un hombre violento, aún sabiendo que eramos bachilleres, el trato que le daba a la tropa era fuerte, yo vi como cogía una tabla de cama y le pegó a un soldado, y para la época era normal”. Todos estos soldados guerreros al mando de Plazas Vega, montan un operativo que a la vez es dirigido por sus superiores, el Ministro de Defensa de la época Miguel Vega Uribe, el comandante de el Ejército Nacional Rafael Samudio Molina y el comandante de la brigada XIII Jesús Armando Arias Cabrales. Todos llegan a la Plaza de Bolívar con la orden de RETOMA *(el soldado hace énfasis en cada letra de la palabra, vocalizando lentamente)*. “Ellos se posicionan para hacer dos entradas, una por el parqueadero con tropa, y la otra con los carros de guerra que aquí jocosamente le llaman tanques, claro, todo al mando de los generales, pero la orden de entrada de los carros de guerra fue de Plazas”. Él me va diciendo que la retoma del Palacio le costó al ejército porque parte del plan del M-19 fue eficaz. “En el tercer piso del Palacio, se atrincheró una mujer, una guerrillera, algunos se atreven a decir que era “la Chiqui”, yo me atrevo a decir que no lo era; se atrincheró y empezó a disparar a la puerta principal, ¿a quiénes?, a los que quisieran entrar”. Varios oficiales murieron al intentar entrar por los disparos de la guerrillera, esa fue la razón por la que entraron con los carros de guerra, para evadir los disparos. *** A la par de lo que voy escuchando del soldado sobre la toma, me surgen más dudas sobre el papel del ejército y sus decisiones ese día, ¿no fue un poco exagerado lo de los tanques?, ¿no pensaban en las personas que estaban dentro?. Él me mira y sabe que estoy confundido, me mira y me genera más intriga sobre el caso, lo sigo escuchando mientras acabamos el tinto a sorbos. *** “Me regreso. Nos preparan con los simulacros, ya no creemos en ellos, se viene la toma y retoma, y entonces mi comandante de la banda de guerra, que venía de estar en conflicto con la guerrilla, en choque, en orden público como se le decía en la época, este señor traía tres medallas de orden público,-estas se ganan por el número de bajas que pueda demostrar-, este loco tenía tres, era más contraguerrillero que comandante de banda de guerra. Es con el con quien ingreso al Palacio”. *** La historia que voy escuchando no se queda inconclusa en ningún punto, el soldado me mantiene al tanto de cada detalle, hay momentos en que cronológicamente retrocede para explicarme temas internos del ejército, como mandos o niveles, ya que no soy conocedor de temas militares. El sol ya se ha ido completamente de Bogotá, aunque no estuvo por las nubes oscuras que lo tapaban; él se remanga su saco negro de lana y sigue haciendo el mapa de la toma del 6 de noviembre en la hoja que antes era blanca. *** “Yo tenía una vida muy tranquila antes de ese día. Mi vida cotidiana era hacer relevos en la guardia, tocar en la banda, visitar colegios y universidades, algo muy normal, mamado de tanto simulacro. Ese día como a las 10:45 am sonó la alarma, estábamos en armamento y hoy pienso, nos demoramos media hora en salir. Salimos corriendo por la calle Décima sin saber que estaba pasando, se creía que era otro simulacro; al llegar a la Plaza, nos mandaron por debajo de la Alcaldía para protegernos porque había fuego cruzado”. Hablando un poco del M-19 con el soldado, unas de las explicaciones que me da es el papel del grupo guerrillero en la toma. Querían realizar una denuncia internacional al Presidente Belisario Betancur por el incumplimineto de los acuerdos de paz que se tenía; era tomar el Palacio para tocar el tema de extradición con los magistrados y abrir el caso del incumplimiento de los acuerdos para dictar una sentencia o hacer otro acuerdo, mejor dicho, sacar una jodida solución del problema; jamás se pensó en muertes. La vías de hecho es la única forma para que escuchen a alguien en Colombia, me comenta el soldado con una cara de insatisfacción grandísima, alzando los hombros y frunciendo el ceño, apretando los labios y bajando la mirada al piso, pero ¿qué son las vías de hecho?, pregunto yo, a lo que me responde “si uno no hace un paro a uno no lo escuchan, si ustedes en la universidad no se reúnen unos 20 estudiantes por alguna razón inconforme, a ustedes no los escuchan. Para mi el M-19 hablaba por medio de las vías de hecho, todos esos golpes políticos que hicieron como el robo de la espada, el robo de armas del Cantón Norte, la toma de la embajada de República Dominicana, fueron vías de hecho”. “Luego de que nos organizaran pasando la Alcaldía, oh sorpresa para mi, el capitán da la orden de que dos soldados se hagan en un sector, y llamó a dos soldados, a un compañero y a mi. La función era hacer de radio operador, el radio era una vaina que se cargaba en la espalda, una cosa que pesaba casi 12 kilos, con una antena de un metro más o menos, y mi compañero la cargaba, pero alguien tenía que llamar, y esa tarea me la gané yo”. “Las calles de la Plaza de Bolívar estaban acordonadas y cerradas, mucho llanto, eso sí, mucha tragedia; se evacuó todo el sector, solo estábamos la gente del Palacio, los guerrilleros y nosotros los militares. La función era comunicar todo lo que sucedía dentro del Palacio, yo tenía mi fusil por protocolo. Comenzamos a caminar con el señor comandante y lo primero que hicimos fue llegar al sótano a eso de las 12.30 del mediodía, mis otros compañeros vi que empezaron a dispara, ¿a dónde?, a los vidrios del Palacio porque eran oscuros y no se veía quien disparaba de allá para acá”. En ese momento me surge la duda de saber quién empezó el ataque con balas, con disparos; el soldado me responde sin pensarlo dos veces, con firmeza en su voz y en dos sencillas palabras, el ejército. *** Mientras lo escucho, divido mi mente en dos partes porque necesito entender la magnitud de la situación que no viví, que no estuve presente y que pasó 11 años antes de que naciera. Es algo totalmente “nuevo” toda esta información. Sorprendido pero no extrañado, la confesión de que el ejército comenzó el ataque con fuego me pareció descabellado, ¿unos “héroes” atacando un Palacio de justicia lleno de magistrados, un centro sagrado judicial con rehenes y civiles? ¡carajo!, ¡esto fue una olla caliente!. El soldado me afirma que en una cuestión de RE-TO-MA, deletreando por sílabas, no es una cuestión de razonar, es una cuestión de actuar y las órdenes se cumplen. seguimos charlando. *** “Cuando ingresamos con este señor al sótano, y lo primero que me encuentro es la caceta de vigilancia con los cuerpos de los vigilantes esparcidos por las paredes, yo lo primero que digo es no entro y no entro, pero como a nosotros nos manipulan psicológicamente, nos habían vendido la idea de que el peor delito que uno podía cometer como militar era el de cobardía; estábamos en una figura política de la época que se llamaba Estado de Sitio, decretada por Betancur, y en un estado de sitio las penas son dobles, me cargaban 4 años por cobardía, y en estado de sitio eran 8 años, si me iba de cobarde me llevaban a la cárcel militar de Melgar, y pues yo tenía 17 años, a ver, no iba a salir de 25 años porque no quise entrar al Palacio, me tocó”. “Con mi compañero nos miramos y dijimos, hágale. Recorrimos todo el primer sótano del parqueadero, y mi capitán le reporta al comandante de guardia lo que vimos. Habían carros, y los dos camiones del M-19 con provisiones como para un mes, enlatados, comidas y hasta toallas higiénicas, ellos sabían que si se daban esas negociaciones con la Corte Suprema, iban a durar aproximadamente eso, un mes. No habían personas, no había nada más que eso”. “Al poco tiempo ese sótano se llenó de soldados y la orden era disparar a todo lo que se moviera, de esta manera murieron muchos civiles. Entramos de nuevo, hacemos las llamadas y ¿qué hace el ejército y la policía?, tomarse todo el primer piso del Palacio de Justicia, es ahí donde comienza los operativos y a mirar el ejército por donde van a subir al 3 y 4 piso”. *** Nos detenemos un segundo para conversar nuevamente sobre el M-19, el soldado ya terminó su tinto, su pocillo está vacío, el mío aún está medio lleno y frío, no he podido tomármelo debido a lo entretenido que me encuentro, la verdad lo deje de lado, ni recordaba que tenía un tinto. El soldado me menciona un dato un poco gracioso pero muy curioso, y es que tiempo antes de la toma, a unas pocas cuadras del Batallón Charry Solano, el M-19 tenía una casa y fue frente a las narices de los militares que el grupo rebelde montó el plan de la toma del Palacio de Justicia, otra vez el ratón roba el queso y el gato no se da cuenta; seguimos charlando. *** “Tengo entendido que luego de que hiciéramos las llamadas, Andrés Almarales, miembro del M-19, se lleva a los magistrados a un recinto, y allí fue donde se escucharon varias rafagas de tiros, hubo como un fuego cruzado si no estoy mal con la policía que bajó de los helicópteros y ahí murieron muchos inocentes. Al M-19 se le atribuye la masacre de los magistrados, y no fue así; muchos pueden decir que parezco militante del “M” pero no, pero conozco mucha gente del “M” posterior a la toma, porque mis primeros años fue de mucho odio por todo el daño psicológico que me hicieron, pero ya después de un tiempo me di cuenta que la cosa no era tan cierta, con documentos y con viajes a Europa encontraba gente del “M” en eventos culturales y empiezo a entender todo”. “Ya teníamos control del sótano 1, sótano 2 y primer piso, de esos tres niveles. Transcurre la tarde, nos colocamos en el edificio frente al Palacio, uno de abogados recuerdo, rompemos vidrios, y volvemos a entrar al Palacio. Comenzamos a encontrar cadáveres, las instalaciones masacradas, llenas de disparos. A eso de las 5:00 pm del 6 de noviembre, salimos y ahora me encuentro nuevamente en el edificio de enfrente, estábamos en la azotea; la parte trasera del Palacio estaba en obras y estaba cubierto por unas tejas de zinc, y vemos a un señor saltar de una de esas tejas y mi querido capitán da la orden ¡soldados disparar!, y estábamos unos 10 soldados y cogemos las metralletas y ¡¡tratratratratra!! (haciendo con sus manos como si tuviese un arma), y ¡pac!, cae muerto. Al caer al suelo, vemos que tiene la iniciales del F2, es decir, era un policía. Recibimos órdenes, yo disparé unos 20 tiros, éramos 10 soldados, uno de esos tiros mató al policía, pudo haber sido uno de los míos, no se”. *** Gran parte del testimonio del soldado me hiele la sangre, ¿hasta qué punto llega la improvisación y la falta de humanidad de la gente para afrontar casos como este?. El soldado me confirma que gran parte de las víctimas asesinadas y fallecidas que se mostraron en los medios, fueron manipuladas y dadas de baja por las Fuerzas Armadas Militares de Colombia, y aquí el señor entrevistado hace un gran énfasis para encerrar en los hechos a toda la rama militar que actuó esos dos días. ¿Desgarrador, no?. Seguimos charlando. *** “La gente que se logró sacar, fue en la tarde. Luego de la entrada de los tanques y de toda la militancia; estos rehenes que salen, el señor Plazas Vega se los lleva al segundo piso de la Casa del Florero, y están los vídeos donde se ven a las personas que hoy están “desaparecidas” de la cafetería. Nosotros mientras tanto entrábamos y salíamos del Palacio, ¿por qué salíamos?, por tiros. Uno normalmente tiene cuatro proveedores en la cintura, cada proveedor tiene 20 tiros, osea 80, los gastamos todos”. “Llega la noche, y quiero tocar un tema delicado de la toma y es el incendio. Muchos de los testimonios y escritos que he leído acusan al M-19 de prender el fuego en la biblioteca que quedaba en el tercer piso, que era donde estaban todos los expedientes, y cuento que no, no es cierto, quienes prendimos el Palacio fuimos nosotros los militares, lanzando rockets, soy testigo de ver disparar a cuatro oficiales francotiradores que trajo el ejército al edificio donde nos encontrábamos sobre la carrera Octava entre calles 10 y 11. Entonces se disparan los rockets y se da inicio al fuego, teníamos que quitar del camino a la mujer que estaba con la ametralladora disparando; lanzamos cuatro y dos impactaron en el objetivo, los otros dos en una esquina”. “Una vez el incendio, bajamos con el capitán y volvemos a entrar al Palacio. El me lleva al sótano 2 y me hace meter debajo de un carro con el fusil en ráfaga frente al ascensor y me dice soldado, si se abre la puerta dispare, gracias a Dios nunca se abrió la puerta. El M-19 comenzó a lanzar cosas por las ventanas y empezaron a cantar sus consignas y rancheras recuerdo, eso fue un hostigamiento psicológico. A eso de la 1:00 am nos reúnen dentro del sótano para darnos una comida porque no habíamos comido nada, recuerdo tanto que era salchichón, pan y gaseosa; yo me senté contra una pared y viene el capitán y me dice que me retire de ahí, yo estaba mamado y le dije capitán, estoy cansado, vuelve y me dice que me retire, como dos veces más, como vio que no me quitaba hizo el amague de que me iba a pegar y pues me quité, y suena un estruendo y deja un boquete en la pared, dispararon de afuera y quedó un hueco en la pared; si no me quito de ahí me matan, el man me salvó”. “Luego de tantas horas de combate, a los guerrilleros se les acaba las municiones, y ya no tienen con que más pelear, son arrinconados y llevados al baños del 3 piso, y cuando están dentro se les lanzan granadas de fragmentación con la finalidad de acabar con ellos”. *** Finalmente el tinto quedó ahí, frío, a un lado. De verdad no me cabía en la cabeza esta posición del ejército, ¿lanzar granadas?, ¿están locos?, habían rehenes aún dentro. El soldado me da otra bofetada cuando me dice que la orden fue cueste lo que cueste, el M-19 no nos vuelve a humillar; entonces para mi, lo veo como un tema más personal y no de seguridad nacional. Mis manos sudan, el soldado continua. *** “El presidente no pudo intervenir en la toma, el ejército fue aquel que tomó el control de absolutamente todo, si las cosas hubiesen sido distintas, hubiese existido una negociación, un cese al fuego, pero estuvo retenido 27-28 horas que fue lo que duró la toma”. “Al siguiente día a eso de la 1:00 pm, es decir estuve com 24 horas en eso, me mandan para mi batallón y lo único blanco que se me veía eran mis dientes y las uñas, estaba cubierto de humo, negro. Quiero mencionar algo sobre Almarales, y es que él tenía chaleco antibalas, pero fue herido en una pierna, a él lo sacan vivo del Palacio y es capturado; lo suben a la ambulancia de guardia presidencial, se va por toda la calle octava, atrás se sube un teniente de mi batallón, llegan a la séptima, y cuando llegan a la catedral, Almarales está muerto. Estos asesinatos querían ser tapados para parecer una baja en combate”. “Otro dato del que se es que el Palacio fue retomado en su totalidad al mediodía, pero a los medios de comunicación se les informa a eso de las 2:00 pm del 7 de noviembre. Varios cadáveres diseminados fueron recogidos y desvalijados porque compañeros míos llegaron con relojes, anillos y con cadenas, y luego fueron puestos de nuevo dentro del Palacio. Inteligencia fue la que jugó un papel importante en el operativo ya que era la que informaba todo lo que sucedía desde dentro del Palacio. A Plazas Vega se le metió en la cabeza por información errónea, que los empleados de la cafetería tenían relación con el grupo guerrillero; por eso, al administrador lo masacró horrible, lo torturó y lo tiró a una fosa común en el cementerio central con la figura de N.N”. *** Uno de mis interrogantes más grandes y considero que es el más grande de este holocausto fue la desaparición de las 11 personas, algunos de la cafetería, otros visitantes ocasionales, ¿por qué jamás aparecieron? Es increíble escuchar que una persona humilde, trabajadora de poco creer que era un guerrillero como el administrador de la cafetería, fue asesinado por el ejército, o bueno, así me lo confirma el soldado, no creo que juegue con eso. Además me revuelve el estómago imaginarme el padecimiento de ese hombre y según lo que he indagado, padre de una niña de tan solo 35 días de nacida, que horror. Ya son las 5:00 pm pasadas, el frío se siente en el salón, y más con los datos que me arroja este soldado. Seguimos charlando. *** “El ejército sospechaba, sospechaba de los empleados y de aquellos que desaparecieron. Nunca se dijo la verdad a los medos ni a las familias, ellos querían limpiar el desorden, la suciedad y la porquería. Varios de los restos de estas personas fueron halladas por un grupo de antropólogos e investigadores forenses relacionados con la Universidad Nacional. Se por los mismos soldados, que las personas desaparecidas fueron algunas llevadas a la Escuela de Caballería y otras al Charry Solano. Los que llevaron a la Caballería fueron vilmente torturadas, y ya casi muriendo las llevaron al Charry Solano donde las mataron”. “Tristemente la mirada de los colombianos giró del Palacio de Justicia a la tragedia de armero el 13 de noviembre de 1985, una semana después de la toma. Esto fue lo que salvó a Betancur de un golpe político”. “Al año siguiente, en 1986, yo termino mi prestación de servicio y me envían a mi casa, ¿cómo me enviaron a mi casa?, con mucho miedo. A los tres días de salir se me acerca un periodista de Cromos, y me ofrece mucho dinero por contar lo que ahora estoy contando, y yo quise decirle a mi papá que era una oportunidad; él me dijo no señor, más se demora usted en contar que en que lo maten, y eso que aún no he contado todo lo que sé porque esto es una parte, lo otro me lo reservo por cuestiones personales. Eso hizo que me quedara callado porque toda esta información puedo salir dicha por N.N, pero inteligencia militar llega a mi como sea”. “Para mi todo fue impotencia, malparidez, varias veces le apunté al capitán estando en el Palacio, tenía mucha rabia, casi le suelto un tiro, porque me violentó, me obligó, me ordenó y obedecí. Yo quedé traumado los primeros seis meses, yo escuchaba un golpe y se me venía todo el vídeo a la cabeza. Lo que me dejó más traumado fue ver disparar los rockets, ese sonido estruendoso me marcó”. “La operación rastrillo fue la limpieza que tuvimos que hacer para quitar toda evidencia de lo que cometió el ejército en la toma, por eso rastrillo, recoger. Se pretendía pasar una, dos, y hasta tres veces para no dejar nada, pero resulta que la evidencia éramos nosotros”. “Al año siguiente me voy de Bogotá, llegó a El Castillo-Meta, y fue en ese tiempo en que varios miembros del M-19 se entregaron, y se fueron a este lugar con sus esposas e hijos, a una porción de tierra que se les dio a los desmovilizados del “M”, día a día fueron matando uno por uno, y se que fue el ejército. A ellos se les presentan como el gran salvador de la democracia, porque gracias a ellos no somos gobernados por la guerrilla, eso dicen, y cumplieron con su deber constitucional de proteger, ¿pero a qué costo?, ellos no siguieron el conducto regular”. “Nunca vamos a saber la verdad, porque cada año nos dan un distractor diferente, porque ellos sabían lo que iba a pasar el día de la toma. Varios de nosotros que sabemos lo que pasó esos dos días hemos sido amenazados de vida, yo he sido interceptado en muchas ocasiones, me siguen, he tenido que mudarme de casa tres veces por proteger a mi esposa y a mi hija, me da miedo que algo le pase a ellas, aún así cada vez que me muevo de sitio me encuentran”. “Todo fue un crimen de estado y usted sabrá lo delicado con el paso de su investigación, lo que es involucrarse en ella, es importante decir que no solo esto es un ejemplo, sino qué tantos temas así pasan y no son investigados, creo que es suficiente”. *** La entrevista acaba, cierro mi cuaderno, apago el grabador de audio, guardo mis cosas en mi maleta. Me levanto de la mesa y le doy las gracias al soldado por brindarme la confianza y darme su testimonio de los hechos, apretamos manos en símbolo de agradecimiento y despedida. Me voy del edificio de la carrera 15 con un mal sabor de boca por enterarme de cosas que son una desdicha, pero esperanzado de que la Toma del Palacio de Justicia no seguirá callada y con voces como las del soldado se seguirá hablando del atroz suceso y quizás, sólo quizás se sepa algún día la verdad, me marcho.

La injusticia del poder

Entrevista con Javier Correa Correa-Periodista

La injusticia del poder Hace 33 años Bogotá fue escenario de un suceso que pasó a la historia conocido como la toma del Palacio de Justicia, donde hubo una confrontación violenta entre el grupo guerrillero M-19 y el Ejército Nacional. Javier Correa Correa, periodista, escritor y docente de la Universidad Central, narra y comparte sus experiencias, anécdotas y conocimiento sobre lo que fue el Movimiento 19 de abril (M-19). Al surgir como grupo revolucionario por el fraude electoral presidencial que se dio en 1970, los representantes del Ala Socialista de la Alianza Nacional Popular (ANAPO) decidieron hacer una revolución, una toma del poder a la colombiana , rompiendo esquemas que tenían otras guerrillas que seguían la línea de Moscú, la línea de Pekín, la línea de la Habana, entre otras ideologías. El M-19 estaba conformado en su dirección por: Jaime Bateman (comandante en jefe), Iván Marino Ospina (comandante militar), Álvaro Fayad (comandante político), Carlos Pizarro (comandante político), Luis Otero Cifuentes (comandante militar y planeador de la Toma del Palacio de Justicia), Andrés Almarales (comandante político), Alfonso Jacquin (comandante militar), entre otros. Durante la presidencia de Belisario Betancur (1982-1986), se hizo un tratado de paz con el M-19, que lastimosamente no se llevó a cabo por parte del Gobierno, dejando que el ejército cometiera bajas al grupo guerrillero. “Como vieron que había una falta de palabra en las acciones de los militares, se decidió hacer un plan para ir directamente a la cabeza de la justicia: La Corte Suprema de Justicia” afirma Correa . La decisión fue hacer una toma política y simbólica del Palacio de Justicia para juzgar al gobierno y a los militares por el incumplimiento del acuerdo de paz, “días antes de la toma hablé con Alfonso Jacquin, abogado constitucionalista y líder del M-19. El me dijo que le iban a realizar un juicio al Gobierno Nacional, y que tenían todos los documentos que demostraban que el gobierno había incumplido. A parte del juicio, se buscaba deslegitimar al gobierno, al ejército y a la policía nacional por sus acciones” recuerda el periodista. El 6 de noviembre de 1985, a las 11:30 am el M-19 ingresó por la puerta principal y por el parqueadero de las instalaciones del Palacio de Justicia, vestidos de civiles, camuflados y armados para proteger militarmente el lugar mientras la Corte Suprema hacia el juicio con la pruebas presentadas. El plan ideado por Álvaro Fayad alias “El Turco” fue La operación Antonio Nariño por los derechos del hombre, dirigida por Luis Otero alias “Lucho”. Luego de media hora, que fue lo que tardó el M-19 para tener el control total del Palacio, las fuerzas militares y de policía prendieron sus alarmas de seguridad para recuperar el control y la normalidad del edificio. El objetivo principal del M-19 para que su plan saliera al pie de la letra, era la exigencia de la presencia del presidente Betancur en el Palacio para hacer un juicio público con el apoyo de la Corte Suprema, dejando que la población colombiana juzgara la situación e hiciera demandas para hacer justicia. Tricolor 83 fue el Plan de Defensa Nacional que el Coronel Luis Carlos Sadovnik, Jefe del Estado Mayor de la XIII Brigada llevó a cabo para la retoma. El plan Tricolor era acabar con los guerrilleros revolucionarios sin tener en cuenta la vida de los rehenes. Varios tanques se acomodaron en la plaza de Bolívar rodeando el Palacio mientras miembros de otras entidades de seguridad nacional llegaban y se acomodaban en lugares cercanos como el Palacio Liévano, la Catedral Primada y La Casa del Florero. Algunos guerrilleros se ubicaron en el cuarto piso del Palacio junto con el presidente de la Corte Suprema y el ahora rehén Alfonso Reyes Echandía, para empezar la negociación que se buscaba. Realizaron llamadas a la casa presidencial Palacio de Nariño para que el presidente conociera sus peticiones. Minutos después, la situación se salió de control en el momento en que el ejército hizo la retoma con los camiones que entraron a la fuerza en el Palacio. Disparos, estruendos y gritos sacudían al centro de Bogotá. Varios rehenes fueron liberados y llevados a la Casa del Florero para corroborar su identidad; mientras que dentro del Palacio un incendio empezaba a consumir las paredes. En el lugar se encontraban los documentos que demostraba la violación de los derechos humanos. Dichos papeles iban a ser revisados y se iba a dictar una condena a los miembros de las fuerzas militares y de policía por cometer crímenes de lesa humanidad. “Para el ejército fue una papaya muy grande, porque aprovechó para quemar todos esos documentos, aprovechó para matar toda la cúpula militar en ese momento del M-19, y aprovechó para desprestigiar políticamente al M-19” afirma Correa. El presidente Betancur buscó ayuda externa con políticos del momento, quienes le aconsejaron que debía dar la orden de cese al fuego; sin embargo, a Álvaro Villegas, presidente del congreso, quien había tenido la oportunidad de hablar con Echandía por teléfono, le llegó el comunicado de que el Presidente de la República no había podido hablar con el presidente de la Corte y que no iba a negociar con el M-19. Reyes Echandía logró tener comunicación con el director general de la Policía Nacional, Víctor Delgado Mallarino, rogándole que cesaran el fuego, porque en palabras de los guerrilleros, si no lo hacían, todos iban a morir… -“Por favor, que cese el fuego inmediatamente... es de vida o muerte”, voz de Alfonso Reyes Echandía en el teléfono. -“Les habla Alfonso Jacquin, segundo al mando de este operativo. El presidente de la República no le ha pasado al teléfono al presidente de la Corte y se va a morir, porque el presidente de la República, ni siquiera con su poder jurisdiccional. Es increíble que el M-19 no es el que se ha tomado el Palacio de Justicia, se lo tomó los tanques del Ejército...es lo increíble, el Ejército entró con sus tanques y están sonando los tiros; cuando entren en este piso nos morimos todos, sépalo”. La decisión de la Ministra de comunicaciones de la época, Noemí Sanín, de transmitir un partido de fútbol en radio y en televisión en vez de la situación que tenía lugar en la Plaza de Bolívar, fue bastante criticada y en palabras de Correa “fue orden directa de los militares para imponer censura mientras se mataban”. Se piensa que fue también una decisión para mantener limpia la imágen de la fuerza pública. Caída la noche, las llamas del incendio se extendían más por uno de los costados del Palacio. Afuera, las autoridades, los bomberos y el ejército intentaban apagar el fuego, pero fue imposible. Dentro, los guerrilleros y los rehenes se escondieron en los baños del segundo piso para evitar el incendio; pero aún así el altercado continuaba. Varios medios de comunicación cubrían el suceso en la Plaza de Bolívar. Un periodista pudo entrevistar a Alfonso Plazas Vega, comandante de la Escuela de Caballería, preguntándole cuál era la decisión en ese momento por parte de las fuerzas regulares, a la que Plazas Vega respondió…“Mantener la democracia, maestro, aquí no van ellos a asustarnos ni a atentar contra ninguno de los poderes... contra ninguna de las ramas del poder público, en este momento esto es un atentado contra la rama jurisdiccional y eso hay que dejarlo muy claro: que el Ejército está en condiciones de mantener todas las ramas del poder público funcionando porque esto es una democracia y para eso estamos, para hacerla respetar”. El periodista vuelve y le pregunta que si la decisión también es dar de baja a los guerrilleros, a lo que responde el Coronel…“Sí a mí me disparan yo contesto el fuego, yo entré con mis carros, me recibieron a fuego y disparé, no sé, ¿qué haría usted?”. El combate entre el M-19 y el Ejército Nacional duró hasta la mañana del 7 de noviembre de 1985, cuando Betancur dio paso a dialogar con el grupo guerrillero. Ese mismo día, en horas de la tarde otra tanda de rehenes sale de Palacio encaminados a la Casa del Florero, entre ellos, por evidencias videográficas, Carlos Rodríguez y Cristina del Pilar Guarín, ambos trabajadores de la cafetería del Palacio; sin embargo, luego de su liberación, nunca fueron vistos de nuevo con vida. Los cadáveres calcinados fueron sacados de las instalaciones, muchos sin lograr identificar su identidad. El Palacio quedó en ruinas. Documentos, ropa, balas y agujeros llenaban lo que habían sido los pasillos de las cortes. En el hecho Participaron más de 30 guerrilleros y 1000 soldados entre el Ejército Nacional, el Batallón de Guardia Presidencial, la Escuela de Caballería, la Policía Nacional y otras entidades del gobierno. Javier Correa desmiente los nexos que se creía que tenía el grupo guerrillero con los narcotraficantes por el tema de extradición que estaban tratando los magistrados Manuel Gaona, Carlos Medellín, Ricardo Medina y Alfonso Patiño de la Corte Suprema al momento de la toma. Dice que “no hubo ningún acuerdo entre Pablo Escobar y el M-19, si lo hubiera habido, el M-19 hubiese entrado con mejores armas para defenderse; lo que sí hubo años antes fue un pacto de no agresión entre el cartel de Medellín y el M-19 luego del secuestro de Martha Nieves Ochoa que dio origen al movimiento Muerte a Secuestradores “Mas”, el cual asesinó y torturó a miembros del M-19; pero nunca fueron socios”. Por otro lado para Correa el papel del presidente fue de cobarde en pocas palabras, por no actuar según su posición presidencial y por tomar un voto de silencio hasta el día de hoy sobre la verdad de los hechos del holocausto del Palacio de Justicia. Betancur la noche del 7 de noviembre de 1985 se pronunció ante los colombianos diciendo…“Esa inmensa responsabilidad la asumió el Presidente de la República, que para bien o para mal suyo estuvo personalmente tomando las decisiones, dando personalmente las órdenes respectivas, tomando el control absoluto de la situación, de manera que lo que se hizo para encontrar una salida dentro de la ley fue por cuenta suya, por cuenta del Presidente de la República…” Es importante mencionar que meses antes de la toma, las Fuerzas de Inteligencia Colombianas ya tenían conocimiento sobre el plan del M-19 de atacar el corazón jurídico del país. Casualmente la protección de la Policía Nacional al Palacio de Justicia fue quitada, según declaraciones de miembro de policía, fue por orden de Alfonso Reyes Echandía, lo cual no tiene sentido hasta el día de hoy, ya que primero esa no era su función, y segundo él era uno de los magistrados más amenazados. La masacre del Palacio de Justicia, como la denomina la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), dejó 98 personas muertas, entre ellas magistrados como Alfonso Reyes Echandía, Ricardo Medina, Carlos Medellín, Horacio Montoya y Alfonso Patiño; servidores públicos como Carlos Horacio Urán y Luz Estella Bernal, y guerrilleros como Luis Otero, Andrés Almarales y Alfonso Jacquin. Clara Elena Enciso fue la única guerrillera del M-19 que logró salir con vida. La incertidumbre más grande de la toma fue la desaparición de 11 personas, casi todos trabajadores de la cafetería. Este acto se le otorga a las Fuerzas militares, por el cual fue enjuiciado el Coronel Plazas Vega y condenado a 30 años de prisión en el 2010 por desaparición forzada. A pesar de las pruebas captadas en video de la salida con vida de trabajadores de la cafetería y luego dictaminados como desaparecidos, Plazas Vega fue liberado en 2015 por falta de pruebas, declarado inocente por la Corte Suprema de Justicia. Se cree que las personas desaparecidas fueron llevadas a territorio militar como el Cantón Norte, a la Escuela de Inteligencia y Contrainteligencia Charry Solano y a la Escuela de Caballería, donde fueron torturadas y asesinadas por tener nexos con el M-19, sin embargo, no se ha dado un reporte oficial. Los restos de Bernardo Beltrán, Héctor Jaime Beltrán, Cristina del Pilar Guarín, Luz Mary Portela, Ana Rosa Castiblanco (estos trabajadores de la cafetería) y Lucy Amparo Oviedo ya fueron encontrados por las autoridades y entregados a sus familias. Aún así, se sigue en la búsqueda de los restos de Carlos Augusto Rodríguez, David Suspes Celis, Gloria Estela Lizarazo, Norma Constanza Esguerra (miembros de la cafetería), Irma Franco (guerrillera del M-19), y se le suma los magistrados auxiliares de la época Julio César Andrade y Jorge Alberto Echeverry. “Fue un golpe militar contra la población, un golpe militar contra el ejecutivo, fue un golpe militar contra el jurisdiccional, fue un golpe militar contra la guerrilla y fue un golpe militar contra el país. De todas maneras había que hacer un juicio por el incumplimiento de los acuerdos; pero fue desproporcionada la acción del M-19, demasiado confiados, y fue desproporcionada la acción del Ejército Nacional en la retoma” afirma Correa. Hoy existen preguntas que nunca han sido resueltas como... ¿por qué el presidente Betancur no dio la orden de cese al fuego?, ¿por qué al ejército no le importó la vida de los rehenes?, ¿qué pasó con los desaparecidos de la cafetería?, y la más importante…¿qué pasó realmente esos dos días en la toma del Palacio de Justicia?. Palabras clave: Javier Correa Correa, Movimiento 19 de abril (M-19), Belisario Betancur, Tratado de paz, Corte Suprema de Justicia, Palacio de Justicia, Tricolor 83, Alfonso Plazas Vega, Trabajadores de la cafetería, 1985.

No olvidamos a los desaparecidos

Carlos Augusto Rodríguez Vera

Cristina del Pilar Guarín

Ana Rosa Castiblanco

Bernardo Beltrán Hernández

Lucy Amparo Oviedo

Luz Mary Portela León

Gloria Stella Lizarazo

Gloria Anzola de Lanao

Héctor Jaime Beltrán Fuentes

David Suspes Celis

Norma Constanza Esguerra

Irma Franco Pineda

Carlos Augusto Rodríguez Vera Entrevista con Cecilia Cabrera, Alejandra Rodríguez y César Rodríguez, esposa, hija y hermano de Carlos. “Es una persona muy simpática, muy agradable con las personas, una persona que quien la conocía quedaba fascinado con él por su forma de ser, su tono de voz, un tono de voz espectacular, una voz gruesa y muy bonita, era agradable el compartir con él. Una persona amorosa cariñosa, tierna, amante del deporte, amante de la rumba también, amante de los buenos modales, una persona correcta” (Cecilia Cabrera). Hijo menor del abogado Enrique Rodríguez y de Helena Vera Quintana. Nació el 26 de julio de 1956 en Bogotá. Tuvo una alegre niñez junto a sus hermanos Gustavo y César Rodríguez, con quien jugaba, reía y compartía sus días. “Nosotros fuimos muy unidos de niños y de jóvenes, estudiamos en el mismo colegio, compartíamos todas nuestras diversiones, nuestros juegos (...). Carlos, una persona muy sencilla, generoso, muy amiguero, todo el mundo lo quería mucho, una persona muy noble, una excelente persona con todos”, recuerda César. Con su familia la relación es muy cercana, el amor con sus padres es inimaginable y la vida con su esposa es un recuerdo que siempre perdura. “Nosotros nos conocimos en Pasto, yo soy nariñense, a través de un amigo. Él me presentó a Carlos un día que yo iba llegando a mi casa, yo iba en el carro; yo vivía en el centro de Pasto, y en el primer piso de donde yo vivía había un local de una cafetería, entonces cuando yo iba a guardar el carro, salió mi amigo con él (refiriéndose a Carlos), y me lo presentó, me dijo mira te presento a Carlos, mi amigo quería conocerte desde la vez pasada por eso te estábamos esperando acá (...)” comenta Cecilia. Los encuentros entre Cecilia y Carlos se volvieron constantes, conversando, charlando, conociéndose cada vez más. Empezaron siendo amigos, luego se fue formando un coqueteo y un romance como novios hasta que se casaron ocho meses después de haberse conocido en 1983. Hicieron una ceremonia de matrimonio que Cecilia recuerda cada día. “Desde Bogotá viajó su mamá y viajó César, su papá no viajó, él como que no estaba muy de acuerdo que nos casaramos”. Tanto Carlos como Cecilia tenían pensado formar una familia, concebir un hijo. Cecilia logró su primer embarazo lastimosamente hasta los siete meses de gestación, por complicaciones perdió a su bebé. La noticia fue muy triste para ambos, tenían mucha ilusión de esa personita que iba a entrar en sus vidas. Aún así no se rindieron y lo intentaron nuevamente hasta que Cecilia volvió a quedar embarazada de su segundo bebé. “Teníamos muchas ilusiones con este nuevo bebé, también nos asaltaba la preocupación de que fuera a pasar lo mismo que con el primero, por eso él había tomado un plan en la clínica José David Restrepo, que era una clínica que solo atendía el tema de maternidad”. Carlos terminó su Bachillerato en en Instituto Carmen de los Hermanos Maristas en 1971, 11 años antes de conocer a Cecilia. Hizo estudios técnicos de sistemas, donde luego entró a trabajar en la Corporación Financiera de Transporte. Al regresar a Bogotá después de su viaje a Pasto, ahora junto a Cecilia; Carlos inició su carrera de Derecho en la Universidad Libre. Para el mes de Julio de 1985, Cecilia ya había terminado su carrera como Economista, Carlos aún seguía estudiando, fue su padre, el señor Enrique Alfonso Rodríguez quien como abogado conocía al ex magistrado Efraín Meneses Franco del Palacio de Justicia, “él le comentó y le dijo mira Cecilia se acaba de graduar de economista y si sabes de algún trabajo para que nos ayudes. A los pocos días lo llamó (el señor Efraín) y le dijo que él tenía bajo su dirección el restaurante-cafetería del Palacio de Justicia, que si de pronto a mi me gustaría. Don Enrique nos dijo y fuimos con Carlos a conocerlo”, recuerda Cecilia. La cafetería del Palacio de Justicia era un lugar elegante, refinado, donde iban a almorzar abogados, magistrados, personas con altos mandos de la justicia. Estaba ubicada al costado sur-occidental del Palacio, en el primer piso arriba del parqueadero, por la entrada de la carrera octava. “El contrato se hizo conmigo porque Carlos estaba pendiente de un trabajo en el Banco de la República, entonces el contrato lo firmamos conmigo como administradora; pero empezamos a trabajar los dos ahí porque en el Banco el proceso de selección era bastante largo (...) “. “Cuando llegamos a trabajar, el personal de la cafetería ya estaba contratado por el anterior administrador, entonces estaba el chef (David Suspes), la auxiliar del chef (Ana Rosa Castiblanco), habían dos meseros (Héctor Beltrán y luego Bernardo Beltrán), la niña que atendía el autoservicio (Gloria Lizarazo y en ocasiones Julia lizarazo), y la persona que lavaba los platos (Rosalbina y de vez en cuando Luz Mary Portela); entonces ellos ya estaban contratados y la condición fue que nosotros no podíamos cambiar al personal”, cuenta Cecilia. Carlos en la noche estudiaba su carrera de Derecho luego de salir de su trabajo en el Palacio de Justicia. Su rutina era sencilla, salía de su casa en Chapinero en la carrera novena con calle 54, a las 7:00 am junto con su esposa, Cecilia llegaba de nuevo a su casa a eso de las 6:00 pm, mientras que Carlos iba a su universidad y volvía a las 10:00 pm. A las pocas semanas de entrar a trabajar en la cafetería, uno de los meseros, William, se retiró en agosto, quizás consiguió un mejor trabajo o por alguna razón ajena se fue; por lo cual Carlos y Cecilia le pidieron al SENA para que le enviaran a un hombre con conocimientos en restaurantes y mesero, fue cuando se vinculó Bernardo Beltrán Hernández. Para finales de septiembre e inicios de octubre de 1985 se tenía esperado el nacimiento del bebé de Carlos y Cecilia una niña que se llama Alejandra. El 1 de octubre nació, por lo cual Cecilia entró en licencia de maternidad para cuidar de su bebé, estaban preocupados porque ella no iba a poder ir a la cafetería a trabajar, entonces necesitaban encontrar a alguien que la cubriera mientras terminaba su licencia, “hablamos con una amiga de la mamá de Carlos, con Elsa María Osorio, porque su hija había terminado la carrera y que estaba sin trabajo(...)”. Cristina del Pilar Guarín, hija de la señora Elsa, al principio no estaba de acuerdo en trabajar en la cafetería en el puesto de Cecilia, manejando la caja, porque ella pensaba que tenía sus estudios profesionales y que no se sentía cómoda ingresando a trabajar allí, se le comentó que necesitaban a alguien de confianza por un tiempo mientras Cecilia volvía de su licencia. Cristina fue a conocer la cafetería y le agradó por lo elegante que era, y al final aceptó. Pasado un mes, para la primera semana de noviembre de 1985, Cecilia le comentó a Carlos que ya se sentía mejor para volver a trabajar con él, “ya había pasado la dieta, y habíamos pensado la semana anterior, que esa semana del 6 de noviembre yo iba a ir al medio día pues como para a empezar a acoplarme nuevamente al trabajo. En efecto yo fui el martes a las 10:00 am, fue muy bonito (...)”. La ausencia de Cecilia se había notado, sus compañeros, inclusive magistrados se contentaron al verla, algunas personas le tenían detalles por el nacimiento de Alejandra, Carlos y Cecilia estaban de nuevo juntos en el trabajo. Al día siguiente, Cecilia iba a retomar su turno en el trabajo igual que el día anterior, Cristina ya sabía que esa iba a ser su última semana en la cafetería. “En la mañana, yo ya había dejado a Alejandra bañada, lista para que mi suegra la cuidara, pero mi suegra faltando dos minutos para salir me dijo Cecilia ya vengo voy a hacer una comprita aquí cerca, espereme. Yo me quedé esperando a mi suegra, pero claro no fue un momentico, llegó a las 11:00 am (...), en ese momento yo me fui en una buseta. Cuando yo llegué al centro entre a una iglesia que siempre hacía oración ahí en la décima como con décima, entonces llegué, hice oración ahí y cuando salí empecé a ver que la gente estaba corriendo hacia el occidente, ya me preocupo porque era mucha la gente que corría y entonces le pregunté a una señora que qué había pasado, y me dijo se tomaron el Palacio de Justicia”. El afán de Cecilia es indescriptible, su esposo estaba dentro del Palacio y por poco ella también; intentó avanzar para ver qué sucedía pero ya en ese momento todo el perímetro estaba acordonado. La comunicación en esa época era complicada, no existía el celular, solo los teléfonos fijos o de cabina; Cecilia decidió volver a su casa para esperar si Carlos se comunicaba con ella o con su familia para dar razón de él. En camino a su casa logró tomar un bus que la llevara, le tocó ir de pie, era mucha la gente que en ese momento estaba tratando de tomar transporte para salir lo más rápido del sector del centro y de la Plaza de Bolívar, “cuando iba en la Avenida Jiménez con décima ya venían tres tanquetas por la carrera décima (...)”. En casa, los padres de Carlos ya sabían lo que estaba sucediendo y al igual que Cecilia la preocupación les comía la cabeza porque no sabían nada. Solo escuchaban noticias en radio, veían las noticias en la televisión y nada. “Luego Noemí Sanín, Ministra de Comunicaciones del entonces, ordenó que transmitieran un partido de fútbol”. La emisoras de radio en algunos momentos estaban pendientes de la toma y mencionaban lo que ocurría. Cecilia y los padres de Carlos salieron de su casa para ir a buscar a su hijo por si ya había salido y estaba por esos lados del centro, pero fue imposible, todo estaba congestionado, no había paso hacia ningún lado, fue imposible buscar a Carlos. La última persona en ver a Carlos fue su esposa Cecilia, “tenía un buso gris, llevaba una camisa gris oscura y un pantalón gris claro, llevaba sus zapatos que eran unos botines de cuero, sus gafas, su argolla de matrimonio. El se fue al rededor de las 7:00 am y lo último que hablamos era que teníamos pendiente el bautizo de Alejandra, entonces el me dijo yo hoy voy a hablar con mi papá para que llame al Padre Fray para que empecemos a hacer las diligencias para el bautizo, me dio un beso, se despidió y salió”. Carlos tenía la costumbre de llamar cuando llegaba al Palacio, el teléfono estaba en el sótano y avisó a su esposa que había llegado a eso de las 9:30 am. César, hermano de Carlos recuerda la vida que tenía su hermano antes de ese 6 de noviembre, “en esa época ellos estaban viviendo con mis padres, en esos días nació Alejandra y estaban felices con su niña y también estaban felices con su trabajo en el Palacio de Justicia porque era una oportunidad buena que les había conseguido mi papá (...), estaban felices porque habían empezado un nuevo trabajo, les estaba yendo bien; estaba terminando su primer año de Derecho, estaba tal vez pasando por la mejor etapa de su vida”. Es imposible de creer que la toma y retoma del Palacio de Justicia fue una toma anunciada, las autoridades ya tenían conocimiento de que algo iba suceder en el corazón de la ciudad, pero sus medidas de tratar el caso fueron mediocres, débiles e irrazonables para el momento en que sucedió. Carlos y sus compañeros, incluida Cristina estaban dentro de la cafetería cuando el M-19 se tomó el Palacio, y siguieron allí cuando el Ejército de retomó el Palacio. Cecilia menciona que esa noche seguían pendientes de las noticias, “esa noche no pudimos dormir. Al día siguiente se oía que había algunos detenidos, entonces estuvimos en todas esas instancias del F2, de la Sijín, del DAS, pero a todas las partes que fuímos decían no aquí no, aquí nadie ha venido”. Las horas pasaban y pasaban, Carlos no aparecía. “El viernes (8 de noviembre) nos dejaron ingresar a las 8:00 am, nosotros entramos con César a darle un recorrido (refiriéndose al Palacio), yo la verdad no fui capaz de hacerle un recorrido al edificio, yo entré a la cafetería, no tenía ninguna incineración, no se quemó, estaba desordenadísima, los bolsos de las mujeres empleadas estaban saqueados y tirados en el piso desde donde ellas tenían su vestier (...), la caja registradora estaba baleada, abierta y sin una moneda, se habían robado todo y no sería la guerrilla porque de la guerrilla ninguno salió vivo” recuerda Cecilia. A pesar que la cafetería no sufrió con el incendio del Palacio, si se encontraba en un estado deplorable en cuanto al desorden que tenía, se encontraron algunos artefactos de la cocina y demás, pero muchas de las cosas que eran de la cafetería habían sido robadas. Las bandejas del autoservicio donde trabajaba Gloria Lizarazo tenían impactos de bala, Cecilia aún conserva algunas de esas. No había rastros de Carlos, solamente se encontró el carné que lo acreditaba como empleado de la cafetería del Palacio de Justicia, nada más. Pasada una semana, los medios de comunicación estaban locos con todo lo sucedido en el Palacio, “los titulares tanto de El Tiempo como de El Espectador eran que Se tiene la plena certeza que los empleados de la cafetería colaboraron a la guerrilla, se encontraron víveres para cuatro meses y se encontraron 1.500 pollos; yo fui el 8 de noviembre, ese día iban a dar pollo, llevé la factura a los medios de comunicación y también a los procesos de investigación, nosotros comprabamos 40 pollos semanales (...)”. El poder de la palabra se había convertido en el peor enemigo, y el afán de el ejército de vincular a los empleados de la cafetería en la toma del Palacio, pero ¿con qué fin? La lengua suelta fue y es venenosa, el señalar a Carlos y a sus compañeros como guerrilleros ató sus nombres a la mala fama entre los colombianos que creían las palabras de los militares y de algunos medios de comunicación. Lo más lógico, en palabras de Cecilia, es que si ellos tenían alguna duda de la vida de los empleados de la cafetería, lo correcto debía ser ir a la casa de cada uno y averiguar legalmente si había un vínculo con el M-19 o no. Lo más triste es que a los desaparecidos no los conocían casi nadie dentro del Palacio ya que permanecían dentro de la cafetería, puede decirse que a los más conocidos en poco sentido de la palabra eran Carlos, Bernardo, Héctor, Gloria y Cristina. La familia Rodríguez no se iba a quedar de manos cruzadas a que llegaran noticias de Carlos, necesitaban mover fichas para dar con su paradero y saber la verdad de los hechos, “desde el 7 de noviembre de 1985, mi padre se dedicó de lleno a la búsqueda, él le dedicó todos su esfuerzos hasta que tuvo alientos, que fue como un año antes de morir, se dedicó a exigir la verdad y la justicia, yo lo acompañé a él durante todo ese tiempo”, dice César. ¿Desaparecido?, los militares siempre negaron su desaparición y la de sus compañeros, como la de Lucy Amparo Oviedo, Gloria Anzola, Norma Esguerra e Irma Franco. Las familias de desaparecidos como la de los Rodríguez corrían de un lado para otro buscando a sus seres queridos, pero nunca daban razón de nada. “En principio tratamos de llegar a las instalaciones militares a preguntar por él, a indagar en todas partes, los militares y el Estado siempre negó la desaparición, y realmente a los desaparecidos los desaparecieron dos veces, no solo el 6 y 7 de noviembre, sino después, prácticamente con ese hecho de negarlos tantos años fue como volverlos a desaparecer”, afirma César. Después de la toma, apareció un cassette en una cafetería de Teusaquillo con información sobre Carlos y los desaparecidos, una llamada de una persona anónima fue quien informó el hecho. Enrique Rodríguez llamó a las autoridades pertinentes para poder recoger ese cassette, ya que no se sabía si era real o podría ser una bomba. Se realizó el operativo, se consiguió el cassette, fue llevado a la Procuraduría y nunca se volvió a ver, es como si se lo hubiese tragado la tierra, “dijeron que ese cassette no tenía nada que ver, que eso no contenía nada”, recuerda Cecilia. La única prueba hasta el momento de sus familiares había sido en vano. Otra llamada llegó a oídos de los Rodríguez, donde les decían que Carlos estaba gravemente herido en el Cantón Norte. César Sánchez, asesor de la Alcaldía en la época, acompañó a la familia por petición de esta, se conocían desde hace un tiempo, “él nos acompañó hasta allá. Cuando llegamos él ingresó, a nosotros no nos dejaron pasar, y después de bastante tiempo salió y dijo no, que no hay detenidos”, dice Cecilia. Los años pasaban y pasaban y Carlos se había esfumado, ni un rastro de vida o muerte de él. Su familia no se rendía en seguir buscándolo y en buscar la ayuda necesaria para aclarar la verdad de los desaparecidos del Palacio de Justicia. Dos décadas después, la Fiscalía comenzó a hacer investigaciones sobre las desapariciones, y fue cuando la fiscal Ángela María Buitrago tomó las riendas del caso y apoyó fuertemente a las familias de los empleados de la cafetería. “Fue la única persona que por fin hizo lo que debieron haber hecho desde un principio, porque con el mismo material que había disponible desde 1985 ella logró esclarecer muchas cosas, establecer responsabilidades y acusó al Coronel Plazas Vega y al General Arias Cabrales que fueron a juicio y fueron condenados por la desaparición de Carlos y de algunos de sus compañeros (...)”, afirma César. Pasados 23 años, César Sánchez se presentó a dar declaración del caso donde confesó haber visto a Carlos Rodríguez siendo llevado a la Casa del Florero, ya que en ese entonces trabajaba en la Alcaldía. Por otro lado, en su confesión, afirma que el día que entró al Cantón Norte logró hablar con el Coronel Plazas Vega preguntando por el administrador de la cafetería, a lo que este le respondió con una amenaza y ese fue el motivo por el cual desde ese día hasta su declaración no se volvió a saber de él. Por su seguridad le tocó perderse. Existe la prueba de que Carlos salió con vida del Palacio de Justicia el 7 de noviembre de 1985, “Don Enrique miró desde el principio como en el año 1986, a él le muestran un video y en la declaración de él ante el juez especial, él dice ese muchacho se me hace supremamente parecido a Carlos, pero nadie le dijo nada. Cuando la Doctora Ángela María Buitrago recoge todo ese material probatorio, ella me llamó a mi y me pasó las imágenes, varias imágenes, y claro cuando yo vi la imagen de Carlos, dije ¡ese es Carlos!, y además salía otro muchacho y dije !ese es Bernardo! (...)”, recuerda Cecilia. Ese video mostrando a Carlos llevado por dos soldados fue la prueba necesaria para luchar por la verdad de su paradero, !salió vivo!, pero ahora ¿dónde está? Alejandra Rodríguez, hija de Carlos, quien tenía 35 días de nacida al momento de la toma, ahora 33 años después, toda una profesional, recuerda haber vivido toda su vida si la figura paterna, que gracias a Dios, en palabras de ella, tenía a sus tíos y a su abuelo. “Cada quien tiene su forma de enfrentar los momentos fuertes en la vida. Mi forma fue con el olvido (...), lo que me cuenta mi mamá es que ellos siempre trataron de mantenerme al margen de las cosas. A los 12 años más o menos, mi abuelito me sentó en la cama de ellos, de mis abuelitos, y me contó el relato de Ricardo Gámez Mazuera, lo que le habían hecho a mi papá, que lo habían torturado, me dijo su papá es un desaparecido y le hicieron esto, esto y esto (...)”. El relato de Ricardo Gámez Mazuera, quien trabajaba con los servicios de inteligencia de la época, afirma que Carlos Rodríguez salió vivo y fue torturado por el ejército: “b) EL señor Carlos Augusto Rodríguez Vera, administrador de la cafetería del Palacio de Justicia, salió del Palacio y fué llevado a la Casa del Florero sin ninguna lesión. De allí fué enviado a la Escuela de Caballería por orden del Coronel Alfonso Plazas Vega, quien dio las siguientes instrucciones: "me lo llevan, me lo trabajan y cada dos horas me dan informe". El Coronel Plazas se basó en la hipótesis de que en la cafetería del Palacio se habían escondido armas previamente al asalto y por ello ordenó torturar al señor Rodríguez "por cómplice". El señor Rodríguez Vera fué sometido a torturas durante 4 días, sin suministrársele ningún alimento ni bebida. Fue colgado varias veces de los pulgares y golpeado violentamente en los testículos mientras colgaba; le introdujeron agujas en las uñas y luego le arrancaron las uñas. Él siempre manifestó que no sabía nada de nada ni entendía lo que estaba ocurriendo. Quienes estuvieron al frente de estas torturas fueron: el Capitán Luz, de aproximadamente 1,78 mts. de estatura, 80 kilos de peso, cabello crespo negro, bigote, acento cercano al costeño, y otro capitán de pelo rubio, quien manejaba entonces un Nissan Patrol azul y blanco. El señor Rodríguez murió durante las torturas. Su cadáver fué enterrado en secreto, probablemente en "los polvorines", cerca al sitio donde se hacen prácticas de polígono, en lo misma escuela”. (Fuente: derechos.org) Su hija, luego de enfrentar el caso con valentía, luego de conocer las pruebas otorgadas, dice lo que considera que sucedió con su padre esos dos días de noviembre, “para todos nosotros creo que es un incierto (refiriéndose a lo sucedido dentro del Palacio), porque ninguna de las personas que participaron en la retoma; no hablo de los guerrilleros porque todos están muertos, hablo de los militares, han querido decir qué fue lo que sucedió dentro del Palacio de Justicia. De lo que sí tengo certeza es que en la cafetería no sucedió nada (...), se que lo llevaron los militares a la Casa del Florero, allí los dividían en dos grupos que eran los especiales y los normales, y a los especiales los llevaban al segundo piso (...), los militares decidieron que ellos (Carlos y sus compañeros) eran colaboradores de la guerrilla y los trasladaron a guarniciones militares donde fueron torturados y posiblemente murieron durante las torturas”. Por otro lado, Cecilia cree que durante la toma, los guerrilleros, algunos, entraron por la cafetería, y que Carlos y los demás empleados eran testigos de arbitrariedades que cometió el ejército, “he pensado dos cosas, uno, que ellos podrían haber sido testigos de los atropellos que cometió el ejército, y dos, que como ninguno tenía carné (recordando que el de Carlos fue encontrado dentro de la cafetería), eran sospechosos de ser guerrilleros (...)”. Tristemente, el caso de Plazas Vega fue llevado a la Corte Suprema de Justicia donde finalizó la esperanza de una condena esperada, “el caso se cayó en una decisión más política que jurídica que es muy desafortunada porque prácticamente echa por tierra todo lo que se había logrado en tantos años de lucha. La verdad Plazas Vega está gozando de libertad, está planeando demandas multimillonarias contra el Estado (...)”, afirma César. Hasta el día de hoy Carlos no ha aparecido, no se sabe noticia alguna de él ni de lo que sucedió realmente luego de la toma del Palacio de Justicia. Han aparecido, con los años, los restos de algunos de sus compañeros de la cafetería, pero los de Carlos siguen en el limbo. Finalmente, Cecilia recuerda a Carlos como el hombre al que conoció, “yo le digo que lo quiero mucho, que es un gran hombre, que me da mucha tristeza saber lo que le pasó, que nos dejó muy tristes con la ausencia, no se me sale de la cabeza, así yo haya vuelto a organizarme y tengo más hijos (...), no quiere decir que yo me haya olvidado de él, lo quiero mucho y lo amo”. Su hermano, y más que su hermano su amigo también le dice unas palabras, “yo estoy triste de saber que no pudimos hacer nada por ti, todos nuestros esfuerzos han sido en vano, tal vez no fuimos lo suficientemente fuertes ni capaces de hacer cosas que realmente lograran algo. Primero tratamos de encontrarte con vida, no lo logramos; después buscamos la verdad y la justicia que tampoco hemos conseguido. Realmente el daño que te hicieron fue demasiado grave y a nosotros también, te arrancaron de la vida y te frustraron todos tus sueños. Me siento muy mal y cada vez peor frente a esta situación porque no vemos esperanzas de verdad y justicia, y de aparición con vida mucho menos porque eso ya es imposible”. Alejandra, su hija, se refiere cada día a su papá en presente; el es un desaparecido y hasta que no haya pruebas reales de que esté muerto, para ella estará vivo hasta la eternidad, “me duele, no tanto el no haber podido compartir con él, sino que me hayan arrebatado la posibilidad de hacerlo. No tuve la posibilidad de compartir con él porque personas que eran responsables de cuidarlos, los agentes estatales y los integrantes de las fuerzas armadas militares lo desaparecieron (...). le diría que él es mi héroe, es mi modelo de hombre a seguir, que lo amo, que lo admiro por la fortaleza que tuvo para soportar lo que tuvo que soportar en esos días y que en cierta forma comprendo la impotencia que él debió haber sentido al ver que lo estaban sacando de un infierno, pero darse cuenta que realmente no lo estaban sacando del infierno, sino que lo estaban llevando a uno peor”.

Cristina del Pilar Guarín Cortés Entrevista con René Guarín, hermano de Cristina “Como éramos hermanos seguidos nos tratábamos más, éramos muy unidos por lo que íbamos ambos al mismo colegio tanto en primaria como en bachillerato. Teníamos una relación estrecha, más que hermanos éramos amigos”. Cristina nació el 9 de septiembre de 1958 en Bogotá, fue la séptima de los ocho hijos que tuvo Elsa María Osorio y la cuarta de los cinco hijos de José Guarín Ortiz. “Físicamente Cristina medía 1,57 centímetros, pesaba unos 60 kilos, era algo robusta, era de piel blanca, cabello liso, ojos grandes y expresivos, cejas gruesas, labios medianos, era zurda desde niña (...)”. “Cristina tuvo una relación difícil con mi papá. Siempre mi papá la molestó por los novios que ella tenía, nunca le gustó ninguno, la molestaba con los permisos para salir a bailar en esa época; con los demás en casa la relación era normal”. Rene comenta que la relación de Cristina con su madre y sus demás hermanos era poco afectuosa pero no tan tensionante como con la de su padre, además René, y su hermana tenían una relación estrecha, unida, de buenos hermanos. Estudió junto con su hermano René en los colegios Instituto Pedagógico Nacional y en el Externado Nacional Camilo Torres de Bogotá, graduándose Cristina en 1979 como bachiller. Al terminar sus estudios escolares ingresa a la Universidad Pedagógica Nacional a cursar Licenciatura en Ciencias Sociales, graduándose en enero de 1985. “Mi hermana una vez termina la carrera estaba pensando en viajar a España a estudiar en la Universidad Complutense de Madrid, un posgrado en Ciencias de la Educación, de hecho después de desaparecida, a la casa nos contactaron para informarnos que la beca para irse a estudiar le había salido, pero para ese momento Cristina ya llevaba como un mes desaparecida; ese era su sueño”. La señora Elsa María, madre de Cristina, tenía una buena relación de amistad con María Elena de Rodríguez, madre de Carlos Rodríguez, administrador de la cafetería del Palacio, se habían conocido en 1957, eran compañeras de trabajo en la Proveedora Litúrgica. Durante años las familias Rodríguez y Guarín se siguieron tratando con una buena amistad de por medio. “Para el año de 1985, meses antes de los sucesos del Palacio, a mi mamá la llama Elena para decirle que Carlos estaba administrando la cafetería y que su esposa Cecilia estaba a punto de tener una niña (estaba embarazada), entonces que necesitaba a alguien de confianza para que manejara la caja de la cafetería, porque la estaba manejando Cecilia, y pues necesitaban a alguien de confianza”. Inicialmente Cristina no quiso el trabajo de cajera, “ella decía que no iba a ser una cajera, que ella era una licenciada en Ciencias Sociales, que ya se iba a ir del país; pero la que más la impulsa y le insiste que vaya es mi mamá, y es así como Cristina termina trabajando en la cafetería del Palacio de Justicia el 1 de octubre de 1985”. El día vivir de Cristina esos 36 días que trabajó en la cafetería del Palacio era de la casa al trabajo y del trabajo a la casa, “recuerdo una vez que fui por ella fuimos a la carrera séptima a un almacén de discos a comprar un cassette de música salsa que a ella le gustaba y ese ahí conocí a Bernardo Beltrán y a Héctor Jaime Beltrán que estaban saliendo con ella del Palacio de Justicia”. “Recuerdo el 5 de noviembre por la noche, Cristina llegó a la casa cansada de caminar, metió los pies en agua fría, y el 6 de noviembre sale a trabajar normalmente (...)”. Nadie pensó que ese 6 de noviembre iba a ser el último día que se iba a saber de Cristina del Pilar Guarín, luego de entrar al Palacio, saludar a sus compañeros y trabajar en la cafetería. Sebastián Guarín, hermano de Cristina y René, fue la última persona en ver con vida a su hermana, “Sebastián trabajaba en el centro, se encuentra con Cristina, se dan un beso, ella entra a trabajar y hasta ahí se sabe”. El Palacio de Justicia estaba siendo custodiado por la Policía Nacional debido a una amenaza de toma que supuestamente se podría dar. Cristina y sus compañeros eran requisados diariamente al entrar, pero desde el 5 de noviembre esa seguridad había sido retirada, acto que hasta el día de hoy tiene bastante controversia. “El aviso lo dio el coronel retirado de la policía Pedro Herrera Miranda, que informa que el magistrado Reyes Echandía solicitó el retiro de la vigilancia del Palacio, la familia del presidente de la Corte dice que eso nunca ocurrió (...) y se ha demostrado que el día que el Coronel Pedro informa esta orden, se encontraba en Ibagué; ha sido una mentira estatal que se ha seguido sosteniendo durante 33 años” comenta René. Los medios de comunicación fueron en parte cruciales el día de la toma, “yo estaba estudiando en la Universidad Nacional y ahí empezó a darse la noticia de que el M-19 acababa de tomarse el Palacio de Justicia. Yo vine al centro y esto estaba rodeado de ejército y policías y no dejaban pasar. Hasta el segundo día, después de que termina la retoma, mi papá y yo venimos al Palacio, yo espero a la entrada y mi papá entra y encuentra que está la caja tiroteada (la caja de la cafetería), y está el paraguas de ella y la cédula, es todo lo que se sabe de Cristina, nada más”. Al finalizar la retoma en 7 de noviembre de 1985, la familia Guarín comenzó la búsqueda de Cristina. “Nosotros empezamos a ir a todo sitio, fuimos al Palacio de Justicia, a medicina legal, al Hospital Militar, a la Procuraduría, a la Presidencia de la República, y lo que veíamos era que nos mandaban de un sitio a otro sin darnos una razón concreta (...), ya habían pasado cuatro, cinco día nosotros hacemos consciencia de que Cristina está desaparecida porque no aparecía ni viva ni muerta”. Tiempo después, una llamada de la Procuraduría da aliento a la familia Guarín y las demás familias de desaparecidos sobre el paradero de sus familiares. "Supuestamente había un cassette que dejaron en un restaurante de la calle 34 con carrera 13 al lado del teatro Teusaquillo, con información sobre las personas que salieron vivas del Palacio y se encuentran desaparecidas", ese fue el primer indicio de los empleados de la cafetería y demás desaparecidos. En los noticieros mostraban las imágenes de todo el suceso de la toma y retoma, “mi papá miraba los noticieros y decía que una mujer era Cristina (se refería a una mujer que un soldado llevaba alzada en el hombro, viva). En 1986 mi papá y el abogado del caso Eduardo Umaña Mendoza, que lo asesinan en 1998, van a la Procuraduría, a los juzgados, a los lugares que estaban tratando el caso y encuentran con que ellos dicen que esa no es Cristina, esa es una ascensorista llamada María Nelfi Díaz, entonces eso queda así durante muchos años”. René afirma que la libertad de prensa se vio truncada durante la toma y retoma del Palacio de Justicia; otra voz que se alza en contra de la decisión de Noemí Sanín, ministra de comunicaciones de la época, que en vez de mostrar al pueblo colombiano el suceso en la Plaza de Bolívar, transmitió por radio y tv un partido de fútbol. La búsqueda por Cristina del Pilar la llevó a cabo su hermano René, su padre y su madre, “mis hermanos no se metieron en nada, yo hoy en dí todavía no se por qué, no se si fue por miedo o por lo que fuera. Mi papá sí comenzó a averiguar por su hija, empezó a tratar de indagarle al Estado que era lo que pasaba con ella, mi mamá lo acompañaba, y yo inicialmente decidí vincularme en señal de protesta a la guerrilla del M-19, estuve cuatro años militando como guerrillero; después se firmaron los acuerdos de paz y el caso quedó en que cada año íbamos con las flores y con las fotos a preguntar dónde están los desaparecidos del Palacio de Justicia a la Plaza de Bolívar hasta el año 2005”. 20 años después del holocausto, el caso Palacio de Justicia comenzó a alzar vuelo de nuevo, pero tristemente los padres y madres de los desaparecidos empiezan a fallecer por su edad y por el fuerte duelo de la “pérdida” de su familiar. “Quienes quedamos somos los hermanos y los hijos de las personas desaparecidas y seguimos luchando. Yo definiría la búsqueda como una lucha en donde se ha caracterizado más es la persistencia, la constancia de seguir exigiendo la verdad, tanto así que el Estado 30 años después empieza a encontrar personas que supuestamente fueron mal enterradas y son unos encuentros y hallazgos muy extraños (...)”. Una agenda de Cristina encontrada después de los hechos fue punto de controversia y duda de su identidad y de su supuesta relación con el M-19, José Guarín, el padre, fue llamado a indagatoria para hablar de dicha agenda para explicar unos escritos que se encontraban en esta. “La agenda empieza a ser estudiada por el juez Alfonso Triana Rincón, él llamaba a mi papá para preguntarle por cosas de la agenda que eran marcas de color rojo, lo cual era el control del periódo menstrual de Cristina, y algunas fechas con nombres que eran los nombres de algunas primas y familiares con el día de su cumpleaños, entonces esa agenda fue utilizada a modo de ver por el Estado para tratar de incriminar a mi hermana en la toma del Palacio de Justicia de manera perversa”. 33 años después René cree que Cristina fue capturada, torturada y asesinada por el Ejército Nacional de Colombia, por la policía y por los organismos de seguridad de la época. “Después Fue dejada en el Palacio como si hubiera muerto allí. De hecho el hallazgo de sus fragmentos óseos develaron que con la tercera vértebra dorsal se concluye que Cristina primero es asesinada y después es dejada para que se queme y aparezca como muerta en el incendio, eso lo devela el informe policial técnico del Instituto Nacional de Medicina Legal del Estado colombiano en cabeza del médico forense Jorge Franco Zuluaga”. René luego del informe forense admite que todo lleva a pensar que Cristina del Pilar fue considerada una guerrillera debido al poco tiempo que llevaba trabajando en el Palacio de Justicia, “además de que era licenciada en Ciencias Sociales, porque se iba a ir para España, porque era una persona políglota y porque creo que a la luz de la inteligencia militar, una persona con esas características que leyera, hablara y escribiera además del español, el inglés y el francés, pues sencillamente era una guerrillera y hacía parte del grupo subversivo y por eso creo que a ella la mataron, sin embargo es una verdad que el Estado colombiano me debe “. Al pasar 24 años de la toma, luego de participar como militante del M-19, René Guarín en el año 2009 recibe una amenaza en la calle 19 con tercera, donde le dejaron el nombre de sus hijos cortado en papel periódico debajo de una mesa de un café llamado Café Kaldivia. René preocupado se dirigió a la Fiscalía donde la persona que lo recibió le dijo que recibía la prueba de amenaza pero que no tenía orden de adelantar una investigación, “el me dijo que hablaron que el señor Guarín va a declarar sus amenazas y que le dijeron ya saben, pilas con eso y pilas con eso es que hay que dejar quietas las cosas, no hay que hacer nada”. Esa persona que atendió a René tenía la información necesaria sobre las amenazas recibidas, pero no se hizo mayor cosa por llegar al fondo del caso. René al ver que por la lucha de búsqueda de su hermana, su vida y la de su familia comenzó a correr peligro, se va del país y vivió como exiliado en Francia. “Las amenazas fueron meses antes de que el Coronel Plazas Vega fuera condenado a 30 años, fueron semanas después de que yo hablara por voz primera de un general de la policía llamado Gustavo Socha Salamanca que era el Director de Instrucción Criminal y yo le dijera a Noticias Uno que éste general había mandado a enterrar personas y que no había cumplido con los protocolos sino de manera irregular (...)”. En octubre de 2015, a casi 30 años de la toma, René es citado por medicina legal, por la Fiscalía General de la Nación y por el CTI a las instalaciones de medicina legal para contarle que el 27 de mayo se ordenó una exhumación a la tumba de una visitante ocasional del Palacio, una mujer de Cartagena llamada Marina Ferrer de Velásquez, “en su tumba encontraron unos pocos huesos de Marina que eran sus pies, y que encontraron una osamenta y un pedazo de falda que son de Cristina; para mi fue un choque emocional grandísimo pues porque fue la mezcla de conseguir lo que se había pedido, pero también de saber que no estaban ni mi papá ni mi mamá que eran los que debían recibir el cadáver de Cristina”. Para sorpresa de René, la fiscal del caso va a Cartagena y habla con los familiares de Marina Ferrer, quienes le dicen que su mamá siempre fue tildada de guerrillera y que ellos en esa tumba donde apareció Cristina nunca habían enterrado ni pedazos de falda ni huesos, “ellos no saben en qué momento intervinieron esa tumba para meter a Cristina; se podía pensar que fue un asalto a la tumba pero no sabemos en qué momento fue, si fue días después o si fue ahorita que revivieron el proceso y Cristina estaba en otro lado y la sacan y la meten ahí”. El día de los hechos, Cristina llevaba una falda escocesa, una blusa con un moño que le colgaba, tacones y medias veladas, por lo que el pedazo de falda encontrado en los restos coincidía con las declaraciones de los familiares que la vieron viva ese último día. Luego de que el Estado entregara los restos de Cristina, René comenta su posición respecto al paso a seguir, “el Estado nos prometió una verdad que todavía nos debe, nos prometió unas investigaciones de las cuales no ha habido mayores avances, y en el caso de las personas desaparecidas del Palacio hay una característica y es que todavía hay personas que no tienen absolutamente nada, ni un hueso de su familiar, como es el caso de Carlos Rodríguez, de Irma Franco, de Gloria Anzola y de Gloria Lizarazo, de los desaparecidos tradicionales (...), se están cerrando unos ciclos pero también se abren otros con otras personas que ahora no aparecen (refiriéndose al caso de Héctor Jaime Beltrán y Bernardo Beltrán)”. La familia Guarín desde ese 6 de noviembre de 1985 se fragmentó, cuenta René, no se volvió a celebrar festividades como navidad y año nuevo, “luego llegué a la guerrilla, luego caí preso y terminé alejado de mi casa. El tema del cuarto de Cristina se volvió como un mito y un misterio porque ahí estaba la ropa, los cuadernos y las fotos, entonces se volvió un mito de que ese cuarto no se tocaba, pero cuando hicieron la obra de teatro por ella, la Siempreviva, mi mamá un día decidió botar y quemar todo lo de Cristina”. Han pasado 33 años de la desaparición y muerte de Cristina del Pilar Guarín, una mujer dedicada, estudiada y que tenía un futuro por delante, su hermano René Guarín la recuerda cada día como la amiga incondicional que era para él, con todo el amor que un hermano puede brindarle, “yo le diría a Cristina que le cumplí y que persistí, que nada de lo que yo pudiera hacer lo dejé de hacer, todo lo que tenía que hacer lo hice; le diría que tengo hoy en día un hogar, una esposa, que tengo unos hijos, que he trabajado, que soy super deportista, es decir, compartiría con ella muchas cosas como la hermana mayor que es”.

Bernardo Beltrán Hernández Entrevista con Sandra y Fanny Beltrán, hermanas de Bernardo. “Ese amor que él me dio es el que me ha dado el impulso para buscarlo. Lo extraño, siempre lo necesitaré; no puedo aceptar su muerte”, (Sandra Beltrán). Amante del fútbol y la Salsa, Bernardo nació el 10 de julio de 1961 en una familia de seis hermanos, hijo de Bernardo Beltrán Monroy y María de Jesús Hernández. Vivía en un sector popular de la localidad de Fontibón en Bogotá. Desde pequeño, sus cualidades siempre fueron de amabilidad, sencillez, un hombre muy organizado y amoroso con sus seres queridos. Con sus padres y hermanos, la relación siempre fue estrecha, fueron muy unidos y se querían mucho el uno al otro. Cuidaba mucho de Sandra y Fanny, era muy celoso aunque tímido también. De su vida sentimental, sus hermanas recuerdan al amor de su vida, la hermana de uno de sus amigos con quien jugaba fútbol, Marlen Cuervo. Cursó algunos años de su escuela en el colegio distrital Antonio Nariño. Luego, pasó al colegio Santa Ana, donde lo recuerdan cada día. Finalmente, se graduó del colegio San Pedro. Al terminar su bachillerato, Bernardo quería continuar sus estudios por alguna carrera o curso relacionado con la cocina, ya que era un buen cocinero, “él quería montar una cadena de bar-restaurante, quería seguir estudiando toda la parte de cocina y comidas y aprender inglés”, dice Sandra. Para 1981, logró entrar al SENA para estudiar el programa de Bar y Restaurante; “estaba contento cuando supo que entró. Llegó y le contó a mi mamá, pero estaba preocupado porque tenían que usar uniforme, estaba preocupado por la parte económica”, recuerda su hermana Sandra. Sus horarios eran desde muy temprano, madrugaba e iba a estudiar en la sede de la carrera 30. Al terminar sus estudios, hizo sus pasantías un año en el Hotel Hilton, para pasar después a trabajar en el restaurante de parrillada argentina llamado La Yerra, al norte de la ciudad. Sin embargo, este trabajo no fue mucho de su agrado por motivos de pago tardío. Al poco tiempo, trabajó en el Claustro de San Agustín y de allí, gracias a la Asistente del SENA, fue contactado para trabajar en la cafetería del Palacio de Justicia. El 30 de agosto de 1985, Bernardo entró a trabajar en la cafetería del lujoso Palacio. Para ese entonces, Fanny se había casado y se había ido a Tolima a formar su familia, pero seguía en contacto con su hermano. “Él se levantaba a las 5:00 am, se colocaba una pantaloneta, un saco y se iba a trotar. Cuando llegaba, hacía calentao’ con la comida de la noche anterior con chocolate, ese era su desayuno, pero no colocaba plato, él colocaba la paila. Luego se duchaba, se cepillaba los dientes, se arreglaba y salía a eso de las 8:00 am-8:15 am”, recuerda Sandra. Su día a día era muy normal, se levantaba, iba a su trabajo en el centro y volvía en la tarde a su casa para ayudar a preparar la cena de la familia. Un día, para el mes de octubre, Bernardo comentó una noticia inusual, “se paró en la puerta de la cocina y le dice a mi mamá que más que preocupado está asustado porque al entrar, primero los estaban esculcando, y segundo, les estaban llegando sufragios a los magistrados; entonces para él eso era una cosa muy fea”, menciona Sandra. Había días que entraba a las 9:00 am y otros a las 11:00 am. Su hermano Diego, el menor de la familia, era un bebé en esa época; “llegaba y cambiaba a Diego, le llenaba los frascos de tetero, le limpiaba el coche y se lo llevaba para donde sus amigos”, cuenta su hermana. El 6 de noviembre de 1985, una mañana de un miércoles, Bernardo se levantó como de costumbre, se alistó para ir a trabajar al Palacio de Justicia. Sandra, quien estaba en la casa, fue la última persona de la familia en verlo. “Yo estudiaba enfermería en las horas de la tarde, y por la mañana me quedaba en la casa (...) Salimos a la puerta de la casa, y cuando llega a la esquina se despide antes de voltear. Yo me entro y me pongo a hacer los quehaceres para antes de ir a estudiar”. Sandra, que estaba en casa, debía hacer un mandado que le pidió su mamá María. “En esa época había un supermercado (IDEMA), mi mamá me había encargado que el arroz, el azúcar, el aceite; entonces yo me fui a traer el mercado, y estando en el supermercado haciendo la cola, el portero de IDEMA tenía un radio transistor, y por el radio yo escucho la noticia de que un comando guerrillero del M-19 se había tomado el Palacio de Justicia. Me devuelvo a la casa y empiezo a llamar a mi mamá, ella trabajaba en una empresa de textiles (...), cuando ella llega a las 2:30 pm a la casa, se entera. Luego llega mi papá y nos quedamos a esperar y a intentar llamar a la cafetería del Palacio”. Antes de los hechos, su hermana recuerda que Bernardo llevaba ese día un pantalón de pana color habano, una camisa a cuadros pequeños, un saco verde y el morral donde cargaba el uniforme. Nunca pensó que después de esa mañana su vida y la de su familia iba a cambiar para siempre. La toma del Palacio de Justicia había terminado. Se decía por los medios que no era recomendable acercarse a la Plaza de Bolívar, “a eso de las 3:00 pm del primer día, se evacuó los primero rehenes, se les tomaba los nombres y se llevaban a la Casa del Florero. Mi mamá y mi papá tenían las esperanza de que en cualquier momento iba a llegar. Ese día llegaron a la casa primos, tíos, amigos, vecinos, todo el mundo, a estar pendiente de las noticias; pero Bernardo nunca llegó”, recuerda Sandra. La señora María, en palabras de su hija, “cuando sucedió el incendio del Palacio, estaba planchando y lo único que dijo fue me mataron a mi muchacho, generandonos más angustia y dolor. Fue algo muy impresionante. Mi papá se paró en la esquina como hasta las 4:00 am, porque el pensaba que depronto Bernardo estaba sin papeles, sin plata. Mi hermano nunca llegó y mi papá se quedó esperándolo toda la noche. Al día siguiente llega mi hermana Fanny y hacemos los arreglos para ir a Medicina Legal”. “Yo viajé a las 4:00 am, que era cuando salía el primer bus. Cuando yo llegué a Bogotá sobre el medio día, yo que voy volteando a la esquina y mi papá iba saliendo, entonces yo solté maletas y me fui con mi papá. Mi mamá ya se había ido para la Plaza de Bolívar. Nosotros nos bajamos cerca, pegué el carrerón y todas las calles estaban cerradas. Yo llegué hasta la esquina de la Luis Ángel Arango (...) me encontré con mi mamá (...) empezamos a preguntar y nadie decía nada”, recuerda Fanny. Muchas personas estaban saliendo de la Casa del Florero, pero nadie sabía nada de Bernardo. “Esa noche logramos llegar hasta la puerta del Palacio con mi mamá, veíamos que sacaban bandejas con cadáveres, les mirábamos las caras, pero ninguno era Bernardo”, dice Fanny. “Mi mamá le preguntó a un soldado por los empleados de la cafetería porque nadie decía nada, el soldado le responde que a todas las personas se las están llevando al Cantón Norte. Mis papás llegan allá y miran los listados y tampoco estaba. Luego mi papá dura 15 días consecutivos entrando mañana, tarde y noche a Medicina Legal”, comenta Sandra. Lo raro del caso del Palacio, es que la cafetería no tenía indicios de haber sido blanco del cruce de fuego. Sandra dice que la fruta estaba picada, las mesas estaban servidas, la caja registradora estaba saqueada y los documentos de los empleados no estaban, y no había rastro de sangre o disparos que dijera que Bernardo y sus compañeros habían muerto allí. “Al día siguiente de la toma del Palacio, llama un doctor de apellido Meléndez, que trabajaba en el Fondo rotatorio de la Aduana. Él iba todos los días a desayunar al Palacio y el que lo atendía era Bernardo. Él había hablado con Bernardo y le había pedido la hoja de vida para ver si lo podía ayudar a conseguir un mejor empleo, por eso él tenía el teléfono de la casa. Le dice a mi mamá que no se preocupe, que Bernardo no se demora en llegar porque él está al lado de la Alcaldía y que ve a Bernardo salir del Palacio acompañado de un militar, hacia la Casa del Florero”, recuerda Sandra. Pasadas dos semanas aproximadamente, las hermanas dicen que Luz Dary Samper, abogada y esposa del chef desaparecido de la cafetería, David Suspes, contacta al abogado Eduardo Umaña Mendoza, persona que se encargó del caso de los desaparecidos del Palacio hasta el día de su muerte en 1998. Las familias de los empleados de la cafetería y de los demás desaparecidos se reunían periódicamente con el abogado Umaña. “Como a los tres meses, nos enteramos que en la constitución no está la desaparición como un delito (...) hicimos una demanda administrativa, y posteriormente, Enrique Rodríguez, padre del administrador de la cafetería, va a la Corte Interamericana, presenta el caso de Carlos Rodríguez ante la comisión. Años después, Eduardo amarra al caso de Carlos a los demás desaparecidos (...) para lograr constatar que la desaparición quede en la constitución como un delito”, dice Sandra. El proceso de comisión a corte duró 10 años. La familia Beltrán y las demás seguían en la lucha de encontrar a sus hijos, hermanos, padres, esposos y esposas desaparecidos. “En esos años toca demostrar que ellos estaban dentro del Palacio, porque de hecho siempre nos dijeron que ellos nunca habían estado en el Palacio, que ellos nunca habían trabajado allá, que ellos no existían. Hubo que empezar a buscar testimonios de gente que los hubiera visto, pero como en ese momento todo mundo estaba asustado, era muy difícil convencer a los que los habían visto a ir ante los jueces de instrucción criminal (...)”, menciona Sandra. La señora María es quien, a partir de ese momentos, se encarga de conseguir los testigos que vieron con vida a su hijo ese 6 de noviembre. “Luego de enterarnos de los estudiantes torturados Eduardo Matson y Yolanda Santodomingo, nos enteramos que Eduardo Matson entra al Palacio, está parado frente a la cafetería al lado de los ascensores, va a subir a presentar un trabajo de tesis, y sale un muchacho alto, la descripción era la de Bernardo (...)”, cuenta Sandra. El tema de los cassette resuena en el testimonio de las hermanas Beltrán. Desde ese momento, el caso empieza a tornarse oscuro e imposible de resolver. Sandra cuenta: “Los cassette que habían dejado en una cafetería se pierden. 13 años después, a mi me llama una periodista extranjera y me entrega la transcripción de esos cassette, y yo entrego a la fiscalía como prueba”. Una llamada es recibida luego de los sucedido con los cassettes, donde afirman que los empleados y demás están en las cuevas de Sacromonte en Facatativá. “Fue algo muy sigiloso, no se difundió entre todos los familiares por seguridad. Sabían los Rodríguez y los Guarín, no recuerdo si más. Se hace la diligencia. Llegan a las cuevas (...) a un punto donde hay unas puertas que tienen unos candados grandísimos, oxidados. ¿Qué hay ahí?, pregunta Eduardo, le responden que no hay nada, que eso nunca se abre. Es tanta la insistencia del procurador Carlos Mauro Hoyos y de Eduardo Umaña, que hacen que abran la puerta. Al abrirla, es un cuarto que está abandonado, pero encontraron 16 camas limpias y en el piso no había una sola basura”, dice Sandra. Fue el punto de inicio de una vida bajo la mira por parte del Estado. Sandra cuenta que las familias empezaron a tener seguimiento, sus teléfonos intervenidos y habían hecho allanamientos en las casas de Enrique Rodríguez y el abogado Umaña. “Ese miércoles anterior al 18 de abril, tenemos reunión en el apartamento-oficina de Eduardo y él nos dice que está muy cansado, que ya no puede más, que va a contar muchas verdades, que va a pisar muchos callos, y que de aquí a diciembre ya se tenía que saber todo”. Además, Sandra menciona que Eduardo Umaña, antes de retirarse, iba a hablar del caso de Gaitán, del Sindicato de la USO y de los desaparecidos del Palacio de Justicia. El sábado 18 de abril de 1998 Eduardo Umaña Mendoza es asesinado en su oficina por dos hombres que se hicieron pasar por periodistas. Sandra considera que el destino de su hermano fue el típico dicho estaba en el lugar equivocado al momento equivocado, “esto estaba totalmente planeado, totalmente avisado. En el mes de octubre habían encontrado los planos en una casa del sur, se había pedido por eso la vigilancia, por eso estaban esculcando a la entrada y a la salida (...) Ellos (hablando de su hermano y los demás desaparecidos) llegaron vivos al Palacio a un día normal de trabajo, y sucede la toma. No sabíamos ni teníamos conocimiento de la barbarie de este Estado, que fueran capaces de asesinar, de torturar, de desaparecer a personas civiles comunes y corrientes. Tenían que acabar con la Corte, fue la primera en hablar de realidades, la primer Corte que tenía casos listo de militares, y fue un trompo para decir que Pablo Escobar había colaborado con la toma, para decir que ellos (M-19) habían quemado los expedientes”. Al principio se pedía la liberación, o en este caso, el regreso de los familiares vivos, porque vivos se los habían llevado. Pero con el paso de los años, al saber como trabajan los militares, muchos vinientes de la Escuela de las Américas, Sandra y Fanny comentan indignadas que no alcanzan a imaginar que no les habrán hecho a Bernardo y a sus compañeros. Con el paso de las décadas, la familia Beltrán ha luchado, guerreado y logrado con sudor y lágrimas, el regreso de Bernardo Beltrán. “Hemos seguido con persistencia, resistencia y amor”, dicen las hermanas. Sin embargo, luego de ese 6 de noviembre, Sandra dice que su vida no cambió sino que se acabó. “No hay vida. Abrir los ojos y pararse a caminar no es vivir. Llegar cumpleaños, navidades y sentarse a una mesa madres, padres y no hablar, no es vivir. Mirarse al espejo y ver que se ha pasado más de la mitad dela vida sin hacer ni mierda, no es vivir. Enterrar a los padres no es vivir. En pocas palabras, nos robaron la oportunidad de reírnos, de tener felicidad, todo nos lo quitaron. Yo siempre he dicho, y lo sostengo, que la vida nos la volvieron mierda porque mis papás se echaron a la pena, y con ella nos fuimos todos”. Tristemente, pero más que triste, injusto; los sucesos y decisiones del Gobierno y del ejército acabaron las familias, acabaron los sueños, acabaron la vida. Las evidencias que Sandra recuerda, como la libreta de Arias Cabrales en su mesa de noche, luego de un allanamiento, con información de seguimientos de familiares como las familias Guarín y Rodríguez, y los videos de los desaparecidos saliendo vivos del Palacio, para Sandra, estas personas son asesinos seriales guardando sus trofeos. El proceso de búsqueda y de respuestas, además de lograr una certeza con el caso de Bernardo, fue bastante largo. En un inicio, hace 15 años, la Fiscalía llamó a Sandra para atender a una cita. Al llegar, ella ve salir a Cecilia Cabrera y a René Guarín. “Cuando yo entro a un cuarto, de buen tamaño, con una pantalla súper grande, llegan dos abogados de parte de Plazas Vega (...) ahí empiezan a proyectar un video, y en determinado momento viene Bernardo saliendo y lo primero que yo le reconozco es el peinado de medio lado (...) nosotros tenemos unas entradas inconfundibles, más que todo los hombres. Yo, que estaba sentada, pego el grito y dijo ¡ese es Bernardo!”. La proyección del video, ese mismo video que vio Sandra, ya había sido visto por Cecilia y René, ambos acertaron en decir que el hombre que salía del Palacio en esa grabación era Bernardo. Claramente, Sandra estaba dichosa de ver a su hermano saliendo ¡VIVO! del atroz acontecimiento del centro de Bogotá, estaba la prueba incuestionable de que salió con vida. Dos años y cinco meses después, sale la noticia de que las evidencias grabadas de la época, demostraron que Bernardo Beltrán Hernández fue identificado sin duda alguna. Tiempo después, Sandra recibe una llamada de Jorge Sarmiento de la Fiscalía General de la Nación, diciéndole que debe atender una diligencia. Confundida, Sandra le dice al señor Sarmiento que no asistirá ya que no sabe el motivo de la cita, a lo que este responde: Doña Sandra, el grupo de patología de Medicina Legal nos pide reunión con ustedes; “entonces, blanco es, gallina lo pone y frito se come. Llamo a mis hermanos y les digo...apareció Bernardo”. La cita fue agendada para julio de 2017. La familia Beltrán llegó el día de la cita a las 2:00 pm, al igual que la familia del magistrado auxiliar Jorge Alberto Echeverri. “Nos llevaron a un salón. Estaba ley de víctimas, estaba la Fiscalía, Medicina Legal, los representantes y las familias (...) Jairo Díaz, que es el director de patologías, empieza a hacer su exposición, y nos dice que en la ciudad de Manizales, en la tumba del magistrado Jorge Echeverri, al hacer los estudios y la exhumación, y colocar los resultados en la base de datos, tienen relación con mamá y papá; era Bernardo”. Jairo Díaz agregó durante la cita, que el cuerpo está totalmente calcinado, “nosotros quedamos en shock, porque se supone que lo vimos salir vivo, y luego nos entregan sus restos calcinados, entonces, ¿cómo así?”, menciona Fanny. “Yo le digo a Jairo, cómo habrá hecho Bernardo, debió haber sido un berraco, zafarse de los militares, salirse de la Casa del Florero y volver a entrar al Palacio, subirse al cuarto piso y quemarse, a lo que él me responde: Doña Sandra, este no es el momento, ni el tipo de la diligencia para hacer ese tipo de preguntas, más adelante miraremos. Se salió de la reunión, muy campante”, afirma Sandra. El 4 de noviembre de 2017, la familia Beltrán, luego de varias reuniones con entidades del Estado, recibieron los restos dignos de Bernardo, “hicimos un recibimiento con los más allegados, y fue el 4 de noviembre porque cumplía años mamá de fallecida. Decidimos que no lo íbamos a recibir ni en la Plaza de Bolívar, ni en el patio del Palacio, porque simplemente allí fue asesinado. Decidimos traerlo para el barrio donde nació y creció (...)”, dicen las hermanas. Han pasado 33 años del desaparecimiento y asesinato de Bernardo Beltrán Hernández, 33 años de lucha, persistencia, lágrimas y esperanza. Fanny, lo recuerda como un hermano fiel a ella, un hermano amoroso e inigualable, “nos ha hecho mucha falta. Me hubiese gustado disfrutar con él mucho todos estos años, que hubiera conocido a mis hijos, porque a él le gustaban mucho los niños, yo creo que él hubiera sido muy feliz disfrutando a mis hijos. Ha sido duro ver crecer a mis hijos sin un tío (...) lo que más me duele es no tenerlo al pie, lo extraño mucho”. Sandra por su parte, quien estuvo siempre, luego de la pérdida de sus padres, frente al caso de su hermano, lo lleva en su memoria como ese muchacho que no le gustaba bailar, que amaba comer calentao’ con chocolate en el desayuno. “Después de 33 años, después de enterrar a nuestros padres, después de superar un cáncer, después de tratar de retroalimentarme para salir adelante, veo que lo que tengo más presente es el amor hacia mi, que ese amor que él me dio es el que me ha dado el impulso para buscarlo. Lo extraño, siempre lo necesitaré; no puedo aceptar su muerte, más por la forma en como murió,pero sé que en este momento él ya está tranquilo; sé que está con papá y mamá. Le doy las gracias porque sembró en mi amor; compartió con nosotros 24 años de risas, de diferencias, pero de mucha ternura. Quiero decirle que mientras yo tenga vida, él vivirá”.

Lucy Amparo Oviedo Entrevista con Armida y Aura Oviedo, hermanas de Lucy. “La extrañamos, hicimos nuestro mejor esfuerzo y que lo seguiremos haciendo, y que nunca ha desaparecido del corazón de nosotros” (Armida Oviedo). De Chaparral-Tolima, Lucy nació el 15 de febrero de 1962. Hija de Rafael Oviedo y Ana María Bonilla, era la menor de seis hermanos de la pareja. Sus hermanas la recuerdan como una mujer alta, hermosa, piernuda, con cabello hasta los hombros color negro, “ella era la niña consentida de todos sus hermanos, de su mamá y de su papá”, dice Armida. Responsable y estudiosa desde pequeña, lucy hizo su primaria en el colegio Francisco Javier de Castro, luego parte de su secundaria en el Soledad Medina en Chaparral, donde al poco tiempo se casó con Jairo Arias, el amor de su vida, con quien construyó su familia teniendo dos hijos, Jairo Alberto y Rafael Armando. Finalmente se graduó del colegio Federico Herbart en Bogotá. Su sueño era ser abogada, por lo que empezó a realizar las vueltas necesarias para ingresar a estudiar Derecho en la Universidad Externado de Colombia. Para el año de 1984, Los padres de Lucy llegan a Bogotá buscando mejores oportunidades laborales montando un negocio de restaurante-panadería, donde ella laboraba mientras conseguía un trabajo a fin de su carrera de leyes. “Prácticamente ella administraba el restaurante. Ella se levantaba temprano, iba a hacer todo lo que tenía que hacer, y a media tarde se iba”, recuerda Armida. Lucy vivía con su familia en la urbanización San Nicolás, cerca al barrio San cristobal sur. Su esposo era mensajero de un banco en ese entonces. Mientras trabajaba en el resturante de sus padres, Lucy visitaba frecuentemente el Palacio de Justicia en la Plaza de Bolívar. “Alfonso Gómez Méndez la mandó allá a unas entrevistas, no precisamente al Palacio de Justicia, sino al tribunal superior”, dice Aura. Las hermanas Oviedo cuentan que Alfonso Gómez Méndez, político, abogado y jurista nacido en Chaparral, junto con Alfonso Reyes Echandía, jurista y magistrado también de Tolima, eran amigos de la familia, “por eso ella estaba allí ese día, porque Alfonso Gómez le estaba ayudando a conseguir trabajo a ella”, dice Armida. El miércoles 6 de noviembre de 1985, Lucy se levantó temprano para asistir a una entrevista que tenía con el magistrado Raúl Trujillo en el Palacio de Justicia, “ella iba vestida con un conjunto beige”, recuerdan sus hermanas. Las últimas personas en verla fueron sus hijos y su esposo, se despidieron y ella salió a tomar el transporte para llegar a su cita a las 10:00 am. Al medio día, las noticias transmiten el suceso atroz que estaba ocurriendo en el centro de la ciudad, la toma del Palacio de Justicia. La familia Oviedo se entera por medio de la televisión y de la radio, su preocupación se volvió inimaginable al saber que Lucy Amparo oviedo se encontraba allí. “Lo primero fue llamar al esposo para decirle que Lucy tenía esa salida al centro, que fuera y se diera cuenta si Lucy estaba en la casa (...) entonces él fue y ella no había llegado. Llegó la 1:00 pm, la 1:30 pm y ella no llegó”, recuerda Aura. La información que se daba en los medios, luego de la toma, era que las personas que salieron vivas fueron llevadas a la Casa del Florero pasando la carrera séptima. La familia Oviedo logró llamar a la Casa del Florero, “dijeron que allá estaba, alguien que contestó el teléfono”, dice Aura. “Después llamaron a la casa, que allá estaba Lucy, que estaba muy sucia, que le lleváramos ropa”, dice Armida. Se pensaba que esa respuesta en la llamada iba a calmar el miedo que se tenía, pero no fue así. Al llegar a la Casa del Florero ya no estaban las personas que dijeron que se encontraban allí, a parte de que ya habían limpiado todo. “Solo estaban las aseadoras y nos dijeron que fuéramos a averiguar al Cantón Norte. Fuimos, y allá que en la lista no estaba, pero un soldadito que estaba de vigilancia nos dijo que no nos rindiéramos, que persisitiéramos que ella estaba ahí”, recuerda Armida. La búsqueda por Lucy se convirtió en la tarea diaria al igual que la de las otras familias de desaparecidos. Se le buscó en Procuraduría y en todas las organizaciones estatales que pudieran colaborar con el caso. La señora Ana María, madre de Lucy, fue quien lideró la búsqueda de su hija junto con los padres y familiares de los trabajadores de la cafetería y de las otras dos visitantes ocasionales. Armida recuerda sus visitas a medicina legal para intentar identificar el cuerpo de su hermana por si había fallecido durante la toma, “yo vi todos los muertos en medicina legal, los examiné todos (...) nosotros vimos los primeros muertos que llegaron a medicina legal y no estaban quemados, estaban enteros. Había una que le pusieron, a una señora ahí crespa, que era identificable porque no quedó calcinada, porque los primeros que llevaron estaban enteritos, solo muertos a bala; le pusieron Vera Grabe M-19, y después Vera Grabe apareció viva (...)”. Muchas de las personas que fallecieron por el fuego cruzado aparecieron después quemadas sin razón coherente alguna, “el ejército llegó y los roció con gasolina y los quemó a todos, los apiló y los quemó para confundir los restos” dice Armida. Tiempo después con la evidencia en video de la salida de las personas del Palacio, la familia Oviedo logró identificar en uno de ellos, que Lucy había salido con vida, en un video de la televisión española. ¿Qué pasó con Lucy Amparo Oviedo esos dos días de noviembre de 1985? “torturas, de todo. Nosotros los localizamos en el Charry Solano pero luego los cambiaron. Estaban en unos carros-casa, había una muchacha herida en la pierna que supuestamente era Irma Franco. Allá en el Charry Solano los tenían a todos, por allá en una arboleda (...) Nosotros fuimos a la casa de ella en San Nicolás porque le dije a mi mamá ay mami vea que me he soñado mucho con Lucy, nos subimos a un bus, nos bajamos y le dimos una vuelta al conjunto. Le dije a mi mamá aquí es donde Lucy vende los bizcochos de achira (mostrándole una tienda), entramos, era de una señora paisa, y enseguida ella reconoció a mamá (...) le dijo que ahí venían los soldaditos y que ella iba a parar oreja porque supuestamente allá arriba habían retenidos”, recuerda Aura. Ese testimonio ayudó a considerar que tanto Lucy como los demás desaparecidos retenidos se encontraban cerca pero que luego fueron trasladados a sabrá Dios donde. Con los años los actos del ejército fueron criticados y fuertemente juzgados por las familias de los desaparecidos, “eso es barbarie, los derechos humanos fueron cruelmente violados. Por ejemplo, ese señor Plazas Vega y quien dirigió la operación de entrar esos carros de esa manera, asesinar un poco de gente por coger tres bandidos del M-19 que era lo que había ahí, asesinaron toda una corte, todos los empleados y todos los magistrados, todo por un fin individual”, afirma Armida. Los empleados de la cafetería, como Norma Esguerra, Gloria Anzola, Irma Franco y Lucy Oviedo vivieron el infierno de la toma del Palacio de Justicia. El plan de retomar el Palacio por parte del ejército se vio truncado por la falta de razonamiento y por como dicen las hermanas Oviedo, un fin individual. “A ellos les convenía destruir todos los archivos porque estaban los procesos de extradición”, afirma Armida. Para las hermanas, Lucy tuvo muchos factores en contra al momento de la toma, y al momento en que la tildaron de guerrillera, “como al sur del Tolima tenemos fama de que por allá ha salido la gente belicosa, y que son zonas rojas; y era una mujer joven, visitante, ni siquiera era empleada de ahí (...)”, dice Armida. A pesar de que Lucy era conocida por algunos magistrados y empleados del Palacio, ya que cuando iba de visitante subía al cuarto piso, ninguna de sus pertenencias fue encontrada, nada que tuviera que ver con ella. La familia se quebró emocionalmente luego de ese 6 de noviembre, “la vida de mamá fue otra, ella trataba de no amargarle la vida a uno, pero la tristeza de ella fue hasta el día que se murió”, recuerda Aura. “Ella se enloqueció, perdió la razón, loca del dolor. Salió corriendo a la calle diciendo devuélvanme a mi hija, lloraba (...)”, menciona Armida con tristeza. Las cuevas de Faca fue uno de los lugares donde se pensaba y se tenía la certeza que estaban los 12 desaparecidos, “papá con el doctor Carlos Mauro Hoyos estuvieron el las cuevas de Faca, eso era una cosa oscura, les decían (refiriéndose a los militares) que esto no lo han usado desde la Segunda Guerra Mundial. Mi papá prendió un fósforo y los inodoros estaban recién lavados, ya los habían trasteado otra vez”, afirma Aura. El silencio en el caso de la toma del Palacio de Justicia no ha podido dejar esclarecer la verdad de los hechos, ni la verdad de lo sucedido con Lucy Amparo y los demás, “son delitos que quedan en la impunidad, y eso no pasa sino solo en este país. La corrupción y la violación de derechos humanos es algo sistemático que ha ocurrido desde hace más de 50 años”, comenta Armida. La gente habla de los falsos positivos desde lo sucedido en la presidencia de Álvaro Uribe Vélez, pero la realidad es que los primeros falsos positivos están ahí, en el Palacio de Justicia, eso dicen las hermanas. La señora Ana María buscaba respuestas en todo lado para saber algo de su hija, fue cuando con una vidente llamada Norah se comunicó con ella para mostrarle evidencia sobre la muchacha. La señora le mostró una fotografía de Lucy, una fotografía que llevaba en la hoja de vida el día de la entrevista al Palacio de Justicia. La madre confundida preguntó de dónde sacó eso, a lo que Norah le contestó que era para que viera que si estaba trabajando en el caso de Lucy. Las palabras de la vidente helaron la sangre de la familia, “le explicó que era un sitio que tenía unos corredores largos y que no hacía sino trapear y que cuando se cansaba se sentaba en ese corredor (...) dijo ustedes de allá no la pueden sacar, si la intentan sacar la hacen matar”, dice Aura. 33 años han pasado desde la desaparición forzada de Lucy Amparo Oviedo, han sido más de tres décadas en que la familia sigue exigiendo verdad y justicia, y siguen recordando a esa pequeña niña que alguna vez fue con tantos sueños y metas en su vida, esa mujer madre de familia que tuvo un destino inesperado. “Sus hijos han respondido a su sacrificio, son dos buenas personas. Sus nietos la esperan, es abuela, ya tiene tres nietos”, dice Aura. Por otro lado Armida recuerda el amor por su hermana, “la extrañamos, hicimos nuestro mejor esfuerzo y que lo seguiremos haciendo, y que nunca ha desaparecido del corazón de nosotros”. Los restos de Lucy Amparo Oviedo de Arias fueron encontrados en 2015, sin embargo, la familia no quiso recibirlos porque solamente eran tres vértebras de su cuerpo, además de que la Fiscalía necesitaba tener esas vértebras para seguir con las investigaciones. Hasta el día de hoy no se sabe la verdad de lo sucedido con Lucy.

Luz Mary Portela León Entrevista con Milena Cárdenas, hija de Luz Mary. “Yo tengo imágenes muy vivas en mi cabeza, recuerdos de ella cuidándonos a mi y a mi hermano en la casa, recuerdo como ella tendía la cama por ejemplo, no le gustaba que sobraran partes de la cobija sino ella las doblaba todas hacia arriba de la cama. Cuando ella cocinaba nos ponía a escoger todos los granitos buenos y malos, recuerdo mucho que ella nos hacía gelatina de limón, le gustaba batir ponche, esas son imagenes que tengo muy vivas, y el olor del ponche con gelatina de limón es algo que tengo muy marcado en mi recuerdo”. Luz Mary Portela León nació el 28 de diciembre de 1958 en Cunday-Tolima, hija de Edilberto Portela y Rosalbina León, es la segunda hija de cuatro hermanos. “Ella viene de una familia campesina, en el Tolima ellos lo que hacían era cultivar, mis bisabuelos tenían una finca donde cultivaban café, yuca y tenían ganado” cuenta Milena. Luz Mary vivió hasta los 11 años en el Tolima, por situaciones familiares Rosalbina se fue a vivir con Luz Mary y con su hijo mayor Carlos León a San Bernardo-Cundinamarca. Luz Mary realizó sus estudios en la Normal Superior de Cundinamarca para salir con titular de profesora, “esa era la ilusión que ella tenía, salir como profesora, ejercer su profesorado, pero faltando un año para terminarlo se desplazan hacia Bogotá por problemas económicos. Mi abuela Rosalbina había conseguido una nueva pareja, José Esteban en San Bernardo, y con él se mudan a la ciudad en busca de mejorar su situación económica y familiar”. En 1979 y 1980 nace Milena y Edison, hijos de Rosalbina, que años después se enterarían que en realidad era su abuela. Rosalbina se dedicaba en Bogotá a trabajar en restaurantes mientras que José hacía celaduría. “Dos años antes de la toma, Rosalbina empieza a trabajar en la cafetería del Palacio de Justicia, y Luz Mary como siempre estuvo ayudándole en todos los trabajos que tuvo Rosalbina, a veces la cubría, pero mientras mi abuela trabajaba Luz Mary nos cuidaba en la casa”. Rosalbina era la encargada de ayudar al chef de la cafetería David Suspes Celis, ayudaba a pelar, a lavar y a picar, esa misma función era la que le tocaba a Luz Mary cuando la reemplazaba. La familia Portela León vivía en el barrio San Francisco de la localidad de Ciudad Bolívar en Bogotá. “Esa semana del 6 de noviembre de 1985, Rosalbina se enfermó, entonces mi abuela fue quien se quedó con nosotros en la casa mientras Luz Mary fue a reemplazarla toda la semana a la cafetería del Palacio de Justicia. Ella salía todas las mañana a eso de las 6:00 am, siempre nos daba un beso en la frente, recuerdo mucho ese beso. Por palabras de mi abuela, ese día Rosalbina le dijo que ella iba a trabajar, y Luz Mary le dijo que no porque ya se iba a acabar la semana, entonces que mejor se quedara descansando y así volvía el lunes a trabajar”. “Ese día mi abuela estuvo haciendo oficio, ella tenía una frase que era sacar al diablo de la casa, eso era cambiar sábanas, cambiar tendidos, brillar las ollas, lavar el piso, lavar el baño, entonces colocó fue música, no puso radio ni nada más; todo el día estuvo con música. Pasada la tarde nos bañó y a eso de las 4:00 pm empezaba una novela pero ella no prendió el televisor. Ellas (refiriéndose a su abuela y a su madre) llegaban no tan tarde a la casa, aún se veía algo del sol. Recuerdo a mi abuela asomarse por la ventana a eso de las 5:30 pm para ver si llegaba Luz Mary. Nosotros no teníamos teléfono, el que usábamos quedaba en el apartamento de los dueños de la casa, entonces hasta que ellos llegaran no se podía ni hacer ni recibir llamadas”. “Recuerdo que ella prendió el televisor a eso de las 7:00 pm y lo primero que ve son las imágenes de la toma del Palacio de Justicia, estaba la noticia en ese momento. Ella desesperada se iba a ir, iba a salir, y en ese momento va entrando mi papá (su abuelo) con un tío, ellos ya habían estado en la Plaza de Bolívar, ya se habían enterado mucho antes. Ellos ya habían estado en el lugar pero no los dejaron ingresar ni les dieron ninguna información, lo único que les dijeron era que la gente que salía viva las iban a mantener en la casa del florero y que en cualquier momento ellos llegaban a la casa”. Rosalbina desde ese momento, angustiada, preocupada por no saber nada de su hija, sale todos los días muy temprano en la mañana para empezar la búsqueda. Pasan los días y Milena deja de ver a su abuela porque nunca permanecía en la casa. “Como a la semana, llega una tía, una hermana de mi abuela, con unas primas, para quedarse en la casa y cuidarnos a mi hermano y a mi”. La monotonía llegó a la vida de la familia Portela y claramente a las demás familias de desaparecidos. Rosalbina como conocía a todos los miembros de la cafetería y a sus familias, se volvieron un grupo, pero un grupo que caminaba siempre en el mismo círculo, “de lo que me contaba mi mamá Rosalbina, ellos iban de medicina legal a la Plaza de Bolívar y de ahí a donde les dijeran, a tal hospital y así. Desde el primer día estuvieron juntos porque eran todos los familiares de la cafetería”. Milena relata que su abuela en las oportunidades que puedo estar en medicina legal, nunca llegó a encontrar un indicio, una pertenencia o un rastro de su hija Luz Mary Portela. No existía evidencia alguna en su momento sobre la salida con vida de Luz Mary ni tampoco evidencia de su paradero. “Mientras mi abuela estuvo en vida, nunca reconoció a Luz Mary en ningún video que se tiene de esos días, ella nunca la vio. Lo que había era testimonios de personas que la vieron salir viva por la descripción de como estaba ella, tenía ese día el uniforme de la cafetería, un uniforme verde, además de las características físicas, era bajita, de cabello a nivel de las orejas, crespo, peinado hacia atrás; pero eso si, en ese entonces casi todas usaban ese corte de cabello”. Milena menciona que Luz Mary tenía el mismo lunar que ella tiene en rostro, cerca a la oreja derecha, solo que Luz lo tenía en la mejilla derecha cerca al mentón. Durante más de dos décadas de búsqueda de algún rastro de aquella muchacha de uniforme verde, Milena dice que Rosalbina fue la única que luchó por encontrar a su hija, que nunca descansó. “Desde mi uso de razón, desde que tenía seis años que es muy claro por los recuerdos que tengo de esa época, yo no recuerdo a nadie más de mis familiares buscándola. Puedo decir que en los inicios de la búsqueda, mi tío Juan Manuel la acompañó, pero luego quien asume la búsqueda es Rosalbina junto con los familiares”. Era evidente que la vida de la familia Portela León había cambiado definitivamente. Milena cuenta que al año de la desaparición de Luz Mary, su papá (refiriéndose a su abuelo) se va de la casa, forma otra familia, dejando a Rosalbina con los dos niños. “Yo siempre he dicho que desde que desaparecieron a Luz Mary desaparecieron a mi familia, porque mi abuela se enfocó tanto en la búsqueda de ella y en su ausencia y en la culpa, porque decía que debió haber sido ella porque era ella quien trabajaba en la cafetería y no Luz Mary. Mi abuela se enfoca también en trabajar para alimentarnos a nosotros, para darnos un techo; entonces todo cae en mi abuela”. Para Milena, Rosalbina se convirtió en una madre presente ausente que debía trabajar de domingo a domingo para mantenerlos y además debía criarlos. La madre de Luz Mary pasó a ser una trabajadora sin descanso, en lo que le salía trabajaba, ya fuese en restaurantes o en casas de familias, lavando platos o planchando; Milena dice que su familia se redució a su hermano, su abuela y ella. “Ya a mis 12 años empiezo a entender todo lo de la toma del M-19 pero también lo de la retoma brutal del ejército, donde el mismo ejército se ha excusado diciendo que las personas de la cafetería eran co-ayudantes de los guerrilleros porque allí había comida para un mes, cuando eso no es verdad; dentro de la cafetería no hubo incendio, no hubo tiroteo, entonces es ver que cuando ellos salen vivos, porque hay un video de Luz Mary saliendo viva, es llegar y decir quien es, que está haciendo un reemplazo”. Según Milena, para Luz Mary corroborar su identidad debió ser difícil ya que no era una empleada constante de la cafetería, además, según testimonios, la Casa del Florero que era donde llegaban los que salían del Palacio, era considerado un filtro porque ahí decidían quién salía y a quién subían al segundo piso. “Todos los empleados de la cafetería llegaron hasta ese filtro, fueron subidos al segundo piso. Yolanda Santodomingo y Eduardo Matson eran estudiantes que ese día se encontraban en el Palacio, fueron sobrevivientes que dicen cómo fue ese filtro, como fue llegar hasta ahí y luego ser subidos a ese segundo piso y luego ser repartidos a los comandos militares para hacer las torturas, entonces yo asumo que ese fue el tratamiento que le tocó a Luz Mary y a sus compañeros”. “Luz Mary Portela fue llevada al Cantón Norte, allí fue torturada y asesinada, esa fue su suerte, y así mismo la de sus compañeros” afirma Milena con el tono de voz entrecortado. Aún surge la pregunta de ¿por qué si el ejército creía que los de la cafetería tenían nexos con el M-19, había necesidad de desaparecer? Milena reafirma el roce entre ambos bandos. “El M-19 ya había dejado en ridículo al Ejército Colombiano con lo de la embajada, lo del robo de la espada y de las armas, entonces dijeron estos no nos la vuelven a hacer, hasta ahí el ejército iba a permitir que el M-19 hiciera algo, y es lo mismo con los guerrilleros que entran al Palacio, ninguno sale vivo”. Por otro lado, Milena habla sobre los actos sangrientos que se llevaron a cabo dentro del Palacio, y de lo que se cree saber hasta el día de hoy. Varios magistrados fueron asesinados, como personas pertenecientes al Palacio, “el ejército debía hacer algo para borrar esas evidencias; nunca hubo un trato digno ni justo para nadie”: Rosalbina León falleció de cáncer en 2009, “ella fue la que siempre estuvo al frente de la situación de Luz Mary y luego de su muerte quien asume en seguir en esto soy yo” dice Milena. Junto al Colectivo de abogados José Alvear Restrepo y con la Comisión Intereclesial de Justicia y Paz, Milena y otros familiares recorren el camino para llevar el caso a la Corte Interamericana para que el suceso no quede en el olvido. Gracias a la sentencia de la Corte, el Estado Colombiano es culpado de todo lo ocurrido esos dos días y es obligado a iniciar una búsqueda y a indemnizar a los familiares de los desaparecidos. Una noticia esperada pero inesperada llegó a Milena. “Yo recibo una llamada del Colectivo de abogados en la que me dicen que medicina legal me cita el 20 de octubre de 2015 a las 8:00 am junto con René Guarín y la familia Oviedo, que era para tratar temas específicos de Luz Mary, Cristina del Pilar y Lucy Amparo”. Debido a esta cita, se asume que se había hecho un hallazgo de las desaparecidas, “nosotros entramos luego de la familia Guarín, y nos hacen un informe sobre unas exhumaciones que han realizado en el cementerio del norte; en una de esas tumbas estaban los restos de Luz Mary y gracias a las pruebas de ADN que ellos tenían, se logró identificar que si era ella. Además, la genetista nos pide hablar con nosotros porque según ella las pruebas de sangre de mi hermano y yo con Luz Mary no son compatibles como hermanos, porque eso pensábamos que éramos toda la vida, entonces las muestras indicaron que éramos los hijos de Luz Mary”. El informe de medicina legal afirma que el cuerpo de Luz Mary fue encontrado en el cuarto piso calcinado, no se sabe causa de muerte por el alto grado de calcinación; se encuentra el 75% de su cuerpo, siendo uno de los cuerpos más completos que se han encontrado hasta el momento, y fue uno de los primeros hallazgos de los miembros de la cafetería”. “Para ese mismo año, del noticiero Noticias Uno, me llaman para decirme que aparece un video donde al parecer sale Luz Mary donde se le ve viva saliendo del Palacio. Diego Cárdenas, periodista en ese momento, va hasta mi casa a recogernos, yo vivo fuera de la ciudad, en un celular me muestra el video y yo la veo y digo de una vez que sí, que sí es ella, yo no lo dudé en ningún momento”. “Mi papá (el abuelo), al ver el video rompe en llanto y dice que si es ella. Llegamos al noticiero y vemos el video en pantalla grande y hay una parte en la que detuvimos que se le ve bien su carita de perfil, su pelo, su nariz, su boca, y es ver a mi hermano, el se pone a llorar porque dice que no tiene recuerdos de ella, pero yo sí tenía recuerdos muy presentes de ella”. Milena dice que siempre la han mantenido viva, siempre hablan en presente de Luz Mary, “tengo vivos los recuerdos de como era Luz Mary conmigo y con mi hermano, ella era muy amorosa, siempre estuvo muy pendiente de nosotros, pues ella era quien estaba en casa con nosotros. Después de enterarme que era mi mamá, entiendo el por qué guardé todos esos recuerdos y el por qué atesoré todas esas imágenes toda la vida”. “Yo la recuerdo mucho, la sueño mucho, la veo en mis sueños, la mantengo presente. Con mis hijas hago lo mismo, les doy ponche con gelatina de limón como un legado y un recuerdo de la bonita persona que era mi mamá”. Milena, 33 años después, ya siendo madre de familia agradece a sus dos madres que afortunadamente la vida le otorgó, “a Rosalbina y Luz Mary les agradezco la vida, les agradezco la persona que soy hoy, porque de una u otra manera mi abuela me enseñó a luchar, a ser una berraca; y a Luz Mary pues que siento que es mi heroína, una de verdad, si tuvo que dar su vida para que nosotros entendamos lo difícil que ha sido esta sociedad, lo difícil que ha sido pensar diferente o lo difícil que ha sido exigir los derechos. Ella dio su vida pero no la dio en vano, nosotros seguimos luchando por la verdad y la justicia; en mi quedó sembrada esa semillita de ayudar al otro, y que si la encontré pero siempre he dicho desde los seis años he buscado a los 12 desaparecidos(…), les agradezco la vida a ellas dos y que son unas mujeres valiosas y luchadoras”.

Héctor Jaime Beltrán Fuentes Entrevista con Pilar Navarrete, esposa de Héctor. “Todos los días hablamos de él aquí en la casa, siempre lo recuerdo muy feliz, con sus dichos de costeño, diciendo ¡mirá niño!, yo le digo a mis nietos cosas así. Recuerdo su baile de salsa, cuando jugábamos tejo todos los sábados con el papá, y el infinito amor que tenía por mi segunda hija la Negra, porque todas mis hijas son de ojos azules y piel blanca, y la Negra es morena, igualita a él, cuando nació la amó con toda el alma”. Nació el 18 de septiembre de 1957 en Sahagún, departamento de Córdoba, hijo de Héctor Jaime Beltrán Parra y Clara Isabel Fuentes. Era el mayor de seis hermanos, con quien llevaba una buena relación. Lo recuerdan como una persona graciosa, buena gente y amorosa, que se preocupaba por sus seres queridos y sobre todo por su familia. Pilar Navarrete Urrea fue el amor de su vida, con quien tuvo 4 hijas, la mayor Bibiana Karina, seguida de Stephany (la Negra), Dayana y la menor Evelyn. “Yo estudié con Nidia, la hermana de Héctor, y una vez para el colegio nos pidieron hacer una obra de teatro, ella me pidió que si la podíamos hacer en su casa porque no la dejaban salir, así que yo fui, aunque no éramos grandes amigas porque teníamos rivalidad por ver quien era la que se quedaba con el primer puesto en el salón. Toque de queda era la obra, y ya cada una estaba haciendo su papel, el mío era de Mauricio un borracho y en ese momento sale un soldado sin camisa a decirme que yo estaba haciendo mal mi papel y me mostró cómo hacerlo, así lo conocí, yo tenía 14 años” comenta Pilar con una sonrisa. Héctor llevaba un relación cálida con sus padres, pero más que todo con su padre Don Héctor, eran más que padre e hijo, eran amigos íntimos e inseparables. Aunque su papá era un señor muy tradicional y debido a su trabajo a veces se iba una larga temporada de la casa, lo más importante para él fueron sus hijos. Luego de conocer a Pilar, empezaron a salir porque sentían algo el uno por el otro. Héctor le llevaba 8 años a Pilar, pero eso no fue excusa para dejar pasar la oportunidad de conocerse más. “En el poco tiempo que que tuve mi relación con Jimmy, así le decía de cariño, fue muy bonita, de dos padres jóvenes, yo de 15 años y el de 23; nos fuimos a vivir juntos y mantuvimos una relación normal de pareja, con necesidades económicas, pero siempre con una sonrisa. Recuerdo que reíamos mucho y también andábamos nerviosos porque yo quedaba embarazada, eso si planifiqué con todas las letras del abecedario, con la J, la T, la S, la W y quedaba embarazada, pero siempre hubo responsabilidad y esa seguridad de que nos iba a tener juntos e íbamos a salir adelante”. Su esposa se refiere a él como un hombre calmado y hogareño, amante del tiempo familiar, un hombre tranquilo, honrado y buen amigo. A pesar de nunca haber tenido una formación profesional, Héctor prestó servicio militar luego de cumplir su mayoría de edad, “pasó de ser soldado raso a ser papá, nunco tuvo una carrera profesional pero sabía hacer de todo, trabajaba en una empresa de refrigeración de neveras y de ahí pasó a ser mesero en la cafetería del Palacio de Justicia” afirma Pilar. Gracias a Ricardo Meneses, novio de una prima de Pilar, Héctor consiguió trabajo como mesero en la cafetería del Palacio debido a que la empresa de refrigeración donde trabajaba tuvo un problema y quedó desempleado. “El pago era el mínimo, pero las propinas eran muy buenas, allí iban a almorzar los magistrados y se sacaban buenas propinas, me dijo mi prima. Yo le comenté a Jimmy y no le gustó porque iba a ganar poco, pero le pareció bien el horario de lunes a viernes para tener sábado y domingo libre para estar con nosotras, yo estaba embarazada de dos meses de nuestra última hija”. “Nosotros vivíamos en Soacha, y cuando entró a trabajar a la cafetería se levantaba antes de las 6:00 am y llegaba al Palacio a eso de las 7.30 am. Llegaba a ordenar las mesas, a limpiar y lavar vasos, a barrer, a trapear, ayudaba a las mujeres de la cafetería a tener todo ordenado para a las 11:30 am estar con su uniforme listo y trabajar hasta las 5:00 pm” comenta Pilar. Todo marchaba bien en la familia Beltrán, había trabajo, amor y estabilidad. “El 5 de noviembre de 1985, en la noche, le mostré una foto de mis cuatro niñas disfrazadas, él se emocionó mucho y me la pidió prestada para mostrarsela a una congresista, yo no se la quería dar porque siempre me botaba todas las fotos, pero me suplicó que se la prestara. Ya en la mañana del 6, luego de tomarnos un café, le dije toma la foto, él estiró la mano y le dije espérate, le hice hacer un estilo de juramento diciendo yo Héctor Jaime Beltrán juro que si boto la foto no regreso, y jamás volvió”. El 6 de noviembre de 1985 Héctor se fue a trabajar a la misma hora de siempre, ese día iba a matricular a su hija la Negra en el colegio y quedó de hablar con su esposa para comentarle sobre el tema. “Me dio un beso, fue a la habitación y le dio un beso a todas las niñas y salió. Lo vi por la ventana del parqueadero y me mandó un beso, se fue fumándose un cigarrillo. A las 11:30 am quedé de llamarlo pero no pude comunicarme porque sonaba ocupado. Faltando diez para las doce, una amiga llegó al apartamento y me dijo Pili el M-19 se tomó el Palacio de Justicia”. Pilar afanada prendió el televisor para ver si estaban transmitiendo el suceso, y efectivamente ahí estaba, “vi los tanques entrando por la puerta del Palacio, a eso de las 12:15 del mediodía vi algo horrible, el primer disparo de un rocket a una pared del Palacio, en ese momento apagué el televisor porque estaba con las niñas y me fui a llevar a una se ellas al colegio. Cuando volví no quise prender el televisor y a eso de las 3:00 pm fui al apartamento de mi suegra para escuchar la transmisión por radio”. Pasadas las horas, Pilar llamó a Cecilia Cabrera, esposa de Carlos Augusto Rodríguez Vera, administrador de la cafetería, para saber si ella tenía información de su marido. Lastimosamente Cecilia, quien en esa época estaba en licencia de maternidad porque acababa de tener a su hija Alejandra, se encontraba en la misma situación, no sabía nada. Uno de los hermanos de Héctor, que en ese entonces pertenecía al DAS, fue quien se comunicó con Pilar para informarla de lo que pasaba en la Plaza de Bolívar, pero nunca se supo algo de Héctor. Luego de la retoma, su hermano entró en el Palacio y logró encontrar la cédula de Héctor y algunos documentos, pero no había rastros de vida o muerte de él. Aunque hubo un combate entre el Ejército Nacional y el M-19, la cafetería estaba intacta de disparos, fuego o algún suceso que demostrara que fue atacada durante la toma, “eso nos da a nosotros la ilusión de que el salió con vida, además la cafetería estaba hecha de un material como en madera y sobre eso cortinas en paño, no hubo candela ni nada, estaban servidos los jugos, los vasos de leche, osea ellos tal vez perfectamente salieron de ahí, entonces suponíamos que habían salido con vida”. “Luego de que mi cuñado entró al Palacio y averiguó con sus compañeros, nos dijo que fuéramos al Palacio de Justicia para direccionar la búsqueda en hospitales y medicina legal. Llegamos cerca de las 5:30 pm del 7 de noviembre con mi suegra; aún pienso que fue un milagro llegar porque todo estaba cerrado. Vi que sacaban restos humanos, quemados, aún con fuego y humo saliendo de la boca, unas cosas totalmente horrorosas. Mi suegra le preguntó al Ministro de Justicia que dónde estaba su hijo, el señor dijo que estaban en la búsqueda . No pudimos ingresar al Palacio ni a la Casa del Florero, entonces mi cuñado nos dijo que fuéramos a hospitales y ahí empezó la búsqueda de Jimmy”. Después de los hechos, hubo investigaciones por la toma y por la desaparición de 11 personas, entre ellas Héctor. Existe la prueba de vídeos de esos dos días en los que se muestra personas saliendo del Palacio, siendo acompañadas por militares, se pudo observar la salida con vida de Carlos Augusto Rodríguez, Cristina del Pilar Guarín y David Suspes Celis, los tres trabajadores de la cafetería. Según los padres de Héctor Jaime, vieron un video en que reconocían a su hijo, pero luego de verlo esa vez nunca se volvió a encontrar el video, Pilar dice que ella en las grabaciones que vio, nunca identificó a su esposo. “Pasados los días, fuimos a medicina legal, hospitales, morgues para buscar algún indicio del paradero de Jimmy, como no lo encontramos en ningún lado, dijimos, él está vivo. Nosotros los familiares de los desaparecidos nos convertimos en detectives, investigadores, policías, de todo, hicimos grupos para buscarlos en diferentes lugares, entonces tres personas íbamos al Cantón Norte, otras tres íbamos al Charry Solano, y así”. Pilar tenía 20 años al momento en que su esposo desapareció. La primer noche de búsqueda, al llegar a su casa, Pilar aún daba seno a su bebé de 5 meses de nacida, ella pensaba que cómo era posible que por esta situación dejara de lado a sus hijas, “me metí en nuestro cuarto con mis hijas diciendo cómo fuiste capaz de dejarme, ese fue el único sentimiento de rabia y dolor que tuve”. A pesar de todo, Pilar mantenía intacta la esperanza de que algo bueno ocurriera, en eso se convirtió su vida. Ella nunca había trabajado, ya que su esposo era la cabeza económica de la familia. Pilar consiguió un trabajo en un restaurante en Colseguros en la 17 con 7ma. donde recuerda el olor a humo, “yo me imaginaba con ese olor todos los restos calcinados de las personas quemadas del Palacio, una cosa espantosa, yo lloraba muchísimo”. Afortunadamente la familia de Pilar le colaboró en cuestiones económicas mientras fortalecía sus ingresos, sus tíos le dieron trabajo en un almacén para aprender a llevar la contaduría; aún así, la búsqueda nunca paró. Pilar menciona que el ejército no cometió errores sino horrores el día de la toma y luego de esta, “ellos estaban conscientes de lo que estaban haciendo, lo hicieron conscientes de que estaban lavando cuerpos, entregando personas a las que no se la tenían que entregar, osea lo horrores que cometió el Estado en ese tiempo no quería que se supieran, no querían que la olla podrida del Palacio de Justicia se destapara”. La voz de Pilar se torna fuerte y gruesa al momento de mencionar que el ejército ya tenía conocimiento de la toma del Palacio y que aún así dejó entrar al M-19. “Dicen que el responsable de la toma es el M-19, y sí, pero cuando uno sabe que se van a meter unos ladrones a la casa y yo me hago la guevona, y perdóneme la grosería, y me salgo y me hago en la casa de enfrente, y me lleno de armas para matarlos, ¿de quién es la responsabilidad?, pues de la persona que está cometiendo el hecho de cogerlos como ratones adentro. Ellos sabían el plan del M-19 y sospechaban de todos los que no fuesen magistrados y dos días antes quitaron la seguridad del Palacio, ellos son los totalmente responsables de los hechos”. El M-19 fue una llaga para el ejército, dice Pilar, porque “los humillaron como fuerza pública nacional con el robo de armas del Cantón Norte un 31 de diciembre, con el robo de la espada de Bolívar y la toma de la embajada; el ejército aprovechó en pocas palabras la oportunidad de la toma del Palacio de Justicia para encerrar a los guerrilleros y asesinarlos a todos. Todo es culpa del Estado, porque ellos sabían que eso iba a pasar”. La desaparición de Héctor y las otras diez personas fue anunciada durante la toma por la filtración de audios del ejército por parte de radioaficionados. La frase que dijo el General Arias Cabrales que sí está la manga, no aparezca el chaleco se hizo famosa y se dio a entender que se iba a realizar una desaparición forzada. “El ejército tenía como prioridad matar a todo el mundo con tal de acabar con el M-19”. 32 años después de la toma del Palacio, parte de los restos de Héctor Jaime Beltrán Fuentes fueron entregados a su familia el 18 de septiembre de 2017, una fecha que Pilar nunca olvidará. “Gracias a la Corte Interamericana de Derechos Humanos que le puso el ojo al caso, hemos encontrado a algunos de los desaparecidos, porque sin la Corte, seguiríamos en las mismas. Tristemente los desaparecidos que ahora aparecieron, dieron paso a que nuevas personas que se creían fallecidas ahora sean nuevos desaparecidos, como lo que pasó con mi Jimmy. Mi sentimiento es de tristeza luego de que me entregaran sus restos, porque lo que tengo no me da la certeza de saber de qué murió, quedan más dudas y eso es más doloroso”. Al principio de la lucha de la búsqueda, Pilar deseaba encontrar a su esposo vivo. Al pasar cinco años, deseaba que estuviese muerto para no imaginarse el dolor que debió padecer. Sin embargo, luego de la entrega de restos, Pilar pudo descansar de cierta manera al enterarse que Héctor fue encontrado muerto al tercer día luego de la toma, lo que le da el alivio de imaginar que no sufrió mucho. “Yo he tenido muchas teorías de lo que pasó durante la toma del Palacio, pero no teorías basadas en la imaginación; teorías que he hecho con los testimonios que he escuchado. Yo tengo dos versiones de los hechos, una es que Jimmy fue sacado y torturado, pero por mi tranquilidad y la de mis hijas, no la manejo. Mi segunda teoría es pensar que no sufrió mucho, porque su cuerpo fue encontrado en el patio trasero del Palacio, con dos proyectiles de impacto y en una parte donde no hubo incendio, ahí hay algo raro, pero mi teoría y es la que me mantiene tranquila, es saber que no sufrió, y ahora lo tenemos con nosotros”. Los restos de Héctor Jaime fueron equivocadamente entregados a la familia del magistrado Julio César Andrade. Los huesos nunca fueron analizados con ADN, “Jimmy fue entregado a esta familia sin un estudio previo, lo entregaron con un pedazo de tela y con la cédula del señor Andrade, un montaje total”. Pilar menciona además que el afán del ejército por acabar con el M-19 hizo que mataran gente, desaparecieran y demás atrocidades. “El día que me enteré que habían encontrado a Jimmy recibí una llamada de Alexandra Sandoval, la hija de un magistrado, diciéndome que la fiscalía estaba preguntando por mi. Necesitaban hacer una reunión conmigo y con la fiscalía y yo supe que había aparecido Jimmy, casi me vuelvo loca”. Los restos de Héctor Jaime estuvieron 32 años en Barranquilla en la tumba del magistrado Andrade, dejándolo ahora como un nuevo desaparecido. “Cuando descubrieron que los de la cafetería no eran los guerrilleros que los militares pensaban, ya habían torturado y matado a Jimmy y a sus compañeros, entonces estas personas decidieron fue entregar los restos de nuestros familiares a las familias de los magistrados asesinados, porque eran personas importantes y como veían que nosotros éramos personas humildes, unas personas que no van a joder, no nos los dieron, pero se equivocaron, porque fuimos los que hicimos la pelea todo el tiempo”. “Yo siempre dije que cuando encontrara a mi Jimmy iba a descansar, nunca me imaginé que fuera a pasar tanto tiempo, ahora tengo seis nietos y mi vida tomó otro rumbo, trabajo y pertenezco a organizaciones de desaparecidos y hago parte de mi mundo, ya no puedo pasar una semana sin trabajar con temas de conflicto para hacer justicia, en eso se conviritó mi vida. Ahora hay otras luchas para mi ya que tengo a mi Jimmy, empiezan otras búsquedas, es un trabajo diario”. Don Héctor, padre de Héctor Jaime fue otra persona que dio su vida para encontrar a su hijo, nunca descansó hasta encontrarlo y su búsqueda la escribió en un libro de 169 páginas llamado El suplicio de la larga espera. “Don Héctor sufrió mucho. Yo lo defino como un valiente, nunca se callaba y decía lo que pensaba. Recuerdo la última vez que estuve con él fue cuando fuimos a Brasil, y el fue y habló en emisoras, buscó a todo el mundo para hablar de su hijo. Para mi fue un hombre luchador, nunca se quedó callado, aunque sufrió demasiado y luego enfermó. Yo a veces me sentía culpable porque pensaba que yo le quité a su hijo mayor y lo cogí para mi, pero el supo que yo lo hice muy feliz”. Ahora, 33 años después del holocausto del Palacio, Pilar recuerda los momentos que vivió con Héctor, las canciones que se dedicaban y el amor tan grande que sentían el uno por el otro. “Yo cargo la foto de el a donde voy, siempre la llevo en mi cartera. Estoy muy agradecida, él sabe, yo le hablo mucho, siempre me levanto y le digo gracias por mis hijas, gracias por mis nietos y gracias por todo lo que tenemos ahora. Mi mensaje para él es decirle labor cumplida porque te encontramos, pero sobre todo gracias por tu vida”.

Gloria Stella Lizarazo Figueroa Entrevista con Julia Lizarazo y Diana Ospina, hermana e hija de Gloria. “Yo era la más grande. Yo pensaba ¿será que mi mamá se fue?, ¿será que mi mamá se fue por el trato que mi papá le daba tan cruel y nos abandonó?, entonces yo pensaba eso, hasta que ya vi que ella no aparecía. Pasaban los días, las noches, y nunca más volvió” (Diana Ospina). Hija de Lira Rosa Lizarazo y Julio Ernesto Figueroa, siendo la sexta hermana de una numerosa familia, nació en Cocuy-Boyacá en 1958. Tenía una buena relación con sus hermanos y con su madre, sin embargo, con su padre eran distanciados debido a los castigos que se les daba a los niños en esa época. Gloria estudió en la escuela pública del pueblo hasta quinto de primaria. Carlos, uno de sus hermanos mayores, la llevó a vivir a Bogotá para ayudarle a buscar un mejor futuro, fue allí donde conoció a Ernesto Casallas con quien tuvo a su primera hija Marixa a la edad de 15 años. La relación no funcionó. Ernesto la dejó sola con su hija al año siguiente, “ahí fue donde empezó el sufrimiento de ella aquí en Bogotá. Volvió a vivir con mi hermano Carlos, él siempre la apoyó (...)”, dice Julia. El padre de Gloria, Julio, falleció años después por lo que la señora Lira decidió mudarse a la capital con sus otros hijos, incluida Julia. “¿Qué hizo mi madre cuando llegamos aquí a Bogotá?, nos repartió a los mayores (...) que ya tenían su trabajo, también ya tenían su hogar, entonces nos repartió y ella solo se quedó con la menor”, recuerda Julia. La señora Lira consiguió trabajo en casas de familia donde sólo la recibían con un hijo, esa fue la razón por la que le entregó a sus otros hijos a los mayores. Julia vivió con su hermana Deyanira desde los 8 años hasta los 18, nunca pudo terminar su colegio por cuestiones económicas. Empezó a trabajar de niñera para ayudarle a su hermana con los gastos de la casa. Mientras tanto, Gloria se encontraba trabajando en casas de familia al igual que su madre. Al poco tiempo conoció a Luis Carlos Ospina quien trabajaba en la empresa de los antiguos Trolebuses de Bogotá. Comenzaron a salir hasta que se enamoraron y se fueron a vivir juntos al barrio la Victoria. “Desde que Luis Carlos la sacó a vivir yo me fui con ella, ya no me aguantaba más con mi otra hermana. La relación con Gloria y Luis Carlos fue bonita, al principio muy genial. A Marixa la quisieron muchos los papás de Luis Carlos”, comenta Julia. Con el tiempo la familia fue creciendo, tuvo tres hijos con su esposo, Diana Soraya, Carlos Andrés y Gloria Marcela. Por otro lado, Marixa se fue a vivir a Manizales con los padres de su padrastro, tenían mucho afecto por ella. Gloria seguía trabajando para poder enviarle la mensualidad a sus suegros para ayudar a su hija con los gastos. Un amigo de Luis Carlos, el Doctor Jaime Gutiérrez fue la persona que le ayudó a conseguir un mejor trabajo a Gloria. Les comentó que había un vacante en la cafetería del Palacio de Justicia. “Estaba contenta, estaba feliz porque ya no iba a trabajar más en casas de familia, iba a tener una mensualidad para apoyarnos nosotras, siempre nos apoyamos nosotras, siempre”, dice Julia. Lastimosamente no todo en la vida de Gloria iba por el buen camino. La relación con su pareja se empezó a deteriorar luego del nacimiento de su hijo, “Luis Carlos después de que nació el niño, él se volvió un poco como grosero, antipático con mi hermana, ya le pegaba, alcanzó a haber agresión mucho tiempo. Mi hermanita se aguantaba por los niños (...) a veces le da como pena a uno decirlo pero Luis Carlos tiene un vicio que siempre lo ha tenido, desde que mi hermanita lo conoció, siempre vicioso a la marihuana, al bazuco (...)”, dice Julia con tristeza. Luis Carlos tomó malas decisiones que afectaron a su familia. “él iba a la casa, se llevaba la licuadora, se llevaba el televisor a empeñarlos por vicio (...) obviamente que mi hermana le reclamaba pero lo que recibía era golpes, maltrato, a él no le importaban los niños”, dice Julia. Aún así, Gloria llevó una buena vida con su hermana y sus hijos, ahora con un sobrino. El día domingo era el día especial para todos, salían al parque con los niños a disfrutar de la tarde y a pasar tiempo en familia. Dentro del Palacio de Justicia, en la cafetería, Gloria inicialmente abría el restaurante en las mañanas, atendía el autoservicio. “Ella trabajaba de 7:am a 4: pm (...) Don Carlos le preguntó que si necesitaba a una persona para trabajar en el autoservicio, entonces mi hermana pues le dijo que si podían trabajar las dos hermanas allá y Don Carlos no dudó en decirle que sí”, recuerda Julia. La hermana de Gloria se presentó con el administrador de la cafetería para realizar la entrevista de trabajo y fue aceptada. “Nosotros siempre entrábamos por el sótano, por atrás, ¿porqué? no sé”. La cafetería era elegante, de caché. Julia duró 6 meses trabajando con su hermana, su horario era variado en la semana. “La relación con Jimmy, con David, con Rosita excelente, excelentes compañeros (...) hicimos una bonita amistad con Rosita, era como nuestra hermana”. La relación y amistad con sus jefes fue agradable. Julia recuerda a Carlos Rodríguez como un excelente personaje, humanitario y amable. “Como yo almorzaba ahí, un día me vio que yo le separaba la mitad del almuerzo para el niño (su hijo) y me dijo usted que lleva ahí, pues yo ese día me asusté, entonces yo le dije Don Carlitos, el bocado al niño y dijo eso no se hace, de aquí en adelante usted le va a pedir el almuerzo a David, que se lo empaqué y le lleva el almuerzo a su hijo”, recuerda Julia con una sonrisa. El 5 de noviembre de 1985,Julia salió de su trabajo, “ese martes, me acuerdo yo tanto que salí de trabajar a las 4:00 pm y Don Carlos aún estaba en la caja, entonces yo le dije Don Carlitos ¿mañana a la misma hora?, osea a las 7:00 am (...) me dijo sí Julia, mañana entras a las 7:00 y sales a las 4:00, fui y recogí el almuerzo para mi hijo y volví a pasar por la caja y le dije Don Carlitos, ¿última palabra?, me dijo No Julia, cambio, mañana entras a las 11:00 am, no sé, las cosas de Dios”. Esa noche, al llegar a casa, las hermanas Lizarazo se pusieron a hablar un largo sobre todo en sus vidas, “ese día sonreímos. Llegó una amiga que ella tenía ahí. Hablamos un largo rato, recordando cosas, vea, como es Diosito, nos dio tiempo para hablar de cosas y para hacer la última despedida. Nos acostamos y me dijo ah verdad que usted no tiene que madrugar, entonces nos vemos allá a las 11:00 am”. Miércoles 6 de noviembre de 1985. Gloria salió temprano de la casa para su trabajo, nadie vio como fue vestida esa mañana, “yo recuerdo que ella alistó un vestido de florecitas de muchos colores, y unos tacones”, dice Julia; sin embargo, no está segura. Al rato, su hermana salió al trabajo a la hora que Carlos Rodríguez le indicó. Común y corriente llegó a la Plaza de Bolívar, “yo tenía que marcar tarjeta, yo llegaba faltando un cuarto para las 11:00 am, cuando pude entrar hasta la mitad de las escaleras de caracol que uno subía para llegar a la cafetería, cuando se formó un tiroteo”. La toma del Palacio de Justicia había empezado y Gloria se encontraba allí. “Yo no entendía por qué era el tiroteo, o qué era, recuerdo tanto que me cogió fue uno de los celadores y la última palabra que me dijo fue aquí nos vamos a morir mija”. Todo era confuso para Julia, y su preocupación por Gloria se incrementó más al escuchar que en el piso de arriba todo era gritos y disparos. “Duramos como cuatro horas ahí metidos, y una gente nos sacó que disque ejército y nos llevaron a la Casa del Florero. Nosotros fuimos quizás unos de los primeros que llevaron allá, allá también se veía ejército, nadie diferente. No podíamos hablar con nadie, ni decir nada a nadie ni nada”. El Ejército Nacional sospechaba de todo el mundo. El M-19 se tomó el Palacio de Justicia alrededor de las 11:30 am. Julia ya llevaba en la Casa del Florero más de 7 horas. “A eso de las 6:00 pm empezó a llegar más y más gente que disque retenida en la Casa del Florero. No nos daban la opción de llamar ni nada, solamente se escuchaba el tiroteo, tiroteo, tiroteo. Nosotros solo hacíamos si no llorar (...) todos se hacían sus preguntas pero a nadie le daban respuesta de nada”. Ningún militar les daba razón de las personas que seguían dentro del Palacio, no se sabía nada de Gloria ni de sus compañeros. En la Casa del Florero se dio una serie de interrogatorios a las personas que llegaban, “a mi me preguntaban que yo que hacía en la cafetería, que si yo no sabía que Don Carlos era del M-19, y yo ¡jamás! (...) sólo se escuchaba de Carlos, Carlos y Carlos y que yo tenía que decir que sí”. Julia llevaba más de un día metida en esa casa, “yo no sé de dónde salió tanta gente en esa Casa del Florero, pero nunca vi a mis compañeros, nunca vi a los magistrados a los cuales yo le llevaba tinto (...)”. Julia salió a los dos días del infierno del centro de Bogotá. Logró encontrarse con su mamá y comenzaron la búsqueda de Gloria porque no aparecía. “Mi hermana era muy nerviosa y yo pensaba que con los impactos del tiroteo ella falleció, pero mirando los vídeos, ellos salen vivos de la cafetería”. Los días posteriores a la toma, La señora Lira y la hermana de Gloria, Deyanira, recibieron llamadas que les indicaba que Gloria estaba viva y que se encontraba en el Cantón Norte de Bogotá. Al llegar les rechazaban la entrada y le negaban la estadía de Gloria en el lugar; así pasó por un largo tiempo. Julia estaba en shock de lo sucedido por lo cual se tomó un tiempo fuera de la capital, “Luis Carlos vino por los tres niños y arrasó con todo lo que había, camas (...) a dónde se fue no sé. Yo no duré más de 10 días ahí en Bogotá, agarré a mi hijo, mi ropa y yo me desaparecí”. El miedo era indescriptible, el temor de haber logrado salir con vida del Palacio, y ser la única, a parte de Cecilia Cabrera, en salir con vida, era un milagro pero un peso de cargar por el recuerdo de los hechos. “Ahí fue donde me dio más tristeza porque empezó la odisea con mis sobrinos. No supe más de mis sobrinos, quién los agarró, el sufrimiento de ellos. Me fui y me interné allá en Venezuela donde unos amigos (...) viví atemorizada, con el temor de que me iban a buscar, me imaginaba lo peor”, recuerda Julia llorando. Diana, la segunda hija de Gloria, recuerda como fue los momentos que vivió con sus hermanos luego de que su madre había desaparecido. “Cuando nos llevaron para donde mi tía, cuando mi papá se enloqueció a sacar todo como un loco, él tampoco nos decía lo que estaba pasando. Yo le preguntaba ¿y mi mamá?, el me decía no, su mamá no llega estos días, está por allá haciendo un viaje, pero ella llega. Cuando nos dejaron con mi tía Deyanira, ella tampoco nos decía nada. Un día estaba mi tía muy enojada porque su genio era terrible, y un día nos trató muy mal y yo le dije que qué pasaba que mi mamá no llegaba,yo me puse a llorar, y me dijo ¡cállese!, cierre ese jeta y deje de llorar,y le dije mi mamá por qué no viene, qué le pasó a mi mamá, dijo es que su mamá no va a volver, esa india no va a volver, porque esa india se murió y se desapareció, se murió y ya, ella fue muy cruel”, recuerda Diana con su voz entrecortada y con lágrimas en los ojos. Los niños apenas tenían 9, 7 y 6 años. Gloria no aparecía y sus hijos la extrañaban cada día que pasaba, pero mantenían la esperanza de volverla a ver. Luis Carlos, luego de la desaparición se Gloria quedó loco, siguió su camino como lo llevaba y había dejado a sus hijos con su cuñada. Tanto Diana como los otros dos niños habían quedado huérfanos de padre y madre. En los videos obtenidos años después, la familia Lizarazo logra identificar la salida con vida de Gloria, siendo alzada por un soldado. Luis Carlos fue quien la identificó sin tener duda alguna. Cecilia Cabrera, esposa de Carlos Rodríguez el administrador de la cafetería, también identificó a Gloria en los videos. Diana tiene su teoría sobre los sucedido con su madre ese miércoles de noviembre, “yo creo que pasó de todo. Se sabe que ellos fueron torturados, masacrados. Lo que nunca se ha sabido es si los masacraron dentro de Palacio o cuando los sacaron”. Julia afirma que ni Gloria ni sus compañeros llegaron a la Casa del Florero ya que ella estaba allí y nunca los vio. Los actos del ejército en palabras de la familia, fueron crueles e inhumanos, asesinaron personas inocentes y se cree que entre ellas a Gloria. Julia lleva el recuerdo de su hermana en su corazón después de 33 años de no verla, recuerda sus momentos felices junto a ella y junto a sus compañeros de la cafetería, y no olvida lo valiosos que fue tener a Gloria como hermana, “yo le diría que no olvide lo inseparables que éramos, queríamos buenos proyectos para nuestros hijos”, (en este momento Julia se detiene, no puede hablar más, las lágrimas no la dejan continuar y dice que no tiene palabras). Su hija, a pesar de que no logró compartir con su madre como debía ser, o más bien, como quería, aún se encuentra aferrada a que aparezca algún día y pueda tenerla en sus brazos, “yo le diría que aún la sigo esperando, que la amo mucho, que no se imagina la falta que me hace, que quisiera tenerla para abrazarla y que la amo mucho. No me voy a cansar de buscarla hasta saber qué pasó con mi mamá”, (Diana y Julia se abrazan con fuerza). Han pasado 33 años desde la toma del Palacio de Justicia, Gloria Stella Lizarazo, una mujer de estatura media, de cabello lacio y largo trabajaba allí. Hasta el día de hoy sus restos no han sido encontrados, la familia sigue en la lucha y en la espera de la verdad y la justicia.

Gloria Anzola de Lanao Entrevista con Juan Francisco Lanao, Hijo de Gloria. “Si está la manga que no aparezca el chaleco, esa frase se la atribuyeron a Irma Franco, no sé por qué, porque entiendo que la única abogada que ejercía dentro del grupo de desaparecidos fue mi mamá”. Gloria Isabel Anzola de Lanao nació en Bogotá el 12 de febrero de 1952. Hija mayor de Rómulo Anzola Linares y María Bibiana Mora de Anzola. Abogada comercial con especialización en derecho procesal. Ejercía también como profesora de cátedra en varias universidades. “Yo fui su primer y único hijo, se conoció con mi papá Francisco José Lanao en el colegio y fueron novios. Ya en la universidad cada uno emprendió su camino por aparte, mi papá se casó y luego se divorció, y fue mi abuelo Guillermo Lanao que le dijo mire con quién me volví a encontrar refiriéndose a mi mamá. Se volvieron a ver y finalmente se casaron en Miami-Estados Unidos ya que en esa época existía el concordato de que la iglesia no reconocía el divorcio”. La vida había vuelto a unir a Gloria y a Francisco, luego de casarse hicieron su luna de miel en Canadá, y al poco tiempo quedó embarazada y tuvo a Juan francisco. Gloria tenía su oficina en el centro de Bogotá, a pocas cuadras del Palacio de Justicia, pertenecía al Club de Abogados donde se desempeñaba con su profesión. “Era la sobrina de Aydee Anzola Linares, una Consejera de Estado. Por gesto es que mi tía abuela Aydee, le prestaba el parqueadero que tenía asignado en el interior del Palacio de Justicia y donde lastimosamente terminó el carro después de la toma y retoma, lleno de cenizas(...)”. Gloria y su familia vivían en Cedro Golf, un barrio al norte de la ciudad, en la 146 con novena, “hay muchas coincidencias que dan soporte a que no sepamos dónde está mi mamá y una era que mi papá fue floricultor toda la vida, él salía temprano porque los cultivos de rosa y eso quedan en Siberia y Mosquera, mientras que mi mamá como independiente salía después, primero me llevaba a la guardería en el barrio Quinta Paredes y luego si se iba a su oficina”. El 6 de noviembre de 1986, según testimonios, Gloria tenía un almuerzo en el Club de Abogados y Juan Francisco recuerda que le contaron alguna vez que su mamá hablaba todas las tardes con su abuelo Guillermo, cosa que para ese día fue extraño que no sucedió, y luego recibieron la noticia de la toma del Palacio. “Mi mamá era visitante frecuente y en el Palacio de Justicia se tiene la función de que si uno es abogado, ellos van a revisar los procesos allá, no se si ese día habrán revisado procesos”. Juan Francisco cuenta que luego de la toma, su familia recibió varias llamadas, unas amenazantes que decían que no buscaran más a Gloria, y otras dando información de que los desaparecidos estaban siendo torturados en guarniciones militares. “Mi papá, mi abuelo y ellos al acudir a estos lugares era como si la persona que había llamado no existiera, la actitud de los militares era muy déspota, decían cosas ofensivas; todo fue un patrón que se dio en los 12 desaparecidos”. Guillermo, el abuelo de Juan francisco, se desempeñaba como jefe de redacción de El Espectador, y gracias a él es que una de las hermanas de Gloria entra al Palacio el 8 de noviembre, “mi tía es odontóloga, entró con mi papá. Él me cuenta años después que era un escenario espantoso, donde se veía los fragmentos de las personas o de lo que quedaba, incluso en la pared. Se sabe que lo que no se quema es la estructura dental de uno, por lo que mi tía era la odontóloga de mi mamá y conocía exactamente su estructura dental(...). Buscan cadáver por cadáver, pero el de mi mamá no estaba”. Al no encontrar indicio de Gloria anzola, su familia entra en angustia, empiezan a surgir las dudas que carcomen la cabeza de cada uno. “Esa preocupación fue lo que enfermó a mi abuela, es lo que nos tiene preguntando aquí y hace que el destino jale y lo ayude a uno a prevalecer, porque son hechos brutales, no hay justicia y no hay verdad; y la esperanza más grande que todavía lo mantiene a uno es encontrarla, así sea un fragmento de un dedo de ella” afirma Juan. ¿Cómo se enteró la familia de la toma del Palacio de Justicia donde se encontraba Gloria?, “hasta donde sé y me han contado fue por radio y noticias, a pesar de que se cubrió después con un partido, la sociedad si se llegó a enterar, era una balacera que tampoco se hubiera podido ocultar tan fácil. Entiendo que llamaron a la oficina de mi mamá y contestó una asistente y fue donde supimos que mi mamá tenía que organizar un almuerzo en el Club de Abogados”. Juan Francisco habla de una inquietud que aún tiene acerca de esos dos días de toma del Palacio, la cual es una grabaciones de un radioaficionado llamado Pablo Montana, “de él no volvimos a saber, y en esas grabaciones hay tres elementos que son aterradores, uno es que están hablando los arcanos, como se mencionaba sus nombres claves, Sadovnik, Plazas Vega y Arias Cabrales, diciendo que no ahorren municiones y que acaben con todo, la segunda es que se demore la Cruz Roja y la tercera, particularmente (...), Sadovnik le advierte a Arias Cabrales diciéndole la basura se nos está saliendo vestidos de civiles, por favor requíselos bien; luego de un tiempo vuelven a establecer comunicación y le pregunta que cómo va con eso, y la respuesta es tenemos una abogada, a lo que el otro responde, ah bueno si está la manga que no aparezca el chaleco”. Lo anterior mencionado es una prueba exquisita e irrefutable de desaparición forzada por parte del ejército, así lo vio la Corte Interamericana, ya que la justicia en palabras de Juan “siempre ha manejado la versión que más haya podido, y casi 30 años después, empezar el gobierno a buscar a nuestros familiares. Hoy en día, muchas familias se dan cuenta que las tumbas a las que les estaban rezando por la paz de sus seres queridos no eran sus seres queridos, de que personas que duraron desaparecidos estaban en tumbas de otras personas; son cuestiones de derechos humanos y han podido cambiar en algo las cosas”. En las evidencias que se tienen grabadas en vídeo sobre la salida de algunas personas del Palacio, fue imposible determinar si alguna de las mujeres que salieron con vida era Gloria Anzola, “como había dicho, mi padre salía mucho antes que mi mamá, y era la única persona que había podido ver cómo estaba vestida, entonces mi mamá se alistaba mucho después, entonces como tal una descripción de cómo estaba vestida no hay”. Juan Francisco tenía tan solo 18 meses cuando cuando su madre fue desaparecida, y comenta que muchos años después el cayó en cuenta que lo de su mamá fue una desaparición forzada. “Uno se da cuenta que aquí ocultaron algo, hay muchas irregularidades, así ella no aparezca en un video, hubo un patrón de delitos, de que se manipuló la escena de los hechos y de que no se están emprendiendo todos los esfuerzos para llegar a la claridad. Se reconoce un avance de ADN porque se han encontrado los restos de algunos desaparecidos, que se hubiera podido hacer antes y eso también es un crimen, de que están desapareciendo nuevos y eso es otro crimen”. Un dato clave que Francisco menciona con la voz entrecortada es el papel del que fue presidente en ese momento, Belisario Betancur, diciendo que el señor va a declarar bajo gravedad de juramento la revelación de muchas cosas de esa toma en un libro cuando Betancur fallezca, “eso es burlarse de la justicia, de los colombianos y de nosotros”. “Para mi lo que sucedió esos dos días apunta a lo más espantoso. Luego de 28 horas de confrontamiento, como hablan varios de los testigos, se les fue de la mano, estaban enfermos de violencia y cometieron los actos más brutales; venían de la Escuela de las Américas, de la doctrina anticomunista y de la sed de venganza para vengarse del M-19 por el robo de armas(...)”. Hasta el día de hoy la Fiscalía no ha dado una declaración formal de Gloria Anzola, Juan Francisco y su familia siguen en la espera de un hallazgo así sea mínimo sobre el paradero o en el peor de los casos, los restos de ella. “Me duele haber visto a mi abuela como se fue decrepitando por el sufrimiento y el dolor de mi mamá hasta que se la llevó, se que estuvo en medicina legal y no me imagino la desesperación de preguntar por un hijo (...), de que tuvieron que ir madurando ese dolor para poder buscar en algún lado justicia por que el mismo Estado se la negaba; era una abogada que luchaba por la justicia y el Estado le negó su justicia y se la sigue negando”. La tristeza inunda a Juan francisco por la ausencia de su abuela y de su mamá, aún así sigue luchando con fortaleza para que algún día se pueda saber una verdad absoluta. “La felicidad más alta que puede alcanzar uno es que te tangibilicen a tu mamá, te negaron la posibilidad de haber gozado del amor de ella; al menos materialicenla, demuestrenme que no es tan triste como que lo único que voy a recuperar de ella va ser los relatos de la gente que la conocía y de lo que me quieran decir”. Los recuerdos de la familia Anzola Lanao están en el corazón de Juan francisco, “de lo que sé es que ella era de un genio bravo como el mío, pero era muy consentidora conmigo, pues era el único hijo. A mi mamá le gustaban los caballos, le gustaban las joyas, era muy emprendedora, con mi papá fueron muy competitivos, les fue muy bien; era una mujer muy dulce y ante un evento tan espantoso, la última angustia de ella fui yo”. Para Juan Francisco la justicia está en el limbo, es casi imposible que algún día den justicia “¿justicia?, como le vas a dar justicia a tantos padres que murieron preguntado con por sus hijos”. (aprieta los labios y mira al suelo). Las palabras de Juan Francisco 33 años después le son duras de decir pero aún así el amor y la lucha por su madre no ha quedado en vano, “el mensaje para mi mamá es que estamos bien, que espero encontrarla, que me disculpe por no haber ayudado a mi abuela, pero que seguiremos hasta que de verdad se acaben todas las opciones y que seguiremos jodiendo por eso. A mi no me llena y gracias a las enseñanzas del papá tan valioso y del núcleo que me crió, pero seguiremos por ella, seguiremos para adelante, seguiremos como gente buena; me hace falta, son preguntas que nunca se podrán responder, pero que ojalá al menos me conceda ese pedacito de felicidad esporádica de encontrarla”.

David Suspes Celis Entrevista con Luz Dary Samper, esposa de David. “Él era un buen hombre, un buen padre, un buen esposo, un buen hijo y un buen hermano. Le tuvo que suceder eso para ir al cielo, él es un ángel que en este momento está descansando”. Siendo el sexto hijo de María del Carmen Celis y Antonio Suspes, David nació el 12 de febrero de 1959 en la ciudad de Bogotá. Su familia lo recuerda desde niño, siendo un hombre correcto, responsable, sencillo, excelente estudiante y una persona de gran corazón. Era un hombre de tez morena, de estatura media y con cabello castaño. Vivía en el barrio Juan Rey junto a su madre y hermanos. Estudió la primaria en la escuela distrital San Rafael, en su barrio, y su bachillerato en el colegio Gimnasio Libertad. En la primera escuela donde hizo sus estudios, David conoció a Luz Dary, él estaba en quinto de primaria y Luz Dary en segundo. “Para salir del salón de quinto tenía que pasar por mi salón, entonces él decía que me había conocido en esa época; de manera que por allá en el año 1976, cuando yo estaba iniciando mi bachillerato, él iba en un bus, yo vivía en el barrio Los Libertadores, iba en el bus y se me cayó algo al piso y él me lo recogió, entonces fue el pretexto para empezar a hablarme”, recuerda Luz Dary. Desde ese momento, David y Luz Dary crearon un lazo fuerte de amistad, que con el tiempo se convirtió en un lazo de amor. Luego de unos años, a la edad de 23 y 20 años, la pareja formó una familia, tuvieron a su única hija Ludy Esmeralda. David siempre fue trabajador, trabajó para el bien de su familia y poder darles un buen futuro. Se desempeñó como mesero, mensajero, entre otro trabajos. Su sueño era brindarle una mejor calidad de vida a su madre, a su hermana menor, a su esposa y a su hija. Como profesión, se capacitó en el Servicio Nacional de Aprendizaje (SENA) como chef de cocina. Al ver que esa era su pasión, David inició sus clases como Ingeniero de Alimentos en la Universidad Nacional Abierta y a Distancia (UNAD). Llegó a trabajar en el Palacio de Justicia, como chef de la cafetería, gracias a una recomendación entre compañeros. El 6 de noviembre de 1985, David se levantó a arreglarse para salir a trabajar, al igual que su esposa y su hija. “A eso de las 6:00 am, 6:30 am, salí de mi casa con la niña porque tenía que dejarla en el jardín a las 7:00 am; se la pasé a David para que se despidiera. Recuerdo que noté en él una mirada profunda”, dice Luz Dary. David salió de su casa vestido con zapatos mocasines, un saco, un blazer de paño azul, una camisa azul claro y un pantalón gris o azul, según recuerda la familia. Jamás pensaron que esa era la última vez que lo iban a ver. “Dejé a la niña en el jardín, fui a mi oficina. Como a las 8:30 am llamé a la casa y me madre me dijo que él ya había salido para el trabajo, que se había tomado un tinto y se había ido fumando un cigarrillo. Eso fue lo último que yo supe de él”, menciona Luz Dary. David llegó a su trabajo como de costumbre y se cambió para usar su uniforme de chef, con su malla en la cabeza su delantal de cocinero. A eso del mediodía, la capital colombiana quedó estupefacta, un comando del M-19 se había tomado el Palacio de Justicia, David estaba allí dentro. “Yo estaba en la oficina, cuando de repente se escuchó como balas, por la cercanía. Yo estaba en la 16 con Décima.Yo salí a acercarme. Inmediatamente salí, ya todo estaba acordonado. Pregunté por él, si ya habían salido, los soldaditos no daban mayor información. De ahí salí para mi casa”, recuerda Luz Dary. Pasó la noche, toda la guerra se formaba entre la Plaza de Bolívar, no se sabía nada de David ni de sus compañeros. Sin embargo, dos días después de los hechos, llamaron a casa de Luz Dary de parte de David, la llamada la recibió la madre de Luz Dary, le dijeron que David mandaba a decir que estuvieran tranquilas, que lo iban a interrogar, y que de ahí lo iban a llevar al Cantón Norte, y luego a la casa. “Yo quedé tranquila después de que mi mamá me dio la razón. Era supuestamente un soldado el que llamó”. Nunca llegó. La desesperación y la preocupación por David fue tanta, que su familia empezó su búsqueda por cielo y tierra. Visitaron hospitales, centros del ejército, inclusive Medicina Legal, ya que allí llevaban los restos calcinados y los cadáveres que quedaron luego del fuego cruzado y del incendio; pero nunca apareció. A pesar de haber encontrado pertenencias, algunas quemadas, de las personas que estaban dentro del Palacio, ninguna pertenecía a David ni a los demás desaparecidos. Con el pasar de los años, y de la búsqueda por parte de los familiares, se dieron a conocer unos videos de la época de los hechos, donde se logró identificar a varios de los desaparecidos saliendo con vida. “Encontré un video en el que lo veo perfectamente, pero no tiene la ropa que debería tener trabajando; va como en camisa. Yo digo que de pronto se estaba cambiando antes de que pasara lo de la toma, porque él ese día tenía una cita con un compañero del SENA porque él quería renunciar en la cafetería”, dice Luz Dary. Posterior a los hechos, los medios de comunicación tacharon a los desaparecidos de sospechosos y cómplices de la toma del Palacio, y de ser colaboradores del grupo guerrillero M-19, por lo que para Luz Dary fue la excusa para no permitir que los familiares volvieran a sus hogares. “A ellos los torturaron y los mataron, y nunca no los entregaron. David fue asesinado en esos días por el ejército, ya que de la guerrilla no quedó ninguno vivo”. Por otro lado, Luz Dary considera que el ejército se confió de la humildad de los familiares, se confió en pensar en que nadie iba a reclamar ni a luchar por ellos, y que a fin de cuentas se percataron de que ninguno era guerrillero, pero ya era tarde, ya los habían asesinado. Los sueños del chef, del padre, del hijo, del hermano, del esposo, fueron truncados a sus 26 años. Tenía planeado construir una casa para su mujer y su hija, había comprado un lote. Hasta el día de hoy los restos de David Suspes no han aparecido, no han sido identificados y no se sabe su paradero. “Yo creo en la justicia de Dios, no en la del hombre. En este momento me gustaría que no entregaran sus restos para poderlos sepultar y hacer por fin el duelo, esto nunca termina. Para mi noviembre es el mes más horroroso del año”, menciona Luz Dary. Ludy Esmeralda, su hija, tenía tan solo tres años cuando le fue arrebatado su padre. “Mi hija dice que solo recuerda las noticias, esas noticias horribles. A ella se le olvidó el físico de su papá, no recuerda nada de él, solamente recuerda taparse los oídos y esconderse debajo de la cama”. Meses después de la toma, a Ludy Esmeralda la llevaron con su jardín a la Plaza de Bolívar a que conocieran la Casa del Florero, ya que ella estudiaba cerca.”Ese día, ella se paró en la mitad de la Catedral Primada, y fue y le mostró a sus compañeros que ahí estaba el papá, pero que los policías no se lo podían matar porque él era una persona buena. Eso es lo que le queda mi niña”. Han sido 33 años de la desaparición forzada de David Suspes Celis, 33 años de búsqueda continua, de resistencia y amor. Luz Dary Samper, que ahora es abogada, lo recuerda como un excelente padre y compañero de vida, una persona inolvidable, “le digo que descanse en paz, que así como Jesucristo fue crucificado y salvado, que a él le sucedió exactamente lo mismo y no lo merecía. Él era un buen hombre, un buen padre, un buen esposo, un buen hijo y un buen hermano. Le tuvo que suceder eso para ir al cielo, él es un ángel que en este momento está descansando. Yo asimilo lo que le pasó a él con Jesucristo. Estaba en el lugar equivocado”.

Norma Constanza Esguerra Forero Entrevista con Débora Anaya y Martha Amparo Peña, hija y hermana de Norma. “Yo lloro cuando hablo de ella, no puedo aguantar, de verdad que si. Era excelente mamá, como hija también, como hermana excelente. Yo todavía digo las injusticias de la vida y de los seres humanos como quitarle la vida a una persona que tenía tantas ilusiones y tantos proyectos, no se justifica por que en realidad les quitaron la vida miserablemente a ellos” (Martha Amparo Peña). Nacida en Bogotá el 18 de diciembre de 1955, Norma, hija de Ricardo Esguerra y Elvira Forero, y única hermana de Martha Amparo Peña, es recordada como una mujer cariñosa, increíble y una excelente mamá. “Ella se crió mucho tiempo al lado de mi mamá, yo me crié con mi abuela y mis tíos , pero la relación era muy bonita; nosotras éramos hermanas, hermanas unidas, unidas en todo”, recuerda Martha. De pequeña, Norma siempre fue una niña dedicada, responsable y estudiosa. Realizó su etapa escolar en el colegio La Asunción de Bogotá. Siempre tuvo gustos políticos y afines con las leyes por lo cual decidió estudiar Derecho Internacional y Diplomacia en la Universidad Jorge Tadeo Lozano. “La meta a futuro de ella era vincularse al Ministerio de Relaciones Exteriores y ejercer su carrera” comenta su hermana. Norma tenía la esperanza de ingresar a trabajar en el Ministerio, pasó su hoja de vida y mientras hacían el proceso realizó un curso de pastelería en Bogotá, un hobbie que había tenido toda su vida. Se fue un tiempo a vivir a Estados Unidos, al estado de la Florida, donde realizó otro curso de pastelería. Conoció a Mario Anaya con quién tuvo a su única hija Débora en el año 1983. Tiempo después volvió a Colombia con su hija y estudió otro curso de pastelería francesa en Michel Patisserie. El mundo de la pastelería se había convertido en su fuerte, fue tanto la dedicación y el amor que Norma le había dado al curso que al ver que era buena en lo que hacía, quiso empezar un negocio con sus pasteles. “Al ver que le quedaban tan ricos, ella dijo no, yo voy a mirar cómo monto la pastelería y empecemos en la casa. La comenzamos en la casa, era una empresa donde trabajaba Norma, trabajaba mi prima, trabajaban todos, los primos (...)”, dice Martha Amparo. El negocio de los pasteles estaba llevando un buen camino, ya tenía contrato para ser proveedor en edificios de corporaciones importantes del país, como el Senado de la República, El Claustro de San Agustín, la Casa de Márquez, la Cámara de representantes, los juzgados de Paloquemao, y entre esos, el Palacio de Justicia. Con la venta de pasteles y lo bueno que era, tenía como sueño poder colocar su pastelería en la ciudad, con ayuda de su hermana y de su familia, principalmente para sacar adelante a su hija Débora. “Ella se levantaba a eso de las 5:00 am, las hojas de las milhojas o de las tortas quedaban hechas desde la noche anterior, al otro día lo que había que hacer era rellenar, armar las milhojas, las tartas y las tartaletas (...) nosotras salíamos de la casa a eso de las 10:00 am” recuerda Martha. Todo marchaba bien para Norma y su familia, el trabajo era próspero, sus pasteles ya eran conocidos, estaba incursionando su negocio en el mundo de las leyes. El 6 de noviembre de 1985 Norma tenía que realizar una entrega al administrador de la cafetería del Palacio de Justicia, Carlos Augusto Rodríguez. Martha Amparo no olvida ese día, “ella se levantó normal, tenía gripe y estaba con fiebre; me dijo ay no sé, me siento tan enferma, tengo un malestar en el cuerpo (...), ella se metió al baño, se bañó, nunca se me olvidará cómo iba vestida, jamás se me olvida, sus medias beige, la falda era un color camel, el saco vinotinto. Ese día estaba muy callada, de pronto por lo que estaba enferma. Cogió las cosas, las metimos al carro (...)”. Era un día común y corriente a pesar del malestar que tenía Norma. Acostumbraba llevar a su hija a las entregas de pedidos, pero para ese día, Débora estaba enferma por una alergia que le había dado días antes en la fiesta de Halloween, así que la dejó en casa, la dejó en su cuna y le dio un beso de despedida. El Palacio de Justicia fue el último lugar al que Norma y Martha fueron a entregar pedido, “parqueó el carro frente a la Catedral Primada, yo quedé mirando al Palacio” recuerda Martha con sus manos entrelazadas. Días antes del 6 de noviembre, la Plaza de Bolívar estaba siendo custodiada, sobre todo el Palacio, “habían mandado sufragios que es cuando una persona muere y dan el sentido pésame, pero eran sufragios con los nombres de los magistrados, como quién dice usted se va a morir” dice Débora. Norma había sido requisada en esos días mientras hacía una entrega en el Palacio, “mi mamá le decía no vuelva por allá, qué tal que pase algo, uno nunca sabe y usted por allá y hasta de pronto con la niña, no vuelva mija. A ella le contaban en la cafetería, le contaba Carlos que mandaron un sufragio, una corona, que mandaban cosas previniendo a la gente; ella le decía a mi mamá si Dios conmigo quién contra mi” comenta Martha. El carro en el que fueron al Palacio de Justicia el 6 de noviembre era un volkswagen verde escarabajo. Martha se quedó dentro del carro esperando a que Norma saliera debido a que años antes había tenido un accidente y ahora usaba silla de ruedas. “Recuerdo que le dije ay Norma no se demore, yo tenía la biblia y me puse a leerla. Ella me dijo chao Amparo no me demoro; la vi sacando sus cosas del carro, porque yo siempre hasta que ella entraba la miraba. Me puse a leer la biblia, el día estaba grisáceo, lloviznaba, cuando de pronto empezó a sonar como tiros ta! ta! ta!, yo no sabía dónde era, yo miraba para todas partes, y lo increíble es que yo nunca había visto la Plaza de Bolívar sin un policía, ese día no había ni un solo policía”. La angustia de Martha dentro del carro se convirtió en el peor miedo que ha sentido en su vida, su condición física no la dejaba moverse para poder salir. Su hermana no salía de entregar el pedido, no sabía qué hacer. “Vi pasar en ese momento, recuerdo, a una señora que estaba corriendo con una gabardina como beige larga, pasó, y yo me acuerdo que yo le pité y le dije ¿qué pasó?, me dijo que el M-19 se tomó el Palacio de Justicia, yo sentí la muerte, mi hermana está ahí”. Justamente esa mañana no habían llevado la silla de ruedas para que Martha, si debía salir, se sentara en ella. No tenía cómo salir del carro ni para donde coger, ni mucho menos buscar a su hermana, porque dentro del Palacio estaba comenzando el infierno más grande que ocurriría en Bogotá. “Yo digo que los minutos más largos de mi vida fue en ese momento. Norma entró, pero después nadie más entró al Palacio”. Los segundos pasaban y pasaban. y Martha seguía dentro del carro, “yo pité y pité y un celador me preguntó que qué pasaba, yo le dije que mi hermana había entrado al Palacio pero que nada que salía, el me dijo que tenía que moverme porque podía ser peligroso, pero yo le dije que estaba en silla de ruedas. Un señor venía desde la séptima y el celador le dijo que me ayudara a mover el carro, el señor me ayudó y yo le di las llaves (...), él me dejó ahí en los baños de la calle 12”. El olor en el centro de Bogotá, en palabras de Martha, era a pólvora, las personas corrían tratando de salir de la zona de guerra. Martha estaba mirando a quién podía pedirle el favor que la llevara hasta la casa y la sacara de allí, hasta que pasó otro señor y le comentó que no podía caminar. “El señor me preguntó si tenía las llaves, yo le dije que sí, yo confié en él, se subió, manejó el carro. Yo lloraba y él me dijo tranquila, ¿se acuerda de lo de la embajada de República Dominicana? le dije que sí, me dijo si vio que dialogaron y no pasó nada, yo creo que esta tarde ya están fuera (...)”. En el camino por la manzana, para ver si Norma lograba salir del Palacio, el cigarrillo fue una salida que Martha tomó para su estrés, dice que hace mucho tiempo no fumaba, “ese cigarrillo me mareó, sentía que se me quemaban las piernas horrible, me tocó botarlo”. Aún daban paso por las calles cercanas hasta que cerraron las vías y el señor que estaba conduciendo le dijo que ya era mejor que la llevara a su casa. En ese momento Martha vio a los militares corriendo hacia la Plaza de Bolívar y el sonido de sus botas chocando con el piso de concreto quedó grabado en su memoria, un sonido que le produce escalofríos y terror. “Me llevó hasta mi casa, un apartamento en Galerías frente al Estadio el Campín, cuando me dejó, eso fue terrible, yo pité y mi mamá dijo ya llegaron mis hijas, ella ya había escuchado algo por radio de que se habían tomado el Palacio de Justicia pero como no podía comunicarse (...), cuando veo a mi mamá me dice ¿y Norma?, le dije no mamá. Vea a mi no se me olvida esa expresión de mi mamá, mi mamá se fue para la sala y se arrodilló”. Débora que apenas tenía dos años de edad, quedó en manos de sus abuelos maternos y de su tía. Su padre se encontraba en Venezuela, por lo que también estaba ese vació. La esperanza de que Norma regresara a la casa nunca se apagó. La señora Elvira se comunicó con el padre de Carlos Rodríguez, el señor Enrique Rodríguez para averiguar algo sobre su hija, “mi mamá era amiga de Carlos Rodríguez, a ella el negocio de allá le salió porque era amiga de Carlos, el papá de Alejandra, el administrador de la cafetería, entonces ellos fueron el primer contacto”, dice Débora. En los primeros instantes no se hablaba de desaparecidos, solamente de que había ocurrido una toma en el centro de Bogotá. Los únicos culpables en primera instancia eran los militantes del M-19. Los días siguientes, la familia empezó a recibir llamadas en las que preguntaban si esa era la casa de Norma Esguerra, nunca dijo su identidad la persona que llamaba, solamente decía que pronto soltarían a las personas, incluida Norma, para que volvieran a sus hogares. Aún así, todo se quedó en espera para las familias, y comenzó la búsqueda por la verdad de Norma y los demás, ahora sí, desaparecidos. “Habían rumores que decían que estaban sacando personas para la Casa del Florero para interrogarlas para ver quien era guerrillero” comenta Débora. La censura de prensa por parte de la Ministra de Comunicaciones en 1985, Noemí Sanín, dejó en el limbo las noticias para los familiares de las personas que se encontraban desaparecidas. Débora y Martha están de acuerdo en que el Palacio de Justicia fue quemado durante la toma por parte del ejército, porque allí habían pruebas de los crímenes que este estaba cometiendo, “en esa época si eran honorables los magistrados, ellos sabían muchas cosas” dice Martha con rabia. El ejército buscaba acabar con el M-19, y de paso callar las cortes para quedar impunes. Años después, la Corte Interamericana fue la que ayudó a la familia de Norma y a la familia de los demás desaparecidos a encontrar justicia y verdad. “Una de las cosas que juzgó la corte fue que no hubo negociación para los rehenes, murieron alrededor de 95 personas inocentes. Que los hayan identificado, no, porque no habían pruebas de ADN; los entregaron arbitrariamente porque no habían pruebas, habían personas que si se les notaba el rostro y se sabía quienes eran, pero habían otras personas totalmente calcinadas (...)” dice Débora. “¿Con qué intención quemaron el Palacio? digo yo, eso fue para borrar evidencia”, dice Martha. A parte de todo, comentan que el Palacio de Justicia fue lavado al instante en que acabó la toma el 7 de noviembre, “no dejaron que los jueces civiles hicieran el levantamiento de los cadáveres (...) los militares lavaron con manguera, lavaron todo”, recuerda Martha. Los cadáveres fueron revueltos unos con otros y entregados a las familias de las altas cortes, dejando de lado a las familias de los empleados de la cafetería, las 3 visitantes ocasionales y la militante de la guerrilla Irma Franco. Débora y Martha comentan que el proceso de justicia y verdad se vio truncado durante la presidencia de Álvaro Uribe Vélez, ya que él quería trancar a la Corte Interamericana por su apoyo al ejército. Pero que durante la presidencia de Juan Manuel Santos este proceso pudo continuar. Virginia Vallejo, escritora y periodista colombiana, quien mantuvo una relación amorosa con Pablo Escobar entre 1983 y 1987, sabe muchas cosas sobre lo sucedido en el Palacio de Justicia y sobre la relación con los narcotraficantes, dice Martha y Débora. “Ella decía que Pablo Escobar utilizó y aprovechó el hecho del Palacio para contactar a sus amigos militares por el tema de los extraditables (...)”. Pablo Escobar tenía sus contactos, tenía el dinero del mundo para hacer y deshacer lo que quisiera. Fue una oportunidad que la “vida” o más bien, el ejército le dio para hablar con sus amigos militares y acabar con los expedientes de extradición y de juicio a narcotraficantes, “el M-19 fue el chivo expiatorio”, dice Débora. Durante la búsqueda de Norma, mientras su padre Ricardo tuvo vida, llamó a Álvaro Robledo, un primo que tenía amistad con el entonces Ministro de defensa Miguel Vega Uribe para que averiguara sobre el paradero de su hija, a lo que éste, al contestar la llamada de Álvaro, le dijo no me pregunte sobre eso hijueputas que se quedaron adentro, esos son una parranda de guerrilleros. La señora Elvira, en compañía de otras madres de desaparecidos, visitaron varios lugares para encontrar a sus hijos, fueron a manicomios, a medicina legal, inclusive a la cárcel de mujeres, pero nunca se supo nada de ellos. Débora dice que los precursores y los que comenzaron la lucha por los desaparecidos fueron los padres, que lastimosamente han ido falleciendo por su edad, y que se fueron con la tristeza y la incertidumbre de saber dónde están sus hijos. En la evidencia de video que se tiene de la salida de personas del Palacio de Justicia, la familia nunca pudo identificar la salida con vida o muerte de Norma Esguerra, “en los que vio mi abuela no la pudo identificar. Se que hay nuevos videos pero esos los tiene la Fiscalía”. Hay testigos que lograron salir vivos del Palacio, y que en sus testimonios afirman que las personas que estaban en la cafetería estaban con vida, “esos testigos dicen que el ejército empezó a disparar a la loca, digamos, en un baño había gente y el ejército empezó a disparar rockets” dice Martha. En palabras de Débora, el ejército nunca tuvo la intención de cuidar la vida de las personas ese día, no hicieron negociación. “El ejército llegó fue a matar, ellos querían era sangre, sangre y acabar con todo, porque no les convenía dejar evidencia”, comenta Martha. Eduardo Umaña, abogado de los familiares de desaparecidos, quien fue asesinado en 1998, tenía la teoría de que inteligencia militar había deducido que el M-19 logró ingresar al Palacio de Justicia por medio de los empleados de la cafetería o por alguien que trabajara en aseo, y fue por esta razón que todos ellos, incluyendo a Norma, fueron tildados de guerrilleros, sacados con vida hacia la Casa del Florero, interrogados y luego asesinados. “Dentro de las pruebas de mi abuela, una vez llamaron y dijeron que nunca íbamos a encontrar a los desaparecidos, no a todos, porque a muchos los habían disuelto en ácido. Pero ahorita, con lo que está pasando con las exhumaciones, y con lo que están encontrando, se está dando la vuelta a muchas cosas, que a mi me parece, sin ser abogada (...) realmente querían desaparecer magistrados y utilizar a nuestros familiares para hacer una cortina de humo; y estoy seguirísima que con los años se va a ir aclareciendo el hecho y van a aparecer más personas que se creía que estaban enterradas, y realmente no, ellos son los verdaderos desaparecidos, los que el ejército y el gobierno querían desaparecer”, dice Débora. Justicia no va a existir para esta familia, Débora dice que no cree en las instituciones, no cree en la política y no cree en el ejército, pero ¿quién si?, luego de este suceso tan terrible que aterrorizó a la capital, al país y al mundo entero. “Colombia es un país maravilloso, pero está gobernado por corruptos”. Hace 33 años Norma Constanza Esguerra salió de su casa junto a su hermana a entregar los pasteles que diariamente hacía. Tenía su pedido en el Palacio de Justicia, se levantó, se despidió de su hija, llegó al centro de Bogotá, bajo del carro y su silueta se perdió en la puerta grande de vidrio del Palacio que tiene encima una frase que dice “Colombianos las armas os han dado independencia, las leyes os darán libertad”; y ¿su libertad? Hasta el día de hoy su desaparición forzada no tiene justificación. Algunas de sus pertenencias fueron encontradas en el cuarto piso del Palacio, pero sus restos no han sido encontrados. Martha Amparo la recuerda cada día, la recuerda como la hermana especial que siempre fue, como esa amiga incondicional, y como esa madre que no tuvo la oportunidad de estar con su hija. “Aunque pasen los años, y pasen y pasen, nunca dejaré de recordarla, siempre la llevaré en mi corazón. Hice todo lo que pude por su hija, tanto mi mamá, como Ricardo y yo, que mi mamá murió con el dolor de no encontrarla, y Ricardo también. Han pasado 33 años y la llevo en mi corazón”. Su única hija, Débora, nunca tuvo la satisfacción de compartir momentos con su madre, le fue arrebatada por la justicia, pero aún así siempre será su mamá, y llevará su recuerdo gracias a las palabras y memorias de otros que la conocieron. “Yo he pasado por todas las etapas, la del odio, la de la rabia, la del resentimiento, la de la venganza, los traumas, y me pongo a pensar en quién era Norma antes del Palacio, y era una persona feliz, ilusionada con su hija, quería montar su empresa e incursionar en su carrera (...) yo quiero decirle a mi mamá que rescaté lo mejor de ella, y es que ya no me quiero sentir triste a pesar de que me hace falta y me hubiera gustado compartir con ella, pero también en el fondo mi vida es muy feliz, y como ella me quería ver así estoy”.

Irma Franco Pineda Entrevista con Jorge Franco, hermano de Irma. “Soy un admirador de ella. Ella entregó su vida por una causa, por una ideología, una ideología que yo comparto totalmente; y que estoy triste muchas veces porque veo que el país no ha cambiado. A mis grandes amigos los mataron, a mi hermana la mataron, y no sé por qué yo sigo vivo”. Siendo una de las hijas menores de una familia grande y humilde, conformada por Francisco Franco y Eufemia Pineda, nació en Bogotá el 1 de julio de 1957. Realizó su escuela en los colegios Gabriela Mistral, y el colegio CAFAM, siendo una de las mejores estudiantes de su clase. “Ella siempre se destacó por ser una excelente estudiante, su rendimiento académico fue bastante positivo; también fue una mujer amante del deporte”, menciona Jorge. Su infancia fue buena, a pesar, en palabras de su hermano, de que su familia era humilde y no tenían siempre lo necesario, Irma nunca dejó de sonreír, de ser una persona alegre y caritativa con los demás. Luego de graduarse como bachiller a los 19 años, Irma decidió estudiar derecho en la Universidad Libre de Colombia, tenía el alma a favor de la justicia. Antes de poder graduarse como profesional, y de los sucesos del Palacio, Irma se encontraba haciendo su tesis con el secretario del Consejo de Estado Dario Quiñones. Sin embargo, aunque llevaba una vida dignamente de aplaudir, tomó una decisión que para la época era razón de señalamiento y crítica; ingresó como militante al grupo guerrillero M-19, pero ¿a qué se debió esto? “Yo creo que se dio debido a una relación de un amigo que yo tuve. Yo era abogado de unas personas muy importantes del M-19, (...) como consecuencia de esa actividad mía, a mi me detuvieron y duré seis meses en la Modelo; Irma fue una de las personas que jamás dejó de ir a visitarme. Allá había un amigo del M-19, con el que ella tuvo mucha comunicación, y creo que él fue, yo jamás la induje”, dice Jorge. Irma nunca mencionó a alguien de su familia sobre su ingreso al grupo militante. Jorge recuerda que el empezó a darse cuenta de la relación de su hermana con el M-19, ya que cuando Álvaro Fayad, por alguna razón o circunstancia, venía a Bogotá, se encontraba con Irma, y era ella quien lo llevaba en su carro a hacer vueltas. La ideología de Irma Franco era totalmente de izquierda, una ideología en la cual pensaba que se debía hacer un cambio radical en Colombia, haciendo una justicia social. Estaba en contra de todos los sistemas tradicionales de corrupción y mentira que se estaban manejando en la época. “El domingo anterior a los hechos, nosotros estábamos en la funeraria de la 42 con 13, en el velorio de un familiar de la mamá de mi hijo. Ella fue allá (hablando de Irma). Cuando se despidió, yo estaba en una cafetería, y ella ya estaba en el carro para irse. Bajó la ventanilla y estaba esperando a que yo llegara. Me llamó y me dijo las siguientes palabras: Jorge, voy a hacer un viaje muy largo y me demoro, quiero que le diga a toda la familia, que si les causo algún perjuicio me disculpen, especialmente a usted que le puedo causar algún perjuicio. Se puso a llorar, no me dio chance de preguntar nada, y arrancó”, recuerda Jorge. Para el 6 de noviembre de 1985, según el plan de el M-19, Toma del Palacio de Justicia: Operación Antonio Nariño por los derechos del hombre, Irma Franco entró en el edificio de la Plaza de Bolívar, vestida de civil. Se dirigió a seguir trabajando en su tesis con el Consejero Quiñones. “Iba vestida con una falda a cuadros, totalmente de particular; y así fue que salió en la fila con los soldados”, dice Jorge. “Yo iba en la carrera quinta con 17, desde mi casa. Mi oficina quedaba aquí en la calle 13 con 16-21; y oí de la toma, que un comando del M-19 se había tomado el Palacio de Justicia. Inmediatamente pensé en lo que ella me había dicho, y lo relacioné; lo que ella me dijo fue lo de la toma. Cuando ella me dijo eso, originalmente yo supuse que era que se iban a tomar un avión, en esa época era muy común que se tomaran aviones; ese era el viaje que yo creí que iba a hacer”, comenta Jorge. Luego de la noche de fuego, de los gritos y de los sonidos infinitos de las balas, Irma salió viva del Palacio de Justicia. “Hay muchas pruebas. Las inmediatas es que nosotros teníamos un oficial de la policía muy amigo de la casa, y cuando yo llego, en ese momento vivía en San José de Bavaria, por la noche me llama, y me dijo: Jorge, no se preocupe por Irma, ella salió viva, estuvo detenida en la Casa del Florero, está ilesa, lo único es que se tienen que preparar para el proceso”, recuerda el señor Franco. Otras pruebas como la del soldado Edgar en la Casa del Florero, quien vigilaba a Irma durante su estadía en retención, y quien anotó el número de teléfono de Mercedes, hermana de los Franco. Este soldado logra avisarle a la señora días después, contándole que Irma estaba viva. “Un periodista amigo mío, un día me llamó y me dijo que tenía un vídeo donde salía Irma. Yo veo que ella sale en una fila de personas, sale con su faldita, sale arrinconada; todos iban siendo vigilados por soldados del ejército. Yo la veo caminar desde la puerta del Palacio. Seguramente después pasó a la Casa del Florero donde fueron detenidos”, recuerda su hermano. Luego de los hechos, se llevaron a cabo 14 procesos judiciales, 12 nacionales y 2 internacionales, afirmando todos estos que Irma Franco Pineda salió con vida del Palacio de Justicia, fue llevada a la Casa del Florero, y posteriormente movilizada en un carro del ejército. Gracias al proceso internacional con la Corte Interamericana, el Estado colombiano se hizo responsable de la desaparición forzada de Irma. “Yo tengo un convencimiento de algo. Han sido 33 años de buscar, de llenarse de información, de participar en los procesos nacionales e internacionales. Tengo el convencimiento total de que a Irma la detienen, y cuando va en el carro, se dan cuenta, ya llegando a donde llevaban a todos, a la caballeriza, se dan cuenta que es guerrillera. Iba con otra muchacha guerrillera, pero a ella la soltaron. Una de las aseadoras del Palacio, y que estaba en la Casa del Florero, fue quien la señaló (refiriéndose a Irma) y dijo que era guerrillera”, menciona Jorge. El señor Franco dice que luego de que llevaran a su hermana a los centros del ejército, “fue víctima de torturas, ya que yo también fui torturado allá en caballerizas. Eso fue cuando me sindicaron de rebelión, cuando era defensor de los del M-19. Dentro de esa labor, descubren que Irma es del M, se la entregan a Inteligencia. ¿Por qué deduzco eso hoy? porque el coronel Plazas Vega, allegado a esos hechos, en una entrevista a El Espectador, entrevista que yo adjunté al juzgado en una audiencia, y que nunca nadie la refutó; dice en el 2008: En el Palacio de Justicia no hubo desaparecidos, sí hubo un asesinato, el de Irma Franco Pineda; narra el señor: A ella la llevaron a Inteligencia, donde el comandante era el Coronel Sánchez. La torturan el mayor tal, el teniente tal y los sargentos tales y tales, con nombres y apellidos. Sigue narrando: No sé si se les murió o la mataron, pero murió. La enterraron en el sitio donde se hace tiro al blanco”, recuerda Jorge. Inicialmente, Jorge Franco no creyó la información dada por la persona que dio testimonio de estos hechos. Sin embargo, durante el proceso, en una audiencia donde se encontraba en Coronel Sánchez, la prueba dada no es refutada por nadie, ni siquiera por el Coronel. Eduardo Umaña, abogado de los familiares de desaparecidos de los hechos del 6 de noviembre, tenía conocimiento absoluto del proceso judicial, además de que logró averiguar el paradero del cuerpo de Irma Franco, pero nunca le dijo a Jorge ya que podía ser peligroso. La exhumación se iba a dar, pero Eduardo Umaña fue asesinado. “En un principio no creí, pero ya después he llegado a la conclusión de que fue cierto, y que seguramente sacaron los restos y los desaparecieron. Son suposiciones mías, soy muy pesimista en que aparezcan los restos de Irma”. Tanto la Comisión de la Verdad, como Jorge Franco, están de acuerdo en decir que el Ejército Colombiano tenía pleno conocimiento de que el M-19 se iba a tomar el Palacio de Justicia. “El ejército lo favoreció, lo permitió, con la idea de acabar absolutamente con todos; sin importar si también se iban los magistrados, los empleados (...) Se sabe que a muchos (hablando de los miembros del comando M-19) los detuvieron y les dieron el tiro de gracia”, dice Jorge. Aún así, ¿por qué el ejército no llevó a cabo los hechos de manera legal? Según Jorge se debió a que los hechos fueron justificados de forma mental y moral, es decir, para ellos sus actos fueron en defensa del pueblo, en defensa del honor de la patria y en defensa de la democracia del país; un acto que para muchos, es condenable, de barbarie, cobarde y crimen de lesa humanidad. “Yo no acepto que un empleado del Estado capture a una persona y la asesine o la desaparezca”, dice Jorge. Desde 1985 hasta el 2018 se ha llevado varios procesos.El Tribunal condenó a Colombia por la desaparición de Irma Franco, acto que fue ratificado por el Consejo de Estado. La Procuraduría respaldó la afirmación del Tribunal. Ángela María Buitrago, abogada, ha luchado por esclarecer la verdad de los desaparecidos, siendo la voz de aquellos que no pueden hablar. La noticia ha sido acogida por todo el mundo, y en cada proceso se recuerda, se afirma y se dicta que Irma salió con vida. En cuanto a que se haga justicia y se sepa la verdad ....“Es un sueño, pero no es fácil. No sé si gente que tenga condenas grandes y que esté intentando entrar a la JEP, pueda decir algo y de una luz; pero no lo veo tan factible en el caso del Palacio de Justicia. En palabras del abogado Franco, la vida de él y la de su familia, luego de ese 6 de noviembre, fue muy difícil y desesperante. Se llegaron a correr riesgos, riesgos de muerte por la búsqueda de Irma. “Una de mis sobrinas, que trabajaba con Eduardo Umaña, fue la única que estaba con él cuando entraron y lo mataron; le tocó irse del país”. Esta mujer, familiar de los Franco, fue amenazada y fue testigo del asesinato más doloroso del proceso de verdad del Palacio de Justicia. Hace 33 años esa mujer de falda a cuadros entró al Palacio de Justicia, entró por una razón: cambiar la historia del país, cambiar el rumbo erróneo que se estaba llevando, y que aún persiste. Fue la última vez que se le vió con vida, hace 33 años. “Soy un admirador de ella. Ella entregó su vida por una causa, por una ideología, una ideología que yo comparto totalmente; y que estoy triste muchas veces porque veo que el país no ha cambiado. A mis grandes amigos los mataron, a mi hermana la mataron, y no sé por qué yo sigo vivo (...) Estoy muy triste porque pensaba dejarle a mis hijos un país mejor, pero les voy a dejar un país igual y peor”.

Ana Rosa Castiblanco Entrevista con Inés Castiblanco, hermana de Ana Rosa “Yo la frecuentaba mucho, hacíamos paseos, íbamos a Monserrate, íbamos a Bojacá, íbamos a los parques. Para que, nosotras no la pasábamos juntas, cada una con sus hijos (muestra una fotografía con sus hermanas y los hijos), Inés con Janeth, Ana con Ángela y Ana Rosa con Raúl”. Hija de Marcelino Castiblanco y María Teresa Torres, nació en Anolaima-Cundinamarca el 18 de noviembre de 1953. Fue la tercera de siete hermanos y madre de dos hijos. “Mi papá y mi mamá vivieron en Anolaima y luego en Sibaté, ahí fue cuando Rosa comenzó a trabajar (...), Rosa ya vivía sola, nosotras las menores si vivíamos con mi papá”. Luego de un tiempo Ana Rosa se mudó a Bogotá para buscar mejores oportunidades laborales. “Yo me fui de Anolaima y me voy a vivir con Rosa en el barrio San José en el año de 1977 más o menos. Ella después vive sola, hace su vida con su pareja y tiene a su hijo Raúl”. Antes del nacimiento de Raúl, Ana Rosa tuvo su primer embarazo, una niña llamada Esmeralda a la cual dio en adopción al parecer por problemas económicos ya que no tenía los medios para sostenerla. “Ella veía por su hijo, vivía con su esposo Carlos Quintero en el barrio carvajal”. Su experiencia laboral se basó en restaurantes de la ciudad, principalmente en el norte, y en uno de esos trabajos recibió la recomendación de trabajar en la cafetería del Palacio de Justicia, lo que ella vio como una buena oportunidad de entrada de capital. Durante el tiempo que estuvo trabajando en la cafetería quedó embarazada por tercera vez. Su vida estaba dando un gran giro, tenía mayor estabilidad económica y estaba contenta con su trabajo, además de que pronto tendría otro hijo. “Yo a veces iba el día sábado con Raúl y mi hija Janeth la mayor y la esperábamos en el Palacio de Justicia a la salida, es cuando ella me dice Inés lleve cédula porque han requisado, están revisado y no dejan entrar sin cédula porque dicen que se van a tomar el Palacio de Justicia”. Inés recuerda esa preocupación que se comenzó a dar con la situación de amenaza de toma, los nervios se apoderaban de las personas que frecuentaban la Plaza de Bolívar y claramente los de ella por temor de su hermana. “Como un viernes me dijo ya quitaron la seguridad, ya no volvieron a pedir cédula, ya estamos bien. Es cuando ya un 6 de noviembre de 1985 ella sale de su casa, un miércoles me acuerdo tanto, ella salía más o menos entre 6:00 am y 7:00 am, dejaba al hijo con Carlos, Carlos se lo llevaba al jardín (...). Yo trabajaba en la lavandería donde aún trabajo y estaba en vacaciones y no sé por qué escucho como a las 10:45 am cuando comienzan a decir que se toman el Palacio de Justicia, entonces es ahí cuando la vida de nosotros cambia”. Había empezado la toma anunciada. “las 11:00 am, las 12:00 m, la 1:00 pm, llame aquí, llame allá, llame a mis hermanas, ninguna daba razón, llamaba a Carlos y tampoco, no entraban llamadas al Palacio, en ese entonces no habían celulares. Yo no conocía a nadie, ahí conozco a Pilar Navarrete, conocí a los papás de Carlos Augusto, conocí a Cecilia, a Rosalbina, que en ese tiempo Cecilia estaba de descanso de maternidad. Ya llega la noche y el Palacio comienza a quemarse, nosotros con la zozobra de qué pasó con ella, no llamaban ni nada”. La incertidumbre era tan grande que cada lugar donde se hacía la búsqueda no se sabía si era el correcto. El corre corre diario por toda Bogotá se volvió agotador, “entré a medicina legal, busque, porque yo sí busqué en esa medicina legal en esos cuerpos calcinados re calcinados (...). Ya habían lavado el Palacio de Justicia, lo lavaron para que no reconociéramos nada. Vuelvo a entrar a medicina legal, esos cuerpos olían (Inés levanta los hombros y frunce el ceño) y me dicen hay una persona embarazada, mire a ver qué encuentra, yo buscaba siempre los dientes porque dicen que los dientes no se quemaban, y la dentadura de ella era natural”. Inés y su familia desilusionados de no tener noticia de Ana Rosa porque nadie les daba razón, siguieron la búsqueda en apoyo de las demás familias de desaparecidos. “En febrero de 1986 muere mi papá, se va pensando en qué pasó con su hija por qué no daban razón de nada. Es cuando los familiares comenzamos a buscar un abogado y comenzamos las reuniones y luego viene el Doctor Umaña que también lamentablemente no lo matan, él era como un papá para nosotros, lo queríamos mucho, así sigue la búsqueda y la tristeza de ver como son los militares aquí en Colombia, que eso no hay castigo para nadie”. Carlos fue la última persona en ver con vida a Ana Rosa, “ella llevaba un saco de lana blanco, un vestido vinotinto, zapaticos negros y media velada, casi no le quedaba la ropa porque estaba embarazada”. Pasaron los días, las semanas, los meses y los años, y Ana Rosa pareciera que había dejado de existir. 15 años después de la toma, una llamada sacude el corazón de la familia Castiblanco, “llamaron a mi mamá y le dicen que hay restos de Ana Rosa, que si no los recibía se los botaban a fosa común, entonces en ese tiempo llega Raúl y me dice tía, imagínese que llamaron a mi abuela que si no recibimos los restos de mi mamá no los botan. Entonces nosotros nos fuimos con Raúl, nos ayudaron para comprar la urna pequeñita y nos los entregan en el juzgado en la 34 (...)”. En un principio Inés dudaba de que eso fueran los restos de su hermana, como hubo tanto misterio por parte del Estado al momento de actuar antes, durante y después de la toma, surgió la desconfianza de que lo que afirmaron que era de Ana Rosa fuera verdad. Raúl al ver que su tía vivía con la pensadera de saber si eran o no los restos de su mamá, exige un nuevo estudio y una nueva prueba para salir de la duda que se tenía. Se examinaron los huesos, “no los entregan el 18 de noviembre y nos dicen que si eran los restos de ella. El 18 de noviembre como ella cumplía años, nosotros hicimos la entrega digna y que no la hicieran como era”. Ese noviembre hace 18 años fue el entierro de los restos de Ana Rosa Castiblanco, la primer aparecida de desaparecidos de la toma del Palacio de Justicia. Se pudo descansar de la búsqueda de su “cuerpo”, pero sigue el dolor de no saber de qué murió. “Supuestamente todos murieron en el cuarto piso, ahí no hay ninguno que no muriera en el cuarto piso, yo veo las necropsias y casi todas son iguales”. Los sueños de Ana Rosa fueron frustrados, “ella decía que la demora era tener su hija, porque ella decía que iba a ser niña porque en ese tiempo las ecografías no eran como ahorita, me decía Inés yo quiero comprarme una máquina de coser y más bien quedarme aquí en la casa cuidando a Raúl y a la niña, ella quería volverse como modista”. Ana Rosa duró aproximadamente dos años trabajando en la cafetería del Palacio de Justicia, fue ayudante del chef David Suspes Celis. La relación con sus compañeros fue amena, de amigos. Mantuvo una vínculo cercano con Gloria Lizarazo, otra empleada de la cafetería, con la cual viajaban a Anolaima con sus hijos, fueron muy amigas. Los hechos hablan por sí solos. 33 años después de perder a su hermana, Inés habla de lo que siente respecto a lo sucedido esos dos días de noviembre, “Ella era muy cobarde y la más noble de todas, yo creo que ella por ahí se metió en un rincón y me imagino que hasta daría a luz, no sé, la angustia, el desespero de ver que se estaba prendiendo el Palacio de Justicia y no podía salir. Yo siento a veces rabia con los militares, no tanto con el M-19, porque yo digo el M-19 sí se tomó el Palacio de Justicia, el M-19 no iba a matar gente, no iba a incendiar el Palacio de Justicia; el ejército, el señor presidente, todos los altos mandos, y cuando dicen cese al fuego, pues todos prendieron fue candela, yo creo que los guerrilleros se iban a estar quietos esperando que los mataran, yo digo que más culpable fue el ejército y los altos mandos”. Como muchas de las teorías y de los testimonios a lo largo de los años, la desaparición de Ana Rosa y sus compañeros fue por una supuesta conexión entre estos trabajadores y el M-19. Las acciones del ejército fueron apuradas y sin cautela. Para Inés el grupo guerrillero es tildado de asesino cuando en realidad el ejército es quien llevó sus decisiones al extremo llevándose la vida de decenas de personas incluida la de su hermana. A lo largo de los años nunca hubo información sobre su hermana, ni del bebé que llevaba en su vientre, “más tarde es cuando hay una persona que dice que Ana Rosa dio a luz en un camión y que el hijo, supuestamente el hijo había nacido y lo tenía un militar, todo eso son mentiras, yo digo que si Ana Rosa muere, eso son mentiras de que ella va a tener el hijo”. Nunca se supo del paradero del bebé, nunca se encontraron restos, nunca se supo nada, siendo ahora otro desaparecido. La vida de Inés cambió radicalmente, su familia tuvo temporadas de distancia, se habían quebrantado, y como no luego de perder a una hija, a una hermana, a una madre. “Justicia en Colombia no hay, con todas estas mentiras seguiremos la lucha. Nunca se va a saber la verdad, aunque nosotros eso es lo que pedimos, verdad”. Feliz y con una mirada noble, Inés habla de su hermana y de lo grandioso que debió ser tenerla por muchos años más, “nosotros hablábamos de que íbamos a tener una sobrina, y yo por ejemplo quería mucho a Rosa, yo esperaba a que llegara el viernes y me iba para donde Rosa. He luchado toda la vida por ella y se que el día en que yo me muera me iré tranquila porque luché buscándola. La quería mucho, eso sí para que", (sonríe).

Álbum de recuerdo Fotos tomadas de El Tiempo, vidas silenciadas, caracol radio.

Álbum familiar Fotos otorgadas por la familia.

Álbum familiar Fotos otorgadas por la familia.

Álbum familiar Fotos otorgadas por la familia.

La familia no tiene fotografías de Gloria. Con los años se perdieron.

Álbum familiar Fotos otorgadas por la familia.

Álbum familiar Fotos otorgadas por la familia.

Álbum familiar Fotos otorgadas por la familia.

Infografía cronológica de la Toma del Palacio de Justicia

Galería: Antes y después

Foto de El Espectador

Foto de El Heraldo

Foto de El Tiempo

Foto de Juan Carlos Conto-Pinterest

Conmemoración 33 años

Conmemoración 33 años

Conmemoración 33 años

6 de noviembre de 2018

Hoy se cumplen 33 años de la toma y retoma del Palacio de Justicia de Bogotá. Han sido tres décadas de resistencia, esfuerzo, dedicación, búsqueda de verdad y justicia, y sobretodo de amor, de amor por sus familiares asesinados y desaparecidos por parte del Ejército Colombiano. Este año, las familias cosen memorias en la Plaza de Bolívar, recuerdos de sus seres queridos que perdurarán hasta la eternidad en la historia del país.

Fueron sies meses de una experiencia grata, conmovedora, de mucho aprendizaje y de sensibilidad. Conocer personas que han vivido en carne propia la corrupción, el engaño, la maldad y la pérdida no fue fácil. Inicié este proyecto para entrar en un capítulo oscuro de mi país, un capítulo que aún no se cierra y que seguirá abierto hasta que la luz toque fondo.Quiero que con este trabajo, las memorias y los sentimientos de estas familias sean leídos y escuchados en todo el mundo; que se junten las voces para clamar, gritar y exigir por la verdad y la justicia de los hechos de 1985. Acepto que cada entrevista realizada me tocó el corazón, me tocó lo humano que hay en mi, y me transmitieron sus emociones por medio de sus plabaras, y esas plabras están plasmadas aquí. No queremos que haya más injusticia, más impedimiento para que el Gobierno colombiano abra sus puertas y calme esos corazones, esa intranquilidad y ese dolor con el que viven todas estas personas. Este no es el fin, es la continuación de una lucha que seguirá generación tras generación, y que pronto acabará con la impunidad de los asesinos que terminaron con la vida de estas personas inocentes. Espero que esto funcione como un granito de arena para cambiar el rumbo de Colombia, ya que son días para no olvidar.

Dedicado a las familias de los desapareciedos y asesinados. En memora de: Carlos Augusto Rodríguez Cristina del Pilar Guarín Ana Rosa Castiblanco Héctor Jaime Beltrán Bernardo Beltrán Gloria Lizarazo Luz Mary Portela David Suspes Celis Norma Constanza Esguerra Lucy Amparo Oviedo Gloria Anzola de Lanao Irma Franco Pineda Y todos aquellos que siguen desapareciendo.

Por Santiago Jiménez Santana