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Mujeres y

Shakespeare

¿CÓMO APARECEN EN SUS TRAGEDIAS?

Romeo y Julieta

Macbeth

Otelo

Lady Macbeth

Emilia y Desdémona

EMILIA Un año o dos no revelan a un hombre. Todos son estómagos y nosotras, comida. Nos comen con hambre y, una vez llenos, nos eructan. Acto III, escena IV.

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(Brabancio: padre de Desdémona, quien se ha casado a escondidas con Otelo, el moro de Venecia.) BRABANCIO Escuchadla, os lo suplico. Si confiesa que ella también le cortejó, caiga sobre mí la maldición por acusar a este hombre. -Ven, gentil dama. ¿A quién de esta noble asamblea debes mayor obediencia? DESDÉMONA Noble padre, mi obediencia se halla dividida. A vos debo mi vida y mi crianza, y vida y crianza me han enseñado a respetaros. Sois señor de la obediencia que os debía como hija. Mas aquí está mi esposo, y afirmo que debo a Otelo mi señor el mismo acatamiento que mi madre os tributó al preferiros a su padre. BRABANCIO ¡Queda con Dios! He terminado. -Y ahora, con la venia, a los asuntos de Estado: mejor adoptar hijos que engendrarlos.- Ven aquí, moro: de todo corazón te doy lo que, si no tuvieras ya, de todo corazón te negaría. En cuanto a ti, mi alma, me alegra no tener más hijos, pues tu fuga me enseñaría a ser tirano y sujetarlos con cadenas. -He dicho, señor. (...)

Desdémona y Otelo

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DESDÉMONA Te lo pido de rodillas: ¿Qué significa lo que dices? Entiendo el furor de tus palabras, mas no las palabras. OTELO Pues, ¿quién eres tú? DESDÉMONA Tu esposa, señor. Tu esposa fiel y leal, OTELO Vamos, júralo y condénate, no sea que, siendo angelical, los propios demonios teman apresarte. Conque doble condena: jura que eres honesta. DESDÉMONA Bien lo sabe el cielo. OTELO El cielo bien sabe que eres más falsa que el diablo. DESDÉMONA ¿Cómo soy falsa, señor? ¿Con quién, para quién? OTELO ¡Ah, Desdémona, vete, vete, vete! DESDÉMONA ¡Dios bendito! ¿Por qué lloras? ¿Soy yo la causa de tus lágrimas, señor? Si acaso sospechas que mi padre intervino en tu orden de regreso, a mí no me culpes. Si tú le perdiste, yo también le perdí. OTELO Si los cielos me hubieran puesto a prueba con padecimientos, vertiendo sobre mí toda suerte de angustias y deshonras, sumiéndome hasta el labio en la miseria, cautivos mis afanes y mi ser, habría hallado una gota de paciencia en alguna parte de mi alma. Pero, ¡ay, convertirme en el número inmóvil que la aguja del escarnio señala en su curso imperceptible! Aun eso podría soportar, aun eso. Mas del ser en que he depositado el corazón, que me da vida y, si no, sería mi muerte, del manantial de donde brota o se seca mi corriente, ¡verme separado o tenerlo como ciénaga de sapos inmundos que se juntan y aparean … ! Palidece de verlo, paciencia, tierno querubín de labios rosados. ¡Sí, ponte más sañudo que el infierno! DESDÉMONA Señor, supongo que me crees honesta. OTELO ¡Oh, sí! Como moscas de verano en matadero, que nacen criando. ¡Ah, flor silvestre, tan hermosa y de olor tan delicado que lastimas el sentido! ¡Ojalá no hubieras nacido! DESDÉMONA Pero, ¿qué pecado he cometido sin saberlo? OTELO ¿Se hizo este bello papel, este hermoso libro, para escribir en él «puta»? ¿Qué pecado? ¿Pecado? ¡Ah, mujerzuela! Si nombrase tus acciones, mis mejillas serían fraguas que el pudor reducirían a cenizas. ¿Qué pecado? Al cielo le hiede, la luna cierra los ojos; el viento sensual, que todo lo besa, enmudece en la cóncava tierra y no quiere oírlo. ¿Qué pecado? ¡Impúdica ramera! DESDÉMONA Por Dios, me estás injuriando. OTELO ¿No eres una ramera? DESDÉMONA No, o no soy cristiana. Si, para honra de mi esposo, preservar este cuerpo de contactos ilícitos e impuros es no ser una ramera, no lo soy. OTELO ¿Que no eres una puta? DESDÉMONA ¡No, por mi salvación! OTELO ¿Es posible? DESDÉMONA ¡Ah, que Dios nos perdone! OTELO Entonces disculpad. Os tomé por la astuta ramera de Venecia que se casó con Otelo. -¡Tú, mujer, que, al revés que San Pedro, custodias la puerta del infierno! Acto IV, escena II.

Otelo y Yago

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YAGO Pierde cuidado. Le sirvo para servirme de él. Ni todos podemos ser amos, ni a todos los amos podemos fielmente servir. Ahí tienes al criado humilde y reverente, prendado de su propio servilismo, que, como el burro de la casa, sólo vive para el pienso; y de viejo, lo licencian. ¡Que lo cuelguen por honrado! Otros, revestidos de aparente sumisión, por dentro sólo cuidan de sí mismos y, dando muestras de servicio a sus señores, medran a su costa; hecha su jugada, se sirven a sí mismos. En éstos sí que hay alma y yo me cuento entre ellos. Pues, tan verdad como que tú eres Rodrigo, si yo fuera el moro, no habría ningún Yago. Sirviéndole a él, me sirvo a mí mismo. Dios sabe que no actúo por afecto ni obediencia sino que aparento por mi propio interés. Pues el día en que mis actos manifiesten la índole y verdad de mi ánimo en exterior correspondencia, ya verás qué pronto llevo el corazón en la mano para que piquen los bobos. Yo no soy el que soy

Julieta

"Venid a mí, espíritus que servís a propósitos de muerte, quitadme la ternura y llenadme de los pies a la cabeza de la más ciega crueldad. Espesadme la sangre, tapad toda entrada y acceso a la piedad para que ni pesar ni incitación al sentimiento quebranten mi fiero designio (...) Venid a mis pechos de mujer y cambiad mi leche en hiel, espíritus del crimen, dondequiera que sirváis a la maldad en vuestra forma invisible."

Lady Macbeth: (...) Para engañar al mundo, parécete al mundo, lleva la bienvenida en tus ojos, las manos, la lengua. Parécete a la cándida flor, pero sé la serpiente que hay debajo. Del huésped hay que ocuparse; y deja en mis manos el gran asunto de esta noche que a nuestros días y noches ha de dar absoluto poderío y majestad. Macbeth: Hablaremos más tarde. Lady Macbeth: Muéstrate sereno: mudar de semblante señal es de miedo. Lo demás, déjamelo. Poco después, Macbeth duda del plan que ha trazado su esposa para asesinar al rey Duncan. Se lo hace saber, pero ella lo rechaza con las siguientes palabras: Lady Macbeth: Entonces, ¿qué bestia te hizo relevarme este propósito? Cuando te atrevías eras un hombre; y ser más de lo que eras te hacía ser mucho más hombre. Entonces no ajustaban el tiempo y el lugar, mas tú querías concertarlos; ahora se presentan y la ocasión te acobarda. Yo he dado el pecho y sé lo dulce que es amar al niño que amamantas; cuando estaba sonriéndome, habría podido arrancarle mi pezón de sus encías y estrellarle los sesos si lo hubiese jurado como tú has jurado esto. ACTO V: https://es.wikisource.org/wiki/Macbeth/Acto_V Macbeth/Acto V - Wikisource Después que el Rey se fué á la guerra, la he visto muchas veces levantarse, vestirse, sentarse á su mesa, tomar papel, escribir una carta, cerrarla, sellarla, y luego volverse á acostarse: todo ello dormida. Wikisource

Haré porque me guste, si el mirar mueve a gustar; pero sin traspasar los límites que ponga vuestro celo.

Imágenes; película Romeo y Julieta,, 1996. Compañía Teatro Noviembre.

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