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Transcript

Las especialistas hablan sobre la poesía

Elena Stapich

Pilar Muñoz Lascano y María Victoria Ramos

María Cristina Ramos

Diseño de página: Norma Del Buono

Andricaín y Rodríguez, Escuela y poesía ¿y qué hago con el poema?

Estos criterios nos hablan de la representación que la mayoría de los mediadores sustenta en relación con los niños como lectores. De acuerdo con esta representación, se naturaliza la idea de que son inexpertos, necesitan textos breves y sencillos, con escasos o nulos espacios de indeterminación que deban ser completados interpretativamente por los lectores. También opera aquí la noción de “corral”, en tanto los niños, púberes y adolescentes parecerían necesitar protección para no ser contaminados por los discursos literarios ni por las historias que estos vehiculizan. Stapich, Elena, Representaciones de infancia y literatura para niños.

En primer lugar nos preguntamos: ¿por qué leemos poesía? Y no hablamos de chicos o grandes, sino de todos. ¿Por qué leer poesía? Tal vez, porque la poesía responde sin que la interroguemos a las grandes preguntas existenciales que nos hacemos los seres humanos. Y porque lo hace visceralmente pero con la suavidad de una pluma, con la profundidad de aquello que nos trasciende y la fugacidad resbaladiza del instante, con la hondura del mar y la levedad de la espuma. La poesía responde con las libertades del juego: la rima, el sinsentido, la música, A la rumba luna, y la madurez de aceptar que a veces el lenguaje no alcanza, que el rodeo y la perífrasis son balbuceos del bebé que en algún rincón aún somos en torno al sentido, siempre esquivo y por eso ambicionado. Un sentido que se busca con todos los sentidos, con los ojos y la boca curiosos de devorar palabras como frutos deliciosos, verdaderas Palabras manzana para saborear por bocados, para llegar al corazón blanco del poema. Poesía que nos deslumbra con su resplandor lunar, La luna lleva un silencio, callado pero sonoro. Porque la escritura poética es también oxímoron y paradoja, y permite desprender de la connotación ecos ancestrales y personales que nos traen músicas que no sabíamos perdidas pero que a través de ella son recobradas. La poesía nos sacude y nos despierta del largo sueño sin sueños como a La durmiente, y nos ayuda a conciliar otros míticos, prehistóricos, poblados de imágenes, Para escuchar a la tortuga que sueña, dibujados en los anillos del caparazón del misterio. Nos provee de una lengua natural y arcaica para traducir los trinos de los pájaros que se posan en el poema y lo hacen levantar vuelo con lector y todo a cuestas, Canción y Pico, dejando que el paracaídas caiga en un Zoo loco de inventiva y humor, verdadero bestiario de la imaginación. La poesía alimenta, abre el apetito del curioso y satisface la voracidad del hambriento de creatividad y desparpajo, engrosando las Pancitas argentinas que lucen orgullosas el ombligo con tierra, nudo del que nace todo, humus del que crece la semilla de la contemplación para florecer en ramos de imágenes. La poesía, igual que una doncella enamorada, desenrolla una escalera desde la celosía más alta para que trepemos por Las torres de Nuremberg a rescatarla y besarla. Y cuando al fin la encontramos nos recuerda con humor el espíritu rebelde que nunca debe perder para no convertirse en la Cenicienta que no escarmienta. Porque la poesía es en sí misma reminiscencia, epifanía, no es infantil sino infancia, ha permanecido allí prolongando y reviviendo una edad de inocente sabiduría en la que se sabía: el secreto de la rosa, la trama de la nube, el brillo de la estrella, la verdad del mundo en su estado más genuino y primigenio. Saber sin saber que se sabe, por qué lo olvidaremos después, como dice el poeta Saint-John Perse en “Para celebrar una infancia” (1): Pilar Muñoz Lascano y María Victoria Ramos, Con la profundidad del mar y la levedad de la espuma. Un recorrido por la poesía infantil argentina

La experiencia de escuchar un poema roza la memoria del ser que recibió esa urdimbre de palabras, y con ella el respaldo de una voz, de una cadencia cercana al afecto, unida a la noción de la propia identidad. La voz que musitaba una cadencia adormecedora, la voz que se tejía en pequeñas intimidades, “banda sonora” del vínculo primordial, ese que hizo posible el yo, configurado desde la mirada de los otros. Una familia, que pueda dar contención, acompaña poniendo palabras a los sucesos, a la realidad, aprobando o desaprobando desde las convenciones de la convivencia, marcando con la mirada o la sonrisa o el enojo los rumbos para avanzar. Pero no conoceremos aún la posibilidad de verbalizar la calma o el vértigo, la inquietud o el miedo, la duda y la valentía, la búsqueda de respuestas y la inquietud de las dudas. Y estaremos entre una y otra realidad intentando saber quiénes somos sin encontrar las palabras para entender lo que nos sucede. La poesía puede ofrecer el cauce para nuestra búsqueda, puede acompañar el impulso de esos y otros movimientos de nuestra realidad subjetiva. Puede acompañar a recorrer lo no explorado, lo no acabadamente dicho, y por ser palabra investida de luz y de sombra, dará cabida a lo emotivo, y lo hará visible y casi abarcable. María Cristina Ramos, Lectura de poesía en la escuela: El pez que no se ve.